ALFONSO REYES: Grata compañía
(México, Ediciones Tezontle, 1948) y Entre libros
(México, El Colegio de México, 1948)
I
"Hay un Alfonso Reyes poeta y cuentista; hay otro traductor
y Maestro (así, con mayúscula). Pero, quizá
el más Alfonso Reyes de todos los conocidos o posibles
sea el crítico y erudito. El Alfonso Reyes de Cuestiones
estéticas, de El Cazador, de Simpatías
y diferencias, de Cuestiones gongorinas, de Capítulos
de literatura española, de La crítica en
la edad ateniense, de La antigua retórica, de
El deslinde, para citar sólo algunos de sus títulos
más difundidos. En una palabra: el Alfonso Reyes de los
dos volúmenes que pretextan esta nota; volúmenes
de ensayos, prólogos y reseñas bibliográficas.
En este Reyes, que ahora propongo a la atención del lector,
cohabitan las siguientes especies que algunos distraídos
juzgarán inconciliables: un crítico sutil y original,
un erudito infatigable, un devorador de libros, un estilista.
Porque este Reyes -para decirlo en términos más
coloquiales- lee todo, tiene todo fichado, juzga todo con lucidez
y autoridad, escribe con gracia incomparable. Es (parece ser)
el crítico perfecto.
No teme -como algunos entristecidos candidatos a la genialidad-
las áreas subalternas o anónimas de la erudición:
fichaje de documentos, copia de manuscritos, cotejo de variantes,
corrección de pruebas. Tampoco teme perder su originalidad
estudiando con esmero a otros críticos, reseñando
servicialmente su labor, citando las ajenas opiniones. No teme,
en fin, que los ociosos, los irresponsables, lo acusen de impersonal,
de meramente descriptivo, al emplear todos los materiales de la
crítica (incluso la impresión subjetiva) para la
composición, la creación, de una unidad superior:
el juicio -válido por la personalidad que lo suscribe,
es claro; pero válido, también, por la calidad del
trabajo, por la intensidad del estudio, por la suma de experiencias
que lo informa. (¿Y qué trasnochado, qué
improvisador, pudo creer que el juicio es cosa meramente subjetiva?)
II
Frente a la crítica impresionista que los americanos copiaron
dócilmente a los europeos a fines del siglo pasado, se
alzó en las primeras décadas del nuestro, una nueva
corriente que en Alfonso Reyes, el mexicano, encuentra uno de
sus más valiosos ejemplares. Los críticos de su
escuela estudiaron con ahínco los textos, se formaron en
severas disciplinas filológicas, colaboraron (desde el
peldaño más humilde hasta la culminación
del edificio) en la tarea de dotar a la crítica en nuestro
idioma de un cuerpo sólido de investigaciones, de un programa
de trabajo, de normas eficaces y maduras.
Reyes fue a Madrid el año 1914. Allí trabajó
con Menéndez Pidal en el Centro de Estudios Históricos;
preparó, como ayudante de Raymond Foulché-Delbosc
(como albañil, escribiría más tarde el propio
Reyes) una edición crítica de Góngora; anotó
libros para la biblioteca de "Clásicos Castellanos"
de "La lectura", y para la serie clásica de la
editorial Calleja; escribió reseñas bibliográfícas
-sobrias, certeras, enriquecedoras del tema- para la Revista
de Filología Española y para El Sol de
Madrid.
Sus inquietudes no se redujeron al mundo clásico español.
Estuvo atento a las corrientes literarias de su hora: leyó
Proust, tradujo a Chesterton, comentó a Henri Michaux.
Tampoco descuidó señalar ningún aporte a
la cultura hispanoamericana: ya se tratara de una edición
de la poetisa Gertrudis Gómez de Avellaneda, o una bibliografía
venezolana, o un libro sobre Rodó. Su labor crítica
fue de incomparable intensidad. Casi diría: abrumadora.
Pero su estilo jamás denotó fatiga; fue (sigue siendo)
ágil y fresco.
No sé de ejemplo más provechoso para la juventud
americana de hoy que el examen de la obra crítica de Reyes,
ya sea en sus obras más ambiciosas, ya en sus volúmenes
más modestos, como los que ahora publica. En estos puede
verse, por encima del motivo circunstancial que justifica cada
página, la labor de un hombre. Digo mal: no la labor, sino
el resultado de la misma, la cosecha. Mírese este ejemplo,
tomado de Grata compañía. Siete páginas
le bastan a Reyes para examinar las relaciones (que Proust no
indicó) entre Charles Swann y los cuadros de Vermeer, así
como para trazar el sutil enlace que puede descubrirse entre el
arte del pintor de Delft y el arte del novelista francés.
Dice Reyes: "Y este halo de ilusión microscópica,
de luz penetrada hasta los átomos, ¿no recuerda,
acaso, el arte mismo de Marcel Proust? Este procedimiento de apariciones
estáticas, que paulatinamente la luz analiza y descifra,
hasta metamorfosear los cuerpos en almas ¿no es, con mucho,
el procedimiento de Marcel Proust? ¿No nos ha dejado así,
el novelista, algo como el santo y seña de su obra, al
deslizar entre otros nombres el nombre en apariencia accesorio
de Vermeer de Delft?" (V. Página 73). Siete páginas
que dibujan lo esencial del tema que doce años después
desarrollaría independientemente, en una monografía,
René Huyghe; siete páginas que son el producto último
de una honda lectura de Proust, de un estudio penetrante del arte
de Vermeer.
Otro ejemplo, de Entre libros, este. En 1913 Reyes comenta
para la RFE una edición del Guzmán de Alfarache,
preparada por Julio Cejador (Madrid, Renacimiento, 1913). En unas
ocho páginas resume su juicio, documentado y personal,
a la vez, sobre la edición y apunta con ironía algunos
errores, algunos excesos del editor. Pero su labor no ha terminado
ahí: incluye, además, una examen breve y penetrante
de la obra y la personalidad de Mateo Alemán, examen que
no olvida tocar problemas tan fundamentales como la creación
estilística en Alemán en comparación con
la de un contemporáneo, Cervantes; o el de la contaminación
en las páginas de la novela de lo narrativo por lo moral
y viceversa. Otros hubieran necesitado quizás un volumen
y aún así seguirían en deuda con el tema.
III
Al evocar a uno de sus maestros y compañeros desaparecidos,
don Antonio Caso, confesaba Reyes en 1946: "La muerte
reclama cada día más lugar en nuestro pensamiento
y empezamos a sentirnos como aquella espiga de Heine, olvidada
por el segador en mitad del campo". Estas patéticas
palabras declaran una preocupación principal del Reyes
de estos últimos años. Por eso, antes que el segador
recupere esta espiga olvidada (su propia vida), el Maestro se
apresura a apretar en volúmenes su cosecha de horas. Reúne
toda su obra, hasta la menor página, y hace bien. Porque
ninguna página suya es indiferente. Todas están
tocadas por la magia de su prosa, por su elaborada erudición,
por su crítica luminosa. Hace bien, aunque él mismo
considere muchas de su sobras con grave humildad y les anteponga
advertencias como ésta: "Las noticias literarias
que aquí se reúnen, para servicio de aficionados
y recordación de algunos amigos, sólo buscan el
fin modesto de guardar en letras de molde, y en esa colección
que se llama un libro, los papeles que de otra suerte se vuelven
un estorbo en las gavetas y hasta un peso muerto en las conciencias".
(V. Entre libros, página 5).
Los volúmenes que ahora publica Reyes difieren en su contenido,
en su alcance, no en su espíritu. Grata compañía
recoge juicios críticos sobre distintos escritores
y personalidades europeas y americanas de todos los tiempos. En
sus páginas alternan un prólogo de 1919 a Chesterton,
con uno a Burckhardt de 1943; una nota sobre Goethe y América
con diversos apuntes sobre Descartes (en su estética, en
sus sueños) o sobre las novelas de Eça de Queiroz;
la evocación dolorida y cordial de Pedro Henríquez
Ureña con algunos recuerdos de Unamuno. Libro desigual
en sus temas, en sus proporciones, va desde la nota que apenas
se extiende sobre dos páginas (con ese fragmentarismo de
esencias que ya indicaba Medardo Vitier) hasta el ensayo medular
que abarca unas cuarenta.
Si algunas notas revelan su apresurado o circunstancial origen,
en ninguna puede señalarse la ociosidad del pensamiento
o la trivialidad de la palabra.
Entre libros reúne las reseñas bibliográficas
compuestas por Reyes entre 1912 y 1923. Dentro de la uniformidad
de criterio (siempre lúcido, bien informado y sutil), Reyes
recorre todas las proporciones del género, desde la mera
información servicial hasta el análisis exhaustivo
y enriquecedor, sin omitir, por cierto, la pequeña nota
incisiva y destructora de tanta vaciedad o incompetencia. Este
volumen completa la obra ya recogida por su autor en las dos series
de Capítulos de literatura española (1939),
y debe ubicarse junto al recuerdo vivo, artísticamente
trabajado, de Las vísperas de España (1937)
o a las páginas informativas que bajo el título
de Reverso de un libro publicara en Pasado inmediato
y otros ensayos (1941). Queda así documentada casi
toda la labor de Reyes en la península, labor fecunda para
nuestra cultura hispanoamericana, y ejemplar también de
lo que debe ser la colaboración científica entre
españoles y americanos."