JEAN-PAUL SARTRE: La náusea (La
nausée). Traducción de Aurora Bernárdez.
Buenos Aires, Editorial Losada, 1947. 258 páginas.
"La crítica contemporánea ha trazado ya claramente
una distinción entre la obra imaginativa y la especulativa
de Jean-Paul Sartre. O sea, de un lado la ficción: La
nausée, Le mur, Les mouches, Huis
clos, Les chemins de la liberté, La putain
respectueuse, Les jeux son faits, Les faux nez;
del otro la filosofía: L'imagination, Esquisse
d'une théorie des émotions, L'être
et le néant, L'existentialisme est un humanisme,
Qu'est-ce que la littérature? Dicha distinción
no pretende quizá descubrir dos Sartre. Lo que sí
pretende es afirmar la validez del existencialismo en la ficción
y su endeblez doctrinaria o -simétricamente- ensalzar su
metafísica y despreciar o subestimar las fábulas.
Una tercera posición (más madura, menos amante del
contraste, más lúcida) sostiene que la validez de
la doctrina no puede alterarse al pasar de una forma creadora
a otra, que la producción imaginativa y la especulativa
son -para el existencialismo, para Sartre-, una sola cosa. En
este sentido ha escrito Simon de Beauvoir estas juiciosas palabras:
"No es una casualidad que el pensamiento existencialista
intente expresarse hoy, ya por tratados teóricos, ya por
ficciones. Porque es un esfuerzo por conciliar lo objetivo con
lo subjetivo, lo absoluto con lo relativo, lo intemporal con lo
histórico; pretende captar el sentido en el corazón
de la existencia; y si la descripción de la esencia corresponde
a la filosofía propiamente dicha, solo la novela permitirá
evocar, en su verdad completa, singular y temporal, el surgimiento
original de la existencia. No se trata aquí de que el escritor
explote en un plano literario verdades previamente establecidas
en el plano filosófico, sino de manifestar un aspecto de
la experiencia metafísica que no se puede manifestar de
otro modo: su carácter subjetivo, singular, dramático
y también su ambigüedad; como la realidad no está
definida como aprehensible por la sola inteligencia, ninguna descripción
intelectual podría darle una expresión adecuada.
Es necesario intentar presentarla en su integridad, tal como se
revela en la relación viviente que es acción y sentimiento
antes de hacerse pensamiento". (El artículo entero,
Literatura y metafísica, puede verse en Sur,
Nos. 147-149, 1947).
Creo más justa esta posición. Lo que no significa
que aplauda incondicionalmente toda la obra de Sartre, ya que
es legítimo o necesario rechazar, por ejemplo, como superficial
y válido solo en algunos aspectos L'existentialisme
est un humanisme, y aceptar sin regateos los cuentos de Le
mur o La putain respectueuse. Aceptación o rechazo
que, en definitiva, no afectan este hecho: todas las obras reflejan
la unidad del pensamiento sartriano y son medios lícitos
de expresar su concepción del mundo. Desde su primera obra
importante (La nausée, 1938) se evidencia esta unidad.
Es más: en un cuento publicado en una revista juvenil (Revue
sans titre), ya en 1923, a los dieciocho años,
anticipa Sartre -aunque torpemente- cierta atmósfera malsana
y algunos temas que luego le serían muy criticados. (En
L'homme Sartre, 1947, Marc Beigbeder transcribe algunos
fragmentos del cuento, titulado L'ange du morbide y da
en una lámina la reproducción de dos páginas
de la revista).
Quizá no sea literalmente exacto afirmar (como han hecho
algunos) que La náusea sea un ensayo publicado como
novela para facilitar su venta. Quizá sea más justo
decir que La náusea aprovecha la indecisión
formal de la novela contemporánea, la imprecisión
de sus límites, para introducir en su cuerpo elementos
extraños. En efecto, esta obra se ofrece al lector como
las páginas del diario íntimo de Antoine Roquentin,
joven historiador temporalmente radicado en Bouville (en realidad,
Rouen), donde se ocupa en reconstruir la ambigua carrera de un
tal M. de Rollebon, contemporáneo (o sosías) de
Joseph Fouché. Poco apegado al realismo, Sartre (o Roquentin)
permite que el diario trascienda las convenciones más frecuentes
del género (apuntación rápida, sobriedad
en la anécdota y en la descripción) y derive también
hacia la narración, algunas veces hacia la crítica
histórica o la sátira costumbrista, y en sus mejores
momentos hacia la inquisición metafísica. Dicho
de otro modo: para poder comunicar directamente la peculiar experiencia
del protagonista -su tránsito de la soledad a la Náusea
y dentro de ésta la sumersión en el centro de la
existencia-, Sartre utiliza toda clase de procedimientos literarios
sin importársele crear una novela más o menos ortodoxa
o un heterogéneo cruce de técnicas y estilos. Sartre
quiere dar la experiencia de Roquentin en su totalidad, no en
una disección analítica, en un Tratado, sino en
acción, a medida que el personaje se crea. Lo que está
de acuerdo con su filosofía. Recuérdese que Sartre
definía al hombre diciendo: no es otra cosa que su proyecto,
solo existe en la medida en que se realiza, no es, pues, sino
el conjunto de sus actos, nada más que su vida. Y concluía
sosteniendo que su moral es opuesta al quietismo y obliga a la
acción.
Por esa comunicación directa, el lector llega a sentir
tan hondamente como Roquentin lo que es la Náusea, estar
sumergido en la Náusea, padecer sensaciones viscerales,
buscar afanoso e impotente una iluminación racional y descubrir
entonces, como si una fiera agazapada cayera sobre uno (Roquentin,
el lector), que ante todo se existe. Roquentin escribe:
"Yo soy el pensamiento, por eso no puedo detenerme. Existo
porque pienso... y no puedo dejar de pensar. En este mismo momento
-es atroz- Si existo es porque me horroriza existir. Yo,
yo me saco de la nada a la que aspiro; el odio, el asco
de existir son otras tantas maneras de hacerme existir,
de hundirme en la existencia. Los pensamientos nacen a mis espaldas,
como un vértigo, los siento nacer detrás de mi cabeza...
si cedo se situarán aquí delante, entre mis ojos,
y sigo cediendo, y el pensamiento crece, crece, y ahora, inmenso
me llena por entero y renueva mi existencia."
Sí, ante todo y sobre todo, está la existencia.
(En qué sentido la existencia precede a la esencia, o qué
significa la elección obligatoria que cada hombre cumple
por sí y por toda la humanidad, etc., etc.; todos esos
temas sartrianos, aunque aparecen indicados en la novela, escapan
por completo a las proporciones de esta reseña).
El lector podrá (es claro) rechazar luego la experiencia
que le ofrece Sartre. Pero lo importante es que haya podido serle
comunicada con tanta fuerza. Frente a esto los reparos que de
un punto de vista estrictamente literario pueda merecer el libro
son bastante secundarios. El principal cabe en estas líneas:
para sobornar la atención del lector Sartre creyó
necesario introducir algunos episodios (la historia del Autodidacto
o la visita al Museo, por ejemplo) que interrumpen por ser ajenos
el firme trazado de la experiencia angustiosa de Roquentin. Muchos
temas más quedan sin tocar. Apunto uno muy sugestivo: la
influencia del mejor Céline (el de Voyage au bout de
la nuit) en este primer Sartre. Cuando se publiquen Los
caminos de la libertad (cuya traducción anuncia Losada)
podrá examinarse el estado actual del pensamiento y del
arte sartrianos, ya que la participación del escritor en
la guerra y en la Resistencia (y hasta su viaje a Norteamérica)
han afectado sensiblemente sus principios estéticos, como
lo prueba el excelente, el irregular, ensayo: ¿Qué
es la literatura? (Temps modernes, Nos. 17-22,
1947).
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JESÚS LARA: La poesía quechua. México,
Fondo de Cultura Económica, 1947. 190 páginas.
En este libro del quechuísta boliviano Jesús Lara
se unen, de manera curiosa, el periodismo polémico y la
investigación literaria. En efecto, Lara pretende reunir
todos los documentos que prueban la existencia de una poesía
quechua anterior a la Conquista, así como probar su continuidad
durante el Coloniaje. Pero no se limita a aportar los testimonios
y los textos probatorios (ya conocidos y comentados por otros
estudiosos) sino que también ataca ásperamente a
sus adversarios ocasionales, denuncia su esnobismo prohispánico
y no ahorra los inagotables y bastos recursos de la polémica.
El fervor con que está compuesto el libro, su misma intemperancia,
hasta algunos gruesos errores de interpretación o información
(1), no disminuyen aciertos fundamentales
de su investigación y prestan (además) a sus páginas
una vivacidad que no siempre visita este género de trabajos,
condenados por lo general a una fría ecuanimidad.
Para llegar al examen de la poesía quechua parte Lara
de una rápida visión del pueblo quechua desde los
días luminosos del Incario hasta su larga sujeción
colonial, no interrumpida por la Independencia. Lara repasa los
textos básicos de los conquistadores y cronistas de las
Indias, discute su veracidad, su validez. Desde el comienzo plantea
una doble visión en los textos del siglo XVI: la de los
enemigos del Incario, que niegan o disimulan toda manifestación
artística del pueblo quechua, y la de los defensores que
testimonian (aunque sean incidentalmente) una actividad artística
múltiple. El debate no tiene, es claro, solo un contenido
histórico. Tiene sus proyecciones actuales. Y Lara no combate
únicamente a López de Gómara o a Sarmiento
de Gamboa: ataca, en particular, a los que hoy (en toda Sudamérica,
en Bolivia) desprecian el arte quechua; es decir: desprecian al
indio. Por eso la discusión se carga de alusiones o denuncias
y la imprescindible objetividad científica se empaña
bastante.
Pese a esas desviaciones laterales, Lara consigue documentar
la existencia de un arte quechua y se dedica entonces al examen
de la poesía quechua.
Se llega aquí a un terreno peligroso. No porque falten
texto poéticos, sino porque es difícil precisar,
en algunos casos la autenticidad, en otros la pureza, en casi
todos la fecha probable de composición.
¿Cómo afirmar frente a textos contaminados por
la lengua y el espíritu españoles, incorrectos en
su métrica o en su ortografía, discutibles en su
lección; cómo afirmar que se trate de composiciones
de este o aquel período? Muchos de los poemas conservados
parten, indudablemente, de un original quechua, pero en su forma
actual muestran bien claro su impureza o sus interpolaciones.
Y se le puede reprochar a Jesús Lara que no hubiera extremado,
en cada caso, el análisis, en vez de aventurar, guiado
por sus opiniones, la caracterización de los textos. Si
fuera necesario indicar un ejemplo que revelara a la vez la complejidad
del problema y los procedimientos de Lara convendría elegir
el poema dramático Ollantay. Lara examina con poco
rigor esta discutida obra.
El lector recordará que los distintos manuscritos conservan
el texto quechua escrito en caracteres españoles; que la
forma misma del drama parece indicar influencia hispánica
(aparición del gracioso, lances de comedia de capa
y espada, final en boda); que se introducen palabras castellanas;
todo lo que parece indicar una redacción posterior a la
Conquista. También recordará el lector que existe
una tradición quechua sobre el héroe Ollantay y
su rapto de una princesa inca; que se conservan las ruinas de
Ollantaytambo; que el drama recoge tres cantos corales (arawis)
de indudable linaje indígena; todo lo que indica una elaboración
precolombina del tema.
Aunque Lara aluda y hasta sintetice algunas posiciones contrarias
a la autenticidad del texto actual (la de Bartolomé Mitre,
por ejemplo), no distingue con suficiente nitidez los problemas
que arrastra el drama y justifica, livianamente, muchas incongruencias.
Parece arriesgado en el estado presente de las investigaciones
decidir sobre la autenticidad de Ollantay, en la forma
decisiva en que lo hace Jesús Lara. Por otra parte su información
sobre este drama es incompleta, ya que no utiliza el estudio de
Ricardo Rojas: Un titán de los Andes (Losada, 1939),
excelente en su documentación, aunque despreciable en sus
interpretaciones simbólicas.
Sin embargo, el libro de Lara es útil. Puede criticarse
su posición exaltada (y los mismos editores, en una ecuánime
e inusitada Nota preliminar, adelantan algunos reparos);
pero hay en su investigación resultados positivos que no
deben ser silenciados.
Lara reitera, ante todo, la existencia de una poesía quechua
que la crítica académica ignora o pretende despreciar;
recoge y comenta con generosidad una buena cantidad de textos
que van desde un himno atribuido a Manco Capac (o Manko Qhapaj,
como escribe Lara) a cuatro poemas del lírico Wallparrimachi,
que combatió junto a los guerrilleros de Padilla y murió
de un arcabuzazo el 7 de agosto de 1814; estos poemas permiten
al lector castellano, gracias a esmeradas traducciones, el acceso
a una poesía poco divulgada. Lara plantea, también,
el problema de la autenticidad de los textos, pero lo hace imperfectamente
y su trabajo reclama una inmediata verificación, que sería
deseable realizara alguien como Luis E. Valcárcel, quien
ya anticipó el tema en un artículo publicado por
La Prensa de Buenos Aires en 1944: Poesía
indoperuana. "
(1) Manifiesta Lara su incomprensión
del Renacimiento español al escribir en la página
18:
"A causa de su larga sujeción
(a la Inquisición), la Península Ibérica
tardó mucho en recibir los beneficios del Renacimiento,
de modo que cuando se consumaba la conquista de América,
las luces del conocimiento estaban todavía pugnando por
romper los hierros de los claustros"
También acepta (y divulga)
como auténtica la leyenda de que Florencio Sánchez
robaba formularios de telégrafo para componer sus dramas,
tan difícil le era adquirir papel. (Ver página 72)