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Indice general ordenado alfabéticamente por título del libro o artículo

"Crónica de libros"
En Marcha, Montevideo, Nº 413, 1948.
p. 14.

JEAN-PAUL SARTRE: La náusea (La nausée). Traducción de Aurora Bernárdez. Buenos Aires, Editorial Losada, 1947. 258 páginas.

"La crítica contemporánea ha trazado ya claramente una distinción entre la obra imaginativa y la especulativa de Jean-Paul Sartre. O sea, de un lado la ficción: La nausée, Le mur, Les mouches, Huis clos, Les chemins de la liberté, La putain respectueuse, Les jeux son faits, Les faux nez; del otro la filosofía: L'imagination, Esquisse d'une théorie des émotions, L'être et le néant, L'existentialisme est un humanisme, Qu'est-ce que la littérature? Dicha distinción no pretende quizá descubrir dos Sartre. Lo que sí pretende es afirmar la validez del existencialismo en la ficción y su endeblez doctrinaria o -simétricamente- ensalzar su metafísica y despreciar o subestimar las fábulas. Una tercera posición (más madura, menos amante del contraste, más lúcida) sostiene que la validez de la doctrina no puede alterarse al pasar de una forma creadora a otra, que la producción imaginativa y la especulativa son -para el existencialismo, para Sartre-, una sola cosa. En este sentido ha escrito Simon de Beauvoir estas juiciosas palabras:

"No es una casualidad que el pensamiento existencialista intente expresarse hoy, ya por tratados teóricos, ya por ficciones. Porque es un esfuerzo por conciliar lo objetivo con lo subjetivo, lo absoluto con lo relativo, lo intemporal con lo histórico; pretende captar el sentido en el corazón de la existencia; y si la descripción de la esencia corresponde a la filosofía propiamente dicha, solo la novela permitirá evocar, en su verdad completa, singular y temporal, el surgimiento original de la existencia. No se trata aquí de que el escritor explote en un plano literario verdades previamente establecidas en el plano filosófico, sino de manifestar un aspecto de la experiencia metafísica que no se puede manifestar de otro modo: su carácter subjetivo, singular, dramático y también su ambigüedad; como la realidad no está definida como aprehensible por la sola inteligencia, ninguna descripción intelectual podría darle una expresión adecuada. Es necesario intentar presentarla en su integridad, tal como se revela en la relación viviente que es acción y sentimiento antes de hacerse pensamiento". (El artículo entero, Literatura y metafísica, puede verse en Sur, Nos. 147-149, 1947).

Creo más justa esta posición. Lo que no significa que aplauda incondicionalmente toda la obra de Sartre, ya que es legítimo o necesario rechazar, por ejemplo, como superficial y válido solo en algunos aspectos L'existentialisme est un humanisme, y aceptar sin regateos los cuentos de Le mur o La putain respectueuse. Aceptación o rechazo que, en definitiva, no afectan este hecho: todas las obras reflejan la unidad del pensamiento sartriano y son medios lícitos de expresar su concepción del mundo. Desde su primera obra importante (La nausée, 1938) se evidencia esta unidad. Es más: en un cuento publicado en una revista juvenil (Revue sans titre), ya en 1923, a los dieciocho años, anticipa Sartre -aunque torpemente- cierta atmósfera malsana y algunos temas que luego le serían muy criticados. (En L'homme Sartre, 1947, Marc Beigbeder transcribe algunos fragmentos del cuento, titulado L'ange du morbide y da en una lámina la reproducción de dos páginas de la revista).

Quizá no sea literalmente exacto afirmar (como han hecho algunos) que La náusea sea un ensayo publicado como novela para facilitar su venta. Quizá sea más justo decir que La náusea aprovecha la indecisión formal de la novela contemporánea, la imprecisión de sus límites, para introducir en su cuerpo elementos extraños. En efecto, esta obra se ofrece al lector como las páginas del diario íntimo de Antoine Roquentin, joven historiador temporalmente radicado en Bouville (en realidad, Rouen), donde se ocupa en reconstruir la ambigua carrera de un tal M. de Rollebon, contemporáneo (o sosías) de Joseph Fouché. Poco apegado al realismo, Sartre (o Roquentin) permite que el diario trascienda las convenciones más frecuentes del género (apuntación rápida, sobriedad en la anécdota y en la descripción) y derive también hacia la narración, algunas veces hacia la crítica histórica o la sátira costumbrista, y en sus mejores momentos hacia la inquisición metafísica. Dicho de otro modo: para poder comunicar directamente la peculiar experiencia del protagonista -su tránsito de la soledad a la Náusea y dentro de ésta la sumersión en el centro de la existencia-, Sartre utiliza toda clase de procedimientos literarios sin importársele crear una novela más o menos ortodoxa o un heterogéneo cruce de técnicas y estilos. Sartre quiere dar la experiencia de Roquentin en su totalidad, no en una disección analítica, en un Tratado, sino en acción, a medida que el personaje se crea. Lo que está de acuerdo con su filosofía. Recuérdese que Sartre definía al hombre diciendo: no es otra cosa que su proyecto, solo existe en la medida en que se realiza, no es, pues, sino el conjunto de sus actos, nada más que su vida. Y concluía sosteniendo que su moral es opuesta al quietismo y obliga a la acción.

Por esa comunicación directa, el lector llega a sentir tan hondamente como Roquentin lo que es la Náusea, estar sumergido en la Náusea, padecer sensaciones viscerales, buscar afanoso e impotente una iluminación racional y descubrir entonces, como si una fiera agazapada cayera sobre uno (Roquentin, el lector), que ante todo se existe. Roquentin escribe:

"Yo soy el pensamiento, por eso no puedo detenerme. Existo porque pienso... y no puedo dejar de pensar. En este mismo momento -es atroz- Si existo es porque me horroriza existir. Yo, yo me saco de la nada a la que aspiro; el odio, el asco de existir son otras tantas maneras de hacerme existir, de hundirme en la existencia. Los pensamientos nacen a mis espaldas, como un vértigo, los siento nacer detrás de mi cabeza... si cedo se situarán aquí delante, entre mis ojos, y sigo cediendo, y el pensamiento crece, crece, y ahora, inmenso me llena por entero y renueva mi existencia."

Sí, ante todo y sobre todo, está la existencia. (En qué sentido la existencia precede a la esencia, o qué significa la elección obligatoria que cada hombre cumple por sí y por toda la humanidad, etc., etc.; todos esos temas sartrianos, aunque aparecen indicados en la novela, escapan por completo a las proporciones de esta reseña).

El lector podrá (es claro) rechazar luego la experiencia que le ofrece Sartre. Pero lo importante es que haya podido serle comunicada con tanta fuerza. Frente a esto los reparos que de un punto de vista estrictamente literario pueda merecer el libro son bastante secundarios. El principal cabe en estas líneas: para sobornar la atención del lector Sartre creyó necesario introducir algunos episodios (la historia del Autodidacto o la visita al Museo, por ejemplo) que interrumpen por ser ajenos el firme trazado de la experiencia angustiosa de Roquentin. Muchos temas más quedan sin tocar. Apunto uno muy sugestivo: la influencia del mejor Céline (el de Voyage au bout de la nuit) en este primer Sartre. Cuando se publiquen Los caminos de la libertad (cuya traducción anuncia Losada) podrá examinarse el estado actual del pensamiento y del arte sartrianos, ya que la participación del escritor en la guerra y en la Resistencia (y hasta su viaje a Norteamérica) han afectado sensiblemente sus principios estéticos, como lo prueba el excelente, el irregular, ensayo: ¿Qué es la literatura? (Temps modernes, Nos. 17-22, 1947).

 

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JESÚS LARA: La poesía quechua. México, Fondo de Cultura Económica, 1947. 190 páginas.

En este libro del quechuísta boliviano Jesús Lara se unen, de manera curiosa, el periodismo polémico y la investigación literaria. En efecto, Lara pretende reunir todos los documentos que prueban la existencia de una poesía quechua anterior a la Conquista, así como probar su continuidad durante el Coloniaje. Pero no se limita a aportar los testimonios y los textos probatorios (ya conocidos y comentados por otros estudiosos) sino que también ataca ásperamente a sus adversarios ocasionales, denuncia su esnobismo prohispánico y no ahorra los inagotables y bastos recursos de la polémica.

El fervor con que está compuesto el libro, su misma intemperancia, hasta algunos gruesos errores de interpretación o información (1), no disminuyen aciertos fundamentales de su investigación y prestan (además) a sus páginas una vivacidad que no siempre visita este género de trabajos, condenados por lo general a una fría ecuanimidad.

Para llegar al examen de la poesía quechua parte Lara de una rápida visión del pueblo quechua desde los días luminosos del Incario hasta su larga sujeción colonial, no interrumpida por la Independencia. Lara repasa los textos básicos de los conquistadores y cronistas de las Indias, discute su veracidad, su validez. Desde el comienzo plantea una doble visión en los textos del siglo XVI: la de los enemigos del Incario, que niegan o disimulan toda manifestación artística del pueblo quechua, y la de los defensores que testimonian (aunque sean incidentalmente) una actividad artística múltiple. El debate no tiene, es claro, solo un contenido histórico. Tiene sus proyecciones actuales. Y Lara no combate únicamente a López de Gómara o a Sarmiento de Gamboa: ataca, en particular, a los que hoy (en toda Sudamérica, en Bolivia) desprecian el arte quechua; es decir: desprecian al indio. Por eso la discusión se carga de alusiones o denuncias y la imprescindible objetividad científica se empaña bastante.

Pese a esas desviaciones laterales, Lara consigue documentar la existencia de un arte quechua y se dedica entonces al examen de la poesía quechua.

Se llega aquí a un terreno peligroso. No porque falten texto poéticos, sino porque es difícil precisar, en algunos casos la autenticidad, en otros la pureza, en casi todos la fecha probable de composición.

¿Cómo afirmar frente a textos contaminados por la lengua y el espíritu españoles, incorrectos en su métrica o en su ortografía, discutibles en su lección; cómo afirmar que se trate de composiciones de este o aquel período? Muchos de los poemas conservados parten, indudablemente, de un original quechua, pero en su forma actual muestran bien claro su impureza o sus interpolaciones. Y se le puede reprochar a Jesús Lara que no hubiera extremado, en cada caso, el análisis, en vez de aventurar, guiado por sus opiniones, la caracterización de los textos. Si fuera necesario indicar un ejemplo que revelara a la vez la complejidad del problema y los procedimientos de Lara convendría elegir el poema dramático Ollantay. Lara examina con poco rigor esta discutida obra.

El lector recordará que los distintos manuscritos conservan el texto quechua escrito en caracteres españoles; que la forma misma del drama parece indicar influencia hispánica (aparición del gracioso, lances de comedia de capa y espada, final en boda); que se introducen palabras castellanas; todo lo que parece indicar una redacción posterior a la Conquista. También recordará el lector que existe una tradición quechua sobre el héroe Ollantay y su rapto de una princesa inca; que se conservan las ruinas de Ollantaytambo; que el drama recoge tres cantos corales (arawis) de indudable linaje indígena; todo lo que indica una elaboración precolombina del tema.

Aunque Lara aluda y hasta sintetice algunas posiciones contrarias a la autenticidad del texto actual (la de Bartolomé Mitre, por ejemplo), no distingue con suficiente nitidez los problemas que arrastra el drama y justifica, livianamente, muchas incongruencias. Parece arriesgado en el estado presente de las investigaciones decidir sobre la autenticidad de Ollantay, en la forma decisiva en que lo hace Jesús Lara. Por otra parte su información sobre este drama es incompleta, ya que no utiliza el estudio de Ricardo Rojas: Un titán de los Andes (Losada, 1939), excelente en su documentación, aunque despreciable en sus interpretaciones simbólicas.

Sin embargo, el libro de Lara es útil. Puede criticarse su posición exaltada (y los mismos editores, en una ecuánime e inusitada Nota preliminar, adelantan algunos reparos); pero hay en su investigación resultados positivos que no deben ser silenciados.

Lara reitera, ante todo, la existencia de una poesía quechua que la crítica académica ignora o pretende despreciar; recoge y comenta con generosidad una buena cantidad de textos que van desde un himno atribuido a Manco Capac (o Manko Qhapaj, como escribe Lara) a cuatro poemas del lírico Wallparrimachi, que combatió junto a los guerrilleros de Padilla y murió de un arcabuzazo el 7 de agosto de 1814; estos poemas permiten al lector castellano, gracias a esmeradas traducciones, el acceso a una poesía poco divulgada. Lara plantea, también, el problema de la autenticidad de los textos, pero lo hace imperfectamente y su trabajo reclama una inmediata verificación, que sería deseable realizara alguien como Luis E. Valcárcel, quien ya anticipó el tema en un artículo publicado por La Prensa de Buenos Aires en 1944: Poesía indoperuana. "

(1) Manifiesta Lara su incomprensión del Renacimiento español al escribir en la página 18:

"A causa de su larga sujeción (a la Inquisición), la Península Ibérica tardó mucho en recibir los beneficios del Renacimiento, de modo que cuando se consumaba la conquista de América, las luces del conocimiento estaban todavía pugnando por romper los hierros de los claustros"

También acepta (y divulga) como auténtica la leyenda de que Florencio Sánchez robaba formularios de telégrafo para componer sus dramas, tan difícil le era adquirir papel. (Ver página 72)

 

Responsables

L. Block de Behar
lbehar@multi.com.uy

A. Rodríguez Peixoto
arturi@adinet.com.uy


S. Sánchez Castro
ssanchez@oce.edu.uy

 


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