"El Premio Nobel de Literatura correspondiente al año
1947 ha sido adjudicado a André Gide. Esta distinción
material (y popular) recae sobre la obra más rica y contradictoria
de la literatura francesa contemporánea. Recae, además,
sobre un hombre al que sus discípulos, sus admiradores,
sus detractores, ya habían consagrado. Basta hojear la
colección de la Nouvelle Revue Française
(que contribuyera a fundar Gide y cuya dirección invisible
ejerciera), basta examinar las documentadas páginas de
la Histoire de la littérature française contemporaine
de René Lalou, para advertir la calidad y latitud de la
influencia de Gide en las letras de estos últimos treinta
años. Ni su temprana separación del movimiento simbolista;
ni su resistencia a una conversión al catolicismo (lo que
él llamaba, tan gráficamente, "rodar bajo
la Santa Mesa"); ni su denuncia del régimen colonial
francés; ni su adhesión al comunismo y su posterior
ataque al stalinismo; ninguno de estos actos (tan discutidos,
tan calumniados por la pasión de los interesados) disminuyeron
su influencia. Sólo consiguieron renovar su público.
Y ahora, a los setenta y ocho años, Gide continúa
siendo una fuerza viva. Lo prueban, entre otras cosas, la lozanía
de su Teseo, la revista literaria L'Arche, publicada
bajo su patronato, y el odio incansable de sus enemigos.
En alguna parte ha escrito Gide: "Ne me comprenez pas
si vite, je vous en prie". Esta suspensión del
juicio, tan patéticamente solicitada, no responde a un
deleite narcisista de morosa contemplación de la propia
obra. Responde a la firme y honesta convicción de que todo
juicio instantáneo, así como toda rígida
definición, sólo pueden mutilar la verdadera, la
múltiple y cambiante realidad que ofrece André Gide.
Esta dificultad, este malestar que se experimentan al acercarse
a su obra con fórmulas preparadas de antemano, la conoce
cualquiera que haya intentado expresar -por la palabra- su experiencia
de este autor impar. Pero esta no es la única dificultad.
Otra no menor es la de luchar contra la abundancia desorientadora
de los documentos acumulados por el mismo Gide. El primero en
intentar la aprehensión de su esencia (de sus esencias)
ha sido el propio creador, quien ha utilizado con tal propósito
las formas literarias más disímiles, desde la autobiografía
objetiva y minuciosa (Si le grain ne meurt, 1920) hasta
la ficción novelesca (Les faux-monnayeurs, 1925)
o la anotación cotidiana e íntima (Journal,
1889-1939). El resultado ha sido una documentación de primer
orden, pero (como es natural) extremadamente compleja y difícil
de manejar.
Si a la dificultad arriba enunciada se suma la índole
misma de la literatura y el pensamiento gidianos, todo intento
de simplificación, de divulgación de sus ideas,
resulta casi inútil por principio. (No digo nada de esos
veloces ataques irresponsables de quienes -sin haberlo leído
o pensado detenidamente- improvisan juicios inapelables, amparados
en su verbosidad, en su antipatía, en sus consignas, en
su ignorancia). Por eso mismo, esta breve nota sólo pretende
indicar algunos temas fundamentales de la obra de André
Gide.
Quien observe la carrera literaria de Gide advertirá que
refleja una entrañable busca de sí mismo, al mismo
tiempo que una trasposición en clave artística de
la agonía del poeta, de su pasión. En su primera
época (simbolista y postsimbolista), Gide se "libera"
-como hacía Goethe- con sus poemas (Poesies d'André
Walter, 1892), con sus tratados o sus soties (desde
el Traité du Narcisse, 1891, hasta Les caves
du Vatican, 1914), con su teatro (Le roi Candaule,
1901, Saül, 1903, etc.). Mientras tanto, va registrando
en su Journal las variaciones de su humor, la curva de
sus opiniones. Con la redacción de su autobiografía
emprende Gide una empresa de incalculables proyecciones porque,
emulando el intento de Rousseau, pretende comunicar toda su aventura
moral e intelectual (incluso su homosexualismo). En esta época
de maduración es cuando realiza Gide sus obras capitales:
la autobiografía citada, el Dostoievsky (1923),
Les Faux-monnayeurs, su más ambicioso intento novelesco
(1925). A partir de ese momento, su obra literaria, proseguida
sin pausa hasta hoy, se halla ligada estrechamente a la actualidad
política, que refleja y enjuicia. Un viaje por el Congo
provoca la valiente denuncia del régimen francés
(Voyage au Congo, 1927 y Retour du Tchad, 1928).
La publicación en volumen de sus Pages de Journal
correspondientes al período 1929-1932 documentó
su separación definitiva del catolicismo, su conversión
al comunismo. Con Retour de l'URSS (1936) y Retouches
a mon Retour de l'URSS (1937) manifestó su desafección
al régimen soviético (no al comunismo) y denunció
no sólo su asombro por el endiosamiento de Stalin o por
la esclavitud de los obreros rusos, sino un peligro mayor que
estas palabras de su Journal habían anticipado: "Lo
que me atemoriza es que esta religión comunista comporta,
también ella, un dogma, una ortodoxia, unos textos a los
que se invoca, una abdicación de la crítica..."
La caída de Francia provocó en Gide una hondísima
crisis, que recogen fielmente sus Pages de Journal, 1939-1942.
Al desaliento inicial (Gide ya se sentía demasiado viejo
para concebir la infamia de la ocupación de otra manera
que como un castigo), sucedió una esperanza que se fue
afirmando a medida que crecía la Resistencia.
(El lector habrá notado la frecuencia con que se menciona
aquí el Journal, Esta es la obra principal de Gide,
aquella que lo comunica mejor. La anotación cotidiana permite
al escritor dibujar su sucesiva realidad, eludiendo, a la vez,
la hinchada confesión romántica, o el penoso querer
-decirlo- todo de un Amiel. "Al dejar entrever cada año",
dice su discípulo Drieu la Rochelle, "tal o cual
aspecto de sí mismo, Gide ha concluido por determinar,
a fuerza de toques delicados, un contorno de su ser mucho más
seguro en su estremecimiento y su vibración que si hubiera
forzado sus rasgos y acentuado claramente las tintas."
Y aunque no se ha publicado el Journal completo, lo que
se ha difundido es ya suficientemente importante como para que
se le considere un documento esencial, como la obra que facilita
mejor el conocimiento de Gide).
Para la reseña que antecede he tenido en cuenta, principalmente,
la obra literaria de Gide. Me autoriza a ello una declaración
del mismo escritor: "El punto de vista estético
es el único desde el cual hay que colocarse para hablar
de mi obra sanamente." Esto no quiere decir que la obra
de Gide no arrastre (o incluya) problemas de orden moral, religioso,
político, filosófico. Es más: hay obras enteramente
dedicadas a plantear conflictos extraliterarios. Sin referirme
a las políticas, recordaré: Corydon (1911)
que discute el homosexualismo; Souvenir de la cour d'Assises
(1914) sobre la Justicia (o la injusticia); Numquid et tu...?
(1922) sobre la religión católica. Y no se olvide,
tampoco, la influencia que han tenido sus teorías sobre
la disponibilidad ("La necesidad de la opción me
fue siempre intolerable; elegir se me aparecía no como
elegir sino como rechazar lo que no elegía"; o
también: "Tengo miedo de comprometerme. Quiero
decir, de limitar por lo que hago lo que podría hacer"),
sobre el acto gratuito (acción confusa pero tan atractiva:
un acto inmotivado, desinteresado). Sin embargo, no debe olvidarse
que estas teorías nacen y se desarrollan en el cuerpo de
alguna creación literaria: Les nourritures terrestres
(1897) o Le Prométhée mal echainé
(1899). Con lo que se vuelve al punto de partida: el enfoque estético.
Uno de los críticos más lúcidos de André
Gide, su amigo Charles Du Bos, escogió como epígrafe
para su Dialogue avec André Gide estas palabras
de Laura a propósito de Edouard en Les faux-monnayeurs:
"A decir verdad, no sé lo que pienso de él.
Nunca es, por mucho tiempo, el mismo. No se ata a nada; pero no
hay nada que ate más que su fuga. Usted lo conoce desde
hace muy poco para juzgarlo. Su ser se deshace y rehace sin cesar.
Se cree agarrarlo... es Proteo. Toma la forma de aquello que ama.
Y a él mismo, para comprenderlo, hay que amarlo."
A pesar de esta declarada simpatía, Gide se ha considerado
falseado por Du Bos. El Journal anota el 19 de setiembre
de 1928: "La frase de Mme. Théo sobre Charles Du
Bos es excelente (después de leer su largo estudio-proceso
sobre o contra mí): Se salva sobre vuestra espalda."
¿Cómo pretender entonces, en una síntesis
tan apretada como ésta, apresar las esencias de este Proteo?
No lo han logrado totalmente ni el cáustico Paul Souday
(1927), ni el penetrante Du Bos (1928), ni el fino Jean Hytier
(1933), ni el ferviente Klaus Mann (1942), ni el agresivo Julien
Benda (1945), ni el mismo Gide. Que la imperfección de
sus trabajos sirva de alivio a la de éste."