Ezequiel Martínez Estrada: Panorama de
las literaturas. Buenos Aires, Editorial Claridad, 1946. 383
pág.
I
Naturaleza de la obra
"Una de las empresas literarias más arriesgadas -si
las hay- es la confección de un panorama de la literatura.
No importa la amplitud que se conceda al mismo; no importan las
limitaciones que previamente se establezcan. Importa el hecho
de ser un panorama literario. Importa, además, que ese
panorama quiera ser objetivo, ecuánime, no arbitrario.
Tal es la aventura emprendida por Ezequiel Martínez Estrada
con su Panorama de las literaturas -aventura agravada,
en este caso particular, por tratarse de un panorama preparado
para un lector no especializado, e incluido en una "Biblioteca
del Autodidacto". Esta última circunstancia extrema
los riesgos, ya que exige al autor una ordenación que sea,
a la vez, rigurosa y clara, una exposición sintética
y accesible.
Martínez Estrada es uno de los escritores más profundos
de las letras hispanoamericanas, es uno de sus prosistas más
conscientes. Abundante testimonio ofrecen las densas páginas
de la Radiografía de la pampa (Premio Nacional de
1933), de Sarmiento, del intenso relato La inundación,
de la conferencia sobre La tierra purpúrea. Sus
copiosas lecturas, su vasta erudición, no lograron empañar
su visión muy personal de las cosas y los seres; por contraste,
la enriquecieron, dilatando sus enfoques. Por todo esto, Martínez
Estrada se halla en las mejores condiciones para componer un panorama
literario.
La auténtica originalidad de este libro se manifiesta
no sólo en la apreciación particular de determinadas
obras, sino -especialmente- en la peculiar distribución
de los temas. Ya el título está indicando su naturaleza:
se trata de un panorama de las literaturas (así, en plural).
En el desarrollo de este panorama se asiste al nacimiento de las
literaturas, a su variada evolución, a sus curiosos e inesperados
entronques. A la alternancia cronológica de los autores,
dentro de las distintas literaturas, ha preferido Martínez
Estrada -en casi todos los casos- la alternancia de los géneros.
A la rígida e inevitable sucesión de los creadores
según el ritmo de los años, ha preferido -casi siempre-
la viva sucesión de los parentescos espirituales, de las
herencias estilísticas. Estas libertades frente a la cronología
dan a la obra una fascinante flexibilidad, pero suponen un riesgo
que el crítico no puede desconocer: el de la confusión
de los siglos, las escuelas y las corrientes. Este riesgo se acentúa
-como es natural- en la parte referente a la literatura contemporánea,
aunque ya en el siglo XIX (y aún antes) se encuentren algunos
curiosos ejemplos. Véase el de Musset. En el capítulo
X, estudia Martínez Estrada los teatros nacionales nacidos
en la Edad Media, hasta su desarrollo en el Renacimiento y la
Edad Moderna. Al examinar la evolución del teatro francés
-y después de bosquejar brevemente la obra de Corneille,
Racine y Molière- se extiende hasta Beaumarchais, Marivaux
y Musset, sin mencionar, para nada, el teatro romántico.
Pero nadie ignora que el teatro de Musset supone un teatro romántico
anterior, aunque (en un sentido más sutil de simpatía
espiritual) el autor de On ne badine pas avec l'amour entronque
directamente con Beaumarchais y Marivaux. Los riesgos de esta
imprecisión cronológica pueden verse también
en el ejemplo de Jorge Manrique (siglo XV), que es citado (apenas)
después de haberse examinado la obra de los místicos
españoles del siglo XVI. Esta peculiar ordenación
ha de provocar en el autodidacto una segura confusión,
susceptible de atenuarse (es claro) si se examinan cuidadosamente
las fechas básicas de cada autor. Se pudo obviar este inconveniente
con una Tabla cronológica de los principales escritores.
Como virtud fundamental de este panorama -cuyos antecedentes
más inmediatos se podrán encontrar en las obras
de Van Tieghem y en los Panoramas de las literaturas contemporáneas,
publicados por Kra en París- se puede señalar el
fino juicio crítico de Martínez Estrada. Ya se sabe
que este tipo de obras es susceptible de convertirse en un amasijo
de seca erudición. Dicho peligro ha sido conjurado por
Martínez Estrada gracias a algunas apuntaciones personales,
que iluminan vivamente las páginas, henchidas de fechas,
de títulos, de nombres. Como ejemplo de su altura crítica
(y prescindiendo de la personal y discutible agrupación
de autores y corrientes literarias) pueden citarse las breves
caracterizaciones de Spenser, La Fontaine, Racine, Montaigne,
Unamuno, Florencio Sánchez y -especialmente- su rápido
examen de La Muerte en Venecia. También alivia la
escueta enumeración, alguna frase intencionada, como, p.
ej., cuando transcribe la opinión de la condesa de Pardo
Bazán sobre George Sand: "Una de las señales
de la condición esencialmente femenina de Jorge Sand",
dice la condesa, "es su teoría de la nivelación
social y reparación de injusticias y desigualdades por
el amor y el matrimonio". Y comenta Estrada: "Lo
del matrimonio era inevitable como agregado de la condesa."
Su visión tan personal se manifiesta en cada acotación;
por ejemplo, en ésta, con que intenta definir la desesperada
hazaña poética de Herrera y Reissig: "Pocos
poetas son capaces de persistir en una forma tan limitada de poesía,
en lo que llamaríamos un accesorio de ella, hasta resignarse
a que de ese tormento resulte la eternidad."
2
Errores y distracciones
Este Panorama revela un autor original y profundo, cumpliendo
con inteligencia y buen gusto, una empresa erizada de riesgos.
Hay, sin embargo, un reparo fundamental que hacer a esta obra.
Una condición indispensable de la misma debió ser
la información precisa, el dato exacto. Es demasiado evidente,
por el contrario, que Martínez Estrada realizó su
tarea con excesiva prisa. El número de distracciones y
errores en que incurre, una y otra vez, es muy grande. Examinaré
algunos.
Una de las consecuencias más desagradables de la premura
se manifiesta en algunas torpes anfibologías. Citaré
un ejemplo. (En ningún caso el lector no informado podrá
saber de quién se habla). Dice en la pág. 210: "La
historia bien comprendida -a la manera de Shakespeare-, lo que
para él significaba bien documentada, tiene en Edward Gibbon
(1737-1794) un expositor de alcurnia. Su Decadencia y Caída
del Imperio Romano es, aparte su valor histórico, una
muestra de prosa concisa, simple y noble, como quería que
fuese el doctor Samuel Johnson (1709-1784). Porque así
la asentó, con seguridad de que los siglos no la perjudicarían,
en sus Vidas de Poetas Ingleses, dechado de minuciosa investigación
y limpieza de estilo. Publicó también: Nuevo
diccionario inglés, Rambler, Rasselas, Idler.
Más cerca de Gibbon por afinidades de contenido y no de
forma, Grandeza y Decadencia de los romanos, de Montesquieu,
que en su brevedad puede holgadamente colocarse delante de los
cuatro volúmenes de su colega inglés".
(Estrada no consigue separar las obras de Johnson, de la única
de Gibbon).
Del mismo modo, la prisa impide documentar suficientemente esta
curiosa afirmación sobre Joyce: "Se le juzgó
demente, cuando después de sus cuentos de Dublinenses
y de sus versos (bien raros entonces) de Música de
Cámara, publicó su novela autobiográfica
Retrato de un artista adolescente." El puntual Herbert
Gorman (en su biografía del escritor irlandés) no
alude para nada a semejante acusación de demencia y señala,
en cambio, el hecho de que muy pocas personas advirtieron en el
bélico 1916 la publicación de la novela.
Alguna inconsecuencia rebaja bastante la utilidad del libro.
La más notoria es la irregular distribución del
espacio (o de la importancia) entre los numerosos autores. Así,
p. ej., Garacilaso de la Vega es citado en dieciséis palabras
(incluyendo las cuatro de su nombre) y Jorge Manrique en trece
(incluyendo las dos de su nombre), Gonzalo de Berceo goza, en
cambio, de una página entera. Otro ejemplo: mientras el
talento comercial de Emil Ludwig monopoliza setenta y tres palabras
(descontando un etcétera), el duque de Saint-Simon dispone
de siete (incluyendo las dos de su nombre). Un último ejemplo:
mientras se cumple así con seis ilustres o notorios poetas
españoles contemporáneos: "España
tiene, además de García Lorca, a Juan Ramón
Jiménez (1881), Antonio Machado (1875-1939), Pedro Salinas,
Rafael Alberti y Jorge Guillén", ocho poetas polacos
y búlgaros (mejor conocidos en sus respectivas patrias)
usufructúan ochenta y seis palabras.
En el mismo rubro se pueden incluir las fluctuaciones de la nomenclatura.
Así, por regla general se traducen todos los títulos
(a veces se desliza una Batracomiomaquia, un Dombey
and Son, un Menino do Engenho). Pero, en muchos casos
no se da la traducción vulgarizada o difundida ya por alguna
edición en español, sino otra, arbitraria. Ejemplos:
El Volga se arroja al Caspio de Pilniak, en vez del conocido,
El Volga desemboca en el mar Caspio; Cabezas tronchadas
de Thomas Mann por Cabezas trocadas (el original alemán
dice explícitamente Die Vertauschten Köpfe);
El amor bajo los olmos (Desire under the Elms).
También incurre en caprichosas versiones: Memoirs of
Barry Lyndon de Thackeray es convertido en La suerte de
B. L.; El señor de San Francisco de Bunin, en
El amor de S. F.
Algunas omisiones importantes comprometen la validez general
del panorama. En lo que se refiere la literatura contemporánea
se puede señalar la ausencia (injustificable) de Bertrand
Russell, Aragon, Sr. John Perse, Jean Giraudoux, T. S. Eliot,
Van Wyck Brooks, Thomas Wolfe, Dashiell Hammett, Graham Greene.
Entre los hispanoamericanos, la justa mención de Eduardo
Mallea, realza más la ausencia de J. L. Borges, de Alfonso
Reyes. La omisión es, a veces, parcial. Así, p ej.,
Estrada incluye a Gide, pero olvida su Journal; a Mann,
pero no comenta la tetralogía sobre José y sus hermanos;
a Jacob Burckhardt, pero no a su monumental, Cultura del Renacimiento
en Italia; a Galdós y no a su obra maestra Fortunata
y Jacinta.
El capítulo de errores es -infortunadamente- muy abundante.
Es justo advertir que casi todos ellos se deben a la ausencia
de una lectura cuidadosa de las pruebas de imprenta. Indicaré
algunos principales. Se equivoca Martínez Estrada cuando
afirma, en la pág. 31, al comentar Edipo Rey de
Sófocles: "Edipo es destrozado, a la vista del
público, como un frágil juguete y, descubierto el
incesto del que tanto él como Yocasta eran inocentes, se
arranca los ojos y sale desterrado de su patria, conducido por
la piadosa Antígona a quien acompaña Ismena".
Edipo no sale desterrado, en esta obra, sale simplemente de escena.
El destierro -ya consumado- es materia de Edipo en Colono.
También se equivoca al afirmar en la pág. 123:
"Tras este polígrafo, otras tres figuras surgen
antes del romanticismo, que crece bajo el influjo despótico
de Hugo: Beaumarchaix, Marivaux y Musset." Ya se sabe
que Musset es posterior a Hugo, ocho años mayor. Se equivoca,
además, al decir: "Del Uruguay fue Juan Zorrilla
de San Martín (1857-1931), autor de los extensos poemas
Tabaré y La leyenda patria". Este último
no es, comparado con Tabaré, un poema extenso.
A veces el error es más grave: por ejemplo, cuando afirma
que Por quién doblan las campanas "se inspira
en la ocupación por los nazis de un país apacible."
(Ver pág. 283). Esa caracterización puede servir
para la difundida (y ya bastante olvidada) novela de Steinbeck:
Se ha puesto la luna (The Moon Is Down), pero de
ningún modo para este libro sobre la guerra civil española.
Tampoco es posible (como se dice en la misma página) que
Hemingway escribiera Fiesta (o The sun Also Rises)
"con miras a extender su popularidad" obtenida
con Adiós a las armas, ya que la primera es de 1926
y la segunda de 1929. No es cierto, además, que "la
sabrosa y bien plantada novela" de Valle Inclán,
Tirano Banderas, pertenezca al ciclo titulado El ruedo
ibérico. Es obra aparte. No es cierto, tampoco (como
declara la pág. 306) que Canguro sea de Aldous Huxley.
Más veraz, la pág. 296 reconoce la indiscutida paternidad
de D. H. Lawrence. Finalmente, de las tres obras que se atribuyen
a Cocteau en la pág. 382 una sola le pertenece (relativamente):
Antígona. Las otras dos -Electra, Anfitrión
38- son de Giraudoux.
Al mencionar, en la pág. 307, a Menéndez Pelayo,
dice Martínez Estrada con acritud: "Tal fama ha
cobrado en calidad de crítico y prosista, a pesar de sus
comentarios sobre la poesía hispanoamericana, que es un
deber prevenir acerca del equívoco que existe entre la
posesión de una memoria fenomenal y el minúsculo
don de la gracia y la equidad." La confección
de este Panorama de las literaturas debe haber enseñado
a su autor que, además del minúsculo don de la gracia
y de la equidad, semejante empresa requiere necesariamente una
memoria privilegiada (aunque no fenomenal)."