"Este panorama comprende únicamente la producción
hispanoamericana en español. No pretende abarcar todo:
selecciona aquello que interesó especialmente al crítico.
Considera también algunos libros publicados en los últimos
meses de 1945 porque aquí fueron distribuidos recién
en 1946.
Algunos clásicos (*)
Si se exceptúan las nuevas ediciones de traducciones ya
conocidas - los trágicos griegos (El Ateneo), Aristófanes
y Montaigne (Losada) - y algunas versiones modernas - los Tratados
morales de Séneca y la Poética de Aristóteles
(La Universidad Nacional Autónoma de México - la
única publicación verdaderamente nueva fue la del
Martín Fierro a cargo de C. A. Leumann (Estrada).
El poema de Hernández (la novela de Hernández, diría
Borges) ha sido minuciosamente estudiado por Leumann, quien ya
anticipara, en 1945, algunos aspectos de su labor (Ver El poeta
creador, Sudamericana). Su obra complementa (sobre todo en
lo que respecta a la Vuelta de Martín Fierro) las
investigaciones de E. F. Tiscornia.
Poesía junta
La obra poética más plena, más perfecta,
más gozosa, de estos últimos años se ofrece
ahora al lector español bajo el nombre de Jorge Guillén:
Cántico (Litoral, México). Desde aquel primer
Cántico de 1928, pasando por el de 1936, hasta este
de 1945, la obra de Guillén no ha cesado de desarrollarse
orgánicamente hasta alcanzar una madura belleza. "El
valor máximo de su poesía", ha dicho Pedro
Salinas en 1935, "es representar la conciencia poética
más clara, más luminosa, exacta y profunda que hace
mucho tiempo ofrece nuestra lírica".
Otros dos títulos completan el aporte español:
La estación total con Las canciones de la nueva
luz de J. R. Jiménez (Losada), obras inéditas, fechadas
entre 1923 y 1936, e Hijos de la ira de Dámaso Alonso
(Espasa Calpe), cuya primera edición española no
llegó a difundirse aquí. (Este libro duro y violento,
que el autor subtitula Diario íntimo logra una poesía
descarnada, problemática).
La principal contribución extranjera fue la traducción
de las Elegías de Duino, de R. M. Rilke, hecha por
J. J. Domenchina (Centauro, México). Con los Sonetos
a Orfeo, estas elegías constituyen la creación
medular del versátil lírico checo. La cuidada versión
de Domenchina las incorpora dignamente a nuestra lengua.
Dos antologías merecen señalarse: el Mapa de
la poesía negra americana, nuevamente trazado por E.
Ballagas (Pleamar) y el discutido florilegio de E. Díez-Canedo:
La poesía francesa desde el romanticismo hasta el superrealismo
(Losada). Algunas curiosas o irregulares traducciones amenguaron
la eficacia de esta simpática empresa.
Melodramas victorianos
Con la publicación de La dama de blanco (1860)
y de La piedra lunar (1868) la editorial Emecé proporcionó
al público de habla española dos importantes muestras
de la novelística inglesa del siglo pasado. Ambas constituyen
la culminación de un género y de un autor. Collins
- cuyo nombre vuelve a la luz, después de un injusto olvido
- fue un maestro del suspenso, del folletín. Su genio sobresalió
en tomar una materia despreciable (inexistente para la literatura)
y en dotarla de intensidad, de pasión. Sus peculiares condiciones
le permitieron la composición de esas dos grandes - y extensas
- novelas, sustentadas en conflictos mínimos (pero complejos),
alimentadas generosamente por el entusiasmo, por el penetrante
ingenio de Collins. Ambos libros fueron incluidos en la colección
de novelas policiales. Esta circunstancia no debe hacer olvidar
que ante todo son melodramas victorianos.
Algo sobre Joseph Conrad
Al reeditar las Obras Completas de Conrad - que publicara
en España, Montaner y Simón - Emecé propició
una lectura más vigilada, más intensa de este novelista
anglopolaco. En efecto, bajo la inocente apariencia de novelas
de aventuras, Conrad atacó en sus obras algunos problemas
fundamentales de la conducta humana y evocó algunos conflictos
imperecederos. (De él son estas palabras: "Mis lectores
conocen mi convicción de que el mundo, el mundo temporal,
descansa en unas pocas y simples ideas; tan simples como las colinas.
Descansa, especialmente, en la idea de Fidelidad"). Pero
no es sólo esto lo que da permanente vigencia a la obra
de Conrad. Un agudo sentido del estilo y la natural precaución
del que se mueve en un idioma ajeno, le obligaron a preparar cuidadosamente
cada página. La amistad de Henry James favoreció
sus inclinaciones naturales. El resultado fue magnífico.
Se puede apreciar en casi todos los títulos ya publicados
por Emecé - Bajo las miradas de Occidente, Nostromo,
El negro del "Narcissus", Victoria
- y en algunos de los que se anuncian, en especial: El
corazón de las tinieblas, Lord Jim, Tifón.
Novelistas europeos
Como todos los años abundaron las traducciones (más
o menos deficientes) de novelas contemporáneas. En ese
heterogéneo conjunto se destacan algunos autores y títulos.
(Para simplificar el panorama agrupo los autores por literaturas).
La versión de Dubliners (1914) hecha por L. A.
Sánchez (Ercilla) careció del rigor estilístico
que reclamaban estos cuidados ejercicios de Joyce, algunos de
los cuales anticipan ya temas del Ulyses. Para perfeccionar
su tarea Sánchez suprimió dos de los quince cuentos
de la edición original. Uno se pregunta para qué
hacer la traducción en semejantes condiciones.
Uno de los libros más discutidos fue Memorias de una
enana de Walter de la Mare (Nova). Una curiosa confusión
- alegremente propiciada por los editores - se formó en
torno a esta obra. Se la presentó como un original estudio
psicopatológico sobre la anormalidad de los enanos. En
realidad es una irregular novela que oscila entre la pintura dickensiana
del mundo cotidiano y la morosa elaboración de un universo
fantástico presidido por una falsa enana. De un punto de
vista estrictamente literario, la obra adolece de casi todos los
defectos del melodrama finisecular (conflictos pueriles, personajes
esquemáticos, extensión desmesurada) y de ninguna
de sus estimulantes virtudes (suspenso, felices invenciones, humor).
El aporte inglés de este año se completa con una
colección de relatos bien chestertonianos: El hombre
que sabía demasiado (Nova) y con La primera Lady
Chatterley de D. H. Lawrence (Rueda) - expurgado borrador
de la definitiva, la famosa.
Con Albertina ha desaparecido y El tiempo recobrado
la editorial Rueda terminó la publicación en español
de la magna opus proustiana. La calidad de la traducción
de M. Menasché obliga a seguir considerando inéditos
estos últimos volúmenes. Losada prosiguió
la versión de Les Thibault de Martin du Gard con
La muerte del padre y la de Les hommes de bonne volonté
de Romains con Los soberbios. (Este es el tomo quinto:
la obra completa alcanza, según algunos optimistas, a treinta
y dos volúmenes).
También se tradujeron Nacimiento de la Odisea de
Jean Giono (Argos), cuidadosa reconstrucción de las aventuras
de Ulises, y Los javaneses de Jean Malaquais, discutido
discípulo del discutido Céline.
La literatura rusa facilitó algunas reediciones - por
ejemplo, el famoso Caballero de San Francisco de Iván
Bunin (Emecé). Pero la obra más importante fue Días
y noches de Konstantin Simonov (Pueblos Unidos, Montevideo).
Por encima de las limitaciones del género bélico
y de la inevitable propaganda, Simonov logró un cuadro
veraz y convincente, estilizado con claro sentido épico,
de la lucha por Stalingrado.
Dos novelas de Arthur Schnitzler, La señorita Elsa,
Huída a las tinieblas (Losada) permitieron el acceso
a un mundo clausurado: Viena entre dos siglos, antes de la doble
catástrofe. Las distintas técnicas empleadas por
Schnitzler no lograban disimular el común enfoque decadente
y melancólico, crepuscular. También ofrece un mundo
clausurado, una sensibilidad ya superada, la novela de Hermann
Hesse, Demián (Argonauta). Junto a finos atisbos
de la infancia esta obra aporta un lastre bastante insoportable
de equívoco trascendentalismo, de dudoso espiritualismo.
Con José el Proveedor de Thomas Mann (Ercilla)
se cierra el ciclo de Joseph und seine Brüder. Sin
compartir totalmente el juicio algo irreverente de Hamilton Basso
(ver MARCHA, Nº 356) se puede advertir en la obra completa
un abusivo deleite por la meditación oscura y compleja.
Esto perjudica bastante a una creación que, desde el punto
de vista novelesco, ofrece una enorme vitalidad, una poderosa
y fascinante belleza.
Algunos norteamericanos
Muchos novelistas norteamericanos traducidos al español
están fuera de la literatura. Aquí se trata de los
que quedan dentro. En primer lugar de Dreiser. Una tragedia
americana (publicada por Ayacucho) ha sido considerada su
obra maestra. Algunos prefieren, sin embargo, Jennie Gerhardt.
De todos modos, sea o no aquélla su obra maestra, parece
indudable que Dreiser no es un maestro (en el sentido en que lo
son Henry James, Faulkner o Valéry). Para aquellos que
- en Norteamérica y aquí, en el sur - presentan
a Dreiser como modelo de lo que debe ser el novelista contemporáneo
conviene reproducir estas palabras de Sartre: "La técnica
que usa Dreiser para describir a los norteamericanos la copió,
directa o indirectamente, de los realistas franceses - de Flaubert,
de Maupassant, de Zola. ¿Cómo podemos acalorarnos
con métodos que se originaron con nosotros, que aprendimos
en la escuela, y que, cuando estamos hartos de ellos, nos son
reembarcados desde Norteamérica?" (Ver Novelistas
americanos vistos por los franceses, en MARCHA, número
352).
La mediocre traducción de En lucha incierta (Poseidón)
permitió el conocimiento imperfecto de un John Steinbeck
seguro de sus recursos, fuerte, bastante convincente. Algunas
imprecisiones (en el trazado de los caracteres, especialmente)
perjudicaron esta obra, una de las más logradas de su autor.
Con Mildred Pierce (El suplicio de una madre, Emecé)
ensayó Caín la novela larga, de situaciones cuidadosamente
detalladas, de abundantes virajes folletinescos. El resultado
hizo añorar la violenta concisión de The Postman
Alway Rings Twice. Con El Estafador (Emecé)
Cain anticipó un agradable libreto cinematográfico.
El resultado - pese a algunas escenas intensas - no mejora la
despreciable eficacia del género.
Un novelista de nuestro tiempo
Pero la obra más rica, más densa, dentro de toda
la producción contemporánea fue El ministerio
del miedo de Graham Greene (Emecé). Este joven novelista
católico (nacido en 1904) escribió una alucinante
novela, semi-policial, semi-alegórica, que refleja honda
y duramente la desesperanza y la angustia de nuestra época.
Un estilo preciso y poético, una rara capacidad de comunicar
los distintos ambientes, una implacable lucidez en el análisis
de las almas, caracterizan este libro ejemplar.
El séptimo círculo
La colección de novelas policiales de Emecé incluyó
- además de las obras de Collins y Graham Greene - algunos
títulos importantes. Uno de ellos fue El maestro del
juicio final de Leo Perutz. Utilizando diestramente el relato
de un exaltado, casi histérico, obtuvo Perutz una novela
fantástica, de solución ambigua. Más en el
terreno puramente policial se destacaron Cuestión de
pruebas, la primera novela de Nicholas Blake, Los otros
y el rector y ¡Hamlet, venganza! de Michael Innes.
La noche sobre el agua de Cora Jarret ofreció, bajo
un esquema policial, una novela rosa ejecutada con bastante habilidad.
La editorial Siglo Veinte tradujo la obra maestra de Dashiell
Hammet: El halcón maltés. La inteligencia
fría del protagonista - un detective privado poco escrupuloso
- se lucía en un apasionante juego de intrigas, delaciones
y muertes, ubicado en un San Francisco infernal.
Hombre adentro
Como todos los años se trató de alcanzar el hombre
interior por medio de los conocidos caminos: biografías,
memorias, epistolarios. Una selección - por rápida
que sea - no puede olvidar el Tolstoi de Derrick Leon y
la Reina Victoria de Edith Sitwell (ambas ediciones del
Tridente), el minucioso y brillante estudio de H. Seidel Canby:
Walt Whitman, an American (Sudamericana), el erudito trabajo
de W. T. Walsh sobre Santa Teresa de Jesús (Espasa
Calpe), y la fina interpretación psicológica de
George Sand por Silvina Bullrich (Emecé). El renglón
memorias fue prestigiado por la segunda parte de la autobiografía
de Santayana: En la mitad del camino (Sudamericana), por
el abrumador alegato de Richard Wright: Mi vida de negro,
tan superior a las débiles invenciones de Los hijos
del Tío Tom (ambos traducidos por Sudamericana), y
por las Memorias y epistolario íntimo de Charles
Darwin (Elevación). El último renglón - correspondencias
- contó con el epistolario de Darwin, ya citado, con las
Cartas a Rodin de Rilke (Archipiélago), documentos
de primer mano para la comprensión de la extraña
relación entre ambos artistas, con La amistad entre
dos genios, título pomposo con que Elevación
tradujo las cartas cambiadas entre Goethe y Schiller, y con la
Correspondencia con Arnauld de Leibniz (Losada), en la
que, bajo la forma epistolar, el filósofo comunica algunas
de sus ideas básicas.
Deliberadamente dejé para el final el relato de Eduard
Mörike: Mozart en viaje a Praga (Ricordi Americana).
Este librito, escrito en 1856, narra con gracia exquisita un episodio
auténtico de la vida de Mozart. La edición, ilustrada
por Mariette Lydis, es una de las más hermosas del año.
Recuperación del pasado
La abundancia y la calidad de los libros de historia convirtió
este año en uno de los más felices para esa disciplina.
Ante todo, cumple recordar La España musulmana de
Claudio Sánchez Albornoz (El Ateneo), un poderoso y brillante
esfuerzo de síntesis de la civilización musulmana
en España, realizado con todo vigor y amenidad. Otros títulos
fundamentales: Florencia por F. T. Perrenss (Elevación),
un manual en el que el autor condensó su monumental Histoire
de Florence; Vida y cultura de la Edad Media, por J.
Bühler (Fondo de cultura económica, México),
valioso ensayo de interpretación hecho por un especialista;
El hombre del Renacimiento por R. Roeder (Sudamericana)
que plantea su tema a través del examen individual de Savonarola,
Maquiavelo, Castiglione y Aretino; el clásico Manual
de Historia de España por Rafael Altamira (Sudamericana);
La historia social de Inglaterra por G. M. Trevelyan (Fondo
de cultura económica, México), obra de uno de los
más ilustres historiadores ingleses contemporáneos
y la Introducción al estudio de Grecia por A. Petrie
(Fondo de cultura económica), juicioso resumen de los conocimientos
actuales sobre la Grecia clásica, en una fina traducción
de Alfonso Reyes. A estos títulos se agregan algunas reediciones
oportunas; por ejemplo, Grandeza y decadencia de Roma por
G. Ferrero (Siglo Veinte) y el Esquema de la historia por
H. G. Wells (Anaconda).
Ya en el terreno de la especulación pura, cabe anotar
el original trabajo de Raymond Aron: Introducción a
la filosofía de la historia (Losada).
Filósofos, sociólogos y ensayistas
La profusión de títulos y autores obliga a una
selección rigurosa (y personal, es claro). Al azar de mis
apuntes, cito: Técnica y civilización por
Lewis Mumford (Emecé), complemento de la magistral Cultura
de las ciudades (Emecé, 1945); Investigación
sobre el significado y la verdad y Nuestro conocimiento
del mundo externo (traducciones ambas de Losada), dos libros
fundamentales de Bertrand Russell, filósofo que condesciende
a comunicar sencillamente su visión nada sencilla del universo;
dos estudios sobre Platón; el célebre ensayo de
Pater, Platón y el Platonismo (Emecé) y una
síntesis moderna de A. E. Taylor, El Platonismo y su
influencia (Nova); un valioso trabajo sobre Sociología
del Renacimiento por A. Von Martín (Fondo de cultura
económica); un estudio de Gisèle Freund sobre este
tema fascinante: La fotografía y las clases medias en
Francia durante el siglo XIX (Losada); El problema de las
generaciones en la historia del arte en Europa por Wilhelm
Pinder (Losada), libro que examina cuidadosamente el debatido
problema de las generaciones, y la Poética musical
de Igor Strawinsky (Emecé) que plantea de modo personalísimo
los fundamentos de la crítica musical.
Mención aparte merecen dos libros publicados por Losada.
Uno de ellos es El concepto contemporáneo de España
(1895-1931), antología de ensayos, seleccionada por Ángel
del Río y M. J. Bernadette, que comprende textos capitales
para la comprensión de la España contemporánea.
La edición incluye eruditas notas biográficas y
una excelente bibliografía.
El otro libro es la Guía política de nuestro
tiempo de Bernard Shaw. La lozanía de este casi nonagenario
- tenía 88 años cuando la escribió - provoca
algo más que curiosidad o respeto; provoca una entusiasta
admiración. Las convicciones políticas, religiosas
o estéticas, brillantemente difundidas por este libro,
verdadero resumen ideológico de Shaw, podrán suscitar
la más viva oposición, pero no dejarán indiferente
a nadie. Eso es más - ya se sabe - de lo que suele ofrecer
un hombre.
Crítica literaria
Algunos trabajos magistrales ilustran este género. La
editorial Revista de Occidente Argentina reeditó los Ensayos
sobre poesía española de Dámaso Alonso
(la primera edición es de Madrid, 1944). Con los estudios
contenidos en este volumen - y con La poesía de San
Juan de la Cruz, Madrid, 1942 - Alonso se sitúa a la
cabeza de la crítica hispánica. De otro gran hispanista,
Karl Vossler, se tradujeron dos obras: un examen sintético
y profundo de Fray Luis de León (Espasa Calpe) y
La poesía de la soledad en España (Losada; ya
publicada, en 1944, por Revista de Occidente, Madrid). Este es
uno de los libros capitales de la estilística romanc. C.
A. Morinigo publicó una erudita investigación: América
en el teatro de Lope de Vega (Instituto de Filología
de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires).
Otros títulos: Dante por Louis Gillet (Cronos);
Ibsen y su tiempo por E. Anderson Imbert (Yerba Buena,
Rosario); Ariosto y Corneille por Benedetto Croce
(Imán); La resurrección de Homero en el siglo
XX por L. A. Menafra (Pueblos Unidos, Montevideo); Demóstenes
por W. Jaeger (Fondo de cultura económica, México);
Ensayos sobre literatura clásica norteamericana
por D. H. Lawrence (Emecé); Las grandes corrientes de
la literatura en el siglo XIX por G. Grandes (Americalee)
y Literatura del Brasil por Lidia Besouchet y Newton Freitas
(Sudamericana). Además, la editorial Emecé tradujo
la célebre Defensa de la poesía de Shelley.
Libros de arte
Como todos los honores la mayor cantidad de libros de arte -
monografías, textos de estética, estudios de movimiento
- fue repartida por la editorial Poseidón. Entre sus numerosos
títulos se destacan: Oskar Kokoschka por H. Platschek,
Aristide Maillol por J. Cladel y Apollinaire por
Guillermo de Torre. El Ateneo preparó una edición
utilísima del Laooconte de Lessing. Losada publicó
una clara monografía de J. M. Podestá, Joaquín
Torres García, y La divina proporción
de Luca Pacioli, que aparte de ser uno de los tratados clásicos
de la pintura renacentista, constituyó - por su impecable
edición - una joya bibliográfica.
La más curiosa de todas las obras de esta sección
fue, sin duda, el delicioso ensayo de Hazlitt: Sobre el retrato
de una dama inglesa por Van Dyck (Emecé). Bajo ese
título poco explícito y bastante poco comprometedor
(como los de Montaigne, su maestro) Hazlitt desarrolló
una verdadera teoría del retrato, finamente anotada, rica
en sugestiones y en confidencias."
LETRAS NACIONALES
"Como todos los años, este 1946 ya desaparecido,
vio integrarse un limitado conjunto de libros nacionales. Como
todos los años el crítico tuvo poco trabajo. La
susceptibilidad criolla del autor consagrado no tolera objeciones
(por bien fundadas que sean), ni resiste comparaciones (a menos
que se evoque a Whitman o a Goethe o a Platón). Tampoco
es más blando el autor incipiente, para quien la crítica
literaria solo puede ser un género neutro que reparte unánimes
y anónimos espaldarazos, que proclama la bondad de toda
inspiración quinceañera, que es una mera variante
de la cortesía social.
Algunos originales, sin embargo, desafiaron esos dogmas consuetudinarios
y editaron sus obras como si fueran responsables de ellas, como
si fueran cosa propia, sustancial. Uno de los responsables fue
Carlos Rodríguez Pintos, cuyo Canto de amor constituyó
la más hermosa publicación del año. Bajo
la feliz invocación de San Juan de la Cruz -
Ni tengo ya otro oficio,
Que ya sólo en amar es mi ejercicio
- se levantan las veinte octavas reales del Canto en que el poeta
alcanza, en púdica exaltación, su madurez:
Por este aliento mío, desvaído,
Que quiebra en ti su vocación nocturna;
Por esta voz que, muerto ya el gemido
Muéveme a riesgo el alma taciturna
Por aquel llanto de juncal dormido
Que el alba hería en su celeste urna,
Venga a sosiego la madura frente
Y abra en elogio el labio reverente.
El concurso de cuentos organizado por MARCHA demostró
que hay en nuestro país muchos jóvenes que creen
en la responsabilidad literaria; demostró que algunos hasta
la practican. El resultado visible - el que señalan el
fallo y los cuentos publicados - no es el único que se
debe considerar. En el conjunto de más de ciento cuarenta
cuentos hubo errores y distracciones: algunos ingenios - desgraciadamente
seudónimos - se creyeron obligados a plagiar a los imitadores
de la mala literatura gauchesca, otros reiteraron los difundidos
conflictos de los folletines radiales, otros, en fin, comunicaron
sus propias vicisitudes o indignaciones, como si escribieran para
un consultorio sentimental o para la sección de quejas
de los lectores. Una despierta minoría reveló, en
cambio, verdaderas inquietudes, un sincero propósito de
crear algo personal y nuevo, un estimulante afán de superación.
Algunos - los destacados por el fallo, entre ellos - evidenciaron
algo más que inquietudes o propósitos. Y esto resulta
tanto más valioso si se piensa que (con la excepción
de Álvaro Figueredo) todos eran autores inéditos.
Sus producciones, que van del realismo a lo Anderson de Castelli
hasta el superrealismo kafkiano de Paganini, pueden servir de
excelente anticipo a la literatura de los próximos años."
(*) La palabra clásico
se emplea aquí en un sentido muy laxo, que permite la inclusión
de Juan Ruiz y de Fielding juno a Petrarca y a Tácito.