* El 21 de marzo de 1864 los hermanos Goncourt anotaron este
asterisco en su Diario: "La querida de Sainte-Beuve,
madame V... -a la que, firmemente, creía española,
a la que consultaba sobre todo cuanto se refería a la literatura
del otro lado de los Pirineos y la que le daba notas sobre Calderón,
etc.-, le había persuadido de que era española llevando
un puñal en la liga. Desgraciadamente, murió de
tisis y se descubrió entre sus papeles que era de Picardía".
* En 1896 Thomas Hardy publicó Jud, el oscuro.
Con esta obra culminaba su larga carrera de novelista. El fracaso
del libro frente a un público miope y convencional impulsó
a Hardy definitivamente hacia la poesía, "lejos de
la enloquecedora multitud" (como titulara una de sus novelas).
Poco a poco se fue descubriendo el alto valor de sus obras y actualmente
Hardy es considerado (con Meredith, con Butler) uno de los grandes
creadores de la novela inglesa moderna. En cuanto a Jud, el
oscuro, es unánimemente señalada como su obra
maestra. Una reciente traducción en castellano (publicada
por Emecé, Bs. Aires, 1945) actualiza este somero pero
exacto juicio de René Lalou: "En 1891, Tess de
Urbervilles había alarmado al público puritano.
Cinco años más tarde, Hardy le ofreció Jud,
el oscuro con este epígrafe: "la letra mata".
Entre Jud, pequeño campesino de Wessex que quiere elevarse
hasta la vida intelectual, y su prima Sue, imagen de la muchacha
que atormenta a la vez su cerebro y su instinto, Hardy había
renovado el viejo drama de la guerra mortal entre la carne y el
espíritu. Había pintado "la tragedia de los
fines irrealizables", había denunciado la quiebra
del amor y de la cultura; con una grandeza y un rigor dignos del
libro de Job, el pintor del crepúsculo sobre los eriales
de Wessex mostraba la noche invadiendo los últimos refugios
del hombre, las universidades, los empleos y hasta el alma de
los niños. Ya no se trataba (como en Tess) de una
conciencia aislada sino de todo el pensamiento moderno".
(Littérature anglaise, 1929, cap II).
* En 1837 Nathaniel Hawthorne publicaba sus primeros Twice
- Told Tales. Allí reunía diversos relatos sobre
los más variados motivos. Uno de los temas más caros
al autor -uno de los que perseguiría hasta su muerte- era
el de la imposible obtención de un elixir vital. El sueño
de Ponce de León (convenientemente modificado) servía
de pretexto anecdótico a El experimento del doctor Heidegger
-ahora traducido en castellano para los Cuadernos de la Quimera
(Bs. Aires, Emecé 1945). El Agua de Juventud que el doctor
del cuento ofrece a sus cuatro decrépitos invitados (y
que produce en ellos consecuencias tan inesperadas como ridículas)
es "de virtud más transitoria que la del vino".
Pasada la ansiosa expectativa, pasada la locura de una artificial
recuperación de la juventud, terminado el "experimento",
los personajes se desvanecen y se cierra el breve relato (apenas
46 páginas en esta edición). Lo que no pasa ni se
desvanece es su eficacia literaria, esa pulcritud con que está
compuesto y que caracteriza a Hawthorne: un tono igual (pero no
monótono) para toda la narración, un tono que destaca
delicadamente ciertos rasgos más profundos o intensos,
una leve ironía cerebral (ajena a toda pasión) que
desampara a los personajes mostrándolos en toda su vaciedad
o en toda su riqueza, y, finalmente, un ligero aire de fábula
que quita trascendencia al relato, que lo reduce a las exactas
proporciones de un cuento otras veces contado.
* Con Theodore Dreiser (1871-1945) desaparece una tendencia perfectamente
definida de la novelística norteamericana contemporánea:
la renovación naturalista. La directa concepción
del mundo, crudamente reflejada en los libros de Dreiser, provocó
el asombro y la hostilidad de sus primeros lectores. Sus obras
fueron perseguidas por mostrar sin velos la codicia o la amoralidad
de una sociedad sin escrúpulos pero hipócrita. Sister
Carrie (1900), Jenny Gerhardt (1911), The Financier
(1912), The Titan (1914), The Genius (1915) y An
American Tragedy (1925) provocaron sucesivamente el rechazo
y el vacío. Pero, al fin, su enfoque verídico y
desilusionado se impuso. Su obra y sus combates sirvieron de ejemplo.
Hoy, al hojear cualquiera de los libros citados, resultan inexplicables
las violentas reacciones de sus contemporáneos inmediatos.
La audacia de Dreiser aparece apaciguada por el tiempo. Ello se
debe, fundamentalmente, a que el antagonismo del escritor con
su época no era esencial sino circunstancial, y a que toda
su obra llevaba impresa la fecha de su composición. O dicho
en otras palabras: el arte de Dreiser ha envejecido. El lector
de hoy debe esforzarse para penetrar al través de la densísima
masa de sus interminables novelas. Ni siquiera la que es justamente
considerada como su obra maestra, An American Tragedy,
escapa a este defecto. La falta de proporción y de medida,
el gigantismo injustificado de algunas partes de esta obra, el
estilo descuidado e irregular conspiran contra su perdurabilidad.
Ahora es imposible decidir si los libros de Dreiser (pese a sus
defectos formales y a la vulgaridad de algunas de sus concepciones)
perdurarán. Es posible que esa fuerza intrínseca,
bastante indefinible pero presente en muchos capítulos
de sus libros, se imponga a los lectores futuros; es posible que
su misma desproporción parezca virtud. Lo cierto es que
actualmente Dreiser es poco leído (hasta en su patria)
y que su perdurabilidad parece bastante problemática.
EMIR RODRÍGUEZ MONEGAL