M. ILIN: Historia del libro. 
                Ediciones Pueblos Unidos, Montevideo, 1945. 102 p. 
               De acuerdo con su habitual método expositivo Ilin traza 
                en esta obra la historia de la escritura y la historia del libro. 
                Desde la invención de los jeroglíficos hasta la 
                invención de la máquina de escribir, en doce capítulos 
                esquemáticos, Ilin encierra una enorme cantidad de conocimientos 
                sobre la historia del libro. La exposición es clara y precisa; 
                utiliza imágenes accesibles y trata de impresionar vivamente 
                la imaginación del lector. El libro se dirige a un público 
                no especializado y no pretende agotar los temas: se limita a presentarlos 
                con la mayor fidelidad posible y en la forma más atractiva. 
                Es agradable pese a su voluntaria puerilidad. Cumple su cometido. 
                Eso es bastante.
               
              DANIEL HALÉVY: Nietzsche. Editorial 
                "La Nave", Madrid, 1942. 428 p.
               Halévy es un conocedor penetrante de la obra de Nietzsche. 
                Ha estudiado al hombre con ahínco, como discípulo 
                vigilante. No pretende hacer en esta biografía obra apologética, 
                sino crítica. Es lúcido, pero sabe sentir. Expone 
                y juzga: expone limpiamente, juzga con tino. En su vasto Zarathustra 
                ha dejado escrito Nietzsche: "Cuando no se puede amar, 
                hay que pasar de largo". El análisis minucioso, 
                equilibrado que hace Halévy del filósofo alemán 
                declara vivamente que su autor leyó y vivió, el 
                pensamiento citado. Con seguridad leyó este: "Poca 
                gratitud se tiene por un maestro, cuando se continúa siempre 
                siendo discípulo" (Zarathustra). La clara 
                imagen que ofrece Halévy está informada por ambos 
                conceptos. Revela cariño, honda comprensión, un 
                sano enjuiciamiento.
              Este libro tiene una exacta arquitectura: es ordenado y preciso. 
                Maneja hábilmente la anécdota, la efusión 
                lírica, la reseña (quizás sumaria) de las 
                obras, las crisis repetidas, el mundo circundante. Muestra la 
                aproximación de Nietzsche a las ideas desnudas, sus atisbos, 
                el combate por la formulación, la inagotable riqueza de 
                las concepciones: ese retorno dramático a la intuición 
                primera, para arrancarle toda su esencia. Tampoco omite el deslumbramiento 
                -el caos encontrado y conservado- de sus realizaciones, lo contradictorio 
                y antisistemático de su filosofía, el contraste, 
                sutilmente dado, entre el pensamiento de águila y la endeble 
                persona del filósofo. O sea, todo lo que revela que su 
                agonía era esencialmente espiritual. Para Nietzsche los 
                conceptos herían, los problemas laceraban. De aquí 
                que sus respuestas -el eterno retorno, el super-hombre- deban 
                aprehenderse en el plano de tensión cerebral en que las 
                vivió el filósofo. Toda otra interpretación 
                es falsa.
              Halévy no hace biografía novelada. Prefiere dar 
                la documentación y vitalizarla con pequeñas acotaciones, 
                justas e inteligentes. Tampoco cae en la erudición estéril, 
                agotadora. Sabe interesar sin extremar sus recursos. El episodio 
                amoroso de Nietzsche con Lou Salomé está tratado 
                con sencillez, sin desvaríos. El último capítulo 
                es muy simple: no retoriza la locura, evita la escena obligada 
                del "postrer suspiro". Dice: "Federico 
                Nietzsche murió en Weimar el 25 de Agosto de 1900", 
                y con eso basta. Stefan Zweig, en La Lucha contra el Demonio 
                no supo evitar la fácil escena de Nietzsche loco.
              La fecha en que fue escrita originalmente esta biografía 
                (1909), la pone a cubierto de interpretaciones de "palpitante 
                actualidad". Desconoce beatíficamente la polémica 
                en torno a Nietzsche y el nazismo, la que ha envenenado cuanto 
                se ha escrito últimamente sobre el filósofo alemán. 
                (No ignora, por desgracia, la anterior polémica: Nietzsche 
                y la Kultur prusiana -pero ésta ya se nos ha desvanecido). 
                Con respecto a dicho problema dice Ricardo Baeza: "El 
                sentido de estos conceptos (el culto de la fuerza, la exaltación 
                de la guerra y la predicación anticristiana.) Según 
                Nietzsche, nada tiene que ver con el sentido nazi. La causa principal 
                del error es la transferencia grosera a un plano material y práctico, 
                de realidades inmediatas, de lo que se refería tan sólo 
                a un plano de la vida interior y del conocimiento". (Ver 
                El niño del espejo. Sur, No 65). La confusión 
                es peor aún: el filósofo alemán ha sido falseado 
                también por aquellos que le defendían del nazismo. 
                Por otra parte, su obra fragmentaria, aparentemente inconexa, 
                se presta al florilegio tendencioso. La lectura del libro de Halévy 
                contribuye a desechar falsas antinomias: presenta la obra como 
                respuesta del filósofo a su circunstancia. Señala 
                así la íntima y recíproca penetración 
                de la vida y la obra.
              La edición que comento es la segunda edición española 
                de la obra. En 1931 "La Nave" publicó 
                la primera edición; en 1942 se publicó ésta 
                (que ha llegado recién a nuestras manos). Hay además 
                una edición argentina (Emecé, 1943). Estos datos 
                hablan frecuentemente del éxito del libro. La presente 
                edición omite mencionar a los traductores: Ricardo Baeza 
                y Jorge Zalamea. Su traducción es excelente aunque incurre 
                en galicismos evitables. 
               
              JAMES M. CAIN: Pacto de sangre (Double 
                Indemnity). Traducción de Manuel Barbera. Emecé 
                Editores, Buenos Aires, 170 páginas. 
              Ya ha sido denunciada repetidas veces la violencia voluntaria 
                y premeditada de todo un sector de la literatura contemporánea. 
                En ese culto a la violencia sobresalen los escritores norteamericanos 
                más recientes. El más puro de ellos, el que da más 
                directamente la brutalidad y el cinismo desesperado de nuestra 
                época (probablemente, James M. Cain). Los otros -Faulkner, 
                Hemingway, Farrell, Caldwell- se redimen por la intromisión 
                de otros caracteres ajenos, ya sea, por el lirismo erótico 
                de Hemingway, ya sea el humorismo acre de Caldwell. Cain, por 
                el contrario presenta superficies desnudas, los hechos despojados 
                de su posible retórica. La pasión corre contenible 
                por sus páginas y se detiene en morosa introspección. 
                Cain parece azuzarse imponiéndose: ¡Hechos, sólo 
                hechos!.
              No puede, sin embargo, dejar de pagar su cuota de frustrado romanticismo, 
                y la auténtica desesperación violentada se explicita 
                en el melodrama, etapa final de sus creaciones. Pacto de sangre 
                es un excelente ejemplo de lo que se acaba de decir. La historia 
                de un crimen cuidadosamente planeado y hábilmente ejecutado, 
                es el mero pretexto para trazar un cuadro de violencia y locura, 
                de apetitos y pasión, en el que se ven arrastrados los 
                personajes, independientemente de sus culpas. Walter Huff encuentra 
                en la señora Nirdlinger no sólo el objeto de la 
                tentación, en una de sus formas más atrayentes, 
                sino además la ocasión del Crimen -esa ocasión 
                que anhelaba oscuramente (ver en la pág. 17, el discurso 
                de Huff). Esta circunstancia explica (aunque no justifica) su 
                rápida entrega, su colaboración apasionada en el 
                asesinato. Aceptada la primera regla del juego, ya es imposible 
                dominarlo, porque se rige por sus propias y no formuladas leyes. 
                A medida que se desarrolla la acción la tensión 
                sombría y la atmósfera enrarecida aumentan intolerablemente 
                hasta desembocar en el desvergonzado melo de las últimas 
                escenas. Ese crescendo es logrado, paradójicamente, mediante 
                la utilización de un estilo desnudo, fuertemente expresivo. 
                La narración -en la que predominan los diálogos 
                rápidos, las frases cortas y sintéticas- se atiene 
                a la presentación directa de los sucesos y sus frases golpean 
                incesantemente. En esta doble creación (tensión 
                progresiva, rigor estilístico) Cain logra su más 
                alta perfección. Ella permite olvidar la deliberada violencia 
                del enfoque, el insalvable folletín final, la poco sólida 
                intriga policial.
              Algunas peculiaridades y algunos defectos de esta novela se hacen 
                más evidentes si se la compara con la adaptación 
                cinematográfica de Billy Wilder (Pacto de sangre, Paramount, 
                1944). Tal aproximación permite comprender la debilidad 
                de la intriga (Wilder se ha visto obligado a crear escenas dramáticas 
                del film: la brillante entrevista con el director de la compañía, 
                el desenlace violento del "pacto de sangre" a que alude 
                el título castellano); permite comprender, además, 
                el enfoque particular de Cain, el comparar los diálogos 
                de la novela (objetivos, intensos, pero sin brillo) con los de 
                Wilder (mucho más inteligente), mucho más literarios.
              La traducción de Manuel Barberá es buena; la edición 
                sobria y de buen gusto."
              ERM