Aldous Huxley: El tiempo y la máquina.
Traducción del inglés por Marina Ruiz Lagos. Editorial
Losada, Bs. Aires, 1945, 228 páginas.
"Muchos lectores de Esas hojas estériles,
de Contrapunto, de Con los esclavos en la noria
han lamentado que el autor no supiera resistir a la tentación
de exponer su sabiduría y no dejara de intercalar insistentemente
en la narración extensas disquisiciones o apretados ensayos.
Otros lectores, por el contrario, han lamentado que la intriga
novelesca, más o menos previsible, interrumpiera las brillantes
reflexiones, las sagaces observaciones de los personajes. Para
estos lectores publica Huxley sus ensayos; para ellos la editorial
Losada ha recogido, bajo el insospechable título de El
tiempo y la máquina, diez ensayos diversos.
La primera observación ineludible del lector se refiere
a la unidad intelectual y estilística que manifiesta la
selección. No importa que el tema sea el snobismo
inglés o El sueño de Felipe II de El Greco;
no importa que en ocho páginas se satirice el fetichismo
moderno o que en cuarenta se trace un retrato de David Lawrence.
La unidad se halla siempre presente (por encima de la diversidad
de temas, por encima de la extensión de cada ensayo); ella
hace más sabrosa la lectura del volumen. Dicha unidad responde
a varios motivos: la actitud intelectual y moral frente al mundo,
la identidad estilística, la reiteración de conceptos
fundamentales, la proximidad en la fecha de composición
de los ensayos. La nota fundamental está dada por la actitud
del autor frente al mundo. En todos los ensayos se transparenta
una misma concepción vitalista, desconfiada de lo meramente
intelectual, que usa el intelecto para destruir sus propias falacias;
una actitud de reverencia hacia la riqueza y multiplicidad del
mundo y una actitud de desprecio por la mentira y el engaño
en que vive el hombre corriente. Puede observarse plenamente esa
doble y única actitud en el ensayo sobre D. H. Lawrence,
en los titulados Uno y muchos y En un oasis de Túnez.
Esa actitud vitalista, que parecerá increíble a
quien sólo conozca a Huxley por lo que opinan los que no
lo leen (o lo leen mal), representa una etapa fundamental de su
evolución. En la página 164 dice: "Doy por
sentado -es un acto de fe- que mayor proporción e intensidad
de vida es preferible a una proporción menor y más
débil". En esas palabras se explicita y se condensa
lo que aparece desarrollado en los citados ensayos. En ese momento,
la influencia de Lawrence es visible, pero no es avasalladora.
Huxley corrige, de acuerdo con su peculiar manera de juzgar, la
enseñanza de su amigo y ofrece una visión personal
del mismo tema (Así, p. ej., no comparte el desprecio de
Lawrence por la ciencia; ver págs. 19 a 20). Por otra parte,
los momentos de esa actitud pueden rastrearse fácilmente
en sus novelas. En Contrapunto (1928) se puede ver el planteamiento
total del problema del hombre frente al mundo. (Es claro que se
trata del intelectualizado hombre occidental de la post-guerra).
En dicha obra cada personaje fundamental da una respuesta moral
e intelectual a la vida, respuesta que ratifica con sus actitudes
(p. ej., Rampion) o que desmiente con su conducta (p. ej., Burlap).
La oposición que dibujan los caracteres representativos
de Philip Quarles y Mark Rampion presenta el problema en sus últimos
términos.
Los ensayos contenidos en El tiempo y la máquina
permiten conocer directamente el pensamiento de Huxley alrededor
de 1928; permiten comprender, además, que es peligroso
atribuir a un autor las opiniones de uno cualquiera de sus personajes
(ya que las opiniones aquí vertidas difieren bastante de
las de sus personajes); permiten comprender, finalmente, que la
falsa imagen de Huxley -el frío y ridículo intelectual-
se ha formado tomando como modelo la caricatura del intelectual
puro llamado Philip Quarles. Estos ensayos tienen además
un valor propio y ese valor es independiente del conocimiento
completo de la obra de Huxley por el lector. Cada uno de ellos
interesa por sí, por la riqueza de su pensamiento, por
la finura de su estilo, por la originalidad de sus enfoques. Dentro
de la gran calidad de todos, se pueden elegir como mejores: D.
H. Lawrence, Uno y muchos y De la vulgaridad en
la literatura.
El ensayo sobre Lawrence es la presentación más
exacta y profunda de la personalidad de este autor inglés.
Sirvió originalmente de prólogo a sus Letters,
publicadas por Huxley en 1932. Define a Lawrence interiormente
y aporta un conocimiento personal y directo. Es, probablemente,
el ensayo más importante sobre Lawrence, el que da más
viva y fidedignamente la figura de este gran escritor. En De
la vulgaridad en la literatura el tema se halla enfocado muy
originalmente. El autor trata, ante todo, de expresar qué
entiende por vulgaridad. Después de algunas observaciones
circunstanciales llega a esta caracterización: "La
vulgaridad es una bajeza que se proclama a sí misma; y
esa proclamación es también, intrínsecamente,
una bajeza" (p. 56). De acuerdo con esta concepción
examina distintos tipos de vulgaridad, desde las actitudes de
Villiers de l'Isle Adam y de Flaubert, hasta los ejemplos ilustres
de Poe (en sus poesías), de Romain Rolland (en Colas
Breugnon), de Balzac (en Séraphita) y de Dickens
(en La tienda de antigüedades). Las afirmaciones de
Huxley en este ensayo (así como en los otros) serán
discutibles, pero no pueden dejarse de lado. Y pese a la afirmación
de Edmond Jaloux de que a Huxley, en sus novelas, le convendría
un poco de vulgaridad, se sigue prefiriendo el punto de vista
de este último.
Pero el ensayo más rico en contenido intelectual es Uno
y muchos. Aquí trata Huxley de definir la esencia de
Dios, examinando las afirmaciones del monoteísmo y del
politeísmo y enjuiciando su verdad o su falsedad de acuerdo
con la esencia del hombre. La conclusión final es la de
que el hombre es uno y múltiple, pese a su no desmentido
afán de ser uno, siempre inmutable; de ahí concluye
que Dios (lo divino) es uno y muchos, y que el monoteísmo
puro sólo puede concebirse como doctrina pero no realizarse
en la práctica (El ejemplo que aporta de la vida en la
Edad Media es muy sugestivo). Aparte del contenido esencial de
este ensayo, la agilidad de la exposición, la alegre y
clara inteligencia que revela, lo hacen uno de los más
valiosos.
El estilo de los ensayos de Huxley es uno de los más puros
y atractivos de la literatura contemporánea (comparable
sólo al de Valéry o al de T. S. Eliot). Posee cualidades
que rara vez se ofrecen juntas: vivacidad imaginativa, rigor lógico,
intuición poética, originalidad. Huxley desarrolla
sus curiosos puntos de vista sin necesidad de recurrir al inteligente
pero mecánico sistema de la paradoja (ver Chesterton o
Shaw). Su punto de vista es original, pero usa de la sorpresa
con mesura. Plantea su posición y luego la desarrolla precisamente,
insistiendo con fuerza y concisión en los puntos fundamentales,
no sacrificando la solidez de la expresión al fácil
brillo. Por otra parte consigue un equilibrio estable entre el
desarrollo lógico (impecable, nítido) y la metáfora
(imprevista, nueva) con que ilustra y hace plástico su
pensamiento. Un ejemplo basta: "Algunos filósofos
reducen deliberadamente la ración alimenticia. -¿"¿Te
parece propio de un filósofo preocuparse de los llamados
placeres, tales como el comer y el beber? -No por cierto, Sócrates,
dijo Simias" (¡Qué ganas siente uno de pegar
un puntapié a estos imbéciles que siempre están
de acuerdo con el viejo sofista, por grande que sea el despropósito
que diga! Merecerían la cicuta cien veces más que
su maestro). -"¿O las relaciones sexuales?" continúa
Sócrates. -No. -¿O todos los cuidados del cuerpo?
¿Crees que el filósofo tendrá en precio?"
Claro que no -como necio que es. El alma del filósofo "se
aparta cuanto puede de toda asociación y contacto con el
cuerpo y aspira a la verdad en sí misma". ¿Con
qué resultado? Privada de su sustento, el alma crece flaca
y sarnosa, como el león famélico. Con asco y lástima
en medio de nuestra admiración no podemos menos de exclamar:
"¡Pobres animales!". Ante la visita de almas tan
extraordinarias y lamentables como las de Kant, Newton o Descartes.
"¿Por qué no les dan bastante de comer?"
(ver págs. 166 a 167). Como se ve sus metáforas
son, también, humorísticas. Resumiendo: una inteligencia
maravillosamente dotada, una enorme capacidad imaginativa, un
estilo preciso, poético y humorístico. Tal es el
balance de estos ensayos de Huxley. (Olvido deliberadamente
su increíble erudición. Ya se ha hablado demasiado
de ella).
La traducción es francamente buena, la edición
muy hermosa. Hay algunos reparos que hacer: los ensayos no llevan
la fecha de composición; tampoco se indican de dónde
han sido tomados ni quién ha hecho la selección.
Falta, además, el acostumbrado y servicial prólogo
de Guillermo de Torre, prometido desde la publicación (en
1943) de El joven Arquímedes."