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"Introducción a Henry James"
En Marcha, Montevideo, nº 270, 09/02/1945
p. 15
Henry James: Retrato de una dama (The Portrait
of a Lady), traducción de Mariano de Alarcón. Emecé
Editores, Bs. Aires, 1944. 780 páginas.
"Henry James nació en New York en 1843 y murió
en Inglaterra en 1916. Pasó gran parte de su vida en Europa
como exilado voluntario; pocos meses antes de morir había
recibido la ciudadanía británica. Por su influencia,
por su vitalidad literaria, pertenece por igual a las letras norteamericanas
e inglesas. Por su innovación de la novelística contemporánea
su obra pertenece a las letras occidentales. James llega a la novela
cuando el realismo -y su sucesión- ha producido los grandes
maestros: Balzac, George Eliot, Tolstoy, Galdós. Se inicia
en esta corriente literaria pero pronto crea su propia manera, dejando
una serie de obras cuya influencia perdura, La traducción
del Retrato de una dama pone, por vez primera, al lector
español en contacto con su arte sutil y penetrante, vivo,
incomparablemente hermoso. Constituye, pues, esta edición,
una introducción a Henry James. No es preciso encarecer más
su importancia.
El Retrato de una dama señala, en varios sentidos,
el pasaje de una primera a una segunda época en la vasta
obra de James. Puede inscribirse en el ciclo de "la heredera
americana que conquista Europa" -tema trazado por este autor
en media docena de novelas. La conquista aludida no se realiza plenamente
hasta la última (The Golden Bowl), pero cada nueva
etapa indica una zona y un aspecto conquistados, asimilados definitivamente.
La ubicación exacta que corresponde al Retrato de una
dama es la cuarta etapa (Dos novelas más y la conquista
se realiza plenamente). La protagonista de esta obra, Isabel Archer,
está a punto de obtener la felicidad por su casamiento con
el dilettante Gilbert Osmond -y con ello lograr la conquista de
Europa- cuando todo cambia de sentido y es sólo la fría
forma, no el espíritu, lo que conquista. La herencia es puramente
exterior. A pesar de todo Isabel no resulta vencida (como sus predecesoras)
gracias a su poderosa fuerza de resistencia moral: la raíz
americana. Se trata de una semi-derrota. Bajo la trivial apariencia
de una conquista mundana -una heredera americana presupone siempre
un cazador de dotes europeo o europeizado- estudia James algo más
profundo: la asimilación de la cultura europea por la joven
norteamericana. Sus soluciones -aunque aparentemente anecdóticas
y relativas- tocan los puntos fundamentales del problema. (Ahora
se puede anunciar al lector que se está frente a uno de los
rasgos más característicos de James: el desacuerdo
entre la apariencia y la realidad dentro de cada novela; también
se puede anunciar que no es ésta la única dificultad
que debe superar). Se comprende, conociendo la biografía
de James, la importancia que éste concedía al mencionado
conflicto de dos culturas; se comprende, además, la solución
que ofrece en The Golden Bowl. La delicada trasposición
de su problema es uno de los más finos e ingeniosos rasgos
de este autor. En un ensayo (publicado en la revista Sur,
108) Philip Rahv ha estudiado detenidamente este tema. A él
me he remitido; a él remito al lector.
Lo que podría llamarse el pensamiento de Henry James puede
vincularse y limitarse al tema fundamental arriba indicado. Pero
lo que ahora interesa es su tratamiento novelístico. Lo que
primero se advierte (al repensar la obra) es la despreocupada verosimilitud
de los hechos y su parcial melodramatismo. En este caso concreto,
Isabel Archer recibe una herencia crecida de un tío político
que apenas conoce (aunque él ha percibido lejanamente su
encanto femenino), y -lo que es menos frecuente- gracias al voluntario
sacrificio de un primo escéptico, enfermizo y (es claro)
enamorado. Esto es sólo el comienzo. Más adelante,
Isabel descubrirá que la hija del primer matrimonio de su
esposo, la suave y perfecta Pansy, tiene por madre a la insospechable
señora Merle, también suave y perfecta (aunque por
otras razones). Esta revelación se produce en el capítulo
51 en circunstancias impuras estéticamente: un chisme contado,
con todos los agraviantes mímicos, por una ridícula
señora. A esto se puede agregar el carácter superficialmente
satánico que transparentan Gilbert Osmond y la señora
Merle. Todo ello evidencia la escasa importancia que concede James
a la intriga en sí. Los hechos para James -como observa Borges
en algún lado- sirven para provocar la definición
de un carácter. Esto es lo que interesa. El desprecio por
la verosimilitud de la intriga se extiende hacia lo que la novelística
ortodoxa considera imprescindible: la expectativa laboriosamente
mantenida, el interés inteligentemente graduado por la acumulación
y sucesión de los hechos. Por el contrario cada escena tiene
en sí el centro de gravedad. Sólo al final (cuando
florece el bastardo melodrama) la mecánica de la expectativa
se hace evidente. No se crea que lo que hace desechar este elemento
exterior, esta concesión al lector, sea un criterio estrictamente
purista. James lo sacrifica voluntariamente porque su intención
es la de provocar la definición de los caracteres, y para
tal fin puede prescindir de la expectativa. Tampoco la oposición
de los caracteres está sujeta en James al honrado propósito
de suscitar conflictos. La oposición, seguida hasta los menores
detalles, intenta apresar estrechamente la verdadera personalidad
de cada personaje, y trazar (además) su impalpable relación
con los otros. El interés humano no reconoce más su
objeto en la vitalidad de las situaciones. Se desplaza al interior
de cada personaje y allí permanece. Se podría agotar
minuciosamente esta aproximación entre el canon de una novela
corriente y el procedimiento usual de James. La conclusión
no variaría: el tratamiento del tema por James es necesariamente
anticonvencional.
James aporta una concentrada atención, una nueva manera
a la creación de los caracteres y al diálogo. Resulta
extremadamente difícil reseñar la compleja elaboración
que sufren los personajes. Es preciso señalar primero dos
recursos de James: la ingenuidad inicial, la ambigüedad constante.
EL lector desprevenido, pero ávido -el lector de Gide o Faulkner-
se halla incómodo ante la lisa y resistente superficie de
las primeras páginas del libro (un té en casa del
señor Touchett, una visita a la residencia de Lord Warburton).
Todo es deliberadamente convencional (en cuanto al asunto) y una
contradicción se impone: la visible inteligencia de algunas
observaciones y la limitada visión de los personajes. James
lleva esa ingenuidad primera tan lejos como le es posible. Entonces,
sin explicaciones, sin disculparse, da una nueva versión
del personaje. Luego (el lector ya se va habituando) una tercera
y hasta una cuarta versión. Isabel Archer experimenta, por
lo menos, cuatros transformaciones. La ingenuidad inicial de James
se ha convertido en ambigüedad -o sea la voluntaria omisión
de un aspecto de la novela hasta un momento determinado; luego la
aclaración (o revelación) correspondiente, y vuela
a comenzar. Así, p. ej., la señora Merle es un ser
exquisito; luego bruscamente James insinúa que tanta exquisitez
suena a hueca, que traduce un cuidado excesivo. Finalmente se sabe
qué esconde esa exquisitez aparente. Su posible maldad se
desvanece en un melodramático sacrificio.
Tres versiones, pues. Pero esto no es todo. Dentro de cada versión
el análisis es sutil, complejo e inconcluso siempre. Quien
conozca el retrato de Francis Bacon por Lytton Strachey en Isabel
y Essex podrá comprender aproximadamente en qué
consiste este arte matizado y acumulativo, pero libre, que sabe
en un momento dado esbozar y presentar al personaje entero, para
luego completarlo por el análisis.
Todo lo anterior dice bien claro la importancia de los diálogos.
Se debe advertir que los hechos son escasos, aunque la acción
abarque un lapso de seis años, aproximadamente (entre 1870
y 1876). Toda la masa de la obra se reparte, pues, entre los diálogos
-que son el material documental- y el análisis y las reflexiones
de James, que hacen la historia. El diálogo sirve únicamente
para revelar el carácter (como sucedía con los hechos).
Se desarrolla, por eso mismo, en varios planos. En la pág.
628 de esta traducción se puede leer: "Mientras (Isabel)
permaneció sentada allí, su mente fue gestando una
complicada operación. Por una parte escuchaba atenta a su
visitante, decía lo que consideraba oportuno para él,
leía aproximadamente entre líneas lo que él
quería decir, y se preguntaba lo que habría dicho
si la hubiese encontrado sola". La lectura de las dos frases
revela el complejo que James llama conversación. En ella
nunca se cae en la banalidad, por más que ésta parezca
acechar. Cada frase vale no sólo por lo que dice -su pura
superficie- sino por lo que indica o sugiere, por lo que traiciona
del pensamiento escondido, por la solicitación que ejerce
en el vecino y ajeno pensamiento. Por otra parte James da simultáneamente
al diálogo, la reflexión interior, más sus
propias observaciones de la situación, más el tenue
y preciso dibujo de las relaciones cambiantes.
El estilo creado por James se ajusta a esas múltiples y
coincidentes necesidades. Es claro y ordenado en su aspecto más
externo. Observado atentamente revela una matización infinita
aunada a una flexible precisión. Su cualidad más sobresaliente
es la puramente analítica. Esencialmente considerado es complejo,
equilibrado y consciente. La posición espiritual que transparenta
es la de una penetrante y serena ironía, la de una seguridad
sin vacilaciones. (Proust ha estado asomando a la vuelta de cada
frase de esta reseña, aunque lo he omitido deliberadamente.
El comentario -aun somero- de los puntos de contacto entre ambos
novelistas requeriría mucho espacio).
La traducción que pretexta esta nota es laboriosa pero bastante
infiel al espíritu del autor trasladado. James merece una
traducción como la de Faulkner por Borges (Las palmeras
salvajes) o como la de Proust por Salinas (Por el camino
de Swann). Los cargos fundamentales que pueden hacerse a esta
traducción son: incurre en galicismos notorios (en la pág.
720 puede verse el proscripto revancha) y en pleonasmos no
menos notorios (en la pág. 363 dice entrase adentro);
aumenta torpemente el texto de James (en la pág. 554 se lee:
"-Sí, pero un enamorado despachado, suele convertirse
en despechado, y no deja de ser un enamorado"; etc. James
es inocente del retruécano subrayado) o lo sustituye con
chabacanería (en la pág. 543 especifica "la
sin hueso" donde James indica apenas "the tongue").
Para esta nota he consultado la edición de la Modern Library
de Random House, New York."
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