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"La poesía de T. S. Eliot : primera parte"
En Marcha, Montevideo, nº 454, 12/11/1948
p. 14-15
I
ALGUNAS PRECISIONES
Ni los escuetos datos de su biografía, ni la enumeración
de sus estudios filosóficos, permiten anticipar -aunque sea
en escorzo- esta obra poética que transformará profundamente
la lírica inglesa de la primera mitad del siglo XX. Es necesario
relevar, también, las influencias literarias. Una de las
más evidentes es la de la poesía simbolista francesa.
(Montgomery Belgion menciona como probable estímulo inicial
la lectura del libro de Arthur Symons: The Symbolist Movement
in Literature, 1899). El descubrimiento de Baudelaire y Rimbaud,
de Mallarmé y Verlaine, de Jules Laforgue y Tristan Corbière,
anuló en Eliot la segura influencia de los postrománticos
ingleses y le permitió modificar profundamente su cuadro
de valores. Por otra parte, Eliot había nutrido su sensibilidad
y su inteligencia no sólo con la lectura de los filósofos
griegos, sino (además) con el minucioso estudio de los dramaturgos
isabelinos y jacobinos -Kyd, Marlowe, Webster, Chapman, Shakespeare,
Jonson, Middleton, Heywood, Cyril Tourneur, John Ford, Massinger-,
con el comercio, cada día más ahondado, de la poesía
de Dante; con el examen revalorizador de los poetas metafísicos
del siglo XVII: un John Donne, un Cleveland, un Cowley. Estos poetas
constituían, principalmente, su caudal literario. Eliot los
había enfrentado como lector y como crítico y como
creador, en una sola múltiple actitud: en ellos apoyaría
su obra poética, su elaboración crítica.
Pero también es necesario relevar la enorme influencia que
ejerció sobre Eliot la intensa personalidad de Ezra Pound,
poeta norteamericano exilado en Europa desde 1907: un espíritu
profundamente renovador, un inquieto lector de todas las literaturas
(occidentales u orientales), un combativo teorizador de las nuevas
corrientes (el imaginismo, el vorticismo). Pound lanzó a
Eliot en Londres. Bajo el estímulo directo de esa sorprendente
inteligencia didáctica, Eliot abandonó sus
lunares callejuelas y nocturnos finiseculares e ingresó
en una maciza región de creación verbal -para
decirlo con las palabras de un testigo: Wyndham Lewis. Algunos de
los poemas más importantes de Eliot (Gerontion, de
1920, por ejemplo) revelan inequívocamente la huella de Pound.
(Sus destinos se separaron. Mientras Eliot se ubicaba en el centro
de la poesía inglesa contemporánea y dilataba su influencia
obre todo el Occidente, Ezra Pound se enclaustraba en su mundo poético
cada vez más enrarecido y hermético, más resonante
de los ecos antiguos. Sus convicciones políticas lo condujeron
a la exaltación de Mussolini, a la calurosa adhesión
al fascismo, a la traición a su tierra natal. Hoy expía,
como hombre, esos errores. Está encerrado en el Saint Elizabeth
Hospital, en Washington, asilo de psicópatas. Juan Ramón
Jiménez, que suele visitarlo, cuenta que su mente sigue lúcida
y audaz, pero su poesía es cada día más incomunicable.
La censura militar acaba de permitir la publicación de su
último libro: Pisan Cantos). A este hombre complejo
y único dedicaría Eliot, en 1922, su más importante
poema: The Waste Land, con estas palabras iluminadoras: For
Ezra Pound il miglior fabbro (el mejor artesano).
II
TRAYECTORIA DE SU POESÍA
La obra poética de T. S. Eliot cabe en un volumen normal.
El poeta no se ha concedido ninguna facilidad y ha preferido una
intensa elaboración a una profusa inconsciencia. (Interrogado
cierta vez por William Empson sobre si creía que un poeta
debía escribir versos por lo menos cada semana, contesto
con pausada ironía: Considerando el asunto en general,
creo que para muchos poetas lo más importante... es escribir
lo menos posible). Y esa elaboración minuciosa de la
poesía se advierte no sólo al considerar la severa
arquitectura de cada poema en particular (aun de los más
espontáneos, de los más aparentemente laxos), sino
al echar un vistazo sobre su entera obra poética, cuya fuerte
unidad traduce el mismo vigilante impulso, la misma segura maduración,
una coherente proporción.
En su obra pueden señalarse dos grandes momentos: uno que
sirve para revelar su poesía al mundo de habla inglesa, al
través de esa culminación que se llama The Waste
Land; otro, en que el desarrollo de esa misma poesía
produce una nueva culminación, menos brillante, menos accesible,
pero tanto más densa, con los Four Quartets.
Entre ambas obras corre un período de transición que
representan magistralmente algunos poemas más breves, menos
ambiciosos, como The Hollow Men (Los hombres huecos, 1925)
y Ash Wednesday (Miércoles de ceniza, 1930).
Antes de publicar The Waste Land (1922) Eliot había
creado una poesía de rasgos muy característicos, cuyos
mejores poemas pueden quizá considerarse: The Love Song
of J. Alfred Prufrock (Canto de amor de J. A. P., 1917), Gerontion,
(1920), The Portrait of a Lady (El retrato de una dama) y
La figlia che piange. Pero casi todos los grandes aciertos de
esta poesía, -que reflejaba con punzante simbolismo y con
brío satírico la desilusión, el sentido de
irreparable frustración, que afligían a los hombres
del momento, -estaban integrados en una unidad superior, poética
e intelectualmente considerada, dentro de la amplia arquitectura
de The Waste Land.
Como las tragedias isabelinas que estudiaba Eliot, The Waste
Land se halla dividida en cinco partes, desiguales, en las que
el verso libre alterna con pasajes rimados: The Burial of the
Dead (El entierro de los muertos), A Game of Chess (Una
partida de ajedrez), The Fire Sermon (El sermón del
fuego), Death by Water (Muerte por agua) y What the Thunder
Said (Lo que dijo el trueno). En cada una de las partes, Eliot
alterna el soliloquio con la narración directa o con el diálogo.
En un clima de enorme tensión, que evoca simultáneamente
la pesadilla de Kafka y el monólogo joyceano, con una potencia
verbal casi mágica, en versos que muerden la sensibilidad
del lector, Eliot hace desfilar a los personajes, más o menos
fantasmales, de su poema: el archiduque, mi primo; Madame
Sosostris; el Marinero Fenicio, que más tarde ha de ahogarse;
la Filomela de Ovidio, brutalmente violada por el bárbaro
rey; Lil y Albert; Mr. Eugenides, el mercader de Esmirna; Tiresias,
el testigo; la taquígrafa y su presuroso amante; etc., etc.
El paisaje es irreconocible y familiar a la vez. Parece Londres,
es Londres, deja de ser Londres. Es, también o por debajo:
un páramo, una tierra gastada, ya estéril, seca, sin
una gota de agua. Los hombres vagan, muertos vivos o vivos muertos,
pero estériles, impulsados por vanos apetitos, consumidos
por el azar o la muerte, ahogados, destruidos por el fuego. Su vano
agitarse carece de toda noble dirección. Como síntesis
expresiva de toda esa humanidad desintegrada, Eliot introduce al
viejo Tiresias (Old man with wrinkled female breasts, anciano
con senos arrugados de mujer, traduce E. Munguía), el viejo
Tiresias que fuera, según cuenta Ovidio en sus Metamorfosis,
hombre y mujer sucesivamente. Lo que ve Tiresias, dice Eliot, es
de hecho la sustancia del poema. Este viejo testigo de la presurosa
cohabitación de una indiferente taquígrafa y su joven
amante. Y el viejo exclama (o se lamenta):
Y yo, Tiresias, he sufrido todo
ya sobre el mismo lecho o diván;
yo que en Tebas me he sentado al pie del muro
y caminado entre los más viles de los muertos.
El poema se cierra con un extenso trozo en que se mezclan las reminiscencias
evangélicas (el encuentro en Emaus) con la decadencia
presente de Europa (según escribe Eliot). Algunas palabras
de la quinta Upanishad suenan recurrentemente en esta última
parte, aportando su secreto mensaje: Datta, Dayadhvam, Damyata
(Da, Simpatiza, Gobiérnate). Y con las palabras Shantih,
shantih, shantih -que significan La paz que sobrepasa toda
comprensión- se cierra este denso, caótico, lúcido
poema.
La compleja estructura sintáctica de The Waste Land
no facilita, por cierto, la comprensión del lector. Esta
dificultad se agrava por las mismas voces que usa liberalmente el
poeta. Eliot no vacila en introducir en su texto cinco versos (en
alemán) de Tristan und Isolde; o un fragmento (en
francés) del prefacio a Les fleurs du mal; o un endecasílabo
(en italiano) del Purgatorio; o una palabra (en latín)
del libro quinto de la Eneida. Toda esta erudición
poética dificulta o entorpece la comprensión inmediata.
(Es claro que el lector no debe olvidar que este mismo Eliot ha
escrito alguna vez: lo sorprendente en la poesía de Dante
es que sea, en un sentido, extremadamente fácil de leer.
Es una prueba (...) de que la poesía genuina puede comunicarse
antes de ser comprendida. Quizá Eliot anhelara esta comunicación
independiente del sentido).
Y aunque Eliot haya anotado su poema, indicando la fuente de muchas
imágenes o explicando el valor de algunos símbolos,
sus notas no son demasiado explícitas. (Tienen, sin embargo,
un enorme valor, ya que documentan la raíz antropológica
del poema. En una nota inicial, Eliot reconoce su deuda general
para con The Golden Bough de Sir James G. Frazer, y una deuda
más particular, en el simbolismo circunstancial del poema,
para con el libro de Miss Jessie L. Weston sobre la leyenda del
Graal: From Ritual to Romance). Esta forma compleja de composición
-o de desintegración, según afirman algunos- podrá
parecer excesivamente artificiosa a un lector actual, que olvida
fácilmente a los clásicos que la realizaron (un Ausonio,
por ejemplo; un Dante). En realidad, mediante ella Eliot quiere
ser fiel a sus propias experiencias poéticas. En el poeta
-en su mente creadora- se dan juntas o simultáneas las sensación
actual y la reminiscencia cultural. Ya Eliot escribía en
uno de sus ensayos críticos -Los poetas metafísicos,
1921-: Cuando la mente de un poeta está perfectamente
equipada para su tarea, constantemente está amalgamando experiencias
dispares; la experiencia del hombre común es caótica,
irregular, fragmentaria. Este se enamora, o lee a Spinoza, y estas
dos experiencias no tienen relación la una con la otra, ni
con el ruido de la máquina de escribir o con el olor de comida;
en la mente del poeta estas experiencias siempre están formando
conjuntos nuevos. Para el poeta, tanto los elementos de la más
inmediata realidad, como los de la más intransitada cultura,
pueden darse en un solo golpe intuitivo, en una iluminación,
en un pensamiento. (Un pensamiento, escribió cierta
vez Eliot con palabras que pueden aplicársele, era para
Donne una experiencia; modificaba su sensibilidad).
Lo que significó The Waste Land para los jóvenes
poetas de habla inglesa ha sido contado repetidas veces. (Uno de
ellos, Desmond Hawkins, ha escrito recientemente: (...) Eliot
restauró la posición de la poesía como un arte
elevado y no, meramente, como una efusión caprichosa).
Lo que significó para el mismo poeta The Waste Land
es ahora evidente: una brillante etapa cumplida, una culminación.
No: la culminación.
Para muchos contemporáneos este poema traducía impecablemente
la desesperación, la inútil esterilidad del mundo
contemporáneo; pero el mensaje que aportaban las palabras
del Upanishad no podía tenerse en cuenta. Para otros
(para el mismo Eliot, quizá) este poema señalaba tan
sólo el mal, pero no su aniquilación. Y muchos lectores
católicos podrían haber percibido, al través
de sus duras, hasta cínicas imágenes, al través
del caos y la desolación, una sutil línea redentora,
ya que ese páramo, esa tierra gastada, parecía inscribirse
dentro de la gran tradición cristiana del pecado original.
(V. Génesis, III, 17-19).
Si algunos poemas posteriores (The Hollow Men, por ejemplo)
acentuaron esta lúcida visión crepuscular, ya dentro
del poeta iba naciendo, o descubriéndose la diritta
via. Y cuando se publicó en 1930 Ash Wednesday
la conversión al catolicismo del poeta (el retorno del hijo,
en realidad) pareció revelación enceguecedora. Pero
Ash Wednesday no es todavía un canto de triunfo, sino
uno de penitencia:
Porque no espero nunca más volver
Porque no espero
Porque no espero nunca más
El alma se eleva desde la ceniza de su carne hasta su propia esperanzada
resurrección, expiando en intensa devoción, en plegaria
infinita, su propia indignidad. Si en The Waste Land se juntaban
los temas y los motivos de orbes poéticos y filosóficos
opuestos, aquí en este Miércoles de ceniza
aparecen confundidos los temas y motivos de la poderosa poesía
cristiana -desde los Salmos o Isaías, hasta la liturgia,
pasando por los trovadores provenzales, los loores a Nuestra Señora
o los místicos españoles. Con este poema Eliot alcanza
naturalmente las más altas cumbres de la poesía religiosa
de Occidente. En su obra poética posterior, de intenciones
más modestas, introduce curiosas variaciones a los motivos
tradicionales. Es ejemplar, en este sentido, el delicioso Journey
of the Magi (Viaje de los magos).
Pero ya en 1935 el poeta publicaba el primero de sus Cuartetos:
Burnt Norton.
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