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Indice general ordenado alfabéticamente por título del libro o artículo

"Tal vez se llame Jonás"
(Glosas a León Felipe)
En Marcha, Montevideo, nº 387, 11/07/1947
p. 14-15.

 

Apunte del natural exclusivo para "Marcha" por Jorge Brito

La poesía de León-Felipe, por su peculiar naturaleza, plantea al crítico una penosa elección: o se mantiene fuera sin poder gozar casi ninguna de sus esencias, o entra en el juego y abdica su independencia, su imparcialidad, sus privilegios. En efecto, el encendido acento profético de León-Felipe, su desprecio apenas velado por los técnicos (eruditos, antólogos, críticos), la constante y sistemática modificación de los cuadros en que es ofrecida su poesía (un mismo poema recorre sucesivamente todos los libros del autor, cambiando el título o epíteto inicial, perdiendo líneas, ganando otras, etc.), el hecho de ser sus versos comentados infatigablemente por el mismo autor, todas estas circunstancias especiales (y algunas que olvido) entorpecen o anulan la habitual labor crítica.
Por ello, me parece más razonable, más modesto, no elegir y reducirse a glosar al poeta, con un poco más de lucidez o un poco más de independencia que la habitual en los glosadores.

El viento y la llama

Conviene empezar por un rápido examen de la naturaleza de la poesía creada por León-Felipe. Ante todo se debe recordar que el protagonista es el Viento. Ya lo anticipaba el poeta en su verso primero, "escrito hace ya muchos años".

– No andes errante
y busca tu camino.
– Dejadme,
ya vendrá un viento fuerte que me lleve a mi sitio...

Ahora, ese viento fuerte se ha convertido en el Viento creador, "mi antólogo, mi colaborador y el dictador. El que selecciona, el que me ayuda, el que me dicta... y el que manda". O, si se prefiere, esta declaración en verso:

Porque el Viento es un exigente cosechero:
el que elige el trigo, la uva y el verso;
el que sella el buen pan,
el buen vino
y el poema eterno...
y al fin de cuentas, mi último antólogo fidedigno será Él: el Viento,
el Viento que se lleva a la aventura el discurso y la canción...
¡El Viento!
Antólogos... ¡el que decide es el Viento!

O, redondeando más el pensamiento en otro poema:

Y todo es una canción compuesta para el Viento, de la cual, después, este
[desmemoriado y único espectador
apenas podrá recordar unas palabras.
Pero estas palabras que recuerde son las que no olvidan nunca las piedras.

Porque el Viento es el único creador y el poeta sus instrumentos:

Y alguien, ese Viento que busca un embudo de trasvase, dice junto a mí, dándome
[con el pie:
Aquí está; haré bocina con este hueco y viejo cono de metal;
meteré por él mi palabra y llenaré de vino nuevo la vieja cuba del mundo. ¡Levántate!

¿Y cómo es la poesía del Viento? En una declaración fechada en México, 1933, decía León-Felipe: "Por hoy y para mí, la Poesía no es más que un sistema luminoso de señales. Hogueras que encendemos aquí abajo, entre tinieblas encontradas, para que alguien nos vea, para que no nos olviden. ¡Aquí estamos, Señor! Y todo lo que hay en el mundo es mío y valedero para entrar en un poema, para alimentar una fogata. Todo. Hasta lo literario, como arda y se queme. Y no vale menos un proverbio rodado que una imagen virginal; un versículo de la Revelación que el último slang de las alcantarillas. Todo buen combustible es material poético excelente. 'Sé que en mi palomar hay palomas forasteras –decía Nietzsche–, pero se estremecen cuando les pongo la mano encima'. Lo importante es este fuego que lo conmueve todo por igual –lo que viene en el Viento y lo que está en mis entrañas–, este fuego que lo enciende, que lo funde, que lo organiza todo en una arquitectura luminosa, en un guiño flamígero bajo las estrellas impasibles. Y que no diga ya nadie: está fórmula es vieja y vernácula y aquella otra es nueva y extranjera, porque no ha habido nunca más que una sola fórmula para componer un poema: la fórmula de Prometeo". Esa estética es recogida, confirmada y ampliada en 1943, con estas palabras: "Esta es mi estética, vieja ya y perdurable aún. Vieja porque fué escrita antes de la tragedia actual del mundo, y perdurable porque dentro de las tinieblas de esta tragedia me sigue pareciendo la única: la estética de un barco perdido en la niebla. Hoy más que nunca es para mí la Poesía fuego organizado, señal, llamada y llamarada de naufragio. Y 'todo buen combustible es material poético excelente'. Todo. Hasta la prosa. La prosa aquí, ahora no es ni excipiente ni exégesis tan sólo. Es un elemento poético que gana calidad no con el ritmo sino con la temperatura. La línea de la llama es hoy la línea organizada y arquitectónica del poema. El fuego tiene ahora una lógica y una dialéctica propias, lo mismo que la razón. La imagen vale tanto como la ley, pero la imagen encendida. La Poesía de esta hora, para ganar un lugar en las avanzadas del conocimiento, no ha de ser música, ni medida, sino fuego". Y en esta frase rotunda sintetiza León-Felipe su pensamiento: "El poeta es carne encendida nada más. Y la Poesía, una llama sin tregua" (1). Para confirmar, en otro lado: "el verso es más grito que ritmo y la canción una tea encendida".

Esa poesía –llama, tea encendida– acepta todos los aportes del mundo. "Vuelvo a repetir (dice en otro momento el poeta): Todo lo que hay en el mundo es mío y valedero para entrar en un poema". (Ver la declaración arriba transcrita). Y en una página polémica, al defenderse de algunas supuestas contaminaciones del lirismo de Núñez de Arce, acentúa: "Yo no repudio a D. Gaspar. Yo no repudio a nadie. Todo lo que hay en el mundo es mío y valedero para entrar en un poema, todo, hasta el aliento teatral y tribunicio de Núñez de Arce. Whitman es también teatral y tribunicio. Y yo también lo soy. Pero lo importante aquí es la llama, mi llama, que lo 'enciende, que lo funde, que lo organiza todo en una arquitectura luminosa, en un guiño flamígero, bajo las estrellas impasibles'. En mi poesía la llama es la que rima. Y la que quema el escenario de papel, la tramoya, y el tablado sobre el que se empina la oratoria y la comedia". (Ver Tal vez me llame Jonás, en Cuadernos Americanos, Nº 3, 1942).

Por otra parte su poesía insiste en el carácter colectivo, lo que supone la impersonalidad. (En un reciente artículo escribe: "La individualidad española tan acusada y tan censurada, con frecuencia tal vez no sea (aunque ello suene a paradoja) más que la fuerza de un sentimiento colectivo. A mí, por lo menos, me parece que hablo siempre en nombre de muchos..."). Ya en 1940 el crítico puede recoger estas palabras de León-Felipe: "Las fuentes originales de nuestra inspiración están cerradas hace ya mucho tiempo y los temas agotados. Los problemas son los de siempre. Nuestros crímenes están enganchados en la rueda de una noria y se repiten sin cesar. Son viejos e inmortales. Y la única novedad que nos queda es traerlos, con la voluntad implacable de los dioses, a nuestra atmósfera actual, frente a nuestra sensibilidad de hoy y bajo las fórmulas vigentes de nuestro conocimiento". (Ver Sobre la tragedia Niebla, en Romance, Nº 10, 1940). Y en Ganarás la luz (1943) imagina el poeta: "La Poesía entera del mundo tal vez sea un mismo y único problema". Lo que le permite sentirse fundido con todos los grandes poetas del mundo. Y afirmar, ayer no más: "La evolución tradicional de la poesía universal no ha muerto aún... y nada se ha parado en el tiempo. Nada. Ni las obras clásicas siquiera que se juzgan ya inmóviles, acabadas y perfectas. Lo que suele parecer cerrado a la disciplina y al orden de los eruditos, no es más que una llamada, muchas veces, a la imaginación de los poetas... La gran poesía clásica, es clásica, tanto por lo que lleva a los eruditos a las definiciones y a los dogmas, como por lo que invita a los poetas a la fuga apoyándose en sus últimos acordes". (Ver Alas y jorobas, en Cuadernos Americanos, V, Nº 1, 1946).

Borradas, así, las fronteras dentro de la poesía, León-Felipe entra a saco en la obra de todos los poetas cuya actitud comparte. Se le oye proclamar: "Estoy en mi casa. Lo que hago con el libro de Jonás y con el libro de Job, lo hago también con el de Whitman si se le antoja al Viento. Cambio los versículos y los hago míos porque estoy en un terreno mostrenco, en un predio comunal, sobre la verde yerba del mundo, upon leaves of grass". Y, luego, esta hermosa confesión: "Me gusta remojar la palabra divina, amasarla de nuevo, ablandarla con el vaho de mi aliento, humedecer con mi saliva y con mi sangre el polvo seco de los Libros Sagrados y volver a hacer marchar los versículos quietos y paralíticos con el ritmo de mi corazón".

Pero, si la obra de los poetas que fueron es susceptible de rehacerse siempre, la obra misma del poeta, de León-Felipe, no se fija definitivamente nunca. "Los poemas impresos (declara) siguen siendo borradores sin corregir ni terminar y abiertos a cualquier luminosa colaboración". Por eso el poeta puede repetirse sin cesar: "Me incluyo y me reitero. A veces coloco un mismo verso y un poema completo en tres sitios distintos, pero en cada momento tiene una intención diferente. Por lo demás, soy pobre, vivo del ritornelo y me repito como la noria y como el mundo". Por eso el poeta también se modifica. Y muchas veces sin aviso previo. Uno de sus más eficaces slogans de 1936 ("El poeta habla desde el nivel exacto del hombre. Y los que se imaginan que habla desde las nubes, son aquellos que escuchan siempre desde el fondo de un pozo") afirma en 1943: "El español habla desde el nivel exacto del hombre, y el que piense que habla demasiado alto es porque escucha desde el fondo de un pozo" (La primera versión es del Payaso de las bofetadas; la segunda de Ganarás la luz). Otro ejemplo: El exitoso poema Hay dos Españas, creado en 1938 para denunciar una escisión trágica de España, sirve, en 1943, para denunciar (con algunas variantes) una escisión trágica del mundo. Entonces empieza: Hay dos mundos.

Esta poesía de León-Felipe acarrea deliberadamente materiales extrapoéticos, prescinde de toda preocupación formal, se burla del poeta puro y de su ambiciosa alquimia. (Poesía pura, le repetía Valéry a Jorge Guillén, es todo lo que permanece en el poema después de haber eliminado todo lo que no es poesía). Ya en Versos y oraciones del caminante, León- Felipe escribía, como si parodiase la definición de Valéry:

Deshaced ese verso,
quitadle los caireles de la rima,
el metro, la cadencia,
y hasta la idea misma...
Aventad las palabras...
y si después queda algo todavía,
eso
será la poesía.

(citado por G. Díaz-Plaja, La poesía lírica española, 1937).

 

El poeta

Pero ¿quién es el poeta? Hay, al respecto, unas páginas reveladoras. "Ando buscando hace ya tiempo una autobiografía poemática que sea a la vez corta, exacta y confesional. Corta. Como una cédula, como una ficha, más corta aún, como una tarjeta de visita; como una inscripción en una piedra dura, como una llamada, como un nombre en la sombra. Busco un nombre solamente. Mi verdadero nombre (no mi nombre de pila ni mi nombre de casta), mi nombre legítimo, nacido del vaho de mi sangre, de mis humores y del viejo barro de mis huesos que es el mismo barro primero de la Creación..." Y más adelante, el poeta cantará:

Yo no soy nadie:
un hombre con un grito de estopa en la garganta
y una gota de asfalto en la retina.
Yo no soy nadie. ¡Dejadme dormir!
Pero a veces oigo un viento de tormenta que me grita:
"Levántate, ve a Nínive, ciudad grande, y pregona contra ella".
No hago caso, huyo por el mar y me tumbo en el rincón más oscuro de la nave
hasta que el Viento terco que me sigue
vuelve a gritarme otra vez:
"¿Qué haces aquí, dormilón? Levántate".
Yo no soy nadie:
un ciego que no sabe cantar. ¡Dejadme dormir!
.......................................................................
Pero un día me arrojaron al abismo,
las aguas amargas me rodearon hasta el alma,
la ova se enredó a mi cabeza,
llegué hasta las raíces de los montes,
la tierra echó sobre mí sus cerraduras para siempre...
(¿Para siempre?)
Quiero decir que he estado en el infierno...
De allí traigo ahora mi palabra.
Y no canto la destrucción:
Apoyo mi lira sobre la cresta más alta de este símbolo...
Yo soy Jonás.
(2)

En efecto, quizá se llame Jonás. O, también, Walt Whitman. "A este viejo poeta americano de la Democracia le he justificado yo, le he prolongado, le he traducido, le he falsificado y le he contradicho", afirma desafiante León-Felipe (3). Y repite, como suyos, los versos que el gran poeta había recogido ya el capítulo VIII de los Proverbios. Y confiesa, entonces: "Ya no sé si son de la Biblia, de Whitman o míos. Ellos quiere decir del embudo y el Viento)". Pero acaso se llame también Job, "porque si no, ¿de quién son estas llagas? y ¿para qué corre el llanto? ... ¿Por qué hemos aprendido a llorar?". O, en fin, quizá se llame Prometeo, como insinúa, al maldecir: "Y si el gran buitre no está devorando aún mis entrañas y la de todos los poetas condenados del mundo. Prometeo fué sólo un motivo griego decorativo en un frontón, en una metopa... y no hubo nunca mitos".

Pero, ninguno de estos símbolos es definitivo: ninguno nombra por completo al poeta. Para definirse mejor, declara León-Felipe lo que no es: ni filósofo, ni historiador, ni gran loco, ni sabio, ni gran buzo. "Me reconozco a veces, sin embargo, por algunos indicios (confiesa en algún lado), en Edipo, en Fausto, en Prometeo, en Cristo... mas no soy irreverente ni orgulloso porque he visto mi imagen también en el gusano, en el lagarto, y en la iguana". Y el poeta vuelve, entonces, a su símbolo primero: Jonás. Para terminar –por ahora– su angustiada búsqueda con el estribillo predilecto:

Yo no soy nadie.
Un hombre con un grito de estopa en la garganta
y una gota de asfalto en la retina;
un ciego que no sabe cantar,
un vagabundo sin oficio y sin gremio,
una mezcla extraña de Viento y de sonámbulo,
un profeta irrisible que no acierta jamás.
Reíos de mí.
Reíos todos de mí con el Viento.
Reíos, españoles... reíos.

 

La voz

El viernes 4 de julio León-Felipe dictó una conferencia en la Universidad de Montevideo. Su tema: ¿Quién soy yo? Los puntos que tocó en su conferencia estaban ya en sus libros principalmente en Ganarás la luz (México, Cuadernos Americanos, 1943). Me pareció más razonable hacer un inventario y transcripción de algunos de esos temas, en vez de un juicio o reseña de la conferencia. Ya a propósito de Nicolás Guillén indicaba el hechizo provocado por la audición de un poema leído por el mismo autor. En el caso de León-Felipe ese hechizo se dobla por el calor y la intensidad de su voz, por la frescura y novedad que presta a las palabras ya leídas, por el arte poderoso de la declamación. Además, León-Felipe no leyó los poemas en el orden en que los ofrece el libro, sino que los orquestó nuevamente, enriqueciéndolos por un montaje diferente. Y en algunos casos hasta los modificó. Así, aquel fuerte canto que comienza: Soldado, tuya es la hacienda, se transformó por el calor de la palabra hablada en: Franco, tuya es la hacienda. Así, también, aquel poema que concluye dramáticamente: ¡Qué bien marcha el reloj! ¡Qué bien marcha el cerebro! Este reloj es un reloj perfecto, relojero, –se vio acrecido por una improvisada onomatopeya, diciendo ahora, ¡Qué bien marcha el reloj! Tic-tac, tic-tac. ¡Qué bien marcha el cerebro!, etcétera.

El acto de leer una conferencia o de recitar unos poemas, se convirtió por la voz encendida de León-Felipe en una representación dramática: la agonía de un poeta. Y mientras le oía decir con ímpetu avasallador su palabra y su profecía, yo recordaba aquellas declaraciones no tan viejas del poeta: "La mentira es una fiel aliada del arte. En todo arte, no sólo en el teatro, hay siempre disfraz y maquillaje. Y hasta en las escuelas más realistas y en los artistas más sinceros se ve fácilmente la tramoya. En un poema, el hombre pone la carne y el artista los afeites... La realidad nos da la emoción: y el arte, el artificio necesario para vestir en decoro la emoción, para quitarle al dolor en bruto su gesto grotesco y animal. El poeta falsifica el dolor, pero lo levanta también, lo purifica. La poesía es una falsificación luminosa de la vida" (Ver Contestación de León-Felipe a una Encuesta organizada por la Revista Romance, Nº 4, 1940).


(1) Con exactitud Guillermo de Torre ha llamado slogans estas frases del poeta. Son slogans, y no en sentido peyorativo. (Ver. G. De Torre, Epílogo a Canto a mí mismo de Walt Whitman. Buenos Aires, 1941). Volver

(2) Este poema es traducción casi literal de algunos versículos del Libro de Jonás (Por ejemplo: I, 2:II, 6, 7) Volver

(3) La traducción por León-Felipe del Song of Myself de Whitman, provocó un curioso entredicho entre el traductor y Jorge Luis Borges. En el número 88 de la revista SUR, J. L. B. reseñó el libro, mostrando las infidelidades de L.-F. hacia Whitman (contaminación de Núñez de Arce, aumento infeliz del original inglés, introducción de pueriles onomatopeyas); concluía Borges: "La transformación es notoria; de la larga voz sálmica hemos pasado a los engreídos grititos del cante jondo". A las concretas acusaciones de J. L. B., contestó León-Felipe con un brillante artículo: Tal vez me llame Jonás, incorporado luego (en parte) a Ganarás la luz. No levanta los cargos. En realidad, su concepto de la traducción –como su concepto de la poesía– nada tenía que ver con el de Borges. (Ver la primera versión del artículo de L.-F. En Cuadernos Americanos, I, Nº 3, 1942). Volver

 

 

Responsables

L. Block de Behar
lbehar@multi.com.uy

A. Rodríguez Peixoto
arturi@adinet.com.uy


S. Sánchez Castro
ssanchez@oce.edu.uy

 


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