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Indice general ordenado alfabéticamente por título del libro o artículo

"Breve informe sobre Miguel de Cervantes"
En Marcha, Montevideo, nº 400, 10/10/1947
p. 14-15.

En esta nota se ha intentado precisar el estado actual de los conocimientos cervantinos, indicando someramente los trabajos principales, así como aquellos problemas que renueva este cuarto centenario del nacimiento del novelista. No se ha pretendido agotar el tema, ni siquiera ha sido posible mencionar algunos estudios muy valiosos. El cronista no olvida que 1947 puede aportar, quizá, nuevos descubrimientos, nuevos enfoques, nuevas ediciones. Todo ello justificaría otra nota, complementaria de la presente.

 

I. La biografía

Desde las investigaciones de Martín Fernández de Navarrete (1819), Cristóbal Pérez Pastor (1897) y Francisco Rodríguez Marín (1914) no se ha progresado mucho en el conocimiento fidedigno (no fantaseado, no oratorio) de la vida de Cervantes. Se sigue conjeturando la fecha del nacimiento (la primera fecha segura es la del bautismo: 9 de octubre de 1547); se discute la calidad y extensión de sus estudios juveniles, sus andanzas de muchacho, la fecha exacta de su llegada a Italia. A lo largo de toda su vida, su rastro se borra hasta perderse, para reaparecer, pálido o vivamente iluminado. Algunos episodios se dibujan nítidamente (Lepanto, el cautiverio argelino, la infame muerte de Gaspar de Ezpeleta). El libro más práctico para el estudio de su biografía sigue siendo hoy el de James Fitmaurice Kelly: Miguel de Cervantes Saavedra, reseña documentada de su vida, 1917. Algunos inventores se han dedicado a llenar con ficciones propias los claros de la documentación; en ciertos casos, su obra no es completamente despreciable: por ejemplo: El ingenioso hidalgo Miguel de Cervantes Saavedra por Francisco Navarro y Ledesma, 1905. Por otra parte, los fabricantes de excitación sentimental (generalmente melodramática) han recurrido al cautiverio en Argel o a las penurias de Cervantes como recaudador de impuestos, y han exaltado el fácil contraste entre el genio desconocido del novelista y su destino trágico o mezquino. Olvidaron (casi siempre) la angustia moral, la afrentosa miseria de la vejez, cuando su hija natural, Isabel Saavedra, era protegida por el inescrupuloso Juan de Urbina. Es claro que este sórdido episodio es indócil a las amplificaciones líricas.

 

II. El pensamiento de Cervantes

Durante todo el siglo XIX y parte del XX pareció inevitable tratar a Cervantes como a un niño grande, casi un rústico. Menéndez Pelayo, el maestro de la historiografía literaria española, no supo reaccionar contra esa haraganería. En su Historia de las ideas estéticas en España (1884), en sus Orígenes de la novela (1905-10), concluyó que Cervantes no sobrepasaba el nivel de las ideas oficiales de su época: "era poeta y sólo poeta, ingenio lego, como en su tiempo se decía". Y en otro lugar escribe, casi perdonándolo: "Se conoce que Cervantes, con el alma cándida y buena que suelen tener los hombres verdaderamente grandes, sentía cierto infantil regocijo con la lectura de disparates que a un lector vulgar hubieran infundido tedio". Aunque no se debe olvidar que en La elaboración del Quijote y cultura literaria de su autor (1905) apuntó don Marcelino algunas tímidas rectificaciones e incluso adelantó algo al señalar, por ejemplo, "la influencia latente, pero siempre visible, mordaz y aguda, que fue la de aquel grupo erasmista, tan poderoso en España y que arrastró a los mayores ingenios de la corte del Emperador", que arrastró a Cervantes. (1)

Recién en 1925, con El pensamiento de Cervantes de Américo Castro, se reaccionó violentamente contra esa fácil simplificación y se demostró que el novelista era un espíritu alerta ("Nunca se dijo", recuerda Castro, "que en Cervantes existiera una flora temática, determinada por el clima histórico en que su obra crece y por la especial visión del mundo de su autor. Se pensaba que el genial artista era un producto de ocasionales aunque sublimes intuiciones; se ignoró siempre su formidable poder de selección"); que su pensamiento poseía entidad y coherencia ("Las bases de sus caracteres literarios son quintaesencia del naturalismo y el estoicismo de su siglo. La psicología de sus personajes –empirismo, relativismo y engaño a los ojos– nos lleva a los estados de espíritu más exquisitos dentro del Renacimiento precartesiano. La moral naturalista y estoica da en él frutos originales. La religiosidad es igualmente la que hallamos en otros grandes genios de su época"); que, en fin, era posible (ineludible) trazar su Weltanschauung o Cosmovisión. El enfoque de Castro fué esencialmente polémico, su punto de partida era discutible; muchas observaciones eran inverificables (2). Pero todo eso no importaba porque Castro había conseguido modificar profundamente el carácter de los estudios cervantinos. De ahora en adelante, cualquiera que fuese su actitud ante el problema, el crítico ya no podía alzarse de hombros, no podía disculparse con ese mote: "ingenio lego". Es claro que la posición intelectualista de Castro tenía sus peligros: ya Ángel Sánchez Rivero señaló algunos en una polémica de 1927, y el mismo Castro rectificó y amplió desde entonces su esquema inicial, anunciando –luego– un nuevo trabajo sobre Cervantes, del que es valiosa muestra el ensayo Los prólogos al "Quijote" (1941). Una tentativa de David Rubio (primero en: ¿Hay una filosofía en el "Quijote"? y luego, más afirmativo, en La filosofía del "Quijote") carece de suficiente entidad como para compartir el mismo párrafo que Castro. Estos libros pertenecen, en realidad, a la crítica impresionista o (para usar un calificativo más duro y más cervantino) arbitrista.

 

III. La ubicación estética

Si es polemizable el pensamiento de Cervantes, tanto o más lo es su ubicación estética. (No me refiero, es claro, a si el Quijote de 1605 supera al de 1615, o si las Novelas Ejemplares durarán más que el Persiles, o si los Entremeses eclipsarán a Numancia) Durante mucho tiempo se ubicó a Cervantes, sin discusión, en el Renacimiento y los programas oficiales de Literatura de nuestros Preparatorios lo tienen allí instalado. Sin embargo al trazar Ludwig Pfandl en 1929 su Historia de la Literatura Nacional Española en la Edad de Oro (traducción española, 1933) coloca al Quijote en el siglo del Barroco. Pese a lo cual afirma terminantemente el crítico alemán: "Cervantes no es ningún barroco y por consiguiente tampoco es un autor barroco". Luego agrega: "El Quijote no es barroco en el estilo, pero es conscientemente antibarroco en la idea y las tendencias", etc. Para Joaquín Casalduero, en cambio, el Quijote pertenece al Barroco, aunque no olvida señalar que Cervantes se halla ubicado entre ambas estéticas: "El Cervantes barroco (lo mismo acontece con Lope) contempla a veces su obra desde un punto de vista renacentista y entonces se siente desconcertado, aunque él fuera quien con más exactitud definió la composición barroca: "orden desordenado... de manera que el arte, imitando a la naturaleza, parece que allí la vence" (Ver La composición de "El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha", 1940). El problema trasciende la mera nomenclatura. Si se acepta el enfoque de Casalduero, se debe aceptar también su justificación de la estructura del Quijote de 1605: el eje mecánico que centra simétricamente la novela (Renacimiento) sirve para indicar el desplazamiento del eje orgánico (Barroco). En caso de rechazarse la tesis de Casalduero se deberá buscar otra explicación o se repetirá con tantos cervantistas que el libro carece de estructura, que ésta depende de la desordenada sucesión de aventuras que le ocurren al ingenioso hidalgo. Se debe lamentar que Casalduero no haya planteado el tema como problema y lo dé ya por resuelto. Una discusión hubiera permitido poner las cosas en su sitio. (3) Distinta es la posición de Ángel Valbuena Prat (Historia de la literatura española, edición 1946); no olvida Valbuena que el Quijote se halla en el cruce de los dos siglos, pero no cree que Cervantes sea un autor del Barroco y afirma: "en el sentido estricto, de estilo, no lo es". Es cierto que este crítico no conoce "los estudios de Casalduero" (su nutrida bibliografía no los consigna); también es cierto que en su examen de la "Composición y técnica de la primera parte del Quijote" no parece descubrir ninguna estructura (al menos, algo que merezca ese nombre).

 

IV. Balance insatisfactorio

No parece aventurado afirmar que es poco satisfactorio el estado actual de los estudios cervantinos. Es cierto que algunos puntos han sido lúcidamente examinados y, en este sentido, puede citarse como modelo el ensayo de Ramón Menéndez Pidal: "Un aspecto en la elaboración de "Quijote" (1920, 1924, 1940). Es cierto, también, que el Quijote ha provocado una literatura lateral muy valiosa: por ejemplo, Vida de don Quijote y Sancho de Miguel de Unamuno, 1905. Pero, un examen imparcial revela el desorden, la indisciplina general. (4) Falta, ante todo, un estudio de conjunto que sea (a la vez) sintético y profundo. El inteligente libro de Paul Hazar, "Don Quichotte" de Cervantès, 1931, es demasiado esquemático. Algo parecido puede decirse de otros intentos: el infortunado Cervantes de Ricardo Rojas, por ejemplo, o el parcial –y brevísimo– de Jean Casou (el primero de 1935; el segundo de 1936). Faltan ediciones críticas, completas y accesibles, de las obras cervantinas: las de R. Schevill y A. Bonilla, de Clemencín, no se reeditan. Las del Quijote de F. Rodríguez Marín –que fijan bastante razonablemente el texto– son poco aprovechables y en sus notas hay demasiadas copias andaluzas, excesivas transcripciones de clásicos que en vez de iluminar el pasaje cervantino en cuestión, lo enriquecen de ambigüedad. Las otras obras no han corrido mejor suerte. Las Novelas Ejemplares y el Persiles carecen de buenas ediciones en la actualidad: las que hay son incompletas o no tienen anotaciones o ambas cosas. Los Entremeses han sido incorporados, en 1945, a la difundida colección madrileña de Clásicos Castellanos (antes publicada por La lectura; ahora por Espasa Calpe), pero el prólogo de Miguel Henau García es demasiado breve y escamotea mucha cosa; las notas, bastante útiles, ostentan a ratos una jocosa gazmoñería. De las obras menores de Cervantes más vale no hablar. O mejor, un ejemplo: la tragedia Numancia circula hoy únicamente en la equívoca adaptación o modernización de Rafael Alberti (1942).

Algunos títulos fundamentales de la bibliografía crítica son actualmente inaccesibles. El pensamiento de Cervantes de Castro está agotado hace unos diez años. No se reimprime. También está agotada la síntesis que el mismo crítico preparara para la editorial francesa Rieder: Cervantès, 1931. La obra de Paul Hazard, muy útil para iniciarse en el estudio de Cervantes, está agotada en su edición original: ninguna editorial española o americana la ha traducido. Un último caso, cuya gravedad exime de todo comentario: el único estudio estilístico completo sobre el Quijote: "Don Quijote" als Wortkunstwerk por Helmut Hatzfeld (1927), continúa hoy, a veinte años de su publicación, inédito en castellano, doblemente inaccesible: por el idioma, por la escasez.

La natural haraganería, el irresistible afán de improvisar, la indisciplina mental, que los hispanoamericanos compartimos con los españoles, han favorecido la multiplicación de juicios y libros sobre Cervantes poco (o nada) documentados, de semblanzas bien intencionadas pero falsas o anacrónicas, de trabajos variados cuyo elogio se agota al reconocer que apenas superan la etapa de la adolescencia crítica. Es cierto que hay muchas páginas hermosas sobre Cervantes. Pero casi todas ellas actúan, en última instancia, alrededor de Cervantes o a partir de Cervantes: dejan intacto el tema. Y en muchos casos sirven de pretexto al desconocimiento de Cervantes, a la divagación sobre Cervantes. Es necesario reaccionar contra esta actitud, fundamentalmente deshonesta. Es necesario estudiar –y editar– a Cervantes no sólo con amor sino con lucidez. Este es, creo, un buen propósito para el cuarto centenario."


(1) Como expresión límite de este enfoque casi peyorativo puede verse el libro de C. De Lollis (Cervantes reazionario, 1924), donde se afirma, entre otras cosas: "En un certamen de gigantes de su talla, Cervantes podría jactarse, precisamente enfrontado con Dante, de haber hecho la misma obra maestra sin saber cómo ni por qué" (Sigo la versión de A. Castro). Volver

(2) Ángel Sánchez Rivero ha impugnado la aplicación al Quijote de la distinción aristotélica entre historia y poesía: ha negado, además, la interpretación que hace Castro de dicho pasaje de la Poética. Volver

(3) Casalduero extendió su examen a las Novelas Ejemplares y al Persiles, produciendo, en 1943 y en 1947, sendos estudios en los que refuerza su enfoque (Ver, principalmente, la Introducción a Sentido y forma de "Los trabajos de Persiles y Sigismunda "). Inútil agregar que Valbuena ignora el primer libro; el otro es posterior al suyo. Volver

(4) En un reciente artículo, El germen de "Don Quijote" y un "Don Quijote" en miniatura (La Nación, 5 de octubre de 1947) Guillermo de Torre regala a Menéndez Pelayo la atribución a Cervantes del Entremés de los romances. Quien haya leído el artículo Obras inéditas de Cervantes (1874) sabe que Menéndez Pelayo ni soñó adjudicarse tal descubrimiento; en realidad, se limitó a glosar respetuosamente la teoría errónea de Adolfo de Castro. Volver

 

 

Responsables

L. Block de Behar
lbehar@multi.com.uy

A. Rodríguez Peixoto
arturi@adinet.com.uy


S. Sánchez Castro
ssanchez@oce.edu.uy

 


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