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Borges en U.S.A.
En: Revista Iberoamericana, v. 36, nº 70, enero-marzo
1970,
p. 65-76.
"Es casi inexplicable la fortuna de Borges en los Estados
Unidos. El descubrimiento de su obra aquí es muy tardío
y no ocurre antes de su consagración en Europa con el Premio
Formentor, 1961, que entonces comparte con Samuel Beckett. A partir
de esa fecha y de la traducción de algunos volúmenes
de sus cuentos, de sus ensayos (Otras inquisiciones), e incluso
de El hacedor (con el título en inglés de una
de sus piezas, Dreamtigers), la fama de Borges en los Estados
Unidos no cesa de crecer y desarrollarse. Poco a poco, su nombre
aparece asociado con los de Nabokov y Kafka cuando se quiere hacer
referencia a un cierto tipo de ficción en que el tiempo y
el espacio, la identidad personal y el destino humano aparecen cuestionados
por medio de audaces teorías, angustiosas experiencias, juegos
con la palabra y las formas. Algunos ensayos capitales (de John
Updike en The New Yorker, de Paul de Man en la New York
Review) ayudan al lector norteamericano a situar mejor esta
obra a la vez breve y densísima. La publicación ordenada
de sus Obras completas que anuncia la editorial E. P. Dutton
es otra prueba más de lo que puede ya calificarse de una
incipiente industria borgiana -en el sentido de que se puede hablar
de una industria bellista en Venezuela, una industria martiana en
Cuba, una industria cortazariana en Argentina.
A esa industria, las prensas universitarias y los
estudios académicos de este país hace tiempo que están
dedicados. En los últimos dos años no menos de cuatro
libros sobre Borges se han publicado aquí. Los cuatro tienen
como origen el ámbito académico, y aunque varían
considerablemente de calidad y propósitos, ellos implican
el reconocimiento de Borges como un clásico vivo. Esta actitud
contrasta considerablemente con la habitual en América Latina
en que (con excepción del libro precursor de Ana María
Barrenechea, o el finísimo ensayo de Guillermo Sucre sobre
su poesía) no abundan los buenos libros de crítica
borgiana. Los mejores trabajos latinoamericanos sobre Borges siguen
siendo ensayos de revistas. Y aún los más acuciosos
de esos ensayos están limitados por la necesidad de condensar
en poco espacio un análisis que requiere más dilatadas
proporciones. Por eso mismo, conviene subrayar la importancia general
de estos cuatro libros que se han publicado recientemente en los
Estados Unidos.
CONVERSACIONES MUY CÁNDIDAS
De los cuatro libros, el más superficial es, sin duda, el
de Richard Burgin. Titulado Conversations with Jorge Luis Borges
(Conversaciones con J. L. B.) ha sido publicado en Nueva York por
Holt, Rinehart and Winston (1969). Consta de siete capítulos
en que Borges conversa sobre muy distintos tópicos frente
a la grabadora de su interlocutor. Como Burgin no es un especialista
en Borges sino un estudiante de Harvard, totalmente fascinado por
su obra, y que aprovecha la estadía del escritor argentino
en aquella universidad para recoger su conversación, el libro
se resiente de la falta de familiaridad del entrevistado con su
tema. A diferencia de otras entrevistas más breves (la espléndida
de James E. Irby; la de Ronald Christ para la Paris Review,
tan valiosa en su estudio de las relaciones de Borges con las letras
anglosajonas; la de César Fernández Moreno en Mundo
Nuevo, que se concentra con gran provecho sobre las letras argentinas),
estas conversaciones van un poco a la deriva, sometidas a lo que
Burgin intuye más que sabe, y a la generosa locuacidad de
Borges.
El resultado es desigual. No hay tampoco una revisión a
fondo del texto que hubiera suprimido erratas y hasta errores. En
la página 3 se escribe la palabra Estancia, con letras
mayúsculas, como si fuera el nombre de una localidad y no,
simplemente, el nombre genérico de un establecimiento de
campo. En la página 12 se hace decir a Borges que era director
de una revista muy popular. "¿El Sur?",
intercala presuroso Burgin, a lo que Borges asiente. Pero por el
contexto del diálogo (están hablando de la publicación
en periódicos de los relatos de Historia Universal de
la Infamia) es evidente que Borges se refiere al periódico
Crítica, que era sí popular, y no a la minoritaria
revista de Victoria Ocampo. Que Borges haya asentido al error de
Burgin, en vez de corregirlo, es sintomático de una actitud
que se ha ido afirmando en él: la de confundir los datos,
enredar las pistas y dejar que el olvido (o las erratas, como dijo
una vez) perfeccionen sus textos. En la página 36, y en una
lista de autores policiales que Borges había hecho publicar
en el Séptimo Círculo aparece un Michael Linnis
que no es sino Michael Innes. En la página 63, Burgin
habla con Borges sobre Melville y le pregunta si le gusta "Bartleby".
Borges asiente sin explicar a su interlocutor que no sólo
le gusta ese relato sino que en 1943 hasta lo tradujo y prologó.
En la página 77 se habla de un apócrifo poeta uruguayo,
Julio Hacolo, que no es otro que "Julio Platero Haedo",
al que Borges atribuye uno de sus poemas ("Límites").
En la página 82 Borges se refiere a dos cuentos suyos que
han sido llevados al cine, recuerda el nombre de uno, "Hombre
de la esquina rosada", y no puede recordar el otro. Tampoco
Burgin recuerda que es "Emma Zunz", filmado por Leopoldo
Torre Nilsson con el título de Días de odio
(1954). En la página 86, Borges trata de evocar la famosa
escena de la masacre en la escalera en Potemkin, el film
de Einsenstein, y comete varios errores de detalle que Burgin no
corrige. En la página 89, al resumir el argumento del film
Invasión (que Borges escribió con Bioy Casares)
hay un error que debe atribuirse a la transcripción de la
cinta magnetofónica ya que dice que la ciudad escapa
de manos de los invasores, en vez de decir que cae en manos
de los invasores. Con respecto al mismo film, y en la página
91, hay una referencia de Borges a uno de los personajes, moldeado
sobre la personalidad de Macedonio Fernández, que en la transcripción
de Burgin queda reducido a "Fernández". En la página
93 Borges sostiene que O'Neill no da indicaciones escénicas
muy explícitas porque "no hacía sus piezas para
ser leídas sino para ser actuadas". El entrevistador
deja pasar este lapso sin señalarle la minuciosidad con que
O'Neill describe (por ejemplo) hasta los libros de la biblioteca
de los Tyrone en Long Day's Journey into the Night.
Hay más errores, pero algunos no pasan de ser (tal vez)
erratas. Sin embargo, el libro de Burgin tiene su interés.
Ante todo, porque la actitud impremeditada del entrevistador ayuda
el fluir de la conversación y pone a Borges a sus anchas.
Esto le permite evocar pausadamente su niñez y su ceguera,
su afición a los libros y a la metafísica, sus autores
favoritos, su pasión por el cine. Todo esto es bastante conocido,
aunque no lo sea tanto para el lector norteamericano. Pero entre
tanta anécdota repetida (la reiteración de entrevistas
hace parecer a Borges repetitivo), hay cosas nuevas, o casi, que
Burgin recoge con toda frescura. Así, por ejemplo, en la
página 3 Borges señala que "La visera fatal",
su primer cuento (escrito cuando tenía ocho años),
se inspiraba en el Quijote y estaba redactado en un español
arcaico. La fuente autobiográfica de "Pierre Menard,
autor del Quijote", queda así al descubierto.
Todo lo que él dice en el primer capítulo sobre sus
relaciones con su padre es muy revelador porque en Jorge Borges,
profesor de inglés, novelista frustrado, metafísico
amateur, traductor del inglés, hay como una prefiguración
de la carrera del hijo. También hay interesantes declaraciones
sobre el coraje y la cobardía: temas que se vinculan con
su culto de los antepasados heroicos y con los personajes de muchos
de sus cuentos y poemas. De allí, Borges deriva hacia el
tema de los nazis y de su propia interpretación del carácter
alemán. Es importante lo que dice de haber escrito "La
casa de Asterión", en un sólo día. En
este cuento, que recrea el tema del Minotauro encerrado en su laberinto,
Borges ha dejado una de las claves más perturbadoras para
el análisis de su personalidad literaria.
Valiosas son asimismo sus declaraciones sobre escritores que lo
han influido, a los que vuelve una y otra vez en sus lecturas: Henry
James (cuyos cuentos le parecen mejor que las novelas), Joseph Conrad
(mejor novelista que James, opina), Dostoyevski (que le gustó
de muchacho pero que le desilusionó al releerlo más
tarde), Browning (injustamente olvidado), Kafka (cuyas relaciones
con James le fascinan), Joyce, Melville, Lovecraft (que no le gusta).
También habla de sus poemas y cuenta las circunstancias de
algunos, como el "Poema de los dones". Uno de los más
relevantes capítulos del libro es aquel en que Borges da
muy cándidas opiniones sobre escritores que ha conocido,
como Lorca o Pablo Neruda. Su rechazo de la poesía y del
teatro de Lorca es total; en cuanto a la personalidad del poeta
español, Borges sostiene que era un "andaluz profesional"
y que los andaluces que él conoció en España
no eran como Lorca. De Neruda afirma que es un poeta de primera
pero que no puede admirarlo como hombre por ciertas actitudes políticas"
(sus condescendencias con Perón, por ejemplo, le parecen
muy censurables). Aun así, hubiera preferido que dieran el
Premio Nobel 1967 a Neruda en vez de Asturias. De Sartre, al que
conoció en París, tampoco opina muy favorablemente:
"Nunca he tenido ninguna simpatía por una filosofía
patética", es su manera de liquidar el existencialismo
del escritor francés. Tampoco es muy condescendiente con
Freud, al que cree un obseso sexual, un charlatán o un loco.
En esto, Borges coincide con Nabokov para quien Freud es simplemente
un charlatán. Muy distinta es su opinión sobre Jung
que ha leído bastante, y que le interesa sobre todo por su
carácter de mitógrafo. "En Jung (declara) uno
encuentra una mente hospitalaria."
UN RETORNO A LA POESIA
Mucho más académico es el libro de Zunilda Gertel
sobre Borges y su retorno a la poesía, que ha publicado
en Nueva York la Universidad de Iowa en colaboración con
Las Americas Publishing Company (1969). La tesis de la señora
Gertel (que es de origen argentino y profesora en la Universidad
de Nebraska) tiene indudable mérito. Después de repasar
con algún detalle la evolución de la crítica
borgiana, la señora Gertel señala que no se ha puesto
bastante énfasis en el retorno de Borges a la poesía
a partir de 1958. Ella opina (como otros críticos) que ese
retorno es debido, en parte, a la circunstancia de que Borges desde
esa fecha ya no puede leer y por lo tanto no puede escribir, lo
que dificulta la composición de cuentos y ensayos, y favorece
la de poemas, más fáciles de redactar y memorizar
por su propio ritmo. Pero la señora Gertel insiste que, asimismo,
ese retorno se debe a un desarrollo interior del poeta y no sólo
a la circunstancia externa de su ceguera. Un examen de toda la producción
literaria de Borges le permite demostrar que entre la primera y
la tercera edición de sus Poemas (es decir, en el
lapso de 28 años que va de 1943 a 1958), Borges incorpora
sólo 19 nuevos poemas. En cambio, en los cuatro años
que van de 1958 a 1964, recoge en su Obra poética
exactamente 58 nuevos poemas.
A partir de esta comprobación, la señora Gertel estudia
con bastante detalle la evolución, teórica y práctica,
de la poesía de Borges. Para ello resume con abundante cita
de artículos perdidos u olvidados, su estética desde
los comienzos ultraístas hasta el día de hoy. Este
análisis, como las precisiones iniciales sobre la crítica
de Borges, es lo mejor del libro. Cuando se trata de analizar la
poesía misma, el libro de la señora Gertel resulta
insuficiente. Desde este punto de vista está muy por debajo
del Borges poeta, de Guillermo Sucre, que ha reeditado Monte
Avila en Caracas.
También algunos errores afean el meritorio trabajo de la
señora Gertel. Sin ánimo exhaustivo apunto los más
notorios.
En la página 33, nota 9, se habla de la "visita"
de Roger Caillois a la Argentina en 1939, pero se omite decir que
el distinguido escritor francés permaneció de "visita"
todo el tiempo que duró la segunda guerra mundial. En la
página 36, nota 51, se atribuye a Borges el término
"nadería" que seguramente proviene de Macedonio
Fernández. Al referirse a los movimientos de vanguardia,
en la página 47, se olvida el "creacionismo", que
Vicente Huidobro importa a España y que está en el
origen del "ultraísmo", como ha sido abundantemente
documentado por la crítica. En la página 50 se califica
a Cansinos-Assens de "jefe del ultraísmo", lo que
es un error de óptica que se podía tener en los años
20 pero que ningún crítico puede tener ahora. En la
página 81 se refiere al tema del doble en la obra de Borges
pero no analiza su significado, tan importante para comprender a
fondo su obra. En la página 102 se menciona la Antología
poética argentina y se dice: "escrita en
colaboración con Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares".
Debió haberse dicho: "compilada". En la página
122, así como en las siguientes se usa el término
"poesías" para referirse a "poemas".
En la página 126 se habla de "La noche cíclica",
de 1940, como del "primer poema metafísico" de
Borges. Pero mucho antes la autora se ha referido a "El truco",
que es anterior y también metafísico.
Estos errores no empañan el mérito principal del
libro: concentrar su atención en la "unidad en la trayectoria
de la poesía borgiana"; subrayar la importancia de su
retorno a la lírica "en el hallazgo del símbolo
personal o 'privado', elemento conductor de la inquietud metafísica
que el poeta no logró expresar en su época ultraísta";
la insistencia en estudiar al mismo tiempo la teoría poética
de Borges que "se adelanta a su creación, en cierto
modo la prescribe y explica también sus contradicciones como
una necesaria dialéctica". Por todo esto, el libro merece
ser mejor conocido.
LA IRONIA EN DOS MAESTROS
De mayor ambición es el libro de L. A. Murillo, The Cyclical
Night. Irony in James Joyce and Jorge Luis Borges (La noche
cíclica. Ironía en Joyce y Borges), que ha publicado
la Harvard University Press, en Cambridge, Massachussetts (1968).
Una primera parte del volumen está dedicada a repasar la
obra entera de Joyce para poner en evidencia los mecanismos de la
ironía. La segunda está dedicada al análisis
pormenorizado de cinco cuentos de Borges: "El jardín
de senderos que se bifurcan", "La muerte y la brújula",
"Emma Zunz", "La escritura del Dios" y "El
inmortal". Esta división y este método prestan
un gran flanco a la crítica ¿Por qué repasar
el procedimiento de la ironía en todo Joyce y sólo
hacerlo en cinco cuentos de Borges? La única justificación
posible del abrupto cambio de enfoque estaría en el hecho
de que la bibliografía de Joyce (que Murillo sigue fielmente)
ofrece el trabajo de síntesis hecho, en tanto que la de Borges
no. Pero por eso mismo, habría sido más importante,
y original, intentar un estudio completo de la ironía de
Borges.
La segunda objeción es aún más grave. Aunque
Murillo alude varias veces a la parodia, no dedica ningún
estudio especial a esta forma retórica tan importante en
muchos cuentos de Borges. "Pierre Menard, autor del Quijote",
"El Aleph", incluso "El inmortal", serían
inconcebibles sino como parodias. Por otra parte, hay toda una zona
de la obra de Borges, escrita a medias con Bioy Casares, que es
esencialmente paródica y que está proclamando esta
condición desde el nombre del personaje que la encarna: don
Isidro Parodi. Los libros de "Bustos Domecq" o de su discípulo,
"B. Suárez Lynch", aparecen inscritos en esa ilustre
tradición que tiene al Quijote como obra maestra.
Tampoco estudia Murillo otra forma retórica vinculada muy
sutilmente con la parodia: la alegoría. La preocupación
de Borges por esta forma no sólo se revela en incontables
ensayos (uno de ellos lleva el título muy explícito:
"De las alegorías a las novelas") y en los estudios
que ha dedicado a la Divina Comedia, obra principal del género,
sino también en estudios sobre Melville, Kafka y Chesterton,
para citar sólo algunos. En sus cuentos, los hay que no son
inocentes de contenido alegórico, como "La secta del
fénix", por ejemplo, o (incluso) "La escritura
del Dios", que tan puntualmente analiza Murillo en su libro
-pero no desde este ángulo.
Al limitarse a la ironía, al subordinar el enfoque de Borges
al de Joyce, Murillo se corta posibilidades críticas muy
fecundas. Incluso al estudiar, en una demasiado breve introducción,
las relaciones entre Borges y Joyce no profundiza bastante en las
circunstancias mismas de esta relación. Todo esto, sin embargo,
no disminuye el valor de su lectura de los cinco cuentos que ha
elegido dentro del canon borgiano. La elección misma puede
ser discutible. Tal vez "El inmortal" sea un cuento menos
logrado de lo que cree Murillo. Las intenciones de Borges en dicho
cuento (que mitologiza la figura de Homero, con algunas discretas
adiciones de otro mito: el del Judío Errante) son muy honorables.
No creo que la ejecución esté a la altura del propósito.
La transición entre las primeras partes del cuento (el tribuno
Marco Flaminio Rufus en la ciudad de los inmortales) y las últimas
es muy brusca y deja al relato abruptamente cortado por la mitad.
Si la primera parte es esencialmente narrativa, la segunda incurre
en una forma de taquigrafía ensayística que hace difícil
su asimilación y contrasta demasiado con el magnífico
comienzo. Es como si Borges, deliberadamente, se hubiese propuesto
deshacer la ficción, pulverizarla en la trivialidad de la
minucia erudita. Pero hay como una sensación de fatiga al
fin.
Tampoco "Emma Zunz", o "La escritura del Dios",
son demasiado memorables. Pero este hecho es secundario para los
fines de Murillo. Su lectura muy detenida de estos cuentos (lo que
en inglés se llama "close reading") permite iluminaciones
valiosas y agrega a la crítica de Borges algunas nuevas perspectivas.
El libro sería, desde este punto de vista, impecable si no
estuviese redactado en un lenguaje crítico que quiere ser
sutil pero la mayor parte de las veces sólo consigue ser
galimatíaco. En notable contraste con Borges, cuya precisión
es a veces intolerable, Murillo da vueltas y revueltas sobre cada
frase, se enreda en los complementos y sólo sabe salir del
paso con un vocabulario afectado que no siempre encubre un pensamiento
profundo. Trataré de dar una idea, en español, del
lenguaje de Murillo en inglés. Dice literalmente en la página
31: "La simultaneidad de las funciones directas e indirectas
del conjunto iluminado produce una difusión y un equilibrio
de los puntos de referencia proporcionalmente mayor o menor a medida
que esa simultaneidad se vuelve funcional, como la misma objetividad
de nuestra aprehensión personal iguala a la manera de representación
de Joyce". No te encumbres, que toda afectación es
mala, era el consejo de Maese Pedro al muchacho que narraba
la función de títeres (Quijote, II, 26). Murillo
debía escuchar este consejo.
EL BRITANICO ARTE DE LA ALUSION
Mucho más centrado en su tema, y por lo tanto más
valioso, resulta el libro de Ronald Christ, The Narrow Act. Borge's
Art of Allusion (El acto estrecho. El arte de la alusión
en Borges), que ha publicado la New York University Press (1969).
A partir de la alusión, y concentrándose sobre todo
en las referencias a las letras anglosajonas, Ronald Christ desmonta
delicadamente uno de los mecanismos más sutiles de la obra
borgiana. Dentro de la concepción de Borges de la literatura
como un sistema de citas (tanto sus cuentos como sus poemas o sus
ensayos están constantemente apoyándose en frases
ajenas), la alusión resulta una manera central de establecer
vínculos invisibles entre su obra y la literatura de la que
proviene. Al examinar la alusión, Christ la sitúa
no sólo en este contexto literario explícito, sino
también en su contexto estético (sirve para dar brevedad,
confirma el carácter "negativo" del arte de Borges)
y sobre todo en su contexto metafísico (también permite
la comprensión y la negación, desde este punto de
vista). En sucesivos capítulos, Christ examina el desarrollo
de los intereses literarios de Borges, su primer libro "universal"
(Historia universal de la infamia, al que reconoce una importancia
que por lo general la crítica borgiana no tiene en cuenta),
las fuentes inglesas del cosmopolitismo de Borges, el desarrollo
de una forma apropiada al sistema alusivo (su primer cuento en este
estilo es "El acercamiento a Almotásim", falsa
reseña bibliográfica de una novela hindú inexistente),
las imágenes literarias, los símbolos, y sobre todo
la influencia de Thomas de Quincey, para concluir con un perceptivo
análisis de "El inmortal".
El mérito mayor de este estudio es la sutileza de las observaciones
del joven crítico norteamericano, su lectura realmente imaginativa
de muchos textos capitales, la inserción de Borges en una
tradición literaria y crítica que Christ conoce muy
bien. A partir de su análisis, se puede lograr una visión
más precisa del tema. Este método del libro está,
en parte, disminuido por algunos curiosos errores de método.
En primer lugar, Christ no distingue con suficiente nitidez entre
la alusión y la mención, o referencia explícita.
De ahí que confunda bajo un solo rótulo, un sistema
doble que en Borges suele complicarse muchas veces porque las referencias
explícitas (citas, con número de página, a
veces) son falsas. En segundo lugar, aunque Christ ha limitado su
examen de las alusiones al mundo literario anglosajón, falta
en su libro un análisis de las relaciones de Borges con algunos
autores anglosajones tan importantes como Poe y Henry James (mencionados
varias veces, pero no estudiados en detalle), como Herman Melville,
que ni siquiera esta mencionado una sola vez, y que sin embargo
ha preocupado lo suficiente a Borges como para dedicarle una de
sus mejores traducciones y un elogiosísimo prólogo.
Otras objeciones al libro son de menor alcance. Al referirse al
período ultraísta de la poesía de Borges (página
2), Christ no menciona ni a Vicente Huidobro ni a Guillermo de Torre,
aunque sí menciona a Cansinos Asséns lo que significa
un error de óptica similar al ya apuntado en el libro de
Zunilda Gertel. En la página 35, cuando señala que
las "alusiones de Borges tienden a proceder de autores ingleses
y norteamericanos" hace una generalización que debe
ser matizada, ya que la deuda de Borges con otras culturas (las
orientales, las clásicas, la francesa y la española,
la argentina) son también muy considerables. Por otra parte,
sólo en la literatura alemana tres autores han alimentado
y enriquecido su visión: Schopenhauer, Nietzsche, Kafka.
Al referirse en la página 58 a la influencia de Chesterton
(una de las que mejor estudia) la sitúa sobre todo en los
relatos del Padre Brown, pero omite la de alegorías como
The Man Who Was Thursday (El hombre que fue jueves), una
de los libros más "borgianos" de Chesterton. En
la página 60, al referirse a los libros escritos en colaboración
con Bioy Casares, olvida la novela policial, Un modelo para la
muerte, desenfrenada parodia del género. En la página
63 al referirse a la influencia de Stevenson omite toda mención
a The Strange Case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde (El extraño
caso del Dr. J. y el Sr. H.), libro que por tratar explícitamente
el tema del doble es, con el cuento "William Wilson",
de Poe, y "The Jolly Cornet" (EI rincón alegre),
de James, una de las fuentes literarias de buena parte de la obra
borgiana. En la página 82, al referirse a "Hombre de
la esquina rosada" como ejemplo de relato cuyos detalles toma
Borges de la realidad que lo rodea, no advierte que el cuento tiene
asimismo claras fuentes literarias: los relatos de los compadritos
y cuchilleros que Borges conoció y a los que dedica emocionadas
páginas en su Evaristo Carriego. En la página
109 no advierte que Borges se está refiriendo al famoso personaje
de Conan Doyle, y Christ comenta que "Philip Guedalla y John
H. Watson son los nombres de escritores reales, casi olvidados".
El primero lo es, pero el segundo es sólo el famoso Dr. Watson,
de las historias de Sherlock Holmes. En la página 125 se
confunde Christ al resumir un episodio del cuento "El Sur"
y afirma que el protagonista se mete en la cabeza con "la arista
de una puerta", en vez de una ventana.
Pero estos errores, como ciertas limitaciones de enfoque de su
libro, no disminuyen su calidad. Por tratarse de uno de los trabajos
más estimulantes que se han escrito sobre Borges debe ser
leído con atención por todo estudioso de la obra borgiana.
UN USUARIO DE SIMBOLOS
Tanto el libro de Burgin como el de Christ tienen breves prólogos
de Borges. En el primero, con una cortesía que tan bien caracteriza
su estilo de criollo viejo, Borges agradece a Burgin la oportunidad
de reconocerse: "Releyendo estas páginas, creo que me
he expresado, en realidad: me he confesado, mejor que en las que
he escrito en la soledad, con exceso de cuidado y vigilancia (...)
Sé que hay gente que tiene el curioso deseo de conocerme
mejor. Durante setenta años, sin demasiado esfuerzo, he estado
trabajando con el mismo fin. Walt Whitman ya lo dijo: "Creo
que conozco poco o nada de mi verdadera vida". Richard Burgin
me ha ayudado a conocerme."
En la introducción al libro de Christ aparece también
la misma cortesía pero hay algo más: el reconocimiento
del escritor que descubre en la obra del crítico "vínculos
secretos y afinidades" que su obra contiene y que se le habían
escapado. "El escritor (opina Borges) debe agradecer que se
le demuestre que ha ido más allá de lo que había
intentado más allá de sus intenciones. En este sentido,
tanto la obra de Christ como (hasta cierto punto) la de Murillo
cumplen con el propósito esencial de toda crítica:
iluminar la obra desde nuevas perspectivas, desentrañar el
subtexto, o el entretexto, que la obra también manifiesta.
Si el escritor (como quiere Borges en el mismo prólogo a
Christ) es un "usuario de símbolos", es adecuado
que el crítico sea un "descodificador" de esos
mismos símbolos. En esta tarea, pocas obras provocan más
al crítico que la breve, intensa, concentradísima,
de Borges."
Yale University
EMIR RODRIGUEZ MONEGAL
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