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Emir Rodríguez Monegal contesta a Gerald Martin.
En: Revista Iberoamericana, v. 35, nº 69, septiembre-diciembre
1969,
p. 517-519.
No hay peor crítico que el que no quiere leer. El Sr. Gerald
Martin escribe doce páginas para refutar un artículo
mío sobre Asturias (de siete páginas y media), y empieza
por tergiversar cada una de las palabras que yo empleo. Baste comparar
lo que escribí con lo que me hace decir el Sr. Martin. Veamos.
Según el Sr. Martin:
" ... el señor Rodríguez Monegal afirma que
la década decisiva de Asturias comienza en 1946, año
en que publica El Señor Presidente, y termina en 1956,
después de la publicación de Hombres de maíz,
Viento fuerte, El papa verde y Week end en Guatemala.
Pasa por alto las Leyendas de Guatemala (1930), porque "lo
mejor de las Leyendas resultará incorporado a libros
posteriores", con lo que volvemos al compartimento de contenidos
e influencias literarias como si fueran entidades con peso y medida.
Ahora bien, es de suponer que cuando el señor Rodríguez
Monegal se refiere a los logros literarios de Miguel Angel Asturias
en esa década, nos está hablando de sus logros artísticos,
ya que el verdadero reconocimiento crítico de ellos no le
fue conferido a Asturias sino hasta mucho más tarde, y siendo
así tenemos que subrayar de nuevo nuestra inconformidad.
Cuando el señor Rodríguez Monegal acepta, precisamente
en el artículo que nos ocupa, que El Señor Presidente
ya estaba escrito en forma definitiva en 1932, ¿qué
sentido tiene referirse a la década 1946-56 como la de la
verdadera actividad creadora?"
Pero lo que yo había escrito no es exactamente lo mismo
que me hace decir el Sr. Martin. Transcribo el párrafo que
él pretende resumir y analizar para que se vea la diferencia:
(Subrayo las palabras clave, sobre las que parece no detenerse el
Sr. Martin).
"La fama de Miguel Angel Asturias, desde la publicación
de El Señor Presidente, en 1946, hasta el Premio Nobel
de Literatura 1967, ha sufrido curiosas alternativas que convendría
examinar, así sea brevemente. Un primer período de
éxito corresponde a la década 1946/1956. Entre
esas dos fechas, Asturias no sólo da a conocer
su primera novela importante sino que, también, produce
una serie de relatos y hasta una novela-río que cuentan entre
lo más destacado que se escribe entonces en América
Latina".
Es evidente, para cualquiera que lea sin anteojeras y prejuicios,
que me estoy refiriendo a su fama, a la publicación y difusión
de su obra, y al juicio que ésta merece en su época.
El Sr. Martin, en cambio, me hace hablar de "logros literarios"
y de "logros artísticos", porque busca determinar
la contradicción de mi pensamiento crítico. La tarea
es inútil. Si en vez de imaginarse lo que no he escrito,
se toma el trabajo de leer y entender lo que sí he escrito,
verá que la mitad de su refutación es superflua.
Queda la otra mitad. En ella se me acusa de tener "motivos
personales y profesionales" para no reconocer la grandeza de
Asturias; de "diletantismo"; de "reacción
mezquina" ante su obra; y se concluye afirmando que Asturias
es "un escritor que nunca le (me) ha interesado profesionalmente".
La razón de esta maldad mía está en la página
515: si excluyo a Asturias de la lista de nuevos novelistas latinoamericanos,
es porque me interesa reservarme el papel de precursor de dicha
novela, y negárselo a Asturias. Esta hipótesis del
Sr. Martin no está apoyada en ninguna cita mía. Es
una deducción crítica suya. Sería fácil
refutarla con algún texto que sí he escrito y publicado
bajo mi nombre. Por ejemplo éste, de la revista Mundo
Nuevo (No. 17, París, noviembre 1967).
"A la zaga de los maestros de las cuatro primeras décadas
de este siglo (...), la novela latinoamericana ha producido en los
últimos treinta años por lo menos cuatro promociones
perfectamente identificables. La primera estaría representada,
entre otros, por gente como Miguel Angel Asturias, Jorge Luis Borges,
Alejo Carpentier, Agustin Yáñez y Leopoldo Marechal.
Ellos, y sus pares, son los grandes renovadores del género
narrativo en este siglo."
El artículo se llama, naturalmente, Los nuevos novelistas,
y está en las páginas 19-24.
Aunque el Sr. Martin escribe desde la Universidad de Edimburgo
(ciudad de clima fresco, si las hay), la temperatura de su artículo
sugiere las delicias del trópico. Es un artículo truculento,
lleno de toda clase de insinuaciones y redolente de una pedantería
académica que sienta mal en quien no tiene la humildad de
leer bien los textos de un crítico al que pretende refutar.
Le aconsejo que se tome una ducha escocesa la próxima vez
que quiera escribir en contra de alguien. Después de la ducha,
bien abrigado en un ropón, y con un buen fueguito cerca,
debe ponerse a leer con todo cuidado, el material crítico
relevante. Entonces podrá descubrir que, además de
haber escrito siete páginas y media sobre Asturias, he escrito
(en Marcha, de Montevideo, 1946) una de las primeras reseñas
entusiásticas de El Señor Presidente; que en
1952, en un artículo panorámico sobre la nueva novela
latinoamericana, publicado en el mismo semanario, ya destaqué
el valor renovador dentro de dicha literatura, de la obra de Asturias
y, en particular, de Hombres de maíz; que en las páginas
literarias del mismo semanario anticipé una de las mejores
narraciones de Week-end en Guatemala, "La Galla";
que nunca he negado a Asturias la eminencia, el pan y la sal.
Lo que he dicho, y repito ahora, es que su gran contribución
a la novela latinoamericana está en su primera época,
que El Señor Presidente es una obra híbrida,
que Hombres de maíz es su obra maestra, que Mulata
de tal es reiterativa, que la trilogía bananera es mala
literatura. Si el Sr. Martin quiere discrepar de estos juicios no
necesita atribuirme intenciones que no tengo y que son inverificables.
Analice él profunda y eruditamente la obra de Asturias, publique
sus conclusiones y entonces con los textos en la mano, será
posible ver si su crítica es o no válida. Por ahora
lo que se ve el Sr. Martin es que practica la crítica de
las intenciones imaginarias de las citas tergiversadas, del tropicalismo
estilístico. Como dijo cierta vez un polemista británico
al que tiraron un vaso de vino durante una discusión literaria:
-Caballero, esto es una digresión. Espero su argumento."
EMIR RODRIGUEZ MONEGAL
Yale University
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