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"Carnaval / Antropofagia /
Parodia"
En Revista Iberoamericana, v. 45, nº 108-109, julio-diciembre
1979
p. 401-412.
"Las complejidades y contradicciones de las teorías
de Bakhtin sobre la novela no han impedido su aplicación
a la crítica de la nueva narrativa latinoamericana. El mero
hecho de que sus textos nos han llegado no en el original (accesible
sólo a muy pocos), sino en traducciones a distintas lenguas
occidentales (sobre todo italiano, francés, inglés
y alemán), debiera haber prevenido en cuanto al uso indiscriminado
de los mismos. Las traducciones ahondan la ambigüedad y hasta
la duplicidad de algunos de sus conceptos decisivos. Ya en la introducción
de Julia Kristeva a la traducción francesa de Problemy
Poetiki Dostoïevskovo (1963) [La poétique de
Dostoïevski, París: Seuil, 1970, pp. 5-27] se subraya
que el vocabulario idiosincrático de Bakhtin es una de las
principales dificultades que enfrenta cualquier discusión
crítica de sus teorías. Por ejemplo, donde Bakthin
usa la expresión slovo (el equivalente en ruso a "palabra"),
Kristeva ha sugerido la traducción más adecuada de
"discurso", expresión que también está
connotada en el uso arcaico de aquella palabra rusa (p.12). Más
tarde, en su libro Le texte du roman [The Hague: Mouton,
1970; trad. española, El texto de la novela, Madrid;
Lumen, 1974], donde Bakthin se refiere a "dialogismo"
y "polifonía", Kristeva propone la expresión
y el concepto de intertextualité (pp. 139-176): más
abarcador, pero menos específico.
Ni siquiera el canon de las obras de Bakthin ha sido firmemente
establecido. En su introducción al libro de Dostoievski,
Kristeva no parece muy segura de que sean de Bakthin los libros
publicados hacia 1930 por dos de sus discípulos, "V.
Volosinov" y "Pavel Medvedev" (p. 9). ¿Pertenecían
realmente estas personas al "círculo de Bakthin"
o se trata solamente de seudónimos usados por un crítico
que ya no podía publicar libremente sus trabajos debido a
la persecución de los comisarios del realismo socialista?
En un reciente y polémico artículo sobre el tema,
Flávio Kothe parece creer que tanto Volosinov como Medvedev
no sólo son gente real (lo que no está en duda, aunque
se ignora cómo murieron, ya que desaparecieron durante las
purgas de los años treinta), sino que son críticos
originales. En efecto, Kothe demuestra que tanto el primero (en
Marxismo y la filosofía del lenguaje, 1929) como el
segundo (en El método formal en teoría literaria,
1926) tienen un punto de vista mucho más marxista y antiformalista
que el expresado por Bakthin en las obras por él firmadas.
Por eso, Kothe opone el maestro a los discípulos y llega
a la conclusión de que su círculo no era tan circular.
(Cf. "A não circularidade do Círculo de Bakthine",
en Tempo Brasileiro, nº 51, Rio de Janeiro, octubre-diciembre
1977, pp. 17-33).
Para Roman Jakobson, sin embargo, no hay duda de que tanto Volosinov
como Medvedev eran no sólo discípulos, sino portavoces
de Bakhtin y que las dos obras publicadas por ambos fueron escritas
por aquél, aunque retocadas para hacerlas más accesibles
al marxismo primario que entonces reinaba en los estudios literarios
soviéticos. Las contradicciones que apunta Kothe correctamente
entre los textos del maestro y los de sus discípulos se deben
al esfuerzo por disimular el origen y conseguir la aprobación
de la censura de la época. En su introducción a la
versión francesa del libro de Volosinov, que se publica ya
bajo el nombre de Bakthin, Jakobson aclara definitivamente el punto.
(Cf. Le marxisme et la philosophie du langage. Paris: Minuit,
1977).
Otros problemas de adaptación y lectura de Bakhtin al mundo
occidental derivan del esfuerzo de insertar sus puntos de vista,
tan originales, en el contexto de una crítica contemporánea
de la novela. En un artículo excelente, David Hayman ha probado,
por ejemplo, que hace falta una discusión más a fondo
del problema de los géneros que está en el centro
de las teorías de Bakhtin. Hayman observa correctamente que,
en su libro sobre Rabelais (Rabelais and His World, 1965,
traducción de Hélène Iswolsky [Cambridge: MIT
Press, 1968]; ed. esp.: La cultura popular en la Edad Media y
en el Renacimiento. El contexto de François Rabelais [Barcelona;
Barral Editores, 1971], Bakhtin tiende a subrayar sólo el
aspecto cómico o "positivo" del Carnaval, reduciendo
así su ambivalencia y creando un modelo incompleto. También
subraya Hayman que el uso de las máscaras crea una ambigüedad
mayor y más honda que sirve para marcar la distancia entre
los actores y el público, destruyendo ese nivel de comunicación
inmediata que, según el modelo de Bakhtin, correspondería
instaurar al Carnaval. Pero el principal argumento de Hayman en
su relectura de Bakhtin es que su teoría de los géneros,
por sus limitaciones más obvias, no puede hacer plena justicia
a las complejidades del Carnaval. En vez de una teoría de
los géneros, Hayman propone una teoría de los modos.
Su conclusión de que "una clasificación de los
modos es posible y tal vez necesaria" lleva la advertencia
de que "los grupos modales deben ser construidos de manera
distinta a nuestros géneros habituales". (Cf. Au-delà
de Bakhtine, Por une poétique des modes", en Poétique,
nº 13 [París: Seuil, 1973], pp. 76-94).
En otro estudio interesante, Laurent Jenny ha intentado analizar
otras formas del Carnaval que las estudiadas por Bakhtin. Al considerar
los textos de Raymond Roussel y su obvia vinculación con
el Carnaval tal como éste es practicado en Niza, Jenny ha
indicado la necesidad de ampliar la visión algo estrecha
(históricamente hablando) de Bakhtin, que insiste en su carácter
de rito folklórico del Renacimiento. Jenny no sólo
discute el referente cultural del concepto Carnaval, sino también
el procedimiento narrativo que Bakhtin ha llamado de "carnavalización";
de esta manera, el Carnaval moderno (que Bakhtin descarta) se convierte
en el producto final de un proceso de "espectacularización":
en nuestro tiempo, el Carnaval se convierte en "espectáculo",
y sus participantes ya no pueden mezclarse y comunicarse en la forma
"libre y familiar" que Bakhtin describe. Los contactos
se intelectualizan y se formulan en un discurso vacío que
preserva los signos (pero sólo los signos) de una situación
carnavalesca que ya no existe. (Cf. "Le discours du Carnaval",
en Littérature, nº 16 [París, diciembre
1974], pp. 19-36.)
Hasta la ortografía del nombre de Bakhtin está en
cuestión, como ha demostrado ocurrentemente Paolo Valesio
en una conferencia de Yale. El mundo occidental tiene tantos Bakhtines
como lenguas a las que ha sido traducido. En tanto que los franceses
favorecen la escritura de su nombre, que es la más extendida,
"Bakhtine" (la e muda al final evita el cambio
de sonido, pero es innecesaria en español o portugués,
por ejemplo), los italianos prefieren "Bactin", que no
da, sin embargo, el sonido más gutural de la kh rusa.En
español, este sonido puede ser simulado por la j,
lo que daría "Bajtín": monstruo fonético
que convierte al crítico ruso en un personaje de las Mil
y una noches. Perseguido y silenciado durante años en
su patria, súbitamente promovido a la fama por discípulos
occidentales más o menos proliferantes, Bakhtin no parece
poder escapar (ni siquiera en la cuestión relativamente simple
de la ortografía correcta de su nombre) a la carnavalización
que sus libros tan persuasivamente proponen.
ANTROPÓFAGOS SURTIDOS
En América Latina, Bakhtin ha sido usado por ahora para
explorar nuevas posibilidades de comprensión de períodos
"difíciles" de nuestra literatura, como el barroco
colonial, o para analizar nuevas formas de la narrativa que caen
bajo el membrete de "neobarroco". Con menos éxito
ha sido también aplicado para explicar algunos aspectos de
la vanguardia brasileña o para ilustrar el uso de la metáfora
en el más experimental de los novelistas brasileños
del siglo XIX, Machado de Assis. Este último intento es tan
poco sistemático que si lo menciono aquí es sólo
porque contiene la semilla de un análisis fecundo. (Cf. Dirce
Côrtes Riedel, Metáfora. O Espelho de Machado de
Assis [Rio: Francisco Alves, 1974].) Desgraciadamente, la falta
de coherencia crítica de este trabajo cancela lo que podría
haber sido la lectura fructuosa de un novelista que redescubrió
el Tristram Shandy, de Laurence Sterne, mucho antes de que
se hubiera puesto de moda en Europa.
Más decisiva para el discurso crítico brasileño
ha sido la aplicación del concepto de parodia (en una línea
similar a la de Bakhtin) a la obra de dos de los maestros del modernismo
brasileño. Ya en artículos y prefacios escritos a
fines de los cincuenta y comienzos de los sesenta, Haroldo de Campos
había desarrollado un concepto de parodia. En los años
setenta, ese concepto ha sido ampliado para dar lugar a una visión
más ecuménica de la teoría de la parodia, incorporando
elementos ya indicados por Bakhtin. En su introducción a
una reedición de la segunda novela de Oswald de Andrade,
la más experimental, Serafín Ponte Grande (1933),
De Campos subraya la importancia de la noción bakhtiniana
de carnavalización para una relectura de esta novela. (Cf.
Obras Completas de Oswald de Andrade, vol. 2 [Rio de Janeiro:
Civilização Brasileira, 1971], p. 107, n. 11). Más
tarde, en su extraordinario análisis de Macunaíma,
de Mário de Andrade (1928), De Campos habría de indicar
la posibilidad de aplicar y ampliar el concepto de parodia al discutir
el canon de la fábula que subyace esta novela, como lo demuestra
por una minuciosa aplicación de las teorías de V.
Propp. (Cf. Morfología de Macunaíma [São
Paulo: Perspectiva, 1973], p. 218).
Todo el movimiento antropofágico de los años veinte,
que Oswald teorizó y practicó en sus novelas y que
constituye el telón de fondo de la novela de Mário,
adquiere así un nuevo sentido en la lectura, a la vez crítica
y poética, de Haroldo de Campos. Muestra así tener
sus raíces a la vez en la "nueva" tradición
de la vanguardia (futurismo, cubismo, dadaísmo), así
como en la brutal asimilación de la cultura occidental,
que ocurrió cuando los primeros portugueses desembarcaron
en el Nuevo Mundo. La antropofagia fue la respuesta carnavalizada
a esa conciencia poética que los modernistas brasileños
dieron al falso problema del colonialismo cultural. Al subrayar
desfachatadamente que todo proceso de asimilación es canibalístico,
los antropófagos no sólo desacralizaron los modelos,
sino que también desacralizaron la actividad poética
misma. (Para una lectura de este movimiento desde la vertiente hispanoamericana,
véase mi artículo: "The Metamorphoses of Caliban",
en Diacritics [Ithaca: Cornell University, septiembre 1977],
pp. 78-83).
Semejante a la labor cumplida por De Campos en el área brasileña,
pero aún más explícitamente basado en la obra
de Bakhtin, es el estudio publicado por Severo Sarduy bajo el título
de "Barroco y neobarroco", en América Latina
en su literatura (compilación de César Fernández
Moreno [México: Unesco/Siglo XXI, 1972], pp. 167-184). En
ese trabajo, así como en la colección de estudios
publicados bajo el título de Escrito sobre un cuerpo (Buenos
Aires: Sudamericana, 1969), Sarduy ha demostrado prácticamente
cuán fructuosa puede ser la aplicacion de las teorías
de Bakhtin y de Julia Kristeva sobre la carnavalización,
el dialogismo y la intertextualidad a la literatura latinoamericana.
A la zaga de Sarduy, y a veces sin tomarse el trabajo de citarlo,
muchos otros críticos han abundado en los aspectos más
superficiales de estas teorías. Pocos han sido, sin embargo,
capaces de aplicarlas con el rigor que Sarduy (o De Campos) han
tenido y tienen.
EL CARNAVAL BARROCO Y NEOBARROCO
Lo que hace que las teorías de Bakhtin (a pesar de sus contradicciones
y ambigüedades) sean tan relevantes para una crítica
de la literatura latinoamericana es que ellas fueron concebidas
en un momento en que la cultura soviética era todavía
"marginal" con respecto a la cultura llamada "occidental".
Llamando la atención sobre un género secundario
si no despreciado como es la parodia, mostrando que la
novela no deriva realmente de la épica, sino de la sátira
menipea, es devir, invirtiendo el canon aristotélico, que
ni siquiera el marxista Lukács se había atrevido a
alterar realmente, Bakhtin ayudó a cuestionar el logocentrismo
europeo u occidental. Su revaluación de la sátira
menipea, del diálogo socrático, de la parodia y del
Carnaval, no sólo ofrecía una lectura diferente y
polémica de los géneros que habrían de producir
la novela moderna. También invertían el sentido de
la orientación del pensamiento marxista de su tiempo. Lo
que había sido hasta entonces considerado central (la tradición
de la novela realista, burguesa, estudiada sobre todo por Lukács)
resultaba ser sólo una fase en un desarrollo mucho más
largo y complejo de un género diferente. Por otra parte,
lo que había sido considerado marginal, errático y
hasta extraño (las novelas paródicas de Sterne, heredero
directo de Cervantes, o los folletines hiperbólicos de Dostoievksi)
era convertido por Bakhtin en el paradigma de una nueva forma de
la novela: dialogística en vez de monológica, polifónica
y plural. (La implícita polémica entre Lukács
y Bakhtin ha sido comentada e ilustrada por Vittorio Strada en Problemi
di Teoria del Romanzo [Torino: Einaudi, 1976], libro que incluye
algunos ensayos casi desconocidos de Lukács y un texto de
Bakhtin, redactado en 1938, sobre "Epica y romance". Para
este último, véase la traducción publicada
en la revista Eco [Colombia, 1977], núms. 193 y 195).
En un movimiento típicamente carnavalesco, Bakhtin desplazó
el centro a la perfieria y probó que las formas "marginales"
habían ocupado el centro. Ese movimiento político
(en el sentido en que Paolo Valesio define la política como
la estrategia del texto) no sólo desplazó a Tolstoi,
paradigma del logocentrismo y la novela monológica, sino
que instaló a Dostoievksi y a toda la literatura rusa en
una perspectiva distinta. La misma operación puede ser practicada
con la literatura latinoamericana, que ha sufrido hasta hace poco
por una crítica demasiado preocupada por el logocentrismo
de los modelos occidentales. En cierto sentido, y a pesar de la
independencia política, los modelos, los valores y hasta
el lenguaje latinoamericanos han sido originados en Europa. El colapso
de los imperios español y portugués no cambió
la situación de dependencia. Como ha sido suficientemente
demostrado, esa dependencia ya existía en la época
de aquellos imperios, ya que eran a su vez tributarios (económica
y culturalmente) de otros imperios europeos. Con la independencia,
las metrópolis iniciales fueron sustituidas mayormente por
Francia, Inglaterra o Italia como proveedores de modelos culturales.
Más recientemente, Estados Unidos y la Unión Soviética
han entrado a integrar la lista de "influencias".
Si al nivel de las culturas oficiales la importación de
modelos era la norma, al nivel de la cultura no oficial (que incluía
no sólo la cultura popular, sino también, y no hay
que olvidarse, los experimentos de la "vanguardia"), el
proceso era totalmente distinto. Los modelos eran aceptados por
la cultura no oficial, pero eran inmediatamente parodiados; las
modas eran exageradas hasta lo grotesco; la entronización
y la destronización de las ideologías eran practicadas
con toda celeridad. En los tiempos barrocos, poetas como Sor Juana
Inés de la Cruz o el poeta popular y erudito brasileño
Gregorio de Matos llevaron a Góngora hasta sus últimas
consecuencias, universalizando sus puntos de vista al llenar sus
respectivos versos con puntos de vista contrarios y hasta contradictorios
(Sor Juana) o al explorar sus más escatológicas posibilidades
tanto en el sentido metafísico (Sor Juana) como en el coprológico
(De Matos).
Una operación similar ocurrió durante el modernismo
hispanoamericano, que corresponde (en Brasil como en Francia) al
simbolismo. Hubo allí una descodificación grotesca
de los modelos franceses, tan sofisticados que se puede hablar de
una verdadera carnavalización. En tanto que Verlaine estaba
meramente burlándose, en complicidad con sus lectores, tan
blasés, en sus Fétes galantes, del falso
oropel versallesco, Rubén Darío usaba el mismo repertorio
para construir un modelo que no sólo era extranjero para
él (y, por tanto, no había perdido el atractivo de
lo exótico), sino para el mundo cotidiano de sus lectores.
Ya hay en Darío un tono de autoparodia en el juego de ambigüedades
con que imita y desacraliza los modelos del simbolismo francés.
Más radicales, Leopoldo Lugones y Herrera y Reissig se movieron
en la dirección indicada por Lautréamont y Laforgue
( por azar también nacidos en este continente) para producir
en la primera década del siglo una poesía totalmente
paródica y revolucionaria: el Lunario sentimental (1909)
y Los peregrinos de piedra (1910) ya anticipan los modelos
que la vanguardia hispanoamericana habría de necesitar para
liberarse de la herencia modernista. Por eso en los años
veinte les tocó a los brasileños exponer y carnavalizar
la musa oficial. A partir de entonces (en la obra de Huidobro y
de Borges, de Oswald y Mário) resultó evidente que
sólo las distorsiones de la parodia y la violencia de la
antropofagia podían hacer justicia al "espíritu"
de la literatura latinoamericana.
No fue sólo porque la marginalización de la cultura
latinoamericana hizo posible la inversión de los modelos
europeos por lo que las teorías de Bakhtin resultaron fructíferas
en nuestro campo. Desde los orígenes de nuestra cultura,
el proceso brutal de asimilación de culturas ajenas, el choque
producido por la violenta imposición de un punto de vista
cristiano y feudal del mundo y más tarde la masiva importación
de otra cultura ajena (la africana, aportada por esclavos), todo
esto llevó a formas extremas de carnavalización. Si
Cortés fue visto por los aztecas como un avatar de Quetzalcoatl,
la Serpiente Emplumada, y los españoles insistieron en identificar
en el Nuevo Mundo el Jardín del Edén o el lugar exacto
en el que las perdidas tribus de Israel se habían instalado,
esas formas de carnavalización recíproca, motivadas
por el conflicto de culturas heterogéneas, se conviertieron
en la pauta básica de una cultura latinoamericana.
Muchas décadas más tarde, la siesta colonial sería
alterada por insanas disputas teológicas sobre la verdadera
(o falsa) aparición de la Virgen de Guadalupe a un pobre
campesino mexicano, o por la igualmente demente posibilidad de que
uno de los apóstoles haya sido enviado por Cristo para predicar
en el Nuevo Mundo antes del descubrimiento de América. (Estos
u otros casos similares han sido ilustrados en mi Borzoi Anthology
of Latin American Literature [New York: Knopf, 1976], volumen
I.)
Desde el punto de vista de los colonizadores o desde el punto de
vista de los colonizados, el conflicto de culturas y de mitos produjo
versiones igualmente carnavalizadas. En esas versiones, las culturas
opuestas y hasta heterogéneas aparecieron inesperada y brillantemente
integradas. Los antropólogos ya han estudiado las infinitas
variaciones de algunos cultos afrocubanos o afrobrasileños.
El sincretismo de culturas que ellos implican, la mezcla y confusión
de todo posible "origen" que practican. En el concepto
de Carnaval, América Latina ha encontrado un instrumento
útil para alcanzar la integración cultural que está
en el futuro y para verla no como una sumisión a los modelos
occidentales, no como mera corrupción de algún original
sagrado, sino como parodia de un texto cultural que en sí
mismo ya contenía la semilla de sus propias metamorfosis.
UNA DOBLE TRADICIÓN
Bakhtin tiene probablemente razón al alegar que el Carnaval
(tal como era representado en la Edad Media y en el Renacimiento)
ya no existe en Europa a partir de la Edad Moderna. Después
de Rabelais, ha perdido para siempre sus rasgos principales de ser
a la vez un acontecimiento folklórico y popular. Pero en
América Latina, el Carnaval está aún vivo:
especialmente en el área del Caribe y en el Brasil. El conflicto
y la mezcla de culturas (indígenas, europeas, negras) en
estas áreas privilegiadas han impedido que el Carnaval se
convirtiese sólo en una institución oficial exclusivamente
fiscalizada por el Gobierno. En los ritos de la macumba y
el candomblé brasileños, así como en
la ñanguería cubana, el espíritu del
Carnaval está muy vivo aún hoy. Está también
vivo en las festividades oficiales, que no sólo llenan las
calles de turistas, sino que tienen raíces en una cultura
popular capaz de sostener un espectáculo en que la separación
entre los actores y los espectadores está eliminada. En la
época del Carnaval, todos son uno.
Las consecuencias de estas situación son dobles. Por un
lado, el Carnaval mismo continúa enriqueciendo la cultura
latinoamericana a todos los niveles. Por otro lado, el proceso de
carnavalización no cesa porque hay un permanente intercambio
de modelos culturales generados a nivel popular y aquellos generados
por los escritores y artistas. El ejemplo mejor de este intercambio
a nivel popular que la novela latinoamericana puede ofrecer es la
obra del novelista brasileño Jorge Amado, cuyos libros fáciles
y agradables (Gabriela, cravo e canela; Donna Flor e seus dois
maridos; Tenda de milagres) dependen mayoritariamente del Carnaval
y los ritos afrobrasileños en su vertiente bahiana. Lo mismo
es obvio, aunque a nivel más sofisticado, en el caso de algunos
novelistas cubanos. Los vínculos de Alejo Carpentier con
el Carnaval y su subestructura cultural han sido persuasivamente
mostrados por Roberto González Echevarría en uno de
los capítulos principales de su libro The Pilgrim at Home
(Ithaca: Cornell University Press, 1976). Aún más
creadora del punto de vista del lenguaje y de la forma narrativa
es la obra maestra de Guillermo Cabrera Infante. Tres tristes
tigres (1967). En esta novela, los elementos folklóricos
del Carnaval y los clásicos de una narración europeizada
y carnavalesca (Petronio, Sterne, Lewis Carroll, Joyce) se combinan
para producir un texto toalmente "cubano". En una vena
similar, las novelas de Severo Sarduy trabajan a dos niveles, mezclando
con suprema habilidad e ironía las lecturas del folklore
cubano ya realizadas por su maestro. José Lezama Lima, y
la propia mezcla sarduyana de estructuralismo francés y ritmo
caribeño para producir una versión carnavalizada (y
canibalizada) de ambas culturas.
Menos evidente es el caso de Jorge Luis Borges. La carnavalización
en su obra es el resultado de un proceso extremadamente elaborado
de parodia de la cultura occidental. Ya en los años veinte
intentó (por lo menos diez años antes de Carpentier)
una revaloración del folklore del Río de la Plata:
las orillas de Buenos Aires eran la matriz donde él encontró
los restos corrompidos de una tradición gauchesca (el jinete
de la pampa se había convertido en el compadrito o el cuchillero
del suburbio); restos que se habían mezclado incómodamente
con el ambiente prostibulario del que saldría el tango y
su letra, sentimental y cínica a la vez. A uno de esos poetas
del suburbio y del tango, Evaristo Carriego, dedicaría Borges
(ya en 1930) una biografía curiosamente reticente, pero en
la que ya está la coreografía entera de una subsociedad
carnavalesca. Pero pronto Borges se cansó de este tipo de
juego turístico (el tango ya había triunfado en París
y había sido desinfectado de su crápula por Ricardo
Güiraldes y Rodolfo Valentino). Abandonando los temas, pero
no el tono, Borges descubrió que en la parodia podía
encontrar una manera de desacralizar tanto los modelos de la cultura
occidental como la imitación servil de esos modelos por los
escritores del oficialismo (llámense Larreta o Mallea). Una
serie de cuentos populares, recogidos en 1935 bajo el título
chillón de Historia universal de la infamia, iniciaron
una revolución total de la narrativa hispanoamericana. La
primera de sus historias fantásticad, "El acercamiento
a Almotásim", es del mismo año, aunque no fue
recogida en aquel libro, sino en otro, disfrazada hábilmente
de reseña bibliográfica e insertada en Historia
de la eternidad (1936), una colección de ensayos de extraña
y hasta equívoca erudición. Sólo más
tarde Borges la incluiría en su primera colección
de relatos fantásticos, El jardín de senderos que
se bifurcan (1941), revelando de esta manera el chiste de su
primera publicación. (El jardín, a su vez,
sería más tarde incluido en una colección mayor,
Ficciones, 1944, quedando así cancelado como libro.
De este modo, Borges lleva los procedimientos paródicos hasta
el modo mismo de producción y publicación de sus textos.
Hoy, "El acercamiento a Almotásim" ha desaparecido
de Ficciones, en la edición de Obras Completas
en un solo volumen, y se encuentra sólo en Historia de
la eternidad.)
A partir de "Almotásim", Borges habrá de
escribir varias falsas reseñas o notas necrológicas
o ensayos críticos, como los dedicados a "Pierre Menard,
autor del Quijote", o al "Examen de la obra de
Herbert Quain", o a "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius",
cuentos que están actualmente recogidos en Ficciones.
El elemento más constante en estas sutiles variaciones sobre
un tema es la destronización de la cultura occidental, la
carnavalización de su discurso crítico y narrativo.
Por una inversión radical de sus modelos, Borges consigue
hacer pedazos la centralidad apócrifa de aquella cultura.
Más tarde aún habría de desarrollar una forma
aún más insidiosa de parodiar la cultura occidental.
En un cuento titulado "El Aleph" (que recoge en el volumen
del mismo nombre, 1949), la carnavalización paródica
está cuidadosamente escondida. Sólo si se lee entre
líneas se puede descubrir en esta trivial y grotesca historia
de amor el prototipo altísimo: la Divina Comedia.
A pesar de que la mujer amada (e indigna) de su cuento se llama
Beatriz y de que uno de los tres protagonistas lleva el nombre de
Daneri (apócope de Dante Alighieri), Borges continúa
insistiendo ante sus entrevistadores que el cuento no tiene
nada que ver con la ilustre epopeya cristiana y que los vínculos,
si existen, son feliz invención de los críticos. Al
negar la parodia, Borges sólo consigue dar otra vuelta de
tuerca al infinito proceso de carnavalización a que están
tán íntegramente dedicados sus cuentos. (Un ensayo
que estaba antes en Otras inquisiciones, 1952, pero que ha
desaparecido misteriosamente ahora de las Obras Completas,
"Encuentro en un sueño", sobre el momento en que
Dante ve por primera vez a Beatriz en el Paraíso terrenal,
da la clave de su lectura de Dante y de su cuento, "El Aleph".)
Independientemente de Borges, y como si nunca hubiera oído
hablar de él, José Lezama Lima había construido,
lenta y firmemente, su propia forma de carnavalización. En
ensayos y poemas, pero especialmente en su ambiciosa novela, Paradiso
(1966), hoy completada por una secuela aún más
alegórica, Oppiano Licario (1977), Lezama ha desarrollado
un tipo de barroco que descansa enormemente en la parodia para concentrar
un discurso crítico, proliferante y aparentemente disperso.
Vista desde el punto de la novela polifónica de Bakhtin,
Paradiso ya no puede ser leída (como algunos han intentado)
como una novela realista y autobiográfica sobre la educación
de un joven poeta cubano, una suerte de Bildungsroman, estropeado
por las disgresiones sobre todo y nada: la comida cubana y el folklore,
la homosexualidad y una teoría de la androginia, la magia
y la religión, la poesía y la poética, el humor
elaborado y mortal, la fragmentación deliberada de la narrativa,
la proliferación de metáforas y la alegorización
de la realidad (que alcanza mágicos momentos en Oppiano
Licario), todas estas señales deben ser reconocidas como
signos de una realidad poética. La novela de Lezama contiene
al mismo tiempo una celebración de la religión y la
poesía y una destronización de ambas, una epifanía
y una blasfemia. El espíritu verdaderamente medieval que
la atraviesa y que funda tanto su imaginería como su ideología
adquiere otro sentido cuando se le estudia desde el ángulo
de las teorías de Bakhtin. La verdadera polifonía
paródica que la funda es la fuente de su barroco, que es
también gótico, como ha indicado Sarduy. Por eso,
en vez de una confusión de estilos, como muchos han reclamado,
es una conciliación lo que ambos libros producen. Hasta la
prodigiosa metamorfosis del falo en el celebrado capítulo
octavo de Paradiso (que tanto ha escandalizado a las beatas
de ambos sexos) puede ser ahora identificado con la visión
normal del Carnaval.
Aun la teoría del silogismo poético del sobresalto,
que en ambos libros es presentada bajo la forma práctica
y teórica del discurso de Oppiano Licario, puede ser leída
desde el punto de vista de la parodia y del Carnaval, adquiriendo
así un doble significado único. El mismo proceso por
el que se corona al loco y los más groseros excesos de la
carne son exaltados (la fornicación, la sodomía, pero
también la gula y la defecación) en la obra de Rabelais,
está presente y activo en las metáforas y en las imágenes
de la novela de Lezama Lima. Ellas encuentran un lugar exacto en
la versión invertida de la vida que el mundo de su libro
y de su secuela, aún más misteriosa, postulan. Hasta
las alusiones contenidas en el título de la primera novela
al poema de Dante resultan carnavalescas porque este Paradiso lezamiano
contiene su Infierno. El silogismo del sobresalto que Oppiano Licario
enseña a Cemí en el primer libro y que su hermana
Inaca Eco Licario practica a nivel pitagórico y sexual en
el segundo ya no puede ser visto sólo como una figura retórica:
también implica una prueba mortal realizada por la parodia
sobre el abismo del mundo (del texto) y sin red ninguna.
En Lezama Lima, así como en Borges y en los modernistas
brasileños, una tradición latinoamericana de la carnavalización
y la parodia resulta claramente ilustrada. Ella puede documentarse
en escritores más jóvenes, como Manuel Puig, o remozados,
como Vargas Llosa (decidido desde Pantaleón y las visitadoras,
1973, a abandonar el solemne realismo de sus comienzos en beneficio
de un humor obviamente aprendido en Boquitas pintadas, 1969),
dando lugar así a toda una nueva y hasta nóvisima
narrativa hispanoamericana que algún día habrá
que empezar a cartografiar con algún rigor. En el Brasil,
y después de los fastuosos experimentos paródicos
de un Guimarães Rosa y una Clarice Lispector (sobre todo
en los años cincuenta y sesenta), habría que subrayar
la aparición, aún fragmentaria, de la obra in progress
de Haroldo de Campos: esas Galaxias, de las que la Revista
Iberoamericana ya ofreció algunos fragmentos (núms.
98-99, enero-junio 1977, pp. 39-49) y de las que se encuentran otros,
transpuestos al español por Héctor Olea, en Avances
(Espiral, núm. 5 [Madrid: Editorial Fundamentos,
1978], páginas 19-42). Las Galaxias llevan hasta límites
sólo atravesados por James Joyce en inglés y Julián
Ríos en español una parodización del lenguaje
mismo (en su semántica y su fonética) que convierte
la polifonía de Bakhtin en un ejercicio no sólo intertextual,
sino también intratextual.
Manuel Puig, Sarduy, Haroldo de Campos: estos nombres y las obras
que los ilustran son suficiente testimonio de que la tradición
latinoamericana de la parodia es demasiado importante para sólo
ser vista como una línea marginal. Por allí pasa la
corriente más fecunda de nuestras literaturas."
Emir Rodríguez Monegal
Yale University
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