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"Borges & Derrida: Boticarios"
En: MALDOROR. Revista de la ciudad
de Montevideo, No. 21, pp. 125-132
I
"Siempre me ha resultado difícil leer a Derrida. No
tanto por la densidad de su pensamiento y el estilo moroso, redundante,
repetitivo en que éste aparece desarrollado, sino por una
causa completamente circunstancial. Educado en el pensamiento de
Borges desde los quince años, muchas de las novedades de
Derrida me han parecido algo tautológicas. No podía
entender cómo tardaba tanto en llegar a las luminosas perspectivas
que Borges había abierto hacía ya tantos años.
La famosa "desconstrucción" me impresionaba por
su rigor técnico y la infinita seducción de su espejo
textual pero me era familiar: la había practicado en Borges
avant la lettre. Por eso, cuando salió "La
pharmacie de Platon" en los números 32 y 33 de Tel
quel (1968), le eché una ojeada reverencial, verifiqué
dos epígrafes de Borges que reforzaban la sección
3 ("L'inscripcion des fils
"), y pasé
a otra cosa. Un poco más tarde, visitando a Severo Sarduy
en Senlis, lo vi leer milimétricamente el ensayo y creo que
hasta cambié con él algunas palabras sobre su importancia.
Pero no me creía (entonces) obligado a descodificar a Derrida
para llegar a Borges. La publicación de "La pharmacie"
en libro (La dissémination, Paris, Seuil, 1972) me
devolvió el texto en una versión más detallada
pero igualmente salteable. Me interesó más el prólogo
("Hors Livre. Préfaces") en que reconocí
algunos de los argumentos borgianos sobre el tema. Lo anoté
tan minuciosamente que quedé (creo) sin energía para
leer el resto del libro. En esa fecha, ya hacía un tiempo
que estaba empeñado en redactar, o inventar, una biografía
literaria de Borges para una editorial neoyorkina.
Como ensayo de esa biografía, escribí en 1971 un
larguísimo texto, "Borges: the Reader as Writer",
que se publicó en un número especial de homenaje al
autor argentino ("Prose for Borges" en Tri-Quarterly,
25, Northwestern University, Evanston, Illinois, Otoño 1972).
Desarrollaba allí la teoría de que Borges había
preferido la lectura a la escritura como una forma de negarse a
la autoría, es decir a admitir la paternidad de su
obra. Educado por su padre en la vocación de escritor, la
había practicado como hijo. Evitaba así el parricidio.
Pero a la muerte del padre en 1938, y después de un accidente
en la Nochebuena de ese año, Borges ejecuta un suicidio simbólico
que enmascara el parricidio y le permite comenzar a escribir sus
ficciones más importantes: "Pierre Menard"
(1939), "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius" (1940),
etc.. Sin embargo, esas ficciones continúan enmascaradas
como ejercicios de lectura. En ese ensayo estaba el germen de lo
que más tarde desarrollaría sistemáticamente
en Jorge Luis Borges. A Literary Biography (New York, Dutton,
1978): sólo que en éste la pesquisa psicoanalítica,
apoyada en puntos de vista de Freud, Melanie Klein y Lacan, resultaría
mucho más exhaustiva.
Si hubiera leído entonces, con algún cuidado. "La
pharmacie de Platon", habría descubierto que, por
un camino distinto aunque paralelo, Derrida había llegado
a producir el mismo "modelo": la escritura como
parricidio simbólico. Tal vez fue mejor que no lo leyese:
me hubiera seducido hasta el punto de impedirme un desarrollo diferente
y, por lo tanto, más adecuado al problema específico
de la biografía literaria de Borges. Otra cosa que me apartó
de una lectura más detallada de Derrida fue la publicación
de algunos artículos en que se intentaba establecer ciertos
vínculos entre el filósofo francés y el escritor
argentino. Me refiero específicamente a los de Mario Rodríguez
y de Roberto González Echevarría en que se aborda
el tema. En tanto que Rodríguez traza un panorama general
de las afinidades y aplica los principios derridianos a la lectura
de algunos textos de Borges, González Echevarría se
concentra específicamente en "La pharmacie".
Pero el primero no hace una lectura textual suficientemente minuciosa
como para justificar la invocación de un método que,
si por algo se caracteriza, es por el fanatismo textual y la crítica
microscópica. El segundo identifica adecuadamente las citas
de Borges que usa Derrida en el capítulo 3 de su ensayo (lo
que ya había sido hecho por Barbara Johnson en su traducción
de La dissémination al inglés, 1981) y se plantea
unas cuantas preguntas interesantes sobre los vínculos más
profundos que sería posible establecer entre ambos autores.
Se le escapa, del todo, esa analogía entre el parricidio
de la escritura que propone Derrida a partir de Platón y
el parricidio simbólico de Borges. También se le escapa
la distinción (que Derrida hace muy obvio) entre pharmakon
(droga/veneno) y pharmakós (chivo emisario). En
la página 208 de su crónica las usa como sinónimos.
También es superficial la lectura textual en Mario Rodríguez.
Así, por ejemplo, al comentar un pasaje de "El Sur",
en que el protagonista Juan Dahlman toma un tren para ir al Sur
(o sueña que toma un tren), habla de que "la magnificencia
del paisaje lo distrae de la lectura" (p. 89). Un examen
crítico del texto del cuento revela que el paisaje es cualquier
cosa menos que magnífico y que Borges (en esto tan realista
como Balzac) se limita a enumerar la fealdad y desolación
de la Pampa.
Estos y otros ejercicios de lectura tan poco derridianos (hay uno
francamente incoherente de Monique Lemaître), me fortalecieron
en la convicción de apartarme de esa vía. Había
que dejar pasar la comezón derridiana, para abordar la lectura
doble sobre otras premisas. La decisión fue, me parece, sabia.
Hace unos años, volví a leer a Derrida, volví
a examinar su "parentesco" con Borges y pude conversar
con él sobre el tema. La fortuna de compartir, por algunas
semanas, todos los años la misma universidad (Yale, en New
Haven) me hizo accesible no sólo su seminario sino su misma
persona. En una ocasión participé en el debate sobre
"Pierre Menard", que era una de las lecturas centrales
de su curso. Más recientemente, aproveché su estancia
en Yale para dictar un curso sobre Paul de Man, para entrevistarlo
con toda formalidad. A partir de esa entrevista (que ocurrió
en el Ezra Stiles College el 2 de mayo de 1984), me he animado a
componer esta crónica de una lectura doble de Borges y de
Derrida que en su interlínea aprovecha el concepto operativo
de la desconstrucción. No se quiera ver aquí un ejercicio
del tipo de "Borges, precursor de Derrida". Este trabajo
propone otro camino.
II
Uno de los temas centrales de "La pharmacie de Platon"
(aunque no el único) es la identidad entre lectura y
escritura: tema que Borges ha desarrollado paradójicamente
en su "Pierre Menard, autor del Quijote". Otro
tema, más vinculado a las especulaciones previas de Derrida
en La grammatologie y L'écriture et la différence
es el contraste entre la escritura (saber muerto) y la
voz (saber vivo). Un tercer enfoque opondrá la escritura/mito
al logos/dialéctica: todos temas ya pre-ocupados por la obra
anterior del filósofo francés. No es este el lugar
de examinar las ramificaciones de estos temas en el citado ensayo.
Prefiero concentrarme en las partes 2 y 3 que están dedicadas
minuciosamente a analizar un fragmento del Fedro, de Platón,
en que se presenta el mito de Theuth (Thot, o Zot), el dios de la
escritura; mito que, subraya Derrida, es uno de los dos rigurosamente
originales de la obra platónica a pesar de que éste
tiene antecedentes egipcios muy notorios.
En el texto de Platón, que Derrida lee en la traducción
de Léon Robin, de la colección Guillaume Budé,
y cita con interpolaciones y versiones suyas, Sócrates relata
que oyó contar que, en una región de Egipto, había
una vieja divinidad, Theuth, que fue el primero en descubrir la
ciencia de los números con el cálculo, la geometría
y la astronomía, y también el arte de las tablas reales
y de los dados y, en fin, los caracteres de la escritura (grammata).
Será precisamente esta invención la que ha de detenernos
en el análisis. También apunta Sócrates que
reinaba entonces en Tebas, de Egipto, el rey Thamous y cuyo dios
era Ammon. Cuando Theuth vino a mostrar sus artes al rey, se entabló
un diálogo en que éste pareció poco dispuesto
a aceptar la validez de tales invenciones.
Ante el argumento de Theuth de que la escritura hará a los
egipcios más capaces de recordar y que la memoria así
como la instrucción habrían de encontrar en esta nueva
arte su remedio (pharmakon), el rey opina por el contrario
que los hará más olvidadizos ya que no dependerán
de la memoria sino de la escritura para el registro del pasado.
En este punto, Derrida inmoviliza la escena de Platón y
reflexiona: el rey está en la posición del dios Ammon
y desde esta se niega a reconocer el valor de la escritura;
es decir: no la valida con su palabra oral. El rey no sabe escribir
pero esta ignorancia no lo disminuye por que él no necesita
escribir: él habla, dice y dicta y su palabra basta. Por
eso el rey-dios-que-habla actúa como un padre. Rechaza el
pharmakon (la escritura) para mejor vigilarla. Éste
padre convierte al hijo en escritura. La especificidad de la escritura,
apunta Derrida, se referiría a la ausencia (negación
de la misma) del padre. Esa ausencia puede modalizarse de distintas
maneras: haber perdido al padre, de muerte natural o violenta, por
un parricidio; luego solicitar la asistencia, posible o imposible,
de la presencia paterna, solicitarla directamente o pretender prescindir
de ella, etc., etc.. De ahí que la conclusión sea
obvia: el deseo de la escritura está indicado, es designado,
denunciado como el deseo del orfelinato y la subversión parricida.
El pharmakon es un regalo envenenado (el otro sentido de
la palabra en griego es veneno). En tanto que la palabra oral está
viva y tiene un padre vivo, la escritura no es huérfana sino
parricida. Ese parricidio, aclaro, puede estar reprimido o declarado.
En la parte 3 apareen precisamente los dos epígrafes de
Borges, enmarcando ("como un sandwich", observará
en la entrevista cómicamente Derrida) el de Joyce. En el
primero, de "La esfera de Pascal" (Otras inquisiciones,
1952), Borges se refiere específicamente a "Thot,
que también es Hermes"; en el segundo, de "Tlön,
Uqbar. Orbis Tertius", apunta que una escuela afirma que
la escritura es producida por "un dios subalterno para entenderse
con un demonio". En tanto que Joyce en The Portrait
of the Artist as a Young Man, hace sentir a su protagonista,
Stephen Dedalus, su afinidad misteriosa con el hombre-halcón
cuyo nombre lleva y con Thot, el dios de los escritores. A ese nivel
puramente temático, la relación entre los tres epígrafes
parece evidente. Que no lo es tanto lo demuestra el hecho de que
se la haya escapado a González Echevarría una relación
más compleja que ésta enmascara.
Por su parte, Derrida dedica esta tercer aparte (que se llama,
recordemos, "L' inscription des fils: Theuth, Hermes, Thot,
Nabû, Nebo") a señalar varias cosas importantes.
Por ejemplo que la identidad permanente del dios de la escritura
y su función era la de trabajar precisamente en la dislocación
subversiva de la identidad general: tema eminentemente borgiano
ya que en sus primeras trazas se encuentran en un ensayo de Inquisiciones
("La nadería de la personalidad", hacia
1925) y sus más famosos desarrollos ("Borges y yo",
"Everything and Nothing", sobre Shakespeare) aparecen
en obras de su madurez. Otro aspecto sugestivo de Theuth que Derrida
glosa es ser el hijo mayor del dios Re, el Sol, que engendra por
la mediación del verbo (no de la escritura) y cuyo nombre,
Ammon, quiere decir, el Oculto. También apunta Derrida la
homología de Theuth con Hermes (señalada en el epígrafe
de Borges) y del que no se ocupa para nada Platón en su diálogo
pero que mantiene en el texto de Derrida su papel tradicional de
dios mensajero, intermediario, astuto, lleno de ardides, ingenioso
y sutil que siempre se escabulle. El dios del significante, apunta
el filósofo francés.
Una vez más, Derrida vuelve a subrayar que la escritura
sólo reproduce un pensamiento divino: es una palabra segunda
y secundaria. Thot sólo puede convertirse en dios de la palabra
creadora por sustitución metonímica, por desplazamiento
histórico y en algunos casos por subversión violenta.
La escritura aparece así como suplemento de la palabra.
Y a veces como su sustituto capaz de "doblar"
al rey, al padre, al sol, a la palabra, distinguiéndose de
estos sólo por ser representante, máscara, repetición.
De ahí que tuviera razón el rey Thamous: el pharmakon
de la escritura servía sólo para la hypomnesis
(rememoración, recolección, consignación) y
no para la mneme (memoria viva y cognosciente).
El dios de la escritura es el dios de la muerte. En todos los ciclos
de la mitología egipcia, Thot preside la organización
de la muerte. Él es quien mide la duración de la vida
de los dioses y de los hombres.
Otra vez emerge aquí la oposición palabra oral (viva),
escritura (muerta). De ahí que Derrida concluya que Thot
(o Theuth) es el otro del padre, el padre y el movimiento
subversivo del reemplazo. El dios de la escritura es a la vez su
padre, su hijo y él mismo. No se deja consignar un lugar
fijo en el juego de las diferencias. Astuto, inapresable, enmascarado,
complotador, farsesco, como Hermes, no es ni un rey ni un criado;
una suerte de joker más bien, un significante disponible,
una carta neutra, que da juego al juego. El trickster de que habla
también Northrop Frye.
Este resumen de algunos de los temas discutidos en los capítulos
2 y 3 de "La pharmacie" es deliberadamente arbitrario.
He subrayado, sobre todo, lo que tiene que ver más con Borges,
dejando de lado (entre miles de otras cosas) la tantalizadora referencia,
en la nota 17, a que todo el ensayo no es "sino una lectura
de Finnegans Wake", obra que, naturalmente, no aparece
mencionada en el texto y a la que sólo podía remotamente
aludirse en el epígrafe del Artista de Joyce. Pero
como se trata aquí de examinar la inserción de los
epígrafes, y de otros textos de Borges implícitamente
citados, en "La pharmacie", abandonamos por ahora
la tentación de seguir a Derrida en el laberinto joyceano.
Con el del escritor argentino, hay bastante paño.
III
Es muy posible que, entonces, Derrida conociese de Borges sólo
algunos ensayos de Otras inquisiciones y la antología
que publicó Caillois bajo el título de Laberintos,
y que recoge sus relatos más famosos y algunos ensayos importantes.
Por lo menos, tal es lo que él recuerda ahora. Le parece
que leyó a Borges en francés hacia 1961-1962. La primera
vez que lo usa en uno de sus ensayos es en el trabajo titulado.
"Violence et métaphysique", en 1964, y dedicado
a estudiar la filosofía de Emmanuel Lévinas. En la
página 137 de L'écriture et la différence
(que recoge dicho ensayo), se cita dos veces la misma frase
de "la esfera de Pascal" (esta vez sí con
indicación de fuente bibliográfica): "Quizá
la historia universal es la historia de unas cuentas metáforas"
(primera versión, p. 637) y "Quizás la historia
universal es la historia de la diversa entonación de algunas
metáforas (segunda y más completa versión,
p. 638, el subrayado de Derrida) . Esta matización en las
citas, a distancia de apenas unas líneas, en tanto que en
el texto de Borges las separa el ensayo entero, revela uno de los
recursos típicos de la escritura derridiana: la repetición
matizada que es realmente reiteración, como ya había
observado Gertrude Stein a quien le preguntaron por qué había
escrito: "A rose is a rose is a rose is a rose".
La primera rosa no es igual a la segunda, dijo la Stein, y ésta
difiere de la tercera y de la cuarta. Por el sólo hecho de
ser reiteración, con una entonación inevitablemente
distinta, las rosas de la escritora norteamericana como las citas
de Borges dicen algo más: hay un suplemento.
Evocando en la entrevista de 1984 sus lecturas de Borges, Derrida
declaró terminante: "Il m'a séduit".
También señaló que, a partir de 1968, casi
no ha vuelto a leer a Borges o, por lo menos, no ha leído
sino lo que ya conocía. Lo que no nos impide detenernos en
esas afinidades electivas que unen los textos de ambos escritores.
Antes de pasar a un examen más detallado, quisiera evocar
otra confidencia de Derrida. Me cuenta que estando hace poco en
el aeropuerto de Ithaca, de retorno de una conferencia en la Universidad
de Cornell, vio a Borges que también había estado
hablando en la Universidad. Deliberó si debía acercarse
a saludarlo o no, pensó que él sabía quién
era Borges y que Borges probablemente no habría oído
nunca hablara de él (lo que es lamentablemente exacto). Al
fin pudo más las ganas de conocerlo que la timidez natural
que engendra una situación semejante. Se acercó a
Borges, se presentó como un lector y admirador, y durante
todo el tiempo del viaje a New York, conversaron como viejos conocidos.
Yo había oído ya la anécdota (porque fue muy
glosada en Cornell) y sabía también la vieja costumbre
de Borges de declarar su ignorancia de la obra de sus interlocutores.
A Sartre, que se le acercó para decirle que era su lector
y había publicado sus cuentos en Les Temps Modernes,
le replicó que lo lamentaba mucho pero que él no había
leído nada de su obra.
Pero más que la lectura o la cita directa de Borges, parece
importante subrayar las coincidencias entre los enfoques del escritor
argentino y los del filósofo francés. Para quien ha
leído su Borges, el resumen de "La pharmacie"
que se ofrece arriba está lleno de tantalizadoras alusiones.
A un nivel puramente biográfico, el propio Borges se ha encargado
de contar, en su "Ensayo autobiográfico"
(redactado originariamente en inglés con ayuda de Norman
Thomas di Giovanni, e incluido en la edición norteamericana
de El Aleph, 1971), cómo había sido destinado
desde su niñez por su padre a realizar la vocación
de escritor que éste no pudo completar por su temprana ceguera.
La voz del padre, pues, ordena al niño Georgie a practicar
la escritura. Esa escritura evita el parricidio precisamente porque
se ampara en la presencia del padre y se somete a ella. Pero apenas
muerto el padre en 1938, Borges pasa por un ritual de suicidio simbólico
(se golpea la cabeza contra un batiente abierto en la oscuridad
de una escalera, episodio ficcionalizado en "El Sur")
y comienza a escribir sus ficciones más libres, las que habrían
de destruir, o desconstruir, para siempre esa misma literatura que
su padre admiraba y no había podido realizar. El parricidio
implícito en la escritura se realiza aquí, precisamente
en momentos en que, ausente el padre (la voz del Padre), Borges
se ha convertido en huérfano.
Por un camino diferente, y después de un minucioso análisis
de "Pierre Menard", yo había llegado a una
conclusión análoga. Mi punto de partida era la negativa
de Borges a considerarse autor (padre) de sus escritos y a mostrarse
sólo bajo la máscara de lector (hijo). Con apoyo en
otros textos ("El tintorero enmascarado Hákim de
Merv", de Historia universal de la infamia, 1925,
o de "Tlön", de Ficciones, 1944) había
demostrado la insistencia de Borges en calificar a los espejos y
la paternidad de abominables porque multiplican el número
de los hombres. Otra vez la asunción de la máscara
del hijo. Finalmente, había llegado a la conclusión
de que Borges sólo podía escribir (ser autor) si se
persuadía, falsamente al fin, que no era el autor sino el
lector de sus propios textos.
La afinidad de esta lectura con la que practica Derrida sobre el
texto de Fedro es evidente, como también es evidente
la diferencia en la densidad filosófica de ambas interpretaciones.
Cuando le comento a Derrida, en la entrevista de 1984, estas afinidades,
me aseguró que no tenía la menor idea de estas circunstancias
biográficas aunque conocía en detalle el "Pierre
Menard". (Incluso lo habíamos discutido en una de
sus clases un par de años antes). También le comenté,
en ocasión de la misma entrevista, el enfoque complementario
aunque distinto que yo había usado para explicar esta paradójica
situación en la biografía literaria de Borges. Allí
había partido de la situación infantil básica:
la adquisición de la lengua. Apoyándome en Melanie
Klein y, también, en las lecturas de Lacan que practica Didier
Anzieu en un ensayo sobre Borges, había conseguido enfocar
el problema en el bilingüismo de Georgie, que recibe de su
madre la lengua española, en tanto que de su abuela paterna,
Fanny Haslam de Borges, y de su padre, Guillermo, recibe la lengua
inglesa. Este bilingüismo produce una escisión que habrá
de engendrar el tema del doble en la obra de Borges; es el origen
de una doble voz que ordena su acceso a la escritura. Mientras Borges
fue Georgie estuvo convencido de que la lengua española era
inferior: la lengua de su madre y de los criados, casi siempre gallegos
inmigrantes, en tanto que la inglesa era una lengua superior: la
del padre y la abuela, la lengua de la "biblioteca de infinitos
libros ingleses" en que asegura haberse criado. Pero lo
que es muy significativo es que, cuando llega a escribir (y después
de algunos ensayos en español, inglés y hasta francés)
termina por elegir el español. Si Georgie era anglosajón,
Borges será hispánico y su lanzamiento en el mundo
literario ser realizará bajo el signo del ultraísmo
sevillano.
Aparece aquí un elemento que, hasta cierto punto, era poco
evidente en "La pharmacie": la traza materna. Como
observa Melanie Klein, es la boca de la madre la que da el soplo
de la vida y la palabra. Esa palabra es oral y se dirige precisamente
al niño cuando aún es infante (es decir: cuando aún
no habla), por lo tanto difiere radicalmente de la palabra del padre
que ordenará más tarde la escritura. Sin embargo no
está desvinculada de ella. En el capítulo 9 de "La
pharmacie" ya se había referido Derrida al receptáculo,
a la "matriz", a la "madre", a
la "nodriza" que es el lugar en que se inscribe la escritura.
Allí observa: "conviene comparar el receptáculo
a una madre, el modelo a un padre y la naturaleza intermediaria
entre ambos a un hijo". Y más abajo: "La
inscripción es pues la producción del hijo"
. Para concluir: "El 'platonismo' es a la vez el ensayo
(literalmente en francés: "la répétition
générale") de esta escena de familia y el
esfuerzo más potente para dominarla, para silenciar su ruido,
para disimularla corriendo las cortinas sobre la mañana de
Occidente". Este es el pasaje que liga la farmacia con
la casa, sugiriendo que, en tanto que Platón privilegia especialmente
la primera, sólo por alusiones inscribe la segunda en el
texto de su Fedro. De ahí que el largo ensayo concluya con
un "mito", esta vez no platónico sino derridiano:
Platón sale de su farmacia al campo y monologa sobre las
afinidades entre la escritura, el calendario, los dados ("le
coup des dés", con alusión mallarmeana),
el espectáculo teatral, el Glyph (nombre de una revista
de la Universidad de Johns Hopkins en la que Derrida colaboraba),
etc., etc.. Esta meditación se concluye con una cita de la
carta segunda en que Platón afirma que es necesario aprender
las cosas de memoria, no escribir porque los escritos terminan cayendo
en el dominio público. También afirma que él
no ha escrito nada, que no hay obra de Platón, en lo que
coincide con Borges que se niega a admitir haber autorizado
una obra. "Lo que ahora se designa con ese nombre (observa
Platón) pertenece a Sócrates en la época
de su hermosa juventud". El final de la carta es aún
más borgiano: "Adiós y obedéceme",
dice a su corresponsal. "Apenas hayas leído y releído
esta carta, quémala". Lo que el corresponsal no
hizo, destruyendo así las pretensiones erostráticas
del reticente autor.
Las coincidencias son inevitables ya que leemos a Derrida y a Platón
a partir de Borges. Como éste había indicado en "Kafka
y sus precursores", la lectura anacrónica es inevitable.
Impregnados de Borges reconocemos a Borges en todo texto anterior
o paralelo. En la entrevista de 1984, Derrida había observado
con alguna delicada ironía que cuando se está muy
cerca de un texto sólo se ven las coincidencias. Lo curioso
es que, durante la entrevista, Derrida demostró estar alejado
de su propia pharmacie. Hoy le parece algo incómodo
el carácter muy homogéneo ("grecisé")
del texto y observa con auto-ironía: "Ça a
fait un peu le Parnasse". Observación a la vez justa,
si se piensa en la composición mucho más libre y a
la manera de collage, de Glas pero ligeramente exagerado
si se tiene en cuenta la densidad de alusiones, la textura riquísima
del ensayo. El mito de la farmacia, en que Platón mismo es
calificado de farmacéutico, abre la perspectiva autobiográfica
hacia el infinito porque en la inscripción del farmacéutico
Platón se hace evidente la del farmacéutico Derrida
y también, como creo haberlo probado, del farmacéutico
Borges. O el boticario, para naturalizarlo más en nuestra
lengua."
Universidad de Yale, junio de 1985.
Nota bibliográfica
Parte primera. El artículo, "Borges:
The Reader as Writer", puede leerse en versión castellana
en mi libro, Borges: Hacia una lectura poética (Madrid,
Guadarrama, 1976). El título del libro es un error de la
distraída editorial; el original decía: Borges:
Hacia una poética de la lectura. El artículo de
Mario Rodríguez , "Borges y Derrida", se
publicó en la Revista Chilena de Literatura, núm.
13, Santiago, abril 1979; el de Roberto González Echavarría
, "BdeORridaGES" (Borges y Derrida), está
recogido en el libro de su autor, Isla a su vuelo fugitiva (Madrid,
José Porrúa Turanzas, 1983); el de Monique Lemaître,
"Borges
Derrida
Sollers
Borges",
está en 40 inquisiciones sobre Borges, número
especial de la Revista Iberoamericana, 100-101, Pittsburgh,
julio-diciembre 1977. El curso sobre Paul de Man subtitulado "Logos
in Translation", se concentra en analizar las secciones
sobre Nietzsche y Rousseau del libro. Allegories of Reading,
del distinguido crítico; su estudio. "Autobiographie
as De-facement", el texto sobre Hölderlin que aparece
al final de Blindness and Insight y "Sign and Symbol
in Hegel's Aesthetics", otro ensayo de Paul de Man. El
resto del seminario estaba dedicado a un análisis de textos
de Heidegger, Kant y Schelling. A propósito de su colega
y amigo me dijo una vez Derrida, cuando comentábamos su temprana
muerte: "Pour moi, Yale c'était Paul de Man".
En efecto, la famosa escuela de crítica literaria de que
tanto se habla ahora no fue sino un conjunto algo heterogéneo
de personalidades (Harold Bloom, Geoffrey Hartman. J. Hillis Miller,
además de los dos ya citados), que aparecieron unidos por
razones más negativas que positivas, como observó
el propio Derrida en la entrevista de 1984.
"Teníamos enemigos comunes; éramos
un grupo rechazado por otros, formado por el antagonismo de los
otros". Entre ellos, y a pesar de ciertos postulados comunes,
se marcaban más las diferencias que las semejanzas, las contradicciones
que los acuerdos. "Lo que me interesaba a mí",
observó Derrida en aquella ocasión, era la existencia
de una suerte de cuadro de lecturas, a partir de unas verdades convencionales
que desconstruían de manera diferente. Hoy el grupo se ha
desintegrado. La muerte de Paul de Man ha dejado a Derrida sin un
interlocutor realmente válido. Por su parte, Harold Bloom
se ha independizado y hasta en forma algo hostil. Sólo Hartman
y Hillis Miller continúan el diálogo fructuosamente.
Pero aún con ellos, Derrida no puede dejar
de apuntar irónicamente alguna disidencia: "Shelley,
c'était de la famille pour eux
", aludiendo
inevitablemente a lecturas que no tienen la misma validez fuera
del ámbito anglosajón. Estas diferencias se advierten,
por otra parte, en el volumen compilado entusiásticamente
por Geoffrey Hartman: De-construction & Criticism (New
York, Seabury, 1979). Sólo los anglosajones son capaces de
citar con comodidad a los poetas de su lengua; aunque Paul de Man
y Derrida se refieren explícitamente a Shelley, es obvio
que no son de la familia . Por otra parte, en la reseña irónica
que dedicó de Man a las alegorías de Harold Bloom
en The Anxiety of Influence (otro tópico que Borges
ya había desmitificado en "Kafka y sus precursores")
se puede ver la distancia entre los extranjeros y los nacionales
dentro de la común empresa des-constructora.
Parte segunda. La edición que maneja Derrida
de Platón es la de sus obras completas en la traducción
de Léon Robin (Paris, Les Belles Lettres, 1944), que es más
conocida por el patrocinio de la Association Guillaume Budé.
Es una edición bilingüe. He preferido citar por ella,
traduciéndola a nuestra lengua, así como he preferido
traducir directamente el texto de Derrida a usar la versión
española de José Martín Arencibia (Madrid,
Fundamentos, 1975) para estar más cerca de la literalidad
del filósofo francés, aún a expensas de la
lengua castellana. Para los textos de Borges remito a la edición
Obras Completas (Buenos Aires, Emecé, 1974), por ser
más accesible aunque suela estar plagada de erratas.
Parte tercera. En la primera parte de mi biografía
literaria de Borges analizo detalladamente el problema del bilingüismo
y de su significación psicoanalítica; en la tercera
parte se desmonta el accidente de la Nochebuena de 1938 y se examinan
sus consecuencias literarias y biográficas. Una versión
en español de este libro (escrito originariamente en inglés)
será publicada próximamente por Fondo de Cultura Económica
de México."
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