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Indice general ordenado alfabéticamente por título del libro o artículo

"Dos cuentistas argentinos"
En Clinamen, año 1, nº 3
julio-agosto 1947
p. 50-52

H. Bustos Domecq: Dos fantasías memorables.
Buenos Aires, Oportet & Haereses, 1946, 34 páginas.
B. Suárez Lynch: Un modelo para la muerte. Prólogo de H. Bustos Domecq.
Buenos Aires, Oportet & Haereses, 1946, 83 páginas.

 

Un antecedente: Los seis problemas

En 1942 la revista argentina "Sur" publicó algunos cuentos policiales de H. Bustos Domecq (Nº 88, Las doce figuras del mundo; Nº 90, La noche de Goliadkin). A fines del mismo año la editorial "Sur" recogió en un volumen esos y otros inéditos: Seis problemas para don Isidro Parodi. La obra anterior de Bustos Domecq no había alcanzado Montevideo. Servicialmente, en una nota liminar, la educadora señorita Adelia Puglione trazaba una silueta del autor. Decía así: "El doctor Honorio Bustos Domecq nació en la localidad de Pujato (provincia de Santa Fe), en el año 1893. Después de interesantes estudios primarios, se trasladó con toda su familia a la Chicago argentina. En 1907, las columnas de la prensa de Rosario acogían las primeras producciones de aquel modesto amigo de las musas, sin sospechar acaso su edad. De aquella época son las composiciones: Vanitas, Los Adelantos del Progreso, La Patria Azul y Blanca, A Ella, Nocturnos. En 1915 leyó ante una selecta concurrencia, en el Centro Balear, su Oda a la "Elegía a la muerte de su padre", de Jorge Manrique, proeza que le valió una notoriedad ruidosa pero efímera. Ese mismo año publicó: ¡Ciudadano!, obra de vuelo sostenido, desgraciadamente afeada por ciertos galicismos, imputables a la juventud del autor y a las pocas luces de la época. En 1919 lanza Fata Morgana, fina obrilla de circunstancias, cuyos cantos finales ya anuncian al vigoroso prosista de ¡Hablemos con más propiedad! (1932) y de Entre libros y papeles (1934). Durante el gobierno de Iriondo fue nombrado, primero, Inspector de Enseñanza, y después Defensor de pobres. Lejos de las blanduras del hogar, el áspero contacto de la realidad le dio esa experiencia que es tal vez la más alta enseñanza de su obra. Entre sus libros citaremos: El Congreso Eucarístico: órgano de la propaganda argentina; Vida y muerte de don Chicho Grande; ¡Ya sé leer! (aprobado por la Inspección de Enseñanza de la ciudad de Rosario); El aporte santafecino a los Ejércitos de la Independencia; Astros Nuevos Azorín, Gabriel Miró, Bontempelli. Sus cuentos policiales descubren una veta nueva del fecundo polígrafo: en ellos quiere combatir el frío intelectualismo en que han sumido este género Sir Conan Doyle, Ottolenghi, etc. Los cuentos de Pujato, como cariñosamente los llama el autor, no son la filigrana de un bizantino encerrado en la torre de marfil; son la voz de un contemporáneo, atento a los latidos humanos y que derrama a vuela pluma los raudales de la verdad".

En un prólogo, Gervasio Montenegro casi imposibilita toda futura reseña bibliográfica. Después de alguna explosión confidencial, Montenegro saludaba en Bustos Domecq al primer novelista policial argentino; a renglón seguido resumía el método del escritor: atenerse a los elementos capitales del problema (el planteo enigmático, la solución iluminadora); comentaba luego algunos de los relatos y con insospechable lucidez en tan latoso crítico prefería -justicieramente y en orden decreciente- estos tres: La víctima de Tadeo Limardo (donde el muerto prepara conscientemente su propio sacrificio, pieza de psicología dostoievskiana y ambiente orillero); La prolongada busca de Tai An (Montenegro indicaba algunos precursores en la afanosa persecución de un objeto escondido: Poe, Lyn Brock, Carter Dickson); Las previsiones de Sangiácomo (sutil variación del tema de la venganza). El prologuista no olvidaba señalar el procedimiento sumario, caricatural, con que H. B. D. componía sus personajes, unos fantoches, con la sola excepción (según Montenegro) del viejito Isidro Parodi, "el más impagable de los criollos viejos". (En realidad, tan convencional, tan inexistente, como el conventillero Savastano o el simétrico Sangiácomo). También deslizaba Montenegro alguna censura: "el fatigante derroche de pinceladas coloridas pero episódicas", el estilo sobrecargado. El hecho de figurar como personaje en los mismos cuentos de H. B. D., de ser (hasta cierto punto) un mero fantasma, no invalidaba los juicios de Montenegro, al que sólo se podía reprochar que olvidara o descuidara dos aspectos capitales del libro: la curiosa elaboración estilística, el humorismo paródico.

 

Aparece Suárez Lynch

Cuatro años después, en 1946, dos nuevas obras actualizan el nombre de H. Bustos Domecq. La primera –Un modelo para la muerte- presenta un nuevo escritor argentino, B. Suárez Lynch, discípulo del santafesino. El mismo H. B. D., desde un excesivo prólogo, traza una silueta de Suárez Lynch. Menos puntual que la señorita Puglione, más breve que Montenegro, H. B. D., informa que su ahijado pertenece a la generación literaria de 1919, que sufrió la sucesiva influencia (algunos malintencionados emplearon la voz plagio), de estos altos escritores: Tony Agita, Ramón S. Castillo, Alfredo Duhau. La revolución de los coroneles (4 de junio), alteró la dócil carrera de Suárez Lynch, lo convirtió en discípulo de H. B. D. Inspirado en los Seis problemas, y con anuencia del Maestro, el joven desarrolló una aventura policial con don Isidro Parodi como detective.

Suárez Lynch no supo conservar las proporciones del relato, y aunque imitó minuciosamente al Maestro y dilapidó ingenio, la trama de su novela adolece de excesiva dispersión. (Carlos Mastronardi, SUR 146, dice con simpatía y amistad: "El cautivante y leve argumento, cuyo rastreo nada tiene de fácil, se pierde y reaparece tras los extensos diálogos y los atrayentes episodios laterales"). En vez de concentrar la acción (y el interés) en dos o tres episodios, según la conocida fórmula de H. B. D., el novelista la ramificó, diluyéndola. Confiado, además, en que el lector recordaría la veloz caracterización de los personajes hecha cuatro años antes por el precursor en los Seis problemas, prescindió radicalmente de toda indicación (salvo para los nuevos agonistas), y alimentó el caos. Un último reproche: no supo conservar el decoro policial. La idea central -ya visitada por Chesterton- era buena y el propio criminal asegura al detective en su confesión: "Usted no va a negar que resultó un hecho de sangre que sale de lo ordinario, porque las precauciones y las coartadas y las matufias corrieron a cargo de la víctima." Pero, el planteo confuso y ambiguo, con perceptibles lagunas, entorpecía la solución, la volvía casual, azarosa. En realidad, cualquiera pudo haber matado a Le Fanu.

A cambio de esas novatadas, Suárez Lynch mantenía y reforzaba el intencionado barroquismo estilístico de H. B. D., su inagotable voluntad humorística. Incluso se puede agregar que Suárez acentuaba demasiado cierta inclinación del Maestro a las alusiones chabacanas, facilitando a los personajes algunas vulgaridades (hasta obscenidades) como las que ocupan el capítulo II. Además -signo de los tiempos- la evolución política argentina se refleja tenazmente en este libro, en su tono nihilista y acre, ya anticipado por los dos párrafos (de Hume, de Hugo), que sirven de acápite(1). Y hasta es posible que la misma situación política sea responsable de esa exasperación de la vulgaridad que envuelve al libro. Esto no debe extrañar si se recuerda que en el prólogo H. B. D. reconocía su filiación gubernista, y en su libro del mismo año se permitía algunas groserías (por ejemplo, en la nota de la página 14), algunas torpezas, que superan ágilmente las del discípulo.(2)

 

Metamorfosis de H. B. D.

El otro libro que pretexta esta nota se llama Dos fantasías memorables y está firmado por H. B. D. Me apresuro a aclarar que no es una obra policial. H. B. D. parece haber abandonado su detective, don Isidro, en manos de Suárez Lynch. En estas fantasías se ensaya en la puntual descripción de dos experiencias trascendentes. Siguiendo el método de Joseph Conrad -ofrecer el relato de un personaje que informa sobre un encuentro con un segundo personaje el que, a su vez, relata una experiencia personal o aporta un testimonio- H. B. D. acerca al lector estas dos fantasías: en la calle Belgrano, al 1300, un indigno centroamericano, asistido por una niña muerta de miedo, contempla la Santísima Trinidad (El testigo); en Burzaco, un viejo empleado, asistido por un ex-convicto, comparte esta visión: por el cielo asciende, sin estorbarse, una procesión de apetitosos comestibles, que inunda de beatitud el alma sencilla del sujeto, que le despierta hambre. (El signo).

La calidad, tan desigual, de ambas experiencias acentúa el contraste estético. La primera introduce al lector en un mundo sórdido: un pueblo, algunos viajantes de comercio, un frenético lunfardismo. Allí va a comunicar el gordo Sampaio su visión milagrosa. Gradualmente, se acerca el lector, al través de la burda y jocosa masa narrativa, al momento culminante que purifica y hechiza el sórdido escenario. Esta transición es magistral. En el segundo relato, H. B. D. no consigue superar el fácil planteo. El ambiente municipal, mediocre, es contaminado rápidamente por la grosera visión. Un rasgo de humor -la ingobernable procesión de viandas despierta el apetito, no los vómitos del testigo- no consigue rescatar totalmente el disgusto provocado por esta fantasía.

 

Algunas observaciones estilísticas

Ya indiqué que el ingenio alerta y la parodia estilística superan en ambos escritores sus posibilidades narrativas (desarrollo de una fábula coherente, creación de los personajes, progresión del interés). Ambos poseen un agudo sentido de la caricatura verbal, del disparate, y derrochan su inventiva (principalmente) en el habla de los personajes. Más que por las desiguales caracterizaciones, éstos se distinguen por su habla. Cada uno de ellos improvisa o refleja un mundo literario. Porque no proceden de la vida sino de los libros. Así, Savastano (en La víctima de Tadeo Limardo), no cuenta como un compadrito real: resume (y amplifica) el habla de todos los compadritos ya hospedados por las letras (reproche que se ha hecho extensivo a Martín Fierro). Así, Gervasio Montenegro recoge todos los rasgos (lugares comunes, galicismos, pedantería) del intelectual parásito. Cualquiera de los tres libros está sobreescrito y hasta se puede seguir el trabajo de superposición, de rectificación. La carga intencional de cada frase, de cada palabra, abruma al lector, exigiéndole una atención, una capacidad de adivinación o de memoria, que no siempre obtiene recompensa. Además, la obsesión paródica de estos cuentistas trastorna sus relatos, los complica, los distrae. No me refiero al Ratón Perutz de Achala que visita la página 33 de Un modelo o a la frase cervantina (Quijote, II, 74) que se reproduce, sin ninguna mención, en El testigo. Me refiero a la pérfida inserción de una pavada de Güiraldes (Don Segundo Sombra, IX) en Las noches de Goliadkin (Gervasio Montenegro, olvidando las comillas, repite: "Los novillos parecen haber vestido ropas nuevas"). O la escandalosa y reiterada imitación de los procedimientos narrativos patentados por Jorge Luis Borges. Doy algunos ejemplos: En Las doce figuras del mundo, el fantasma Abenjaldún dice: "Hace treinta años, en las cumbres del Líbano yo la ejecuté (la prueba) con felicidad; pero antes los maestros me concedieron otras pruebas más fáciles: yo descubrí una moneda en el fondo del mar, una selva hecha de aire, un cáliz en el centro de la tierra, un alfanje condenado al Infierno"; en Las previsiones de Sangiácomo, el relator comunica: "La tarde del 23 de junio, víspera de su muerte, la Pumita vió morir tres veces a Emil Jannings en copias imperfectas y veneradas de Alta traición, del Angel Azul y de La última orden"; en Un modelo para la muerte, Montenegro evoca: "Capitán de una cáfila de perros que se multiplicaban con los ladridos", etc; en El testigo, el gordo Sampaio confiesa: "Quedé hecho nadie, y tuve la impresión de que toda mi vida, hasta esa ocurrencia, la había ido cursando un ajeno".


1.  El acápite de Hume dice: Esos insectos tienen otros menores que ellos mismos que los atormentan (Dialogues concerning natural religion, X). Volver

2.  En unas declaraciones publicadas por la revista argentina Latitud (Nº 1, febrero de 1945), Jorge Luis Borges anunciaba "un cuento policial, en colaboración con Adolfo Bioy Casares, cuyos protagonistas son Isidro Parodi, Gervasio Montenegro y el inédito Marcelo N. Frogman (que es una hipérbole de Savastano), y cuyo título ignoramos aún". La descripción coincide parcialmente con Un modelo para la muerte de B. Suárez Lynch. .La única explicación racional es ésta: Bustos Domecq debe haber vendido a J. L. B. & A. B. C. un argumento policial que ya había vendido a Suárez Lynch, quien se les anticipó con su novelita. Volver

 

 

Responsables

L. Block de Behar
lbehar@multi.com.uy

A. Rodríguez Peixoto
arturi@adinet.com.uy


S. Sánchez Castro
ssanchez@oce.edu.uy

 


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