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" Emir Rodríguez Monegal de vacaciones"
Por Carlos Cortínez
En: Revista de Bellas Artes, México, nº 31
p. 28-38.
"BALANCE PERSONAL DE MUNDO NUEVO - BELLO
EN FORMATO MANUABLE - LA NOVELA COMO TEMA DE LOS NUEVOS NOVELISTAS
-- BORGES PARA LOS FRANCESES - NERUDA Y PARRA, BOXEADORES DE DISTINTO
PESO -- LA REVISTA "EL HOGAR" QUE LEÍA SU TÍA
- LA CRÍTICA COMO UN GÉNERO DE FICCIÓN.
CC: Confieso que tenía una impresión parcialmente
errada de Emir Rodríguez Monegal. No sé por dónde
lo imaginaba acartonado, excesivamente grave. Esas ideas sin fundamento
que se apoderan de uno. Por eso me resultó sorpresivo verlo
subir a la tarima del conferencista en forma desenvuelta y una vez
en ella hacer gala de un fino y continuado humor y desarrollar su
tema casi como jugando, de modo que toda la armazón teórica
y de información que lo sostenía resultaba invisible
para sus regocijados oyentes. Jamás habría imaginado
que el entusiasmo pudiera llevarlo en plena charla a imitar, en
exacta caricatura, el modo de hablar de Borges -autor de quien se
trataba-, su manera puntillosa de escribir acercándose a
un milímetro del papel, etc. No se piense tampoco en un chiquillín
desorbitado. La imagen que queda del conocimiento personal de Rodríguez
Monegal es la de un hombre de letras afanoso por zafarse de ellas
o por vitalizarlas. Pero basta de exordios. Afortunadamente no es
necesario presentar al entrevistado. Discutido o alabado, Emir Rodríguez
Monegal es quizá junto a Alone, el crítico literario
más conocido de América Latina. Este conocimiento
aumentó considerablemente con su dirección de la revista
Mundo Nuevo, de la que se alejó en julio del año
pasado. La primera curiosidad nuestra consiste en saber que fue
para él la experiencia de Mundo Nuevo. Qué
quiso hacer con la revista, qué cree haber logrado.
ERM: Naturalmente que no me corresponde a mí valorar lo
que Mundo Nuevo realizó, puedo hablar, sí,
de mis intenciones. Al fundarla, mis planes estaban basados en una
observación a la que llegué después de muchos
años de dedicarme a la literatura latinoamericana, de recorrer
sus países y de tener la experiencia de dirigir secciones
literarias y alguna otra revista. Como lector y como crítico
había verificado que hay un movimiento literario actual muy
interesante en América Latina pero que tiene como principal
defecto la incomunicación. La falta de conocimiento directo
que hay de lo que se está haciendo en ciertos países.
Y que esa incomunicación es nuestra gran desdicha desde el
punto de vista cultural. Me pareció que mis esfuerzos, no
sólo como crítico sino como publicista literario debieran
orientarse a promover la comunicación. Advertí que
había zonas en América Latina muy aisladas unas de
otras. Que muchas veces al Río de la Plata, por ejemplo,
nos llegaban noticias de autores mexicanos o venezolanos si esos
autores tenían alguna significación en Europa o en
los Estados Unidos. Muchas veces los ecos de ciertas actividades
culturales de América Latina nos llegaban a conocimiento
en semanarios de gran circulación editados fuera de nuestro
Continente. Primero intenté establecer comunicación
por medios privados, poniéndome yo mismo en contacto con
la gente, escribiendo cartas para que me mandaran libros, etc.,
o también creando ciertos focos de difusión cultural.
Este problema no es nuevo, se ha planteado desde los orígenes
de la cultura latinoamericana independiente y ha habido varios intentos
de crear una revista fuera de América Latina pero que sirviera
para conectarla. No quiero aparecer como valorando excesivamente
lo que hice. Por el contrario, desde el punto de vista histórico
hay una tradición de revistas latinoamericanas hechas fuera,
desde la Biblioteca Americana de Bello en 1823, hasta los
intentos de Lugones, de Rubén Darío, o incluso intentos
más recientes. El problema de por qué tener el centro
cultural de publicación fuera de América Latina ha
sido muy discutido, a veces en serio, a veces con razonamientos
puramente frívolos. Es que América Latina, que tiene
una cultura general, tiene también culturas que podríamos
llamar regionales o particulares en las que predominan los elementos
nacionales. Y hacer una revista de tipo internacional en una zona
particular significa un riesgo de que la cultura nacional de esa
región llegue a pesar tanto que establezca un desequilibrio
en el panorama total. Esto se ve aun al examinar grandes revistas
literarias, como Cuadernos Americanos en su primera época
o Sur, revistas que, a pesar de su decidido intento americanista,
tienen un fuerte lastre de la cultura nacional, que en definitiva
les impide cumplir ese objetivo. La experiencia de la incomunicación
y mi convicción de que sólo desde fuera del ámbito
latinoamericano podría realizarse esa tarea, me llevaron
a aceptar la oferta de hacer una revista en París. París
tiene una tradición estable como centro cultural e internacional.
Siempre he dicho que hay varios Parises. El que menos me interesa
es el París de los franceses, que es totalmente provincial.
Superpuesto a ese París está el de los pintores, el
de los músicos, el de los cinematografistas y, el que a mí
más me atrae, el de los latinoamericanos. Es un París
que también tiene ya más de un siglo y medio de tradición.
Las condiciones de trabajo eran excelentes, pues se
estableció desde el principio que yo sería el director
de la revista y su único responsable. Esto era para mí
muy importante, que siendo financiada por la Fundación Ford,
o sea con fondos norteamericanos, no tuviese yo ninguna clase de
limitaciones en cuanto a la orientación cultural de la revista
ni en cuanto a quiénes podía invitar a colaborar y
de qué manera podía encarar el trabajo literario y
cultural. Eso en cuanto al origen de Mundo Nuevo. Ahora,
¿qué traté yo de hacer con la revista? Bueno,
precisamente mostrar a América Latina lo que se estaba haciendo
en América Latina. Centrado en la actividad literaria, disciplina
que conozco más que otras, pero también presentando
lo que se hacía en los demás campos del arte, en la
música, en el cine. También traté de presentar
problemas políticos o sociales que afectan al Continente
con un ángulo general, no nacional, y algunos problemas internacionales
que afectan a América Latina, porque afectan a todo el mundo.
Pero la revista era fundamentalmente una revista cultural e incluso
cuando se ocupaba de algún problema político trataba
de encararlo con un criterio cultural. En qué medida, por
ejemplo, los problemas políticos afectan la cultura o la
determinan. La obra que se inició con Mundo Nuevo (porque
no creo yo que hiciera más que iniciarla) era una obra que
tenía como base la comunicación. Pero no una comunicación
así simplemente de gran fiesta de fin de curso. Era una comunicación
que se trataba de hacer al nivel más alto posible, seleccionando
en cada uno de los países el material que a nuestro juicio
era el de mayor valor creativo. No se trataba de presentar todo
lo que se hacía sino aquello que tenía un cierto sentido
de creación. Y con la idea bastante clara de que América
Latina a pesar de tener sus raíces en un pasado muy variado
y muy rico, un pasado que es indígena y por otro lado europeo,
tiene una cultura muy moderna. Por diversas circunstancias, entre
ellas el colonialismo, América Latina está en una
situación de relativo privilegio para tener una cultura de
tipo internacional, supranacional. De manera que el acento estaba
puesto en mostrar lo que se hacía con un criterio moderno,
actual, poniendo un poco al día nuestra cultura con respecto
a sí misma.
Había movimientos interesantísimos, no hablemos ya
de Cuba, país que tiene una cultura actual más interesante,
pero también entre la gente más joven en México,
en la Argentina, en Chile, traer un poco al Brasil, integrarlo en
la medida en que era posible, es decir, presentar algo de lo que
estaba sucediendo con un criterio de selección. La revista
estaba orientada a un público culto, no al lector medio,
pero no pretendía ser una revista de eruditos ni académica.
Se trataba de que los artículos y ensayos estuviesen escritos
en la forma más clara y precisa posible, pero con un cierto
rigor y exigencia de juicio crítico. Bueno, ése fue
un poco el propósito de la revista. También tratamos
de incorporar algunos autores extranjeros que en ese momento parecían
interesantes, viéndolos a veces desde una perspectiva latinoamericana.
Si estos autores habían tenido algo que ver con nuestra cultura...
Otras veces, simplemente desde su propio punto de vista. Tampoco
creo que la cultura de Latinoamérica deba cerrarse exclusivamente
sobre sí misma. Y aunque se trataba de actualizar la visión
de los problemas culturales, tampoco se excluyó el pasado,
hubo, por ejemplo, hasta dos artículos sobre el Inca Garcilaso.
Pero la nota no fue de tipo arqueológico ni de exhumación,
sino contemporáneo y con un sentido del riesgo crítico
que supone buscar autores lo más jóvenes posible.
En poesía y cuento tratamos de presentar autores de 40 ó
35 años para abajo. En la novela no era tan fácil
seleccionar. Había escritores de esa edad, que estaban en
su madurez y que había interés en mostrar... Mediante
artículos, entrevistas, reseñas, antologías,
discusiones, mesas redondas se mostraba lo que estaba pasando en
la cultura latinoamericana.
La revista tuvo problemas de colaboradores porque a ella se le
dio una interpretación política, yo creo que injustamente
-aunque éste es un problema que no me corresponde a mí
discutir-, pero algunos escritores se negaron a colaborar. Otros,
en cambio, la ofrecieron muy espontáneamente. Yo creo que
no ha habido un solo caso de algún escritor que haya protestado
porque su colaboración haya sido tergiversada o puesta bajo
un aspecto distinto al que él se había propuesto.
Sé de mucha gente que no pudo colaborar con la revista por
posiciones políticas, pero que tenía la mejor opinión
de la libertad de selección y de criterio que imperaba en
ella. Desde ese punto de vista yo me siento muy tranquilo y satisfecho
con el trabajo de la revista. En cuanto a la resonancia que tuvo,
creo que fue muy grande. Mucho mayor de lo que yo esperaba... que
en 2 ó 3 años la revista llegaría a conocerse.
Casi desde el primer número hubo una situación de
discusión de la revista, una discusión no siempre
muy iluminadora, pero todos sabemos que la discusión es mejor
que el vacío o la indiferencia. Tuvimos la suerte, diría
el privilegio, de publicar textos que en poco tiempo serían
decisivos. Publicamos, por ejemplo, por primera vez capítulos
de Cien años de soledad, de García Márquez,
de La traición de Rita Hayworth, de Manuel Puig. En
poesía pudimos presentar una serie de poetas desde los consagrados
hasta otros relativamente nuevos. Por ejemplo, el caso de Fernández
Moreno, un poeta que no era suficientemente conocido fuera del ámbito
rioplatense y que últimamente ganó un premio internacional.
Las entrevistas han creado un cierto modelo de discusión
literaria, no ya de preguntas y respuestas sino de exposición
literaria. En fin, para mí todo esto es muy satisfactorio
y creo que confirma mi diagnosis inicial de que, en primer lugar,
existe una literatura latinoamericana joven, muy activa, muy variada
y, en segundo lugar, que el gran problema es el de la comunicación,
que todos los que nos interesamos por estas cosas tenemos que enfocar
y tratar de resolver en la medida de nuestras fuerzas.
CC: Emir Rodríguez Monegal ha sido acusado de ser el padre
de gran parte de los últimos novelistas, aquellos que encontraron
en Mundo Nuevo una acogida generosa y amplia y consecuentemente,
facilidades editoriales y un público ya dispuesto. Está,
pues, en óptima situación para compararlos en general
con la generación precedente, la que Harss enfocó
en Los Nuestros, la de Cortázar, Fuentes, Vargas Llosa,
etc.
ERM: Bueno, los críticos no hacemos más que reconocer
cosas, no inventamos nada. Desde el comienzo Mundo Nuevo llamó
la atención sobre escritores que eran conocidos pero todavía
no reconocidos a la altura que se merecían, digamos el caso
de García Márquez, Fuentes, Cabrera Infante, casos
típicos de escritores en los 40 años con una obra
de gran calidad. Partimos de ellos como los escritores establecidos
y como nadie tiene interés en detenerse sino, por el contrario,
en seguir buscando, la siguiente etapa era descubrir entre los escritores
que estaban alrededor de los 30 años los que merecían
la atención. La revista se abrió precisamente a ellos
y a otros más jóvenes aún. Por ejemplo Ulises
Carrión, un prosista que a mí me parece de primera
calidad, que ha hecho un libro de cuentos en México y que
publicó una cosa muy hermosa en Mundo Nuevo, brevísimos
relatos que llamó "Los Reyes Magos".
De izquierda a derecha: Carlos
Cortínez, autor de este artículo, profesor de
la Universidad Central de Chile; Cordón Brotherston
de la Universidad de Essex; Rosita y Gustavo Sainz, Emir Rodríguez
Monegal, actualmente profesor de la Universidad de Yale. Todos
en Iowa, 1968.
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Lo mismo en materia de poetas. Partimos de una cierta realidad
cultural y seguimos buscando a través de ella. Ahora, la
oportunidad que dimos a cierta gente: es verdad que eso puede haberlos
ayudado porque al imponerse la revista como un órgano cultural
de influencia logra del público una lectura más atenta.
Si publicamos a Fuentes o a García Márquez y luego
a los más jóvenes, como Manuel Puig o Gustavo Sainz
o Néstor Sánchez, entonces los lectores les conceden
la misma atención. Y no se trata de inventarlos, son escritores
que tienen interés. ¿Por qué otras revistas
no hacen lo mismo? Creo que es porque hay una cierta apatía;
en general los críticos suelen ser muy conservadores, son
conservadores por su propia piel. Porque es más fácil
elogiar un autor que ya se ve que está en su madurez completa
a arriesgarse. Yo siempre he tenido un poco la audacia, no sé
si llamarla así, o tal vez inquietud o curiosidad, de buscar
escritores nuevos, y no he temido arriesgarme en el juicio. No siempre
he acertado. Muchas veces un escritor que me parecía que
prometía mucho, se ha quedado en promesa. Ahora, lo que suele
pasar es que cuando uno ha destacado a un escritor que luego no
cumple su promesa, pues el nombre se borra solo, la gente se olvida
y no lo acusan a uno de haberse equivocado. En cambio cuando uno
ha elogiado a un autor que finalmente triunfa, la gente es generosa
y recuerdan el juicio critico que uno emitió en los comienzos.
De este nuevo grupo de gente joven, una primera cosa que llama en
ellos la atención es que están en buena relación
de amistad con la generación anterior, pero en tanto que
Fuentes, Vargas Llosa, Cabrera Infante y García Márquez,
por usar esos cuatro como ejemplo, tuvieron que hacer su literatura
sobre la base de una literatura realista, que era la que ellos en
cierta manera continuaban al mismo tiempo que demolían y
negaban, esta gente más joven ya tenía el trabajo
hecho por sus antecesores y entonces ha podido plantarse frente
a los problemas de la narrativa en una situación mucho más
audaz y experimental. Ellos ya aprovechan las batallas libradas
por los otros y se sitúan en un plano de una narrativa más
puramente literaria en que el problema principal, a mi juicio, es
el lenguaje de la novela. La novela no ya como género sino
como tema mismo de la novela. Por decirlo más fácilmente,
la conciencia que tiene el narrador de que lo que está haciendo
es narrar una historia. Entonces, como el narrador es consciente
de que está narrando una historia, el problema de narrarla
se convierte en el problema central, y todo lo que se narra está
condicionado por esta actitud. Equivale a la misma actitud crítica
que vemos en el ensayo cuando no sólo se discuten los problemas
de América Latina sino que se discute la manera de situarse
frente a los problemas. Lo que está en cuestión no
es sólo el tema sino la manera de cuestionar el tema, y esto
creo que es el problema básico de nuestro tiempo, porque
lo que se está haciendo en todas partes, en todos los países
y sobre todo la gente joven, es cuestionar la manera de cuestionar.
Es el "cuestionamiento" el que está en cuestión.
Esto ya estaba hecho evidentemente por Fuentes. La región
más transparente es una novela que cuestiona la forma
narrativa. Estaba hecho en cierta medida por Vargas Llosa en La
ciudad y los perros, por Cabrera Infante en Tres tristes
tigres, por García Márquez aun en sus primeros
relatos, y había sido hecho antes por Cortázar, por
Lezama Lima y mucho antes por Borges, incluso por Leopoldo Marechal,
por Asturias. Siempre vamos a encontrar antecedentes. Y así
podemos llegar a Cervantes, que es el primer gran cuestionador de
la novela porque él inventa una novela y la antinovela simultáneamente
y a la vez, su novela es un cuestionamiento de la novela de la época,
la de caballería.
Lo que me interesa no es tanto establecer la tradición que
es perfectamente legítima, sino comprobar cómo el
problema del cuestionamiento se va convirtiendo cada día
más en el problema de la novela en tanto que en los otros
escritores era un aspecto del problema narrativo. Por ejemplo, en
Asturias hay un cuestionamiento pero al mismo tiempo un lastre de
novela tradicional que termina por ahogar casi totalmente las propias
conquistas de Asturias, sobre todo en la trilogía bananera.
En Marechal hay también un cuestionamiento, pero junto a
un ceder frente a la narrativa tradicional. Incluso en Vargas Llosa
encontramos el peso de la tradición del realismo. En cambio
en los escritores más nuevos, como Néstor Sánchez
o Severo Sarduy, encontramos ya un total despego frente a los elementos
que eran considerados básicos de la narración. Es
decir, los personajes, las situaciones, incluso el testimonio (político,
moral o psicológico). Todo eso me parece casi totalmente
borrado. En este sentido, la nueva generación de narradores
plantea los problemas literarios en términos casi exclusivamente
literarios, en tanto que las generaciones anteriores estaban oscilando
más con una cierta ambigüedad. Se nota en Borges, un
escritor que por una parte cuestionaba todo y por la otra también
contaba sus historias, comunicaba sus sueños, sus fantasías,
etc., desde un punto de vista más humanístico.
Por otra parte, este movimiento de jóvenes narradores se
corresponde con todo un desarrollo teórico que se ha dado
en el mundo entero y que sobre todo ha cristalizado en Francia en
la escuela estructuralista, con todas las investigaciones que se
vienen haciendo desde los años veinte sobre lenguaje y sobre
la intuición del escritor frente al lenguaje, desde la escuela
formalista en Europa central hasta los estudios lingüísticos
hechos en Inglaterra o en Estados Unidos o los de la escuela francesa.
Todo eso había funcionado más bien en un terreno académico
como exploración o investigación crítica y
es precisamente el mérito de los escritores franceses desde
Barthes, Michel Foucault, etc., de traer esto a un plano de un sistema
total de examen del lenguaje y del mundo, y eso de alguna manera
ha sido recogido por Sarduy, que es el escritor que ha estado más
en contacto con ese grupo, pero también por gente que no
ha trabajado directamente con los estructuralistas, como Néstor
Sánchez o Gustavo Sainz. Por otros motivos y razones, tal
vez por el solo hecho de ser contemporáneos, jóvenes,
se habían preocupado de estos problemas. El caso de Sainz
es muy interesante, porque en él no hay una especulación
teórica pero hay en cambio una situación muy contemporánea
en el mundo y es justamente de su reacción ante una situación
contemporánea que él puede tener esa visión
de la narrativa cuestionada por sí misma. Ése me parece
el rasgo común de esta generación y el que los diferencia
más de los escritores anteriores.
Aún hay que hacer toda clase de balances. Yo hice un estudio
que acaba de aparecer en inglés en el TriQuarterly tratando
de mostrar qué vincula a las sucesivas generaciones y qué
las distingue. Arrancando de Borges y de Asturias hasta Sarduy y
Néstor Sánchez. Mostrando que hay cuatro generaciones
y cómo las cuatro por un lado avanzan en cosas distintas
pero al mismo tiempo se enlazan. Se producen cosas curiosas, como
el caso de Cabrera Infante, que a pesar de pertenecer a la tercera
generación está mucho más cerca de los de la
cuarta que de la suya. Fuentes, que pertenece nítidamente
a la tercera, es casi su iniciador, ha dado un salto en Cambio
de piel y ha quedado en contacto con los últimos. En
cambio Vargas Llosa asume una actitud más conservadora en
lo que respecta al lenguaje, no en cuanto a la estructura narrativa,
en lo que sí es muy audaz. Todo esto debe ser examinado con
mucho cuidado. No caben fórmulas muy simples pero diría,
en suma, que el problema del lenguaje como medio de la novela, que
es un problema que ha existido permanentemente, se ha ido convirtiendo
últimamente en el lenguaje no como medio sino como única
realidad de la novela.
CC: Le pido disculpas por hacerlo retroceder de siglo y le pregunto
por sus trabajos sobre Andrés Bello. Se sabe que usted prepara
algo sobre él.
ERM: En realidad Bello es, no diré una de mis pasiones porque
es un escritor ante el que es muy difícil apasionarse, pero
ha sido uno de mis intereses más constantes. Mi primer trabajo
erudito lo hice sobre él. Fue una investigación que
hice en Inglaterra sobre el período londinense de Bello.
Como se sabe, Bello estuvo viviendo 19 años en Londres a
comienzos del siglo pasado. De ese trabajo sólo he publicado
un ensayo de 30 páginas en Número en 1953.
Es un trabajo muy poco conocido. Pero desde 1950 mientras he hecho
otras cosas, he continuado trabajando sobre Bello. Es un tema que
requiere una enorme dedicación. He tenido que leer obras
que no tienen nada que ver con mis estudios generales. He trabajado
en Cambridge y Londres, luego en Chile en 1954 y finalmente en Londres
durante tres años. El resultado de todos estos trabajos es
un libro bastante grande, de casi 500 páginas, que se llama
El otro Bello y que es una biografía literaria da
Bello. Está publicado por la Editorial Monte Avila de Venezuela.
Es un estudio de la evolución literaria de Bello contando
su vida desde el punto de vista literario. Yo no me ocupo para nada
ni del Bello legislador, ni del Bello recopilador, ni del Bello
gramático, ni del Bello filólogo, ni del Bello exhumador
del poema del Cid. Me ocupo de la parte que podemos llamar no literario-crítica
sino literario-poética de Bello. (Ésta es una explicación
un poco alemana. Yo soy muy preciso en cuanto a lo que no me ocupo,
aunque también muy preciso en cuanto a lo que sí me
ocupo.) Me ocupo en ver cómo evoluciona su actitud poética
a través de su pensamiento crítico sobre poesía
y de su propia obra poética. Lo tomo cuando empieza a escribir
y lo sigo a través de sus poemas hasta que muere, viendo
qué relación hay entre la poesía que él
escribe y la poesía que él cree que se debe hacer,
que a veces la hace él y a veces la hacen otros. Hay en el
libro un estudio de la poesía neoclásica de Bello,
que no es muy original porque Bello ha sido muy estudiado, pero
que busca situar su poesía con una comprensión de
lo que es el neoclasicismo en poesía. Para ello he hecho
estudios bastante grandes del neoclasicismo inglés, del español
y el francés, que son las fuentes principales de Bello. Luego
viene el estudio de la poesía de transición. Cuando
él, sin dejar el neoclasicismo, empieza a estudiar poetas
románticos, sobre todo poetas románticos ingleses
y se empieza a contaminar de ideas románticas. Finalmente
lo estudio en su época de madurez, cuando ya el romanticismo
ha triunfado y Bello incorpora a su poesía muchísimos
elementos de poesía romántica, sobre todo de Byron
y de Víctor Hugo. Toda esta evolución teórica
y poética de Bello está examinada también en
el contexto de las luchas literarias de América Latina. El
capítulo más largo se dedica al examen de la polémica
sobre el romanticismo con Sarmiento. Allí no sólo
enfoco a Bello sino a todos los demás, desde Jotabeche a
Sanfuentes y los argentinos Fidel López y Sarmiento naturalmente,
hasta los discípulos de los discípulos, como es el
caso de Bilbao. En una palabra, es una biografía intelectual
de Bello. Yo lo llamé El otro Bello porque como, en
general, el Bello que nos presentan los libros es el monumento,
esa especie de patriarca que hizo todo, que fundó todo y
que fecundó todas las musas -y también las antimusas-
yo modestamente propongo un Bello de formato menor, pero que a mí
me parece muy importante. Aparte de eso, estoy convencido de que
es la personalidad literaria más importante en la formación
de América Latina como una cultura independiente. En ese
sentido, Bello es el padre y es mi homenaje a nuestro padre común.
CC: Y ¿qué hay de un libro sobre Borges que se ha
anunciado?
ERM: También está terminado. Es un libro completamente
diferente al de Bello. Tiene unas 200 páginas, tiene un material
iconográfico de unas 80 ilustraciones, una pequeña
antología de textos desconocidos de Borges, artículos
críticos y algunos cuentos suyos que nunca se recogieron
en libros. Hay una colección de artículos críticos
que él escribió para una revista femenina, El Hogar,
que nunca ha circulado. Hay declaraciones literarias de él,
entrevistas, etc. En una entrevista a Latitud declara p.
ej. en 1945, cuando le preguntan por qué escribe: "Porque
no podría no escribir." Hay cuentos que escribió
con pseudónimo y otros en colaboración con Bioy Casares.
Aparecen, p. ej. "El hijo de su amigo" y "La
fiesta del monstruo", que son muy poco conocidos. Es una
antología bastante curiosa, exhumada de lugares remotos.
Entre los estudios críticos hay una breve biografía
de Spengler hecha por Borges en 30 líneas y que contiene,
incluso, anécdotas, y es lo más brillante que se ha
escrito sobre Spengler; una biografía de Virginia Woolf,
etc. Son textos menores pero que están hechos con una gran
inteligencia. Luego hay una introducción crítica mía
de unas 100 páginas en las que presento a Borges para el
lector extranjero. El libro aparecerá en Francia en la colección
Ecrivain du Toujours. Es el primer escritor de habla hispana
que saldrá en esa colección. Aparecerá en noviembre
en francés y luego probablemente en inglés y otros
idiomas. La edición española pienso hacerla más
grande y el libro mismo será diferente. El lector hispano
sabe más de Borges y hay cosas que no necesito explicar,
en cambio podré desarrollar más otros temas. Para
la edición francesa suprimí un largo capítulo
sobre las relaciones de Borges con los escritores jóvenes
de la Argentina. Todo el problema de los "parricidas"
que lo han atacado. A los franceses ¿qué podía
interesarles las relaciones de Borges con los distintos grupos literarios
de la Argentina? No podía sobresaturar de nombres el libro.
El plan de la obra es el siguiente: primero un panorama de la situación
de Borges en las letras hispanoamericanas. Después una cronología
minuciosa de su vida literaria, desde que nace hasta hoy, y luego
un capítulo de crítica por género, la poesía,
el ensayo y la narración. Un capitulo sobre las ideas filosóficas
de Borges, el problema del tiempo principalmente, el yo, la identidad
del yo y luego algo sobre sus libros marginales, los que ha escrito
en colaboración. Termina con unos "encuentros con Borges"
en que describo mi impresión, muy subjetiva, de la personalidad
de Borges, amparado por 20 años de conocimiento. Luego la
bibliografía, las ilustraciones y la "antología
arbitraria".
CC: En una conferencia suya, usted insinuaba que por culpa de la
ceguera habría vuelto Borges a cultivar la poesía,
por su calidad más portátil que el cuento. ¿No
cree más bien que Borges es fundamentalmente un poeta que
ha estado "defendiéndose" detrás de sus
ficciones?
ERM: El problema de la poesía de Borges es un problema complejo.
Porque él empieza queriendo ser un poeta, sintiéndose
como tal y dedicando todas sus energías a la creación
poética. Eso hasta el año 25 o 28. Llega un momento
en que él se da cuenta de que nunca llegará a ser
un gran poeta y comienza a interesarse por la prosa. Ese período
abarca hasta fines del año 50. Luego viene el problema de
su ceguera, que le impide escribir narraciones extensas y que lo
vuelve hacia dos soluciones: una secundaria y cómoda que
es la de escribir libros en colaboración, y la otra es la
poesía. Los libros en colaboración no son muy valiosos.
La poesía le permite componer aun sin lápiz y así
está siempre escribiendo y, como todo gran creador, hace
de la necesidad, virtud. Él se ahonda más y crea una
poesía que es mucho más importante. La poesía
de sus últimos años llega a ser una gran poesía,
dentro de las limitaciones que tiene Borges como poeta. Y, en esto
coincido plenamente con usted, es una poesía que lo representa
a él en forma más cabal. En mi libro yo divido a Borges
por géneros, por razones de comodidad pero de hecho; loa
textos prosísticos tienen el mismo rigor que sus obras poéticas.
En su libro El Hacedor no se puede casi establecer diferencia
de actitud literaria entre los pasajes en prosa de los poemas mismos.
Éstos tienen un ritmo particular, claro, pero la tensión
creadora es la misma. Sería pues, básicamente un escritor
que pasa por distintos géneros de acuerdo con ciertas evoluciones
de temperamento, pero que básicamente es un poeta. Su actitud
es también la de un poeta y, como tal, tiende a metaforizar
la realidad y su propia creación poética. La poesía
es la forma más fácil de hacerlo porque funciona dentro
del mecanismo metafórico, pero cuando Borges escribe cuentos
también metaforiza la narración porque ellos tienen
la misma estructura de un poema. La única diferencia estriba
en que en tanto que los poemas son explícitamente metafóricos
y todo el mundo sabe que lo son, los cuentos se suelen leer como
si no lo fueran, pero lo son. Borges utiliza tanto los poemas como
los cuentos como máscaras de sí mismo. Tengo toda
una interpretación de los cuentos de Borges como metáforas,
que no he querido publicar por considerarlo muy personal. Cuando
he dicho que en La espera el gángster que todas las noches
sueña que vienen a matarlo es el mismo Borges que durante
la época de Perón esperaba que en cualquier momento
entraran a prenderlo, la gente dice que es exceso de imaginación.
Para mí eso es tan claro como cuando al hablar de la ceguera
de Milton está hablando de la suya propia.
CC: Ahora algo más sobre Chile. Interesa la comparación
entre Parra y Neruda. Usted ha hablado mucho sobre Neruda. Quiero
preguntarle ahora si le parece legítimo este generalizado
fervor "parriano" que alcanza incluso hasta los Estados
Unidos.
ERM: No sólo porque soy amigo tanto de Neruda como de Parra
y todas las comparaciones son odiosas, me resulta antipático
compararlos, sino porque creo además que es injusto hacerlo.
Creando una metáfora, diría que son boxeadores de
distinto peso que no pueden combatir entre sí. Creo que Neruda
es un peso pesado y Parra un peso pluma. Neruda es un poeta de dimensiones
cósmicas y para compararlo habría que hacerlo con
Víctor Hugo o Whitman, o con Santos Chocano, para beneficio
de Neruda naturalmente. Con poetas que han intentado la creación
poética en todas las dimensiones y además que tienen
la posibilidad de hacerlo. Parra, en cambio, es un poeta que excluye
cosas de su poesía, como decía un inglés no
es all inclusive sino all exclusive. Su evolución poética
va desde un lirismo gracioso de sus primeros tiempos a un lirismo
cada vez más concentrado, tan concentrado que al final hay
personas que no reconocen el lirismo de Parra porque casi se confunde
con el lenguaje de todos los días. Esta sola observación
aniquila toda posibilidad de paralelo. Además, en Parra hay
toda una labor de crítica de la poesía que Neruda
no ha hecho. Neruda es un gran creador pero no es, un gran crítico
de su poesía. Parra si lo es, tal vez sea excesivamente crítico,
pero su propia actitud lo lleva a eso. Aunque me parezca superfluo
comprendo el propósito de comparación, porque Parra
es el escritor más importante aparecido en Chile después
de Neruda y es inevitable que los jóvenes los utilicen como
puntos de referencia. Pero hay elementos que podríamos llamar
del azar histórico. Si quisiéramos compararlos cronológicamente
podríamos decir que ahora la poesía de Parra parece
más interesante o más nueva o más revolucionaria
o más lo que sea que la de Neruda; pero si estamos analizando
valores esenciales habría que comparar al Parra de 1954,
el de Antipoemas, con el Neruda de 1931, de las Residencias.
Ahí vemos la imposibilidad de esta clase de paralelos que
suponen unas extrapolaciones históricas y culturales muy
disparatadas. Creo que en definitiva lo que pasa es lo que ocurrió
en el Río de la Plata en la época del modernismo,
cuando aparece Julio Herrera y Reissig. Entonces todo el mundo dice:
"¡Ah, éste es un gran poeta y no Lugones!"
Como Borges ha dicho, discutiendo esa polémica, Herrera y
Reissig era un aspecto de la poesía de Lugones, desarrollado
en una forma tan perfecta que superaba a Lugones en ese aspecto,
siendo la obra total de éste superior a la de aquél.
Es lo que pasa en cierta manera con Parra. Parra es una de las vetas
de la poesía de Neruda. La veta irónica, la veta humorística,
la veta crítica y autocrítica que Neruda manifiesta
ya desde la época de Residencias. En ese libro hay
algunos poemas que son verdaderos antipoemas. No porque haya decidido
explotar esa veta sino porque ésa es su naturaleza, Parra
ha desarrollado lo que era una veta de Neruda hasta convertirla
en una provincia de la poesía, a la que él ha impuesto
su personalidad.
CC: Su libro sobre Neruda sólo alcanza hasta el Memorial
de Isla Negra. ¿Qué le han parecido los libros
posteriores suyos, La barcarola y Las manos del día?
¿Ha escrito algo sobre ellos?
ERM: He leído los libros pero no he escrito sobre ellos.
Estoy esperando que se agote la primera edición de El
viajero inmóvil para hacer una edición más
amplia, con más material, con más aire, con notas,
etc., pero que también se ponga al día con la última
poesía de Neruda. Ése es para mí un problema
muy grande porque yo creo que aun los libros de crítica tienen
que tener un argumento, como si fuera una novela. El mío
terminaba muy bien con el Memorial de Isla Negra para los
efectos de la novela crítica que yo había escrito.
Era un final muy lindo. Ahora estos libros no son finales porque
son prolongaciones de cosas que él ha hecho y experimentos
nuevos -La Barcarola, por ejemplo, es muy interesante como experimento
rítmico-, pero también abren otras puertas. De manera
que estoy a la espera de lo que produzca Neruda para ver si esta
poesía constituye una nueva etapa o sólo prolonga
etapas ya cumplidas.
Ése es el gran riesgo que tiene escribir sobre un escritor
que está no sólo vivo sino escribiendo constantemente.
Neruda produce más de lo que sus críticos podemos
leer.
CC: ¿Es verdad que se queda a trabajar en Yale?
ERM: Así es. Después del trabajo en Mundo Nuevo,
que fue para mí un gran esfuerzo, he quedado completamente
agotado desde todo punto de vista y he decidido tomarme un año
de relativas vacaciones. Yo no sé descansar, pero por lo
menos cambio de trabajo y he estado visitando centros culturales.
En Caracas, en Estados Unidos, en Inglaterra. He dado clases en
las Universidades de Yale y Liverpool, y he finalizado algunos de
estos libros de que hemos hablado.
He estado preparándome para tomar el puesto de profesor
permanente en la Universidad de Yale, a partir del próximo
septiembre. Dictaré él curso de Literatura Hispanoamericana
contemporánea. Lo primero que haré será un
curso de un año sobre la novela. Desde Mariano Azuela y Gallegos
hasta Vargas Llosa y Cabrera Infante. Luego, uno sobre el cuento.
Es un curso de literatura comparada en el que estudiaré el
cuento en Hispanoamérica durante los siglos 19 y 20 en relación
con los maestros europeos y norteamericanos del género. Será
una especie de lectura doble, de Poe hasta Kafka, Maupassant, Chesterton,
Kipling y otros en relación con Quiroga, Borges, Cortázar,
Cabrera Infante, etc. Otro curso que tengo programado es sobre poesía.
Estudiaré sólo a 5 poetas: Huidobro, Neruda, Vallejo,
Borges y Octavio Paz. También preparo un curso sobre la idea
de América en los ensayistas latinoamericanos que empezará
con Bello y luego Sarmiento, Martí, Rodó, Mariátegui,
Reyes, Octavio Paz, Borges. Pienso quedarme allí varios años.
Las condiciones son muy favorables y yo necesito ahora concentrarme
en mi trabajo didáctico y en terminar una serie de libros
que tengo en preparación. Entre otros, preparo un nuevo libro
sobre Bello, en cinco volúmenes.
Otro proyecto en que trabajo con dos profesores americanos, es
una Guía Bibliográfica de la Literatura Latinoamericana
Contemporánea. Se publicará primero en inglés
y luego en español. Son unas 50 bibliografías de escritores
que han empezado a publicar su obra alrededor de 1920. La generación
de Borges y Neruda. Son bibliografías críticas. Contienen
una lista de las obras del autor, con una breve indicación
de lo más importante y la razón por la que la obra
es o no importante. Luego una selección de los artículos
y reseñas críticas explicando el por qué ese
artículo es importante o vale la pena leerlo.
Es un intento de organizar un poco el material que ya es enorme
y muy caótico. Si tenemos éxito, como esperamos, mantendremos
la obra al día con ediciones anuales.
CC: ¿No hay actualmente ninguna obra de esta naturaleza?
ERM: Hay bibliografías muy completas pero no selectivas.
Por ejemplo, hay un Diccionario de Autores Mexicanos que
es casi del tamaño de una mesa. Ahí está todo
pero hay que pasarse la vida entera para aprovecharlo. Sobre Carlos
Fuentes hay 4 páginas a 2 columnas en letra chica. Tuve que
reducir esas 4 páginas a sólo 15 artículos
básicos y para eso he tenido que pasarme meses leyendo cosas
que no valen la pena, pero para saberlo tuve que leerlos uno por
uno.
Nuestro trabajo es al revés. Se propone ir de lo más
importante a lo menos. Creo que el proyecto puede resultar de gran
utilidad pedagógica.
También proyecto otra revista literaria, posiblemente patrocinada
por la Universidad de Yale. Sería una revista fundamentalmente
de crítica. Se concentraría en un solo aspecto de
los que abordaba Mundo Nuevo: una interpretación crítica
de los nuevos autores latinoamericanos, más alguna selección
de textos importantes recientes. Pero éste es un proyecto
aún muy impreciso y quizá no prospere.
CC: Ahora una cierta curiosidad personal. Ya no como crítico
sino como mero lector, ¿qué autores lee usted con
mayor placer?
ERM: A mí el autor que más placer me produce leer,
de todos los tiempos y de todas las épocas, es Borges. Descubrí
a Borges en la forma más casual. Yo vivía con una
tía que era una señora muy aficionada a las revistas
femeninas. Yo tenía unos 14 ó 15 años y en
su casa leía El Hogar, especialmente una sección
que se llamaba "libros y autores extranjeros", y que firmaba
un señor Borges de quien yo no tenía la menor noticia.
Estaba escrita con tanto humor, con tanta erudición y hablaba,
además, justo de los autores que yo quería conocer,
que empecé a coleccionarla. Todavía tengo los recortes
de aquella época. En ellos Borges hablaba de Tagore, de Spengler,
de Yeats, de S. S. van Dine, de Virginia Woolf, de Hilaire Belloc,
en fin, de toda la literatura inglesa. Y así, sin saber quién
era Borges, me puse a leer los libros que él leía
y comentaba.
Después supe que era él mismo un escritor importante,
conseguí sus libros y empecé a leer sus ensayos y
poemas. Hasta el día de hoy es el escritor que más
me divierte, que más me interesa, que más me apasiona.
Hasta tal punto que he sido acusado de ser un maniático de
Borges y no tengo más remedio que reconocerlo. Además,
es la persona que me ha ayudado a formarme intelectualmente, porque
yo he aprendido la crítica literaria, he aprendido la literatura,
con su lectura. Incluso he aprendido a escribir, en la medida en
que se puede aprender a escribir con un escritor tan deslumbrante.
Los otros escritores que me han interesado, a veces lo han sido
por razones muy externas. Por ejemplo, Bello. A mí nunca
me apasionó pero me interesó su actitud literaria.
Bello es un hombre formado en la época de un colonialismo
intelectual y que como latinoamericano se instala en el centro de
la cultura europea, en Londres, y empieza a pensar no como un londinense
sino como un americano. Eso me interesó tanto que le he dedicado
largos estudios y dos viajes a Inglaterra solamente para empaparme
de esa experiencia suya. Mi interés en Neruda viene por una
razón completamente distinta. Empecé a interesarme
en él cuando publicó la Tercera Residencia,
que no es un libro, pero que a mí me interesó mucho
porque en él se ve la transición del poeta hermético
al poeta político. Me interesaban mucho los problemas políticos
y comencé a seguir en Neruda ese conflicto. Durante muchos
años, en artículos que se publicaron en Marcha,
estudié el problema de la relación entre la poesía
y la política en Neruda. De ahí, naturalmente, salió
el libro. Otros libros los he hecho más bien por un sentido
del deber crítico, porque pensaba que hacían falta
sobre determinados autores. Ésa es la explicación
externa. Internamente yo he llegado a la conclusión de que
los críticos somos tan subjetivos como los poetas. Lo que
pasa es que somos más disimuladamente subjetivos. O más
disfrazados y usamos más máscaras o "afeites",
como decían en el siglo de oro. Es decir, me he dado cuenta
de que hay ciertos problemas, ciertas obsesiones críticas
o poéticas de estos señores, de las que yo he participado
y no sólo como lector sino que eran mis propias obsesiones
y a mí me resultaba más fácil, incluso subconscientemente,
estudiarlas en ellos que estudiarlas en mí. Era una especie
de camino desviado, y muy elegante, resolver los problemas de Borges,
los de Neruda, los de Bello o Rodó o Quiroga -para citar
otros autores que he estudiado- que me permitía una posición
muy cómoda, muy crítica. Estar tratando con asuntos
ajenos y que de una manera subterránea era una forma de enfrentarse
con ciertos problemas, a veces culturales, a veces críticos,
y otras veces extremadamente personales, de estos señores
que eran mis problemas. Después de muchos años de
escribir una crítica que yo consideraba muy objetiva he venido
a caer en la cuenta que no estoy escribiendo más que mi autobiografía.
Pero creo que esto lo veo sólo yo, los demás, me parece,
leen mis cosas como si se tratara de crítica seria y objetiva.
CC: ¿Y nunca lo ha tentado la ficción?
ERM: Claro, ¡la ficción crítica! No la ficción
entendida como narración de hechos imaginarios. Estrictamente
hablando todo lo que uno presenta, describe o analiza es una imaginación.
Lo único que uno ofrece, en realidad, es una interpretación
de cómo se construyeron las cosas o cómo son las cosas,
pero todo moviéndose en el terreno de la imaginación.
Como lo explican los filósofos del tiempo, el presente es
el único tiempo que vivimos y literariamente el único
medio de que vivimos es la imaginación. De manera que mis
trabajos de crítica son muy imaginativos y algunos me han
acusado de ser excesivamente imaginativo. Pero así tienen
que ser, pues son esfuerzos de interpretación de una obra
imaginaria. Lo que he notado a lo largo de los años es una
cierta tendencia en mi crítica a hacerse más narrativa.
Empecé haciendo una crítica muy ensayística,
muy formal. Hablaba de los libros como tales, los describía,
analizaba su contenido, su estructura, daba referencias sobre los
autores y todo eso. Pero todo trasvasado a un lenguaje puramente
crítico. Con el tiempo he ido ensayando otra forma de crítica
que intenta reconstruir la relación entre el autor y la obra
como un proceso más bien biológico, vivo. Eso me ha
empujado poco a poco a narrar vidas de escritores. Tengo un libro
en que se cuenta la vida de Quiroga que se llama El desterrado.
La primera mitad del libro de Neruda es una descripción biográfica.
En el de Borges intento un retrato suyo. Tengo artículos
que son puramente biográficos, como el que escribí
sobre Parra, en que trato más bien de explicar la poesía
de Parra a través de Parra. Así también el
artículo sobre Guimaraes Rosa, etc. Hay otro tipo de trabajos
como el "Diario de Caracas" publicado en Mundo
Nuevo que es la narración de un congreso literario con
terremoto incluido. Hay las entrevistas, que en realidad son diálogos
en el sentido dramático, pero intelectual. Es decir, he buscado
ensanchar las fronteras de mi crítica desde el terreno formal
y técnico hacia territorios en que el libro aparece enmarcado
en un contexto de realidad no libresca, que es la vida del autor,
el ambiente, la época, las situaciones, etc. A veces el libro
aparece como un elemento dentro de una narración y con personajes
que son los escritores. A veces yo mismo soy un personaje. Y, en
cierto sentido, todo eso está más cerca de la función
que se atribuye a la literatura de imaginación que de la
función puramente crítica. Así es que creo
que el próximo paso será escribir mis memorias..."
Iowa City, abril 1969
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