|
"Emir sobre Rama y otros"
Por Roger Mirza
En: El País Cultural. Año 5, nº 207, 22/10/1993
p. 19.
"En 1985 Emir Rodríguez Monegal
viajó desde la Universidad de Yale a Montevideo, al solo
efecto de pronunciar una conferencia que había prometido
mucho antes. La ocasión sirvió para que le realizaran
numerosas entrevistas. Estaba gravemente enfermo y falleció
poco después, al regresar a Estados Unidos.
Una de esas entrevistas fue realizada por el profesor
y crítico Roger Mirza. Allí Emir recoge entre muchos
temas su relación con Ángel Rama y Felisberto Hernández.
Un fragmento de ese largo texto:
RM: Recuerdo las polémicas con
Ángel Rama y particularmente sobre Felisberto Hernández.
ERM: Mire, la generación del 45
fue muy polémica y la mayoría de esas discusiones
deberían ser olvidadas porque no tenían razón
de ser. Mi polémica con Ángel Rama no es tal, era
una guerra a muerte por el poder y punto. Rama era una persona muy
ambiciosa y yo también. Yo era mayor que él y ocupaba
posiciones que él quería. A veces se acercaba lo suficiente
como para olerlas. Otras veces se alejaba de ellas. Entonces, cuando
yo estaba en el poder lo masacraba a él y cuando él
estaba en el poder me masacraba a mí. Y no hemos tenido una
polémica seria sobre nada porque yo soy un especialista en
crítica literaria y Rama un publicista. Rama como crítico
para mí no existe, nunca existió. Yo lo conocí
de joven. Hacía cantidad de tareas críticas que dejó
por la publicidad, es decir por la difusión de la cultura,
de la literatura, cosa que ha hecho en forma admirable. Creo que
es una de las personas que ha hecho una obra más grande para
la difusión de nuestra literatura. La Enciclopedia Uruguaya,
por ejemplo, es admirable. Y fuera del país, la Biblioteca
Ayacucho que dirigió, es una gran obra. Lo digo con toda
sinceridad porque siempre se lo dije a él: "Ángel,
tú has desperdiciado tus condiciones críticas metiéndote
a hacer millones de cosas que haces muy bien y millones de otras
que haces muy mal". Ahora, como crítico me parece
absolutamente confuso. La primera palabra es marxista, la segunda
paramarxista, la tercera exquisita. Hay un trabajo suyo sobre el
Modernismo y Darío.
RM: Sí. Ese es precioso.
ERM: Es horrible, un mamarracho.
RM: Sin embargo introduce un montón
de temas...
ERM: Sí, pero precisamente: es
como una especie de conjunto de temas sin nunca llegar a nada.
RM: Hay que espigarlo.
ERM: Sí, pero para espigarlo leo
a Darío. No a un señor que me dice una cosa en media
página sin terminar en nada. Después hizo otro, corrigiéndose,
que es aún peor. Ahora, Rama pensaba rapidísimo, es
una de las personas de pensamiento más rápido que
yo haya conocido, pero no tiene paciencia. Escribía novelones
en tres días. Su erudición era de cosas que recordaba,
tenía una gran memoria. Pero no se puede hacer erudición
con la memoria. Como cada vez estaba más entrampado -en el
buen sentido de la palabra- en empresas descomunales... Si hago
la Biblioteca Ayacucho o la Enciclopedia Uruguaya no puedo estar
haciendo crítica. Yo le decía: "Ángel,
concéntrate, hace algo". La obra crítica
de él es inmensa pero es todo superficie, no hay un solo
autor que él haya estudiado en serio o descubierto, no hay
trabajo monográfico.
RM: ¿Y su libro "La generación
crítica"?
ERM: Es la guía de teléfonos
del Uruguay. Es un libro brillante para leer, pero usted se encuentra
con 780 escritores en Uruguay, y nadie se va a tomar en serio un
libro crítico que hable de 780 escritores en dos o tres frases.
Yo le digo la verdad: a mí me parece que Rama era un gran
publicista, que tenía un gran talento para una serie de actividades,
pero, ¿qué autor ha descubierto Rama? A Felisberto
lo descubrí yo...
RM: ¿Usted? ¿A pesar de
lo que se dice?
ERM: Pero claro que sí. Lo que
pasa es que éste es un país inteligente pero que toca
de oído. En 1946, cuando Felisberto era totalmente desconocido
y sólo escribían cartas sobre él, Vaz Ferreira,
Alfredo Cáceres, Jules Supervielle y Esther de Cáceres,
yo escribí una nota sobre Felisberto en Marcha que
nadie volverá a leer porque en este país se habla
sin leer.
Esa nota dice que Felisberto es un escritor de la categoría
de Kafka y de Joyce. Y si usted tiene alguna duda vaya a consultar
la colección de Marcha. La segunda nota es una reseña
sobre Nadie encendía las lámparas. Allí
confieso un error de perspectiva. Yo estaba entonces muy metido
con el psicoanálisis y se me ocurrió que Felisberto
Hernández era un festín e hice una versión
psicoanalítica en el año 48. Hacer una versión
psicoanalítica de un autor uruguayo en 1948 era un suicidio,
porque el público, que no estudia psicoanálisis, lo
que entendió fue que yo lo insultaba. Yo usaba por ejemplo,
una palabra técnica para señalar una colección
de cuentos y lo llamaba a Felisberto "colector",
que ahora no asusta a nadie pero en aquel momento me dijo un amigo
"Che, pero lo insultas, lo tratas de caño colector!"
"¡Caño colector!", ¿qué tiene
que ver? ¿Cómo se llama a una persona que colecciona
cosas? Yo hacía un análisis de El balcón
y mostraba cómo había una escena en que él
estaba desnudo mirándose en el espejo y pasaba una muchacha
y lo veía en el espejo desnudo, y él se veía
desnudo mirado por ella (en el cuento el espejo sólo aparece
cuando la joven a través de la rendija de la puerta ve al
hombre reflejado en el espejo, lo que motiva que éste al
notarlo cierre la puerta). Yo hablaba de "voyeurismo".
La gente creía que "voyeurismo" era una
mala palabra. Allí salió mi amigo Ángel Rama
-que si no tenía talento para la crítica tenía
gran talento para el escándalo- y Felisberto que era un alma
de Dios, que podían hacerle creer que los camellos eran mariposas
(usted no ha visto una persona más buena), estaba huyendo
de mí. Rama le dijo: este hombre te ataca, te persigue con
el hacha. Entonces Felisberto dijo que la próxima vez que
se encontrara conmigo -nunca me había visto- me iba a dar
una paliza. Felisberto era chiquitito, gordito, ya medio mayor.
Yo era una persona alta, fuerte, y un día estábamos
en "Amigos del Arte" con Casal y estábamos chacoteando
así, y entró Felisberto. Se acercó y Casal
le dice: "Ah, te quiero presentar a Rodríguez Monegal".
Felisberto levantó la vista y se debe de haber acordado de
lo que dijo... yo era gordísimo.
RM: Desistió entonces de la pelea.
ERM: Era como subir al Everest con los
codos. Entonces me dice Casal: "¿Usted conoce la
obra de Felisberto?" Y le digo: "Yo leí
todos sus libros". Porque en ese entonces los únicos
que habían aparecido eran Por los tiempos de Clemente
Colling y El caballo perdido, pero Jesualdo, que era
muy amigo mío, me regaló todos los libros anteriores
de Felisberto: El libro sin tapas, La envenenada... eran
libros chiquitos. De modo que cuando yo escribí sobre Felisberto
sabía perfectamente lo que decía. Nunca he escrito
ninguna línea contra Felisberto."
(En La Semana de El Día, noviembre 1985)
|