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"Situación del escritor en América
Latina"
En Mundo Nuevo, París, nº 1
julio 1966, p. 5-2
pág.
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"La personalidad de Carlos Fuentes es casi tan incandescente
como sus novelas. Moreno y delgado, con un rostro de ojos penetrantes
y boca muy sensible, una nariz que la vehemencia de la conversación
hace saltar y afilarse, las manos danzando delante de la cara para
trasmitir con sus arabescos la figura exacta de lo que está
contando, la voz algo ronca, pero al mismo tiempo incisiva, la fluidez
natural del discurso de quien practica varias lenguas modernas:
estos elementos configuran exteriormente una de las personalidades
más vivas y polémicas de las letras latinoamericanas
de hoy. Ya sea en su enorme casa de San Angel Inn, en Ciudad de
México, o en pleno Village neoyorkino, en un moderno hotel
de Santiago de Chile o en un restaurante italiano de Montevideo,
entre las ruinas ominosas de Chichén-Itzá o en la
geometrizada disciplina del Boulevard de Courcelles, el azar me
ha permitido ir acumulando a lo largo de más de cuatro años
imágenes muy nítidas y vivas de Carlos Fuentes: he
leído sus libros y escrito sobre ellos; he conversado interminablemente
con él de todas las cosas de este mundo, y algunas más;
hemos visto teatro y cine juntos. Sólo hace poco se nos ocurrió
que había llegado el momento de reunir en una entrevista
formal algo de ese constante coloquio. La ocasión parecía
facilitada por el encuentro, no totalmente fortuito, de un magnetófono
y dos voces en un tercer piso de la numerosa Rue St Lazare donde
están las oficinas de Mundo Nuevo. Por la ventana
entran los ruidos del París de hoy: miles de pies infatigables
y el brusco chirrido de los frenos de alguno de esos impacientes
automóviles, el murmullo sordo que produce la fricción
de muchas erres, el ocasional tableteo de la lluvia de una primavera
odiosa. En la oficina, dos voces junto a un micrófono.
La entrevista se realizó en varias etapas, sin otro plan
previo que conversar sobre los temas que nos preocupaban, pero abriéndose
y disparándose a cada rato hacia todos los extremos de la
inquietud latinoamericana. Como Fuentes es un verdadero dínamo
humano, muchas veces basta con insinuar la pregunta para que dispare
con una larga contestación, totalmente articulada y riquísima
de sugestiones, que, a su vez, generan más y más preguntas
en un infinito contrapunto. Lo que ahora se publica es una selección
del largo discurrir de esa entrevista permanente. La tarea principal
del entrevistador fue provocar y estimular esa energía en
movimiento que es Fuentes, encauzarla invisiblemente para que produjera
más y mayores exploraciones dentro de su propia y auténtica
sustancia.
Hace unos meses que Fuentes salió de México, en una
jira europea que ha tenido ya una larga escala en Roma y por el
momento está centrada en París. No es la primera vez
que recorre el mundo. Hijo de un diplomático mexicano que
es hoy embajador en Roma, el novelista se educó un poco en
todas partes: hizo castillos de arena en Pocitos (Montevideo) y
en Copacabana (Río), aprendió inglés en un
colegio de Washington, estudió Derecho en Santiago de Chile
y en Ginebra, donde se doctoró. El admirable conocimiento
de las lenguas modernas es uno de los resultados de esta peripatética
educación. Otro resultado es una amplitud de visión
que no es fácil encontrar entre los intelectuales latinoamericanos,
confinados por lo general al estímulo de las tradiciones
locales, o la influencia de algún único polo cultural
extranjero que solía llamarse Madrid durante la colonia y
ha sido sustituido desde la Independencia por París y más
recientemente por Nueva York o Moscú. Fuentes también
ha recorrido el mundo socialista en una jira realizada en 1963 y
desde hace algunos años mantiene estrecho contacto con los
escritores norteamericanos que visitan México o él
mismo ha visitado Nueva York en varias ocasiones recientes. Su obra
se beneficia de esta multiplicidad de experiencias y de aperturas
en un mundo que tiende a encerrarse en compartimentos vigilados
por cejijuntos burócratas.
Aunque el tema de sus libros suele centrarse en México,
no hay nada de arraigo chauvinista en su visión o en su lenguaje
creador. Como le duele México, con pasión, con ardimiento,
levanta en sus novelas y cuentos un espejo terrible que pone muy
en evidencia (como la pintura y los dibujos de su compatriota y
amigo, José Luis Cuevas) la esencia contradictoria y trágica
de ese gran país. Nacido en 1928, en el filo de sus treinta
años publica su primer novela, La región más
transparente (1958), que ya alcanza cinco ediciones mexicanas
con un total de 25 mil ejemplares. De su segunda novela, Las
buenas conciencias (1959), se han hecho ya dos ediciones, la
segunda popular, de unos 15 mil ejemplares. Su tercera novela, La
muerte de Artemio Cruz (1962), ya anda en la segunda edición,
con 30 mil ejemplares. Ha publicado además una novela corta,
Aura (1962, dos ediciones en México) y dos volúmenes
de cuentos: Los días enmascarados (1954, con una reedición
en 1965) y Cantar de ciegos (1964, dos ediciones). Tiene
terminada una enorme novela, Cambio de piel, y está
concluyendo una quinta, Zona sagrada. Dos de sus novelas
(La región, Artemio Cruz) han sido traducidas
al inglés, al francés, al italiano, al alemán,
al serbocroata, al checo, al polaco, al ruso, al danés, al
holandés, al sueco, al noruego y al finlandés. Desde
fines de 1965, Aura circula en una hermosa edición
en inglés. En este momento, Feltrinelli de Milán y
Gallimard de París acaban de lanzar simultáneamente
sendas versiones de Artemio Cruz, en tanto que en Estados
Unidos, la casa Farrar & Straus prepara la traducción
de Cambio de piel, que saldrá probablemente en inglés
antes que en español.
Además de su actividad como narrador, Fuentes tiene otra
muy constante como periodista. Colabora regularmente con artículos
y ensayos en revistas de América Latina, Estados Unidos y
Europa. En un campo más especializado, Fuentes ha estado
siempre atraído por el cine. Hizo sus primeras armas como
crítico en la Revista de la Universidad de México;
ha trabajado bastante como libretista de películas experimentales.
Dos de sus cuentos (Las dos Elenas y Un alma pura)
sirvieron de base para sendas películas realizadas el año
pasado por jóvenes cineastas mexicanos, y una adaptación
suya de Pedro Páramo, de Juan Rulfo, acaba de ser
filmada por Carlos Velo. En estos momentos, Damiano Damiani concluye
en Italia una versión de Aura. El cine no es para
Fuentes una actividad de la mano izquierda. Como tantos escritores
de su generación ha participado desde pequeño de los
irresistibles sueños colectivos que se llaman films. No es
extraño, entonces, que para hablar de sus obras sea necesario
muchas veces recurrir no sólo a una tradición que
tiene a Balzac o a Faulkner como puntos de referencia, sino a otra
en que sobresalen Luis Buñuel y Orson Welles. Tampoco es
extraño que algunos de sus relatos tengan una cualidad profundamente
cinematográfica, o que el cine (como experiencia doble de
los personajes y del autor) figure siempre en ellos de manera significativa.
El cine es la lengua franca de nuestros días y Fuentes la
practica con la misma pasión y energía con que abarca
toda la realidad de este tiempo.
Un sacrificio renovado
ERM: Mirá, Carlos, esta entrevista monstruo
que inconscientemente hemos estado fabricando desde que nos conocimos
en Santiago de Chile, en 1962, y que seguiremos fabricando a lo
largo de los años, podría tener un nuevo comienzo
ahora preguntándote un poco por tus actividades recientes
en Europa y, sobre todo, por tu presencia actual en París.
¿A qué has venido esta vez?
CF: Bueno, son muchos motivos los que me traen. Desde luego, escapar
un poco del canibalismo ambiente en la vida cultural mexicana, propio
no sólo de México, sino de toda América Latina.
Creo que América Latina, como tú bien sabes, es una
especie de Balcanes de la cultura, sobre todo en la vida literaria.
Está llena de Bosnias-Herzegovinas, de terroristas a lo Gavrilo
Prinzip, de dinastías Karageorgevich. Hay que salir un poco
a respirar aire puro, a tomar perspectivas. Creo también
que hay cierta tensión en la vida cultural de nuestros países,
tensión nacida de esa demora a la que se refería Alfonso
Reyes cuando decía: "Llegamos siempre con cien años
de retraso a los banquetes de la civilización", y que
nos conduce a descubrir Mediterráneos periódicamente.
Hay un ángel negro del tiempo perdido que parece volar sobre
América Latina y a veces confunde el último punto
de referencia literaria o cultural que tenemos con un descubrimiento
incandescente.
ERM: ¿Tú no crees que en estos
últimos años, diez o quince tal vez, se haya acelerado
ese proceso de descubrimiento de cosas realmente nuevas, de cosas
que están más cerca de la realidad actual?
CF: ¡Ah, pero claro! Yo creo que en América Latina
hay una actualidad ajena a cierto espíritu académico
y de alta cultura con el que se ha querido limitar nuestra experiencia
sensorial como escritores, como artistas, durante mucho tiempo.
Somos países muy dominados por cierta idea de la armonía
y cierta idea del positivismo. Pero nuestra vida misma, nuestra
vida popular, nuestra vida urbana sobre todo, ha ido gestando subterráneamente
una serie de realidades que hoy, descubrimos, se pueden enchufar
directamente con la realidad más viva de nuestro mundo: categorías
como lo pop, como lo camp, como lo beat, existen
en América Latina, en la vida urbana de América Latina.
ERM: Yo diría que sobre todo lo camp,
en el sentido que usa la palabra Susan Sontag para definir un espíritu
de gusto tan atroz que ya empieza a ser de buen gusto, no sólo
existe sino que preexiste en América Latina.
CF: Siempre ha habido en nuestros países una especie de
intuición radical, sobre todo en México. Tú
recuerdas que Breton llamó a México la tierra de elección
del surrealismo, y si es cierto que el surrealismo es siempre esta
tensión entre el deseo y el objeto deseado, en México
la tensión es mucho más fuerte porque el abismo entre
el deseo y su objeto es enorme. Es un verdadero precipicio: todo
encuentro del deseo con la realidad en México tiene que ser
suprarreal por fuerza.
ERM: A mí me impresiona México
como un país de unos contrastes tremendos entre la imagen
oficial, la imagen voluntariamente estática de la revolución
triunfadora, y la imagen real, mucho más dinámica
y contradictoria. No es que no se hayan hecho cosas admirables en
el terreno de la creación de un México realmente moderno,
sino precisamente por el contraste descomunal que subsiste aún
entre la versión que podríamos llamar académica
e inmovilizada y una realidad mucho más rica e interesante,
mucho más viva.
CF: Es que como la realidad de México siempre ha sido una
especie de tigre, siempre ha sido una realidad tremendamente agresiva,
toda la política oficial tiende a domesticarla, a limarle
las uñas al tigre.
ERM: Pero lo que resulta es un tigre de juguete.
CF: Un tigre de papel.
ERM: Cuando tienen un tigre maravilloso... Creo
que en América Latina tienen pocos tigres tan fascinantes
como el de México.
CF: Sí, yo creo que las grandes zonas de la realidad contemporánea
-o de lo que hemos venido a descubrir que es la realidad contemporánea-
preexisten en México. Hay todo un mundo de las percepciones
extrasensoriales que Artaud y Michaux y Huxley fueron a descubrir
a México.
ERM: Como esos otros viajeros ingleses que también
descubrieron cosas tremendas, como Lawrence, e incluso hasta ciertos
viajeros negativos como Graham Greene, que escribió ese libro
de odio católico, The Lawless Roads. Pero sobre
todo pienso en el caso de Malcolm Lowry, que encuentra en la aparentemente
idílica Cuernavaca las raíces de un México
alucinado para poder desarrollar su vertiginosa novela Under
the Volcano.
CF: Lo mismo sucede en relación con el pop art. México,
evidentemente, tiene un pop art avant la lettre. Es decir,
una exaltación de los objetos de la vida cotidiana, de objetos
absurdos; incluso el arte de Diego Rivera creo que no es otra cosa
sino pop art. Es la historia de México contada por
Terry y los piratas, con los globitos que salen de la boca
de los personajes y todo. El camp mexicano es uno de los
más extraordinarios, más ricos del mundo. Ciudad de
México a veces parece ideada por Joseph von Sternberg. Tiene
esta inmensa exageración del estilo, este mundo de papier
mâché, de defensa, a través del decorado,
de una vida que se sabe muy provisional, que se sabe basada en fortunas
muy raquíticas, malhabidas, que hay que decorar inmediatamente.
ERM: Yo agregaría que es una producción
de von Sternberg financiada por Louis B. Mayer, porque hay notas
de un gigantismo de mal gusto que superan todo el camp del
inventor de Marlene.
CF: El Palacio de Bellas Artes, donde Tlaloc y Tiffany's se dan
la mano, por ejemplo. También hay un existencialismo avant
la lettre, y muy obvio. México es un país del
instante. El mañana es totalmente improbable, peligroso:
te pueden matar en una cantina, a la vuelta de una esquina, porque
miraste feo, porque comiste un taco. Vives el hoy porque el mañana
es improbable.
ERM: Mira, te voy a interrumpir. Cuando leí,
sin haber estado aún en México, La región
más transparente, uno de los episodios que me pareció
más fabricado, es decir, más puesto ahí por
el autor con una intención deliberada, y hasta si se quiere,
perversa, fue el asesinato casual de Zamacona en una cantina. Y
yo me preguntaba entonces: ¿Cómo es posible que un
narrador que tiene tal seriedad frente a su obra, utilice un recurso
de tan baja estofa como hacer asesinar casualmente, y sin ninguna
preparación, a un personaje importante? Después de
vivir cuatro meses seguidos en México comprendí que
tú habías sido estrictamente realista en tu ficción.
Allí sentí una tensión que hace posibles las
cosas más absurdas, esos sacrificios bruscos, sin sentido
aparente.
CF: La verdadera venganza de Moctezuma no es la disentería:
es el sentido permanente del sacrificio, del sacrificio para mantener
el orden del cosmos. Eso ha sido la victoria final del mundo indígena
en México.
ERM: Creo que eso está muy bien dado en
el fondo último de tus novelas y cuentos. Conversando con
mucha gente sobre La región más transparente
me he dado cuenta que para algunos de tus lectores el mérito
mayor de esa novela está en el plano de la crítica
social, en esos pantallazos acres, violentos, de la ciudad de México.
Pero yo creo que el sentido profundo de la novela está en
mostrar una persistencia del espíritu sacramental indígena
debajo de la superficie del México moderno. Toda la historia
de Téodula Moctezuma y su hijo Ixca Cienfuegos es la historia
de una supervivencia de los viejos ritos en el México actual;
la muerte de Norma Robles en el horrendo palacio estucado que le
ha construido su esposo, el industrial, es el equivalente de un
sacrificio por el fuego.
CF: Mirá que curioso. Así murió Linda Darnell
hace un año. Ese tipo de juicio al que acabas de referirte,
es el juicio falso que se hace con respeto a Balzac, por ejemplo.
¿Qué es Balzac para la crítica tradicional?
Es un señor que describe las costumbres de la burguesía
francesa posrevolucionaria del siglo XIX. Ahora, todos sabemos que
eso no es sino el armazón que utiliza Balzac para hablar
de todo un fondo, toda una carga, en la que los verdaderos protagonistas
son la fuerza, la energía, la voluntad, la resistencia de
la realidad a ser captada por la literatura, y finalmente, la
recherche de l'absolu, como se titula una de las novelas de
la Comedia Humana. En La región más transparente
hay simplemente un marco de referencia social cuyo sentido es revelar
un fondo, una carga de otro tipo.
Fuera del ghetto
ERM: Volviendo al tema de tu partida de México.
Yo pasé por allí poco después y todavía
sonaba en el ámbito de la ciudad el eco convulsionado de
una conferencia que diste al despedirte.
CF: Nada menos que en el Palacio de Bellas Artes. ¡Ja, ja,
ja!
ERM: Allí te atreviste a profanar las
convenciones literarias más respetadas; te atreviste a decir
no sólo lo que pensabas y creías, sino a hablar de
ti y de tu obra sin hipocresías y falsa modestia. Una de
las frases que no te perdonaban era la afirmación de que
José Luis Cuevas y tú eran los únicos creadores
de las más recientes promociones que cuentan fuera de México.
CF: La conferencia fue un happening. La presidió
Tongolele, una rumbera divina, junto con Cuevas y Pepe Donoso.
ERM: Un verdadero happening, porque violaba
todas las normas de discreción mexicana que se están
celebrando desde que alguien creyó descubrir sus huellas
en Ruiz de Alarcón. Allí en México conseguí
incluso un ejemplar del suplemento de Siempre en que estaba
reproducida la provocativa conferencia, con las fotografías
de una fiesta en tu casa, desplegadas como si fueran parte de una
foto-novela, con globitos y todo, y muy pop. Entonces mucha
gente me habló de ti y de Cuevas como "los irritantes",
como los únicos que se atrevían a meter el puño
en la llaga de la buena educación y las buenas conciencias.
CF: Mira, creo que después de una historia tan convulsa
como la nuestra, hay una especie de miedo a todo el fondo subyacente
del país, a ese fondo expresionista, violento y barroco que
es, insisto, nuestro verdadero enchufe con un mundo que se ha vuelto
violento, expresionista, y barroco y cuyas correspondencias actualmente
son el pop art y el camp; son Günter Grass y
Norman Mailer, y Andy Warhol y Susan Sontag, y Joan Baez y Bob Dylan,
¿verdad? Para mí éste es el mundo que cuenta,
el mundo que me interesa realmente. En México, para domesticar
al tigre, como decíamos hace un rato, se ha recurrido, y
esto es muy importante para todos nosotros como escritores, a una
especie de logomaquia, a un utilizar la palabra no en el sentido
liberador o revelador, sino en sentido ocultador. Es decir, hay
una nueva burguesía en México que requiere una buena
conciencia y esta buena conciencia se la da el poder con sus discursos,
sus membretes, sus estatuas, y se la dan, por desgracia, muchos
artistas que recurren también a este tono menor, fino y sutil
de la discreción provinciana. Con ella se pretende alcanzar
una especie de aristocracia artística, que en realidad es
sólo la máscara de un malestar pequeñoburgués
y de una insuficiencia provinciana. Entonces en país de tuertos
el ciego es rey, y en país de mudos la palabra se vuelve
explosiva. Cuevas y yo posiblemente hemos utilizado, un tanto, nuestras
obras como detonadores para restituirle, a la forma y a la palabra,
ese sentido que para mí tienen básicamente, de ser
siempre reveladoras y liberadoras.
ERM: En tus novelas veo un crecimiento en esa
dirección. Así, por ejemplo, en La región
más transparente los elementos explosivos, verdaderamente
explosivos, la sacralización del fondo, estaban un poco ahogados
por la materia aparentemente documental de la novela. Ya en Artemio
Cruz se pone un poco más en evidencia eso que tú
decías al hablar de Balzac, ciertos factores profundos como
la fuerza o el poder, la energía y la voluntad. En Aura
(que es uno de tus libros que más me gusta) creo que es donde
has conseguido expresar mejor en un plano a la vez poético
y onírico todos estos elementos del trasfondo de la burguesía
mexicana, con sus ocultamientos, sus tapujos, sus malas conciencias.
Luego, en Cambio de piel, creo que te desatas del todo y
te pones completamente al día con esa cultura mexicana, popular
y barroca, que es pop art sin saberlo. Pero quiero volver
desde otro ángulo a la pregunta inicial sobre tu venida a
Europa, sobre esta especie de exilio voluntario.
CF: Sí, sí, mira, yo también pienso que hay
un momento en que una literatura existe y va adelante gracias a
sus emigrados. No es gratuito que los dos escritores latinoamericanos
más importantes de este momento sean Octavio Paz y Julio
Cortázar, que son dos personas que, además de su talento,
tienen esta enorme perspectiva frente a sus países y frente
a la cultura latinoamericana. Yo me pregunto si la literatura norteamericana
sería lo que es si Henry James y Gertrude Stein, Ezra Pound
y Hemingway y Scott Fiztgerald no hubieran emigrado. Quizás
hubiera quedado la literatura norteamericana en una dualidad: novelistas
"naturalistas", pequeños Zolas, y novelistas "estéticos",
pequeños Flauberts. Yo creo que la literatura norteamericana
es lo que es gracias a la perspectiva ganada por los emigrados,
y la literatura latinoamericana en general lo será también.
Pero se sigue criticando al llamado cosmopolitismo y se sigue ejemplificando
la crítica con Darío. Se nos olvida que también
en el cosmopolitismo hay una aspiración muy nuestra, muy
valedera, muy cierta, muy concreta, que es la de no debilitarnos
en el aislamiento, la de romper ese aislamiento que nos disminuye
y encontrar toda una serie de correspondencias y de afirmaciones
en las relaciones abiertas de la cultura.
ERM: Yo creo que encerrarnos en un ghetto
cultural más o menos imaginario, como nos proponen desde
tantos extremos, es lo que nos ha hecho mucho daño siempre
y nos sigue haciendo daño ahora. Hemos cambiado el monopolio
de una metrópoli por otras, pero nunca nos hemos atrevido
a circular libremente por el mundo entero. O nos hemos encerrado
con todo resentimiento en nuestros ídolos, nuestros héroes,
nuestras tradiciones, nuestras inquisiciones, como solteronas maniáticas
y abrumadas por sus álbumes de estampas y sus carpetitas
de crochet. Hemos sido demasiado tiempo unas vestales aterrorizadas
por la proximidad de los bárbaros. Sin darnos cuenta de que
los bárbaros ya estaban dentro.
CF: El aislamiento chauvinista hace el juego a nuestros verdaderos
enemigos, a todos nuestros enemigos internos y externos. A las oligarquías
locales que se disfrazan con el carisma de las banderas, la patria
y los héroes muertos, porque los héroes vivos están
prohibidos en América Latina; a los círculos reaccionarios
de los Estados Unidos que desean mantener la sujeción, el
atraso y el aislamiento de América Latina.
ERM: Por otra parte, los grandes nombres de la
literatura latinoamericana son casi sin excepción gentes
que han vivido fuera de su patria una época de su vida, desde
el Inca Garcilaso y Ruiz de Alarcón, desde Bello y Sarmiento,
pasando por Blest Gana, Martí, Darío, Mariátegui,
Alfonso Reyes, Vallejo, Borges, Neruda, hasta los casos más
cercanos, que tú mencionabas, de Octavio Paz y Cortázar.
CF: Sí, no niego que hay escritores cuyo apego a lo inmediato
y su profundización en lo inmediato es muy importante. Tal
es el caso de Rulfo. El es un hombre que profundiza enormemente
la realidad de México y que no necesita viajar para ello.
Pero también la aspiración cosmopolita, digámoslo
con esa palabra que a veces tiene un sentido peyorativo, me parece
muy importante, sobre todo en este momento en que, como dice Paz,
somos por primera vez contemporáneos de todos los hombres.
El signo real de la verdadera cultura latinoamericana es esa idea
de Octavio Paz.
ERM: Yo diría más: es el signo
real de toda la cultura de hoy. Eso es lo que yo veo en forma cada
vez más clara: cada día se reduce más el espacio
para los culturas de provincia. Por eso me parece que el problema
del escritor voluntariamente exiliado (no hablo de los emigrados
a la fuerza) carece por sí mismo de sentido estético
y debe ser considerado en cada caso particular. El escritor que
se exilia para escribir en un lenguaje internacional falso (como
hizo un Gómez Carrillo), vuelve la espalda a su país
y al hacerlo se condena. Pero en los casos que evocamos, desde el
Inca Garcilaso hasta Octavio Paz y Cortázar, se trata de
escritores cuyo desarraigo físico implica un gran arraigo
espiritual y por lo tanto creador. Es una manera que sólo
el artista puede conseguir: echar raíces a la distancia sobre
la propia tierra. Hay aquí, me parece, un doble proceso de
alejamiento y, a la vez, profundización en la verdadera esencia
natural que está magníficamente ilustrado por el caso
de Henry James. En estas condiciones, la emigración no hace
al escritor menos sino más americano.
CF: Al contrario: al salir encontramos todas nuestras correspondencias
reales, nuestros verdaderos valores. Porque hay que ver cuántas
flores del ejido pueden salir de Xochimilco. En cuanto les da el
aire, se secan.
Luzbel y la pop-literatur
ERM: Volviendo a lo particular, quisiera conversar
un poco de tu nueva novela, Cambio de piel, que aún
no ha sido publicada y leí con enorme interés a pesar
de la cantidad de páginas de la copia dactilografiada. Son
450.
CF: Bien contadas y aprovechando mucho el papel.
ERM: Lo tuyo me dices. Ahora bien, a medida que
la leía había cosas que no veía muy claro y
que sólo al final empecé a entender. Ciertas cosas
que tal vez tú te habías propuesto decir y que me
gustaría discutir contigo. En principio la novela me pareció
simplemente la historia de dos parejas que van juntas camino de
Veracruz y se detienen en Cholula un día. Una pareja está
formada por una norteamericana y su marido, un escritor mexicano;
la otra pareja por una mexicana y un checoeslovaco. En realidad
esta segunda pareja no es estrictamente una pareja porque sus relaciones
entre sí, y con los otros dos, son bastante ambiguas y permutables.
CF: Es una pareja en otro sentido.
ERM: Yo diría que es un ménage
à quatre.
CF: Un ménage de íncubos.
ERM: Y de súcubos. Bueno, estas dos parejas
van camino de Veracruz y se detienen en Cholula. En la visión
más superficial tu novela se ocupa de estudiar esa relación
cuadrangular a partir de ese día que está dado con
toda precisión de fecha.
CF: Es el 11 de abril de 1965.
ERM: El domingo 11 de abril de 1965.
CF: El Domingo de Ramos.
ERM: Estos cuatro personajes, en una etapa de
su viaje a Veracruz, se detienen en Cholula y visitan una pirámide.
Desde el principio, al leer esa especie de prólogo del libro
en que aparece la Cholula de hoy mezclada con la de los tiempos
de la conquista española, me pareció evidente que
tú querías introducir en tu novela varias dimensiones
simultáneas del tiempo. De entrada se puede suponer que los
acontecimientos de ese Domingo de Ramos encuentran sus ecos en otros
momentos de la Historia. Esto también sugiere que de alguna
manera las situaciones se repiten, aunque no se repitan exactamente
igual. Mientras leía la novela, esa sensación creada
por el prólogo, iba en aumento. No me parecía casual
que las dos mujeres, por ejemplo, tuvieran el mismo nombre: Elizabeth
e Isabel. De alguna manera sentía que eran permutables, que
se trataba de la misma mujer en distinta altura de la situación
vital o en distinta circunstancia. Los dos hombres, Javier y Franz,
también podrían ser el mismo.
CF: Iría más lejos: el Narrador podría ser
todos.
ERM: Sí, es cierto, porque hay un quinto
personaje importante que es un narrador que aparece en algún
momento y al que no hay que confundir contigo, con el autor. Ese
narrador se dirige casi exclusivamente a las dos mujeres.
CF: Sí, las va alternando, y no las trata de la misma manera.
Tiene una manera para dirigirse a Elizabeth, a la dragona, y otra
para dirigirse a Isabel, a la novillera. Pero en realidad está
dirigiéndose a las dos y a la misma, porque como tú
decías está potenciando en Elizabeth posibilidades
de Isabel y viceversa. En un sentido, para el Narrador, no sé
si para nadie más, Elizabeth es lo que Isabel puede ser
y lo que no debe ser al mismo tiempo. Isabel es una repetición
de Elizabeth a otro tiempo, a otro ritmo. De ahí el tema
del hombre que está siempre buscando a otra mujer
fuera de la suya sólo para encontrar nuevamente un reflejo
de esa mujer. Javier tiene el gran sueño romántico
de La Mujer con L y M mayúsculas. Está encontrando
mujeres particulares a las que no acepta, pero al mismo tiempo encuentra
a La Mujer que, en realidad, ya ha encontrado. La relación
se transfigura como una especie de diálogo de espejos.
ERM: Esa mujer que busca, ya la tiene. Es su
mujer, la única.
CF: Y está capturado por ella. El sentido de la novela en
este nivel es simplemente cómo se pierde y se rehace una
relación. Cómo se transfiguran, a través de
la relación los personajes. Salen purgados.
ERM: Por eso mismo, el final me parece un poco
equívoco.
CF: Totalmente equívoco.
ERM: En la última parte es como si sugirieras
varios finales posibles y ninguno del todo verdadero.
CF: Digo, la única manera de entender esta novela es si
se acepta su ficcionalidad absoluta. Absoluta ¿verdad? Es
una ficción total. No pretende nunca al reflejo de la realidad.
Pretender ser una ficción radical, hasta sus últimas
consecuencias.
ERM: De acuerdo. Pero hay cosas que despistan
al lector, aun ese lector que como yo estaba buscando y encontrando
un juego de espejos más o menos enfrentados y contrapuestos,
y es sobre todo el hecho de que en algunos pasajes el Narrador parece
definido como un personaje más, que acude en otro auto a
esa misma Cholula del domingo 11 de abril de 1965.
CF: Así es. El va por la carretera nueva. Directamente por
la supercarretera de cuota, mientras los otros se han perdido en
los vericuetos de las Pirámides y Cuernavaca, Xochicalco,
etc.
ERM: Esta circunstancia parecería postular,
en un nivel literal de interpretación, una diferencia objetiva
entre el Narrador y Javier.
CF: Sí, en el sentido de que el Narrador es el Deus ex
machina de la novela y Javier no.
ERM: Pero el Narrador es también personaje
de la novela y como tal está desprovisto de todo poder sobrenatural.
CF: Sí. Hay un momento en que aparece (no digo que
sea) como un simple chofer de taxi en Ciudad de México.
ERM: Por lo tanto, hay un plano en que el Narrador
de la novela puede ser también un chofer y puede ser Javier
en una especie de desdoblamiento. Y hasta te diría que también
puede ser Franz, lo que pone más en tela de juicio la identidad
de cada personaje.
CF: Seguimos alimentándonos del último gran hecho
espiritual del Occidente: el romanticismo. Cambio de piel
es una novela sobre inminencias románticas: el mundo definido
por la percepción individual es aberrante y puede conducir
a la poesía o al crimen: a Javier o a Franz, que son dos
rostros del mismo sueño. Por eso, toda la novela está
sometida en tela de juicio, se está sometiendo a sí
mismo en tela de juicio. ¿Es realmente el Narrador un señor
que manejaba un taxi o es una historia más que inventa Javier,
como las historias repetidas de sus encuentros con una mujer que
podría ser Elizabeth? Por eso es que hablo de una ficcionalización
radical.
ERM: Eso es lo que a mi me tienta más
de tu novela y que me la hizo leer con enorme interés. Porque
yo creo precisamente que la novela permite ese juego al escritor:
entrar y salir dentro de la realidad de la ficción que va
creando sin dejar de ser él mismo en el momento que la crea.
Todo escritor de una novela está creando un mundo paralelo
al propio, pero aquí, en tu novela, está también
metiéndose en ese mundo paralelo. Y al hacerlo, queda sometido
un poco a las leyes de ese mundo paralelo. Ahora, lo que también
me apasiona en tu novela es lo que se puede llamar ese lado mítico
que subyace en cualquiera de sus acciones. Aunque cada una de ellas
está perfectamente delimitada en un contexto preciso de aspecto
realista (esto es Praga, esto Cholula, esto Nueva York, esto Buenos
Aires), al mismo tiempo parece como si ese suceso concreto y único
pudiera representar simbólicamente cualquiera de los otros
sucesos ocurridos en la novela o aun fuera de la novela. Por eso
hasta cierto punto, los episodios norteamericanos o checos de la
novela tienen cierto aire apócrifo porque son como versiones
que un narrador se hace de esas realidad. Son, literalmente, episodios
de novela.
CF: Sí, totalmente; esa es mi intención.
ERM: Creo que el prólogo ese, hablando
de Cortés y de la Malinche fija el tono justo de la otra
dimensión más profunda de la novela.
CF: Repito: hay un intento de ficcionalizar. Entonces, los episodios
de Praga o de Nueva York, que en apariencia se presentan de manera
realista, son otros tantos episodios fictivos en la novela. De la
misma manera que las narraciones de episodios del pasado que también
incluyo convierten a la historia en ficción, en pura narración
imaginaria. La quema de los judíos en Estrasburgo, los exorcismos
de la monja Jeanne Fery, la Bella Otero, son otros tantos episodios
de ficción que podrían pertenecer a la Biblioteca
de Babel.
ERM: Claro, claro. E incluso el episodio del
campo de concentración en que aparece envuelto Franz es también
una historia y una ficción.
CF: Creo que es la unidad de la novela, una novela que a veces
parece no tener unidad. Para mí la unidad profunda es esa
que acabamos de decir: la Historia es ficción, la realidad
es apócrifa, el Nuevo Testamento fue escrito por Julio Verne.
ERM: Superficialmente, tu novela parece como
si fuera un mosaico, hecha con recortes de cosas heterogéneas.
Pero en realidad tiene un diseño profundo. Su importancia
no está en la anécdota que cuenta, que está
casi contada de entrada y es poco significativa en sí misma,
salvo el final. Sino que cada pieza de ese mosaico remite a una
figura, una especie de diseño interior que se refiere a esa
posibilidad de permutar los personajes y las situaciones y los episodios.
Entonces, tanto la violencia de los españoles en Cholula
como la posterior violencia de los beatniks en la pirámide,
como la violencia con que se quemó a los judíos en
Estrasburgo o la violencia nazi, son la misma violencia.
CF: Hay una historia paralizada. Hay una historia convertida en
Estatua de la Historia, remitida a sí misma, regresada a
sí misma. No hay progreso histórico, eso es lo que
está diciendo un poco la novela: no hay escatología,
hay puro presente perpetuo. Hay la repetición de una serie
de actos ceremoniales.
ERM: Ahí está, ése es el
aspecto mítico del libro porque no hay que olvidar que todo
empieza y concluye en mito. En el meollo del libro hay un sacrificio,
un sacrificio en una pirámide.
CF: Es el sentido mexicano de la novela. Por eso culmina ahí.
ERM: Claro, y por eso no importa que el sacrificio
sea hecho por los aztecas contra los tlaxcaltecas o los españoles
contra los aztecas o los cristianos contra los judíos o los
nazis contra los judíos o unos personajes de la novela contra
otros. Ahora bien, aparte de eso que se puede llamar el sentido
simbólico profundo del libro, está, creo, la historia
de los personajes mismos en el plano de su vida amorosa. Ese eterno
conflicto del hombre - que - busca - una - mujer - particular -
a - través - de - varias - mujeres. Ahí es donde yo
pensé que los dos planos de desarrollo de la novela (el anecdótico
y el mítico) podían llegar a confundir un poco al
lector y llevarlo incluso por la pista de que Franz y Javier eran
la misma persona. Una especie de Doctor Jekyll y Mr. Hyde.
CF: Hasta cierto punto. Hay toda una escena, la del juicio, con
los beatniks que interpretan los papeles de los personajes.
Dentro de un juicio, es decir, dentro de un proceso, hay otras soluciones
que posiblemente no sean las soluciones abstractas, míticas,
del novelista, sino que interviene una especie de prueba de la necesidad,
que es lo único que escapa a las manos del mitólogo.
ERM: En el fondo, Cambio de piel es como
una de esas famosas historias románticas sobre el tema del
döppelganger. Lo que pasa es que tú presentas
más de un doble: hay uno compuesto por Elizabeth e Isabel,
otro por Javier y Franz.
CF: La novela está llena de dobles. Hay incluso un capítulo
dedicado al doble, a William Wilson, a Mr. Hyde. Todo apunta a una
cosa: la novela misma es un doble.
ERM: Lo curioso es que mi experiencia de lector
resulta por eso mismo paradójica. Mientras leía la
novela, cuanto más tú mostrabas a Javier y Franz como
dos personajes distintos, con pasados distintos, con naturalezas
distintas, yo los veía como la misma persona. Sólo
cuando tú revelas su identidad simbólica, se me aparecieron
al fin como dos personajes. Sólo allí me resigné
a aceptar que Javier y Franz eran al fin y al cabo dos. Te digo
esto para que veas hasta qué punto la lectura de tu novela
me hizo participar en la creación misma. Eso es lo que me
parece extraordinario de Cambio de piel: que el lector deba
moverse simultáneamente en todos sus planos, sin renunciar
del todo a ninguno de ellos, y descubriendo finalmente que hay una
identidad profunda entre todos. Ahora, de un punto de vista más
superficial, te haría una crítica. Me parece que toda
la primera parte abusa tal vez demasiado de los detalles del realismo
concreto de cada situación y, por eso mismo, al lector le
cuesta bastante (es una empinada cuesta) llegar hasta el momento
en que puede empezar a atar los subterráneos hilos de la
historia.
CF: ¿Pero no es a causa de la dificultad de la primera parte?
ERM: Ahí está el problema.
CF: Finalmente, yo concibo la literatura como una especie de encuentro
de resistencias entre el lenguaje y la realidad. Por ello parto,
quizás, con un plan, parto de presentar una realidad casi
o totalmente opaca, impenetrable, y de hacer el ensayo de penetrarla
para llegar a lo que quiero decir, de no evadirme de esa dificultad.
Ahora lo que yo me pregunto, y te lo pregunto a ti como crítico,
es si la segunda parte puede sostenerse sin toda esa espesura
de la primera parte.
ERM: Eso es difícil de contestar. O mejor
dicho: imposible. Habría que haber leído sólo
la segunda parte, sin conocer de la primera más que una versión
simple y esquemática. Mira, el problema del crítico
es que resulta relativamente fácil señalar las cosas
que no le parecen bien, pero es mucho más difícil
encontrar soluciones o respuestas. Porque si las encuentra ya no
es crítico, sino es otro señor que debía ponerse
a escribir otro libro y dejar en paz al autor.
CF: El döppelganger del autor.
ERM: Exactamente. Creo que el crítico
debe señalar ciertas cosas y dejar que el autor las vea o
no las vea, las resuelva o no las resuelva pero a su manera. Por
eso estuve pensando mucho antes de decirte que, a mi juicio, la
primera parte tendría que ser revisada drásticamente.
Creo que hay en ti un amor apasionado por el detalle concreto de
cada cosa que escribes. Tu increíble memoria para los menores
aspectos de una realidad, esa cualidad de captar todas las dimensiones
de un objeto, desde las más exteriores hasta las más
imaginarias, hace que cuando escribes te cueste sacrificar algo.
CF: Yo soy puter-inner, no un taker-outer.
ERM: Sí, sí. Te disparas hacia
todos los extremos de la realidad al mismo tiempo y sobre todo cuando
estás empezando a trabajar un ambiente, cuando estás
presentando por primera vez cualquiera de los escenarios en que
se desarrollan las escenas capitales de la novela, entonces se manifiesta
una tendencia a la acumulación que sólo resulta justificable
después. Para emplear un ejemplo concreto: No te hablo de
Praga porque no la conozco, pero esa calle Lavalle de Buenos Aires
que tú presentas en un capítulo, con sus numerosos
cines y la evocación de viejas películas argentinas
y todo lo demás. Bueno, a mí me pareció que
habría bastado con la mitad para dar la sensación
que tú buscas. Que hasta cierto punto te ha traicionado el
placer y la diversión extraordinaria, un poco masoquística
si se quiere, de evocar a Florén Delbene y a Tita Merello
y a Santiago Arrieta y a toda esa horda de espantosos actores de
películas argentinas que hemos padecido en nuestra juventud.
CF: Bueno, hay por un lado lo que dices. Por otro lado, hay una
razón muy evidente y es el hecho de que Elizabeth se está
tratando de construir una mitología a partir de estas evidencias
inmediatas que son objetos, que son películas, que son calles,
que son trajes, que son cosas. Hay todo un mundo de cosas, muy pesadas,
muy graves, muy opacas, y que están allí, a partir
de las cuales trata de construir su realidad una judía norteamericana,
o que pretende pasar por una judía norteamericana.
ERM: Tal vez sólo sea una judía
mexicana que pretende pasar por una judía norteamericana
que trata de ambientarse en Buenos Aires por medio de dosis masivas
de cine argentino de los años 30. Es claro. Pero eso es más
visible para el autor que para el lector. Al menos en esa etapa
de la novela. En cambio, el otro episodio argentino, el episodio
del balcón que aparece un poco más adelante, en que
Javier y Elizabeth miran a la otra judía de la casa de enfrente,
bueno, eso me parece, del punto de vista del lector, absolutamente
magistral. No hay allí nada que sobre ni que falte.
CF: Pero ¿sabes por qué? Ahí hay una relación
funcional entre Elizabeth y Javier. Están los dos referidos
a esa muchacha desconocida y aun cuando haya una negación
de la relación, están juntos en esa relación.
En el otro capítulo, que es un paseo solitario de
Elizabeth a lo largo de Buenos Aires, ella está sin Javier,
y entonces está supliendo al hombre con los objetos, con
las películas, con una serie de cosas.
ERM: En ese capítulo yo sentí más
soledad de Elizabeth en su encuentro fortuito con otro hombre en
el cine o en la espera de Javier en una mesa de café. Ahora,
volviendo a la acumulación (y te adelanto este argumento
para que veas que no sólo soy el abogado del Diablo sino
del Otro), creo que la novela entera tiene cierto estilo de pop
art.
CF: Ah, muy evidentemente, muy evidentemente.
ERM: Y el pop art argentino, por definición,
es ese cine que la protagonista anda buscando por Lavalle.
CF: El pop art de América Latina tiene una riqueza
infinita. Eso me interesó mucho mientras escribía
la novela. Mira, tú hablas de una mayor selección.
Y en esta novela, a veces, hay una especie de indiscriminación
que va mucho con el espíritu del pop.
ERM: De acuerdo. Aunque no sé (hablo como
crítico) si la estrategia literaria de todo autor frente
a su lector potencial no te obligaría a apretar un poco más
esa primera parte. Tal vez sea cuestión simplemente de ajustar
un poquito más el texto, usando un lápiz azul o rojo.
De todos modos, este es un asunto muy delicado. El otro problema
que se me planteaba leyendo la novela es el personaje de Elizabeth.
Es decir, me parece que te resulta mucho más fácil
dar rápidamente a Franz o a Javier o a Isabel que a Elizabeth.
En la primera parte de la novela, es un personaje exclusivo, hasta
ambiguo. No sé si es porque en realidad todos sus recuerdos
de Nueva York resultan al fin bastante apócrifos, pero como
no están presentado como apócrifos, el lector desconfía
pero no sabe por qué. Me pregunto si no habría que
encontrar la manera de que esos recuerdos aparecieran con algún
elemento que revelara su carácter de invenciones del personaje.
CF: Bueno, yo creo que eso está dado en un pasaje. Primero
está ella con el padre en la estación de Pennsylvania
y recuerda su niñez, esa niñez apócrifa. Sigue
adelante la cosa, va con el padre al Fulton Fish Market, anda por
aquí, por allá, se presenta la madre, esta madre que
tiene miedo, que es una judía ortodoxa, frente al padre que
es un judío reformista, y hay un momento en que Elizabeth
está contando mentiras dentro de esa narración. Ella
está hablando de un verano y un invierno en Connecticut,
en una granja donde han ido los hijos del Sr. Mendelsohnn. Ella
no está ahí; es obvio en la novela que ella no está
ahí y lo está narrando, sin embargo, con la misma
exactitud apócrifa del resto. La narración nos está
remitiendo siempre a una especie de mundo idílico inventado,
un Walden Pond de Thoreau, que esta niña ha imaginado para
escapar de su realidad y de ese padre que, en el verano de Nueva
York, le dice brutalmente: "Sal rápidamente que va a
pasar el camión que riega las calles para que se den una
bañada tú y Jake".
ERM: En vez de la naturaleza idílica,
la sordidez ciudadana. Hay aquí un verdadero contrapunto
de dos mentiras.
CF: Creo que es ése el único momento en que me atrevo
a hacerlo.
ERM: Pienso si no tendrías que tirarle
dos o tres cabos más al lector. No sé, te lo pregunto
como lector más que como crítico.
CF: Creo que lo tendré que pensar, sí. En todo caso,
ya descubrimos el pastel.
ERM: Como crítico te digo que no importa
mucho: de todos modos, retrospectivamente, uno se explica por qué
los recuerdos de ella aparecen tan apócrifos.
CF: Están sacados de películas de los años
30; son imágenes de Dead End, de películas
de John Garfield, por quien ella tiene una admiración mítica.
ERM: Exactamente. Ahora, el peligro es que el
lector crea que ese es un defecto tuyo como narrador. Que tú
mismo, y no Elizabeth, has reconstruido esos recuerdos sobre aquellas
películas.
CF: ¡Ah! Pero esta es una novela que está siempre
sobre el filo de la navaja. Mi padre la leyó y me la tiró
a la cara. Se indignó conmigo completamente: "Entonces
resulta que nada era cierto". Claro, el lector quiere saber
que lo que le están contando se lo cuentan seriamente
y con un intento de reproducir la realidad. Aquí no hay ese
intento. Aquí resulta que "nada era cierto". Igual
que siempre: Don Quijote no es cierto, es sólo un deseo:
el de Cervantes y el de Alonso Quijano. La imaginación es
idéntica a sus deseos, y estas imágenes son sólo
la aspiración de mis personajes; es decir, su única
libertad posible.
ERM: Por esa cualidad de apócrifa es por
lo que te decía antes que en cierto sentido la novela me
parece pop art, porque no hay nada más fabricado que
el pop, que parece una reproducción mediocre de la
realidad y es, sin embargo, lo más superrealista que se puede
pedir. De todas maneras, con mis objeciones estoy previendo un poco
las que no van a dejar de hacerte los críticos más
provincianos de América Latina: por qué te pones a
inventar una Praga y una Munich completamente sacada de libros y
películas (todo el expresionismo alemán) y una Nueva
York también de segunda mano. Hasta cierto punto ahora resulta
más claro que antes que también es un procedimiento
legítimo.
CF: Sí, como el tarro de Warhol de la Campbell está
sacado del original de la sopa Campbell y sin embargo no es el tarro
de la sopa Campbell.
ERM: También me parece pop todo
ese prólogo, con el tono falsamente mexicano, de gran epopeya
cinematográfica en colores.
CF: Pero para reírse de ella. Hay un momento, después,
en que Isabel dice: "Todo esto parece un paisaje de película
del indio Fernández". En fin, toda la novela está
llena de estas cosas. Es una novela abierta. Las correspondencias
podrían seguir hasta el infinito.
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