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Rodríguez Monegal: "Me habían
sacado del país, pero ahora es mío otra vez"
Reportaje de Miguel Angel Campodónico
En: Aquí, Montevideo, 05/11/1985
p. 24.
"Crítico durante más de 15 años en
el semanario Marcha, colaborador de la revista Escritura y fundador
de Número, director de la revista Mundo Nuevo en París,
profesor en el Instituto de Profesores Artigas, autor de una vastísima
obra publicada en el Uruguay y en el extranjero, Emir Rodríguez
Monegal ha vuelto a Montevideo donde permanecerá unos pocos
días para regresar luego a Estados Unidos, país en
el que reside desde hace muchísimos años dictando
clases en la Universidad de Yale. Hombre combatido, generador de
polémicas encendidas y de comentarios a veces maliciosos,
conversó con AQUÍ de su vida dedicada a la literatura,
del Uruguay que acaba de recuperar después de 17 años
y de algunas de las leyendas que se han tejido sobre su nombre.
- A usted se le recuerda, entre otras cosas,
por el enfoque diferente que le imprimió a la crítica
literaria desde Marcha y por combatir aquella modalidad uruguaya
que usted mismo señalara de emitir juicios favorables en
privado y adversos en público. ¿Cree que aquella forma
nueva de hacer crítica -rigurosa y seria- fue continuada?
- Yo fui sólo uno, en Marcha había cinco críticos
que cumplían distintas funciones, cine, teatro, música,
etc., de manera que éramos un grupo. Pero también
había mucha gente fuera, en revistas como "Escritura"
o "Clinamen", de manera que se fue forman lo que Rama
llama "la generación crítica". Claro, no
coincidíamos en todos los detalles, pero coincidíamos
en exigir una crítica que fuera crítica y esto fue
una labor colectiva. En mi caso, como yo fui docente y era una persona
muy lectora a la que le interesaba mucho la literatura, tal vez
me haya destacado medio centímetro más porque siempre
estuve dedicado a eso, no hacía otra cosa. Pero fue una obra
colectiva muy importante porque a partir de ahí la crítica
-buena, mala, genial o estúpida- volvió a ser crítica
como lo había sido en el Uruguay con Francisco Bauzá,
Rodó o Zum Felde. Nosotros la restauramos con métodos
nuevos aunque no siempre coincidiendo, hubo polémicas feroces,
fantasías y leyendas, al extremo de que hasta el día
de hoy se inventan cosas.
- ¿Pero esa forma ha continuado?
- Yo ahora estaba mirando un diario y noto que, aunque sea de una
forma sencilla, cualquier persona que comenta un espectáculo
ha leído la obra y se toma el trabajo de escribir pensando.
Además, por las publicaciones que recibo en Estados Unidos,
veo que en unas existe rigor, en otras menos, es verdad, pero esto
también pasó en la época nuestra en la que
había gente que seguía improvisando y guitarreando.
- Con respecto al fenómeno de Marcha,
de la que tanto se habló y se habla, ¿cree que se
puede repetir?
- Ningún fenómeno es repetible, ya que obedece a
circunstancias muy particulares, pero, además, Marcha era
en primer lugar el Dr. Quijano, una personalidad única y
absoluta cuyo valor recién empezamos a ver, y por otra parte
todos nosotros somos ahora unas antiguallas de museo. De modo que
no es repetible por la gente, pero también por el ambiente.
El poco dinero que había para la cultura lo usábamos
a fondo. Nosotros hacíamos milagros, revistas y páginas
literarias, espectáculos, traíamos gente de cine,
se ponían obras de teatro, todo con muy poco dinero y mucho
sudor. Por ejemplo, Idea Vilariño y yo tradujimos Hamlet,
luego lo hizo Taco Larreta y nosotros no recibimos ni un centavo
y seguramente Taco no debe haber ganado mucho.
- ¿Por qué se fue del Uruguay?
- A mí me fueron en el año 1968. Cuando volví
de Francia con una licencia sin goce de sueldo me enteré
que me habían destituido por abandono de cargo. Todo fue
una intriga espantosa, yo había ganado mis cargos de profesor
por concurso y después de 20 años de trabajo me quedé
en la calle. Como sin las clases no podía vivir, porque lo
que ganaba como crítico me daba para muy poco, me fui a buscar
trabajo por ahí. Estuve en Caracas, en Francia, en Inglaterra,
hasta que al final conseguí un trabajo permanente en la Universidad
de Yale. Yo pude venir al Uruguay sin problemas hasta el '71 y lo
hice habitualmente para visitar a mi familia. Pero en el '72 mi
hija cayó presa por tupamara y a mí me acusaron de
subvencionar a los tupamaros porque le mandaba 80 dólares
a ella para que no se muriera de hambre. ¿Quién puede
con esa máquina? Al final, cuando ocurrió el incidente
con Marcha, yo escribí una carta al New York Times
diciendo cómo era posible probar que no había censura
en el Uruguay si se censuraba a las personas que hablaban de censura.
Yo al final estaba preso en Estados Unidos, no podía conseguir
el pasaporte uruguayo.
- ¿Entonces tuvo problemas con un gobierno
democrático y también con el régimen militar?
- Lo del '68 no sé si fue por político, me echaron
y hasta el día de hoy estoy por averiguar qué fue
lo que pasó, me quedé sin las clases en el IPA y en
el IAVA. Ni siquiera pude presentar un recurso legal.
- ¿Cuál es su actividad en Yale?
- Allá exigen dedicación completa y como no podía
hacer nada que no fuera literario usé mi tiempo libre, fuera
de las clases, para la investigación y he publicado alrededor
de diez libros en español, portugués, francés,
italiano e inglés. Claro que para mí fue un poco la
mutilación de la otra parte mía que era la del crítico
que escribía sobre lo que quería.
- ¿Cuál es el nombre de la cátedra
que usted tiene en Yale?
- Es una cátedra de literatura Latinoamericana, que incluye
a la brasileña, y comparada. Yo doy cursos sobre literatura
hispanoamericana, brasileña, y cursos en inglés sobre
las relaciones entre esas literaturas y las literaturas universales.
- ¿Ha podido seguir la producción
literaria uruguaya de los últimos años?
- Muy poco, algo me llega, pero falta material bibliográfico.
Yo me paso pidiendo, pero leeré el cinco por ciento de lo
que se publica, de modo que sería un irresponsable si opinase.
- De lo que ha dicho anteriormente ¿puede
pensarse que siente una suerte de desquite al volver después
de 17 años al Uruguay?
- A mí lo que me importa es que me había sacado el
país y ahora es mío otra vez. Yo vuelvo a mi patria,
a mi mundo, esto es lo único importante. Ahora, si además
la gente reconoce mi trabajo y es cariñosa conmigo, yo estoy
muy agradecido, pero aunque hubiera vuelto y nadie me hubiera dicho
"ahí te pudras" el regresar al Uruguay para mí
ya era todo.
- ¿Usted vuelve a Estados Unidos a continuar
su misma actividad interrumpida por estos días en Montevideo?
- Yo no tengo más remedio que volver porque es la única
fuente de ingreso que tengo. Además estoy muy enfermo y ellos
tienen unos sanatorios fabulosos. Si he podido venir al Uruguay
es porque me han hecho dos operaciones que me han salvado la vida.
- ¿Qué es lo que destacaría
de su obra publicada en el extranjero?
- El más importante, como trabajo literario, es una biografía
de Borges de 500 páginas, erudito y a la vez de gran imaginación.
Borges -que no lo leyó- dice por lo que le contaron que escribí
una biografía fantástica sobre él. Y desde
un punto de vista más general, me importa la antología
de la literatura latinoamericana total que se publicó en
dos tomos, un libraco de mil páginas que ha tenido un gran
éxito y que sirvió para explicarles a los norteamericanos
que cuando ellos estaban comiendo maíz, en Latinoamérica
ya había literatura con grandes escritores. La parte colonial
de este libro fue publicada ampliada en Alemania y ahora se hizo
una edición todavía mejor en España, mucho
más completa, de toda la parte colonial, muy bien ilustrada
y diagramada, al punto de que acaba de recibir el premio al mejor
libro del año. Claro que esto no me corresponde a mí,
pero por pura casualidad pasé por Madrid y recogí
el pergamino.
- Hay una pregunta que no quiero dejar de hacerle
y, por supuesto, usted la contestará o no: ¿qué
opina de Felisberto Hernández?
- Siempre he opinado que Felisberto es un gran escritor, el que
creía que yo opinaba mal de él era Felisberto Hernández,
pero él no era un crítico. Yo escribí una nota
en Marcha en el '46, en la que lo comparaba con Joyce y Kafka, de
modo que me parece que no estaba mal acompañado. Lo que pasó
fue que en un momento en que a mí me interesaba mucho el
psicoanálisis -y me sigue interesando- hice un análisis
psicoanalítico de los cuentos de Felisberto Hernández
y a partir de eso, y de la ignorancia de ciertos compatriotas, se
creyó que yo lo estaba atacando. El pobre Felisberto, que
era una persona extremadamente imaginativa, pero también
un poquito influible por sus amigos, se dejó convencer de
que yo lo había destruido. La culpa mía fue la de
utilizar una técnica que en Montevideo que no se conocía.
A partir de ahí un pequeño y diligente no lector -o
no lector cuando le convenía- empezó a decir que yo
era enemigo de Felisberto, el propio Felisberto decía que
yo era su enemigo y la hija de Felisberto decía también
que yo era enemigo de él. Pero los textos están ahí.
El incidente más grotesco de la campaña de estupidez
nacional sobre Felisberto y E.R.M., fue que en la antología
de ficción yo puse dos cuentos de Felisberto autorizado por
la editorial, pero la hija, a quien no conozco, dijo que yo era
enemigo de su padre y me desautorizó para publicarlos.
- ¿Qué piensa acerca de la posibilidad
de seguir escribiendo en un medio tan peculiar como el Uruguay?
- En el '45 hicieron una encuesta y le preguntaron a Borges, ¿por
qué escribe usted? Borges contestó: "Porque no
podría no escribir". Es decir, escribir es un acto vocacional,
se vive la escritura, la ficción, la literatura, lo imaginario,
o no. Quienes tienen ese don escriben en la cárcel, en los
asilos de mendigos, en la biblioteca nacional, en palacios, pero
escriben por eso. Cualquier persona que escriba para ganar dinero
o para hacerse famoso está loco y está loco en el
mundo entero. Ahora, escribir en este país me imagino que
debe ser un sacrificio terrible, de manera que sólo escribirán
los que tengan una gran vocación. Cada generación
tiene que encontrar su propia solución, como la nuestra buscó
la suya."
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