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            ... todavía nos invaden sus montoneras de 
              jugadores de fútbol de 
              críticos cinematográficos de críticos literarios 
              de críticos  
              diacríticos entre argentina y brasil gime uruguay críticamente. 
              (César Fernández Moreno, "Un argentino de vuelta", 
              en MN 12, 14) 
              
            1. La crítica periódica 
            La emergencia de una literatura, la presencia sostenida de un grupo 
              de obras, consideradas como un conjunto homogéneo, en los 
              discursos jerarquizados de la cultura occidental es una consagración 
              raramente contemporánea a la producción misma. Ésta 
              es una de las razones por las cuales el caso de la "nueva novela" 
              latinoamericana, de su canonización vertiginosa en sólo 
              una década, es un objeto de estudio apasionante para el comparatista. 
              El boom (y no entraré aquí a discutir el término) 
              trajo consigo una multiplicidad complejísima de fenómenos 
              para-literarios; y entre ellos resulta particularmente interesante 
              el estudio de un discurso crítico de riqueza excepcional 
              en su variedad, en su abundancia y en sus contradicciones, que se 
              perfila en los años 60/70 simultáneamente a la publicación 
              de las obras, provocándolas, estimulándolas y, a veces, 
              precediéndolas. Este trabajo crítico se inició 
              en América Latina, pero la movilidad de los autores dentro 
              del continente, debida en su gran mayoría al exilio, se prolongó 
              en esos años hacia España, Europa y los Estados Unidos, 
              difundiendo sus modelos literarios con celeridad y eficacia. 
            La afirmación de la existencia de esta actividad puede parecer 
              extraña cuando ya es un lugar común lamentarse por 
              la insuficiencia de la crítica literaria en nuestros países. 
              El carácter mismo de la emergencia y la necesidad de afirmación 
              gradual de su objeto, la literatura latinoamericana, impidieron 
              su homogeneización y autoconciencia. Desperdigada en numerosos 
              países y manifestaciones, aislada y conflictuada política 
              y económicamente; templada en reiteradas crisis de capilla, 
              debatiéndose en la superación de maniqueísmos, 
              ejercida frecuentemente por los autores mismos, la crítica 
              vive vigorosamente en las revistas literarias. Y si la cantidad 
              es impresionante, no lo es menos la abundancia de informaciones 
              "en vivo" que nos brindan. Como lo señalan Lambert 
              (1980) y Swiggers (1982), el historiador debe estudiar el circuito 
              literario (producción, distribución, recepción, 
              traducción) para definir la literariedad de los textos según 
              un sistema de normas y de valores en evolución; y en el caso 
              que nos ocupa, 
             
              el análisis métodico de las revistas (...) ofrece 
                una fuente excepcional do informaciones primordiales sobre la 
                producción y la vida literarias, tanto del lado autor-editor 
                como del lado del público (Vlasselaers, 1982). 
             
            Ahora bien, ¿por dónde empezar?(1) 
              Hemos partido de una hipótesis: en todo discurso social (Angenot, 
              1984), incluso en ese mare magnum de discursos que es el 
              de las revistas latinoamericanas, hay modelos predominantes que 
              han logrado imponer sus sistemas de valores a los demás, 
              que los han exportado y "vendido" con más eficacia 
              que otros. Éstos son, precisamente, los más coherentes 
              y fáciles de detectar: tienen un programa claro que se destaca 
              nítidamente frente a los partidismos e incongruencias de 
              las periferias. La crítica uruguaya se perfila así 
              como uno de los hilos más fuertes y determinantes en la segunda 
              mitad del siglo, y en ella, desde luego, Marcha es un mojón 
              insoslayable. Puede decirse que sus redactores principales marcaron 
              los rumbos de, por lo menos, dos de las líneas críticas 
              más netas y definidas del continente; y en el caso particular 
              de Emir Rodríguez Monegal, la construcción de un Mundo 
              Nuevo cuyo discurso cobró fuerza y autoridad hasta constituir 
              a fines de los años sesenta uno de los parámetros 
              hegemónicos del modelo triunfante. Mentor indiscutido de 
              unos; blanco obsesional de las diatribas, ataques y calumnias de 
              los otros: nadie fue indiferente a su trabajo. 
            El estudio de una figura aislada, sin embargo, no puede ser sino 
              parcial ya que sus manifestaciones son entrelazamientos de relaciones 
              que las integran en las diferentes prácticas discursivas 
              de su época. Éste es el caso, particularmente, si 
              nos dedicamos al análisis de la primera etapa en la producción 
              crítica de Rodríguez Monegal como redactor y director 
              de Marcha desde 1943 hasta 1960. En este período no 
              pueden estudiarse sus posiciones individualmente, sino en contrapunto 
              con otras y, particularmente, con las de Ángel Rama (aunque 
              la confrontación, tal como la vislumbro 
              ahora, podría parecerse mucho al desenlace de "Los teólogos", 
              de Borges.)(2) También exige un estudio 
              plurívoco, a partir de julio 1968 y de su nombramiento en 
              Yale, su inserción en la crítica latinoamericana en 
              los Estados Unidos, junto a Alfredo Roggiano, la Revista Iberoamericana 
              y el Instituto Internacional. Allí encontró posiciones 
              y aspiraciones que coincidieron con las suyas, y su actividad se 
              multiplicó increíblemente hasta su último viaje 
              al Uruguay y su muerte el 14 de noviembre de 1985. 
            Entre esos dos períodos se encuentra la época de 
              la revista Mundo Nuevo, que es completamente diferente. Él 
              fue el dueño absoluto de su revista: él escogió 
              sus colaboradores, seleccionó sus entrevistas y sus materiales; 
              su función fue la del narrador omnisciente de "un" 
              mundo (entre muchos mundos posibles) que fue su entera creación, 
              y que se rigió según sus propias leyes: resulta absolutamente 
              legítimo, pues, considerarle eje y parámetro de toda 
              lectura de su propio territorio. Me centraré aquí 
              en esta segunda etapa porque es la única que puede estudiarse 
              como un todo independiente, aunque, desde luego, otras perspectivas 
              de lecturas deberán completar la mía para 
              describir las otras voces y las relaciones entre ellas que dinamizan 
              la revista.(3) 
              
            2. Mundo Nuevo 
            La revista, mensual, fue fundada en julio de 1966 en París. 
              La impresión que causan sus veinticinco primeros números 
              es la de una conciencia clarísima del proyecto emprendido 
              y de las maneras de realizarlo, sumadas a una eficacia y a una coherencia 
              totales en su ejecución. Rodríguez Monegal ha decidido 
              crear "una literatura" en el sentido en que emplea esta 
              expresión Octavio Paz: 
             
              la crítica es lo que constituye eso que llamamos una literatura 
                y no es tanto la suma de las obras como el sistema de sus relaciones: 
                un campo de afinidades y oposiciones (MN 21, 57). 
             
            Se trata de crear un espacio intelectual: un contexto, cuyas exigencias 
              se describen con precisión en la primera editorial de Mundo 
              Nuevo. Deberá ser: 
             
              a la vez internacional y actual; deberá establecer un 
                diálogo que sobrepase las conocidas limitaciones de nacionalismos, 
                partidos políticos (nacionales o internacionales), capillas 
                más o menos literarias y artísticas. 
             
            Esta caja de resonancia permitirá: 
             
              recoger en una publicación periódica, verdaderamente 
                internacional, lo más creador que entrega América 
                Latina al mundo para lograr una cultura sin fronteras, libre de 
                dogmas y fanáticas servidumbres (MN 1, 4). 
             
            La línea de trabajo fue, pues, la construcción de 
              una literatura latinoamericana y cosmopolita, que estableciera una 
              especie de Internacional de la cultura sin dejarse regir ni influenciar 
              por ningún otro criterio que el de su director: 
             
              Mundo Nuevo establecerá sus propias reglas de juego, 
                basadas en el respeto por la opinión ajena y la fundamentación 
                razonada de la propia; en la investigación concreta y con 
                datos fehacientes de la realidad latinoamericana, tema aún 
                inédito; en la adhesión apasionada a todo lo que 
                es realmente creador en América Latina. 
             
            Tomando esta presentación como punto de partida, veamos 
              los postulados que propone: qué referentes tienen, para Rodríguez 
              Monegal, los términos "internacional", "latinoamericano", 
              "actual", "creador" y "libre de dogmas"; 
              y cuál es la metodología que le permitirá seguir 
              las reglas de "respeto", "rigor" y "apasionamiento" 
              que considera fundamentales. Efectuaré simultáneamente 
              para ello una lectura de las propias opiniones del crítico 
              y un análisis de la revista y de sus materiales. 
              
            3. Las opiniones de Rodríguez Monegal 
            A) Una literatura "latinoamericana" e "internacional" 
            El impacto de la novela latinoamericana en los años sesenta 
              suscitó en el extranjero una imagen unívoca de nuestra 
              producción cultural, y esta simplificación provocó 
              la reacción indignada, no sólo de los nacionalistas 
              autóctonos, sino también de los indigenistas europeos 
              cuya especialización los convertía en defensores de 
              "la diferencia", del color local y del regionalismo: no 
              es lo mismo un gaucho, desde luego, que un maya. Sin embargo, aquellos 
              intelectuales latinoamericanos que habían viajado mucho -o 
              que vivían en el exilio- abogaron por la superación 
              de los ghettos y por la intensificación del mestizaje: "el 
              maya" y "el gaucho" no existen en tanto categorías 
              abstractas: se trata de seres humanos complejos, que viven en el 
              siglo XX, como Borges o como cualquier europeo. Carlos Fuentes, 
              por ejemplo, alma tutelar de Mundo Nuevo, es presentado como un 
              intelectual que no sólo viajó por Europa, sino también 
              por los Estados Unidos y la Unión Soviética, adquiriendo 
              así la distancia necesaria para ver el conjunto de América 
              Latina sin chauvinismos. Rodríguez Monegal considera que 
              su amplitud de visión le permitió percibir nuestra 
              literatura como la vieron los lectores, editores y críticos 
              extranjeros: 
             
              sin parcelarla en pequeños cotos paraguayos, mexicanos, 
                uruguayos y chilenos, sino [...] como un todo orgánico 
                lleno de correspondencias internas y externas (MN 1, 21). 
             
            También Octavio Paz expresa la misma convicción: 
             
              no hay una literatura argentina, chilena o mexicana, sino la 
                literatura de una sola lengua. [...] La América Latina, 
                aunque subdesarrollada, es parte integral de Occidente (MN 
                3, 73). 
             
            Los nacionalismos son duramente fustigados por Rodríguez 
              Monegal. Así, censura a sus colegas de la revista Ercilla, 
              de Chile, con la cual habitualmente las relaciones son inmejorables 
              (MN 11, 88). Estos redactores, conjuntamente con los del 
              diario El Siglo, llamaron a críticos y escritores 
              a debatir el problema de la actual novela chilena. El director de 
              Mundo Nuevo, respondiendo al debate, aclara que "es 
              difícil establecer cálculos sobre bases nacionalistas" 
              y propone una visión continental. Su crítica se vuelve 
              irónica y mordaz cuando comenta una reunión similar 
              realizada en Argentina a instancias del diario El Mundo sobre 
              el tema "realismo y vanguardismo", donde se atacó 
              a la vanguardia del Instituto Di Tella, favorita del apoyo oficial 
              (MN 6): "la rancia enemistad de pronto se convertiría 
              en fraternal abrazo sobre el terreno, algo inesperado, del nacionalismo", 
              cuya mejor expresión, el peronismo, resulta paradójicamente 
              aceptable para sus adversarios tradicionales ya que "la izquierda 
              abandona su internacionalismo" como afirmó Roberto Cossa. 
              La sorna alcanza incluso a Fernández Moreno, presente en 
              la reunión, autor de un libro poético titulado Argentino 
              hasta la muerte. Ser colaborador fiel de Mundo Nuevo no 
              garantiza la impunidad, e incluso Severo Sarduy, el más actual 
              y vanguardista, quien recibe habitualmente todo el apoyo del director 
              en sus opiniones, le irrita cuando se obstina en hablar de una "búsqueda 
              de la cubanidad" (MN 2, 18). 
            Un grave peligro es la interpretación literal de] cosmopolitismo, 
              error frecuente cuando se habla de Darío (MN 7). La 
              crítica al propio país es una prueba de amor, porque 
              es una autocrítica, y nadie se traiciona a sí mismo 
              reconociendo sus propios defectos. Siniavski y Daniel (MN 
              1), Arthur Miller (MN 4), Orfila Reynal (MN 3, 82-83) 
              fueron perseguidos por haber atentado contra la "imagen" 
              de los países en los que vivían o trabajaban; Mundo 
              Nuevo busca a un norteamericano, Nisbet, para hablar del plan 
              Camelot (MN 9, 78-94) porque "el valor autocrítico 
              de un trabajo como éste no necesita ser encarecido" 
              (79). Si se critica a la patria es porque nos hace daño, 
              y es sobre esta base que se reivindica la virulencia de Martínez 
              Estrada, precisamente en artículos de César Fernández 
              Moreno, refrendados aquí por la bendición de la revista. 
            Lo que provocó la irrupción de la literatura latinoamericana 
              en el escenario internacional no fue su temática ni su color 
              local, sino una manera de creer que universalizó lo propio, 
              que permitió trascender el regionalismo incorporando todo 
              lo que de fértil pudiera tener lo extranjero, lo ajeno, lo 
              diferente. La apertura es el signo de los intereses de Mundo 
              Nuevo en el continente y fuera de él. Todos los grandes 
              escritores, y particularmente los de lengua española, han 
              sido criticados por "extranjerizantes" (MN 7, 39): 
              desde Garcilaso, por "italianizante", Góngora, 
              por "latinizante", Darío, por "afrancesado", 
              Borges por "anglófilo": y han sido precisamente 
              ellos los que han renovado la lengua literaria de su tiempo. El 
              exilio, voluntario o forzoso, resulta casi inevitable para romper 
              el alelamiento en el que vivimos y, como dice Fuentes: 
             
              encontrar toda una serio de correspondencias y de afirmaciones 
                en las relaciones abiertas de la cultura (MN 1, 9). Los 
                grandes nombres de la literatura latinoamericana son casi sin 
                excepción gentes que han vivido fuera de su patria una 
                época de su vida, 
             
            acota Rodríguez Monegal, porque "cada día se 
              reduce más el espacio para las culturas de provincia". 
              Se puede echar raíces a distancia sobre la propia tierra, 
              aunque también sea posible, como en el caso de Rulfo (la 
              excepción que confirma la regla) encontrar lo universal en 
              un pedacito de tierra. 
            El cosmopolitismo debe comenzar entre nosotros mismos, enriqueciéndonos 
              con las culturas de los distintos países de América 
              Latina: y para ello hay que intensificar las posibilidades de comunicación. 
              Si bien Mundo Nuevo se interesa por "una visión crítica 
              de lo más nuevo y renovado de la cultura actual" ("Presentación", 
              MN 1)incorporando aquellos textos que puedan abrir horizontes, 
              es una revista esencialmente latinoamericana en su orientación 
              y materiales: más de un setenta por ciento de los textos 
              o metatextos que incluye lo son, en sus autores o en su temática, 
              y, por sobre todo, como lo veremos en el apartado "Metodología", 
              el nervio de la revista es la vida cultural del continente, cumpliendo 
              así con su propósito de creación de un contexto 
              y de un diálogo. 
            B) Una literatura "actual" y "creadora" 
            Diversos géneros son incorporados a la revista, pero su 
              presentación no es la misma. Hay, por ejemplo, una voluntad 
              muy clara de dar a conocer la poesía del continente, y en 
              cada número la producción individual es abundante 
              (con cierta preferencia por los colaboradores habituales, como Fernández 
              Moreno, o por los nuevos amigos, como Sucre, después del 
              Congreso de Caracas). Se percibe un programa bien delineado de presentaciones 
              globales por país: nueva poesía argentina, uruguaya, 
              peruana, etc: no se exige, aparentemente, el criterio de internacionalidad 
              que se reclama para la novela. El teatro, el cine, la escultura, 
              la pintura y la arquitectura tienen sus rúbricas, que alternan 
              de número en número a cargo de colaboradores permanentes, 
              mientras que para la política se busca en cada ocasión 
              el redactor más informado. La narrativa, por su parte, es 
              el coto personal del director, quien no vacila, sin embargo, en 
              publicar estudios polémicos ajenos, cuando los considera 
              interesantes como contrapunto a sus propias opiniones 
              o a las de los críticos especializados.(4) 
            Ha sido muy difundida la división en cuatro promociones 
              de escritores que realizó Rodríguez Monegal en la 
              ponencia del Congreso de Caracas, en julio de 1967: la primera, 
              la de los renovadores, reúne a Borges, Asturias, Carpentier, 
              Yáñez y Marechal, quienes cambiaron poco la factura 
              exterior de la novela, pero efectuaron la liquidación del 
              naturalismo y la proclamación de la obra literaria como obra 
              de ficción. Una vez esta conquista asegurada, la segunda 
              promoción, la de Guimarães Rosa, Otero Silva, Onetti, 
              Sábato, Lezama Lima, Cortázar y Rulfo; la tercera, 
              que incluye a Martínez Moreno, Lispector, Donoso, Fuentes, 
              García Márquez, Cabrera Infante y Vargas Llosa y, 
              finalmente, la cuarta, la de los novísimos, Puig, Sánchez 
              y Sarduy, tienen como preocupación común la estructura 
              de la novela y la transformación del lenguaje. 
            Entre los cuatro grupos, el más presente en Mundo Nuevo 
              es el tercero, y el cuarto hace su aparición: podemos considerar 
              que el criterio es el de la actualidad, aunque no faltan los "fundadores" 
              favoritos de Rodríguez Monegal, como Guimarães Rosa 
              y Lezama Lima, prácticamente desconocidos fuera de Brasil 
              y de Cuba respectivamente en esos años; Juan Goytisolo y 
              Max Aub son entrevistados para confirmar la universalidad de la 
              nueva literatura "de una misma lengua"; David Viñas, 
              que no es santo de su devoción, está allí para 
              probar la apertura de la revista a las corrientes críticas 
              que no coinciden con ella. Y el criterio fundador de toda referencia 
              a la novedad o calidad de un texto es, sin discusiones, Borges. 
            Como para muchos otros postulados críticos de Mundo Nuevo, 
              la entrevista bautismal con Carlos Fuentes es clave también 
              para interpretar la concepción de la literariedad que domina 
              la revista: la ficcionalización radical, la evolución 
              de la utopía a la epopeya y de ésta al mito como creación 
              total del lenguaje. La literatura no es una transposición 
              de la realidad: es una creación total y gratuita, es ficción, 
              y esta piedra angular borgiana permite superar los dualismos maniqueos 
              de] hebraísmo, de los Testamentos y del marxismo, para entrar 
              en el juego consciente de la palabra y de sus poderes (MN 
              1, 17). Si el lenguaje establecido es el instrumento del estatismo 
              y de la injusticia; si es la validación de un sistema caduco, 
              puede cambiar los referentes del mundo destruyéndose y recreándose 
              a sí mismo. Así el blanco más delicioso para 
              los críticos de Mundo Nuevo es el castellano de la Real Academia: 
              los catalanes, como Goytisolo, y los latinoamericanos lo violan 
              y corrompen alegremente, cambiándole no sólo el léxico 
              sino, de ser posible, la sintaxis y los espectros semánticos. 
            Las técnicas para construir los mundos ficcionales no pueden 
              ser gratuitas ni estáticas. A pesar de estar editada en París, 
              Mundo Nuevo no pierde ocasión de distanciarse del 
              nouveau roman, optando decididamente por una anglofilia crítica 
              y novelesca. El pop, el camp, la parodia, legitimizan 
              la utilización de imágenes culturales provenientes 
              de los comics y de la publicidad, del cine y de los objetos 
              vulgares o cotidianos, en la creación de inmensos puzzles 
              narrativos. "Somos contemporáneos de todos los hombres 
              en las mercancías y las modas [...] participamos apócrifamente 
              de la modernidad," explica Fuentes (MN 1, 14). Rodríguez 
              Monegal y Goytisolo distinguen dos modelos tipológicos en 
              la nueva novela: los que llevan a la perfección un determinado 
              procedimiento novelesco, como es el caso de Vargas Llosa, y "los 
              que sugieren una serie de lenguajes sin llevarlos jamás a 
              sus últimas consecuencias", vale decir, el modelo Rayuela 
              (MN 12, 53). En la entrevista con Sábato (MN 
              3) se retoma la distinción de los dos modelos, denominándolos 
              "novela novelesca" y "novela crítica de la 
              novela"; Rodríguez Monegal sostiene que estos modelos 
              han existido siempre (Tom Jones y Tristram Shandy) 
              pero que en la nueva novela se desarrollan utilizando una serie 
              de técnicas que vienen de la novela experimental de los años 
              20 y 30, de Joyce, Woolf, Proust, Mann y Faulkner. 
            Sus preferencias por la literatura anglosajona, y sobre todo, por 
              James, han familiarizado a Rodríguez Monegal con el estudio 
              de las técnicas narrativas. Si bien considera necesario el 
              análisis del "contorno", el director considera 
              -a diferencia de los críticos de la generación de 
              los "parricidas", a quienes "les importa más 
              la realidad de la que parte la obra literaria que la realidad que 
              ésta misma crea"- que no puede dejarse de lado el estudio 
              central de la obra en aquello que tiene de específicamente 
              literario. Y para ello, hay que conocer: 
             
              la obra precursora de los formalistas rusos, la labor verdaderamente 
                revolucionaria de la escuela de Cambridge o del New Criticism 
                 norteamericano, la obra (...) de los estructuralistas franceses 
                (MN 18, 77). 
             
            Así, en 1966 y 1967, vale decir, seis años antes 
              de la publicación de Figures III de Genette en Francia, 
              Mundo Nuevo discutía con soltura problemas narratológicos, 
              y los propagandizaba en América Latina. Las discusiones con 
              Sábato y con Goytisolo analizan minuciosamente la construcción 
              de sus novelas, como lo hace también el artículo sobre 
              Vargas Llosa (MN 3). Pero esto, si bien manifiesta la actualidad 
              de la revista en los años del apogeo del estructuralismo, 
              no resulta tan sorprendente como su afirmación reiterada 
              de la historicidad del hecho literario y su insistencia en la contextualización 
              de los análisis, que adelantan tendencias de la crítica 
              de los años ochenta. En 1968, su artículo sobre Lezama 
              Lima, "Paradiso en su contexto" (MN 24), 
              es totalmente insólito. En un juego de auto-ironía 
              crítica, se desarrollan sucesivas lecturas "superficiales" 
              de la obra, desde diferentes perspectivas metodológicas que 
              se organizan comparándose al esquema de cuatro lecturas del 
              Convivio: literal, moral, alegórica y anagógica. 
              Cada uno de los análisis es parcial: pero el conjunto permite 
              una visión compleja del texto. Afirmar el carácter 
              relativo e hipotético de la interpretación en un medio 
              en el que la caza a las isotopías era el deporte favorito 
              y en el cual la existencia de una estructura profunda y única 
              de significado reflejada o representada en las estructuras de superficie 
              era un axioma sagrado, representa un acto pionero de coraje intelectual. 
              Ver en este artículo una semilla deconstruccionista es ir 
              demasiado lejos, ya que Rodríguez Monegal quiere, por sobre 
              todas las cosas, interpretar a un autor: pero se perciben en él, 
              indiscutiblemente, los signos de la posmodernidad. 
             
             
            1 Este plural 'hemos' se refiere a un proyecto de 
              conjunto de investigación, en curso en la Universidad de 
              Lovaina, del cual se han efectuado y se efectúan actualmente 
              diversos estudios sobre revistas latinoamericanas contemporáneas. 
              Volver  
             2 Rodríguez Monegal lo utiliza como ejemplo 
              en su artículo sobre Darío y Rodó, "La 
              utopía modernista", en Revista Iberoamericana 
              112-113 (julio-diciembre 1980) 427-442: "ambos" Darío 
              y Rodó: "... eran hombres cultos y vivieron en las capitales 
              más internacionales de la América Latina de su tiempo; 
              ambos fueron (brevemente) amigos. Pero sus visiones eran, aparentemente, 
              tan opuestas que habitualmente se ha usado una imagen para negar, 
              y hasta destruir, la otra (...] En el cuento de Borges "Los 
              teólogos" dos personajes llegan a la presencia de Dios, 
              y descubren que para la mirada divina son uno y el mismo ser. La 
              Cosmópolis de Darío y la Isla de Ariel de Rodó 
              habrán parecido a sus autores, así como a muchos de 
              sus contemporáneos, opuestas e irreconciliables Utopias. 
              Pero ambas estaban formuladas en el mismo código literario, 
              ambas refejaban la misma écriture y la misma manera 
              de pensar." 
              Cambiando "las circunstancias, la hora y uno o dos nombres 
              propios", como concluye Borges en "Emma Zunz", este 
              texto podría utilizarse como epígrafe de un estudio 
              comparativo de la obra de ambos críticos uruguayos. 
               Volver 
             
            3 Ann Opsomer está realizando actualmente 
              el análisis de Mundo Nuevo, incluyendo su "segunda 
              parte"; su estudio, además se relaciona con otras investigaciones 
              de Lovaina aún inéditas sobre las publicaciones del 
              Consejo por la Libertad de la Cultura y del I.L.A.R.I., como el 
              análisis de Cuadernos (1951-1965), efectuado pot Kristine 
              Vanneste y Annick Grimon y la tesis doctoral en curso de Kristine 
              Van den Berghe sobre Cadernos Brasileiros. La confrontación 
              con la tesis doctoral de Nadia Lie, sobre Casa de las Américas, 
              es también necesaria. Volver 
            4 Bajo el título de "Perú, ¿un 
              país adolescente?" en MN 4, 91-92, Rodríguez 
              Monegal resume "un interesante debate literario". El crítico 
              y traductor alemán Wolfgang A. Luchting publicó en 
              la revista Oigo un artículo titulado "Retratos 
              de un país adolescente: ¿Por qué?", en 
              el que afirmó que no sólo los personajes, sino los 
              autores mismos del Perú tienen una mentalidad adolescente, 
              causando las reacciones de José Miguel Oviedo y de Carlos 
              Zavaleta. Rodríguez Monegal matiza la interpretación 
              del texto de Luchting, y posteriormente refrenda la competencia 
              del crítico alemán, publicando un estudio suyo, "Crítica 
              paralela: Vargas Llosa y Ribeyro", en MN 8. Otro procedimiento 
              es el que podríamos denominar "la payada": en MN 
              8, por ejemplo, se publica un artículo de A. Boule-Christauflour 
              sobre Quiroga, llamado "Una historia de locos", que le 
              sirve a Rodríguez Monegal como punto de partida para una 
              reflexión personal, bajo el título de "Una historia 
              perversa". Volver 
              
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