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"Desde Aries a la biblioteca"
Por Elvio Gandolfo
En Jaque, año3, nº 100
14/11/1985
p. 36
En la memoria sensorial más que analítica (a la que
nada le costaría sacar una "ficha" con los títulos
de sus libros, su fecha de nacimiento, etc.) Rodríguez Monegal
es ante todo para mí el inquieto, incluso camorrero director
de una revista que se llamó Mundo Nuevo, y que llegaba
al páramo provinciano de Rosario, en Argentina (más
concretamente a Aries, una pequeña librería manejada
por un poeta: Rubén Sevlever), como la posibilidad mensual
de entrar en contacto con algo que todavía no había
dado en llamarse boom de la literatura latinoamericana. Allí
se anunciaba la próxima aparición de una novela tal
vez importante: Cien años de soledad. O aparecía
un texto que golpeaba como un rayo en la frente: El huevo y la
gallina, de Clarice Lispector. O entrevistas que revelaban el
otro lado de la literatura, a veces en exceso. Como toda buena revista,
era una publicación nada hierática, contradictoria,
un espacio con el que se podía incluso -o tal vez sobre todo-
pelear, discutir.
Más tarde vinieron un libro utilísimo sobre Quiroga,
otro que al fin me guió en ese laberinto que terminaría
por atraerme hasta coincidir biográficamente con su sitio
de producción: la literatura uruguaya. Otro, confieso que
menos disfrutable para mí, sobre literatura latinoamericana.
Y más tarde, sólo de vez en cuando, un artículo
de o sobre Monegal en alguna revista.
A través de todo ese tiempo fue brotando de los textos la
"persona" que los escribía, que seguramente nada
tenía que ver con lo real. Alguien que se complacía
en la broma sesgada, que era más partidario del aparte que
del núcleo, adicto a las anécdotas, a recordar detalles
mínimos. Una personalidad que, relativamente quieta y apoyada
en innumerables lecturas, buscaba el punto débil del contrario,
y después entraba en acción con una técnica
muy criolla de pelear que consiste en la serie de golpes pequeños,
más irritantes que mortíferos, y en el esquive velocísimo:
ese modesto equivalente de las artes marciales que, al menos en
el Litoral, oí llamar "visteo".
La imagen coincidía con las fotos, un desarrollo lógico,
robusto de la foto infantil que acompañó aquí,
en JAQUE, un adelanto de las memorias de Monegal. El contacto con
su imagen real, física, hablante, no pudo ser más
desconstructor (por emplear el manido término) de esa pre-imagen
que por momentos había sido prejuicio.
Perdido en un saco enorme, un hombre frágil que aparenta
ser alguien de apenas 30 ó 35 año muy enfermo, con
voz cortés, delgada, paciente y hasta humorística
para con su propia penuria física desgrana en la Sala Vaz
Ferreira sus lecturas, sus conocidos, la alegría de estar
en Montevideo. Al día siguiente, en la conferencia de Haroldo
de Campos, intentaría presentarlo y la emoción le
agudizaría la voz hasta quebrársela, en una ola de
tristeza provocada tal vez por volver a palpar las largas conversaciones
nocturnas por las calles de San Pablo con su robusto y barbado amigo,
que le apoyó una mano también emocionada en la rodilla."
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