Eduardo Dieste nació en Rocha en 1882 y murió en Santiago de Chile, en 1954. Fue ensayista, narrador, dramaturgo, docente, y se dedicó a este quehacer literario con el mismo fervor que a la actividad política.
Desde niño se educó en Galicia, la tierra de su padre, donde estuvo a punto de convertirse en sacerdote. Regresó a Uruguay en 1912, colaboró con algunos de los periódicos más destacados y fundó TESEO, un movimiento intelectual que partió del café Tupinambá y se convirtió en revista (Boletín de Teseo) y sello editorial. Así lo expresa Carlos Real de Azúa: “En la tercera y cuarta década de este siglo, Eduardo Dieste ejerció entre nosotros uno de los pocos magisterios vivos que por aquel tiempo operaron y que tendió, por obra de fervorosos discípulos, a organizarse casi institucionalmente: fueron la ‘Asociación Teseo' (1925-1930) y las posteriores ‘Reuniones de Estudio’ que animó sobre todo Esther de Cáceres”.
A partir de 1927 fue cónsul en Inglaterra, Estados Unidos y Chile. Recorrió distintas ciudades del mundo como diplomático, cargo que le permitió indagar en otras culturas y formas artísticas, sin apartarse de sus actividades e intereses culturales. Esta realidad itinerante y la propensión a reeditar sus textos con modificaciones en título y contenido —sumando a ello el uso de alter egos—, ha complejizado la elaboración de una bibliografía cabal del autor.
A modo de ejemplo, de su obra ensayística se destacan Teseo: discusión estética y ejemplos (1923), Teseo: crítica de arte (1925), Teseo: crítica literaria (1930) y Teseo: los problemas literarios (1937). Carlos Real de Azúa subraya en ellos “una gran fineza de observaciones y de atisbos, profundos, originales, fundados en una cultura sólida”, pero como complemento alerta: “es común a ellas también, que no se sepa nunca con precisión a dónde esas observaciones y atisbos apuntan, común que el discurso sea tan laxo, su dirección tan invisible que termine por desconcertar y hasta derrotar al más bien intencionado”.
Su obra como dramaturgo fue recopilada en dos volúmenes: Buscón poeta y su teatro (Madrid, 1933) y Teatro del Buscón (Buenos Aires, 1947). Algunas de estas piezas —entre ellas El Viejo (1920)— fueron elogiadas por Zum Felde, aunque para Real de Azúa “bien pueden considerarse irrepresentables (aunque no, por cierto, por su complejidad o riqueza)”.
Tras su muerte chilena en 1958, Esther de Cáceres lo recuerda desde LA LICORNE. Con pulso lírico lo define: “un Quijote, un peregrino, un juglar, un Maestro, un amigo de perdidas épocas, que ya no veremos más”.