Esther de Cáceres nació en Montevideo en 1903 y murió en Rianjo, España, en 1971. Fue una reconocida poeta y ensayista, también doctora en medicina y profesora de literatura.
Es recordada como una mujer comprometida, activa y sencilla. Sus firmes convicciones fueron volcadas con una ansiedad difícil de contener, entre lecciones, largas tertulias y un frondoso epistolario. Fiel a su vocación, tanto de médica como de docente y apasionada promotora de la cultura, sedujo con hondas reflexiones, sustentadas por una desbordante espiritualidad.
Su labor como poeta es extensa, se inicia con Las ínsulas extrañas (1929) y finaliza en 1969 con Canto desierto, sumando un total de catorce títulos. Un profundo misticismo marca la unidad de toda su poesía; sus seguidores y amigos coinciden en que Esther escribía desde otro lado, acercando al lector —en un exquisito ejercicio de elevación— hacia un cielo no tan lejano. Así lo expresa Alberto Zum Felde en 1930: “parece que sus poemas tocaran apenas el suelo duro de la vida, como si fueran a desprenderse y ascender en el aire sutil; las palabras tienen un ritmo leve de pájaros del cielo que se posaran apenas a picotear en los trigales del mundo su alimento. La nueva poetisa ha logrado una perfecta adaptación de la palabra al espíritu, expresándose en una forma casi alada”.
En cuanto a su actividad dentro del ensayo, Carlos Real de Azúa expresa: “todo el espíritu de esta ensayística y de la personalidad que la anima podría expedirse en esos adjetivos —fino, vivo, puro, claro, hondo— que en forma constante suben a su palabra. Con ellos, tal vez sería posible armar el esquema coherente de una visión del mundo y de una actitud ante él, de una conducta, un temple”.
A través de sus artículos, ensayos, poesías, y desde su fe católica, Esther de Cáceres puso en palabras un sentir humano que excede las posturas religiosas de sus lectores, marcando un precedente tan singular como ineludible.